por Daniel Schipani
Aunque no es fácil reconocerlas como tales, las ofensas verbales son una forma particular de violencia emocional; y cuando esta clase de violencia se ejerce como un patrón constante de trato injusto, entonces hablamos de abuso emocional por medio de la palabra. En este artículo se consideran varios ejemplos de violencia en la comunicación verbal tal como suelen expresarse cotidianamente en forma de expresiones de manipulación. Luego se hace un breve análisis de este problema y se destacan ciertos principios prácticos para enfrentar la situación.
Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta. Santiago 3.2
Esas palabras de la Epístola de Santiago son muy claras y realistas: los seres humanos siempre tendemos a ofender a otras personas en nuestra comunicación verbal. Desde luego, tales ofensas pueden expresarse de muchas maneras críticas destructivas, quejas, palabras desalentadoras, mentiras, amenazas, burlas e insultos incluyendo por cierto los tonos de voz y los gestos con que acompañamos esos mensajes. Las ofensas verbales son así una forma particular de violencia emocional; y cuando esta clase de violencia se ejerce como un patrón constante de trato injusto, entonces hablamos de abuso emocional por medio de la palabra. Sin embargo, no siempre es fácil detectar y, menos aún reconocer y confesar, este tipo de violencia. En este artículo consideraremos varios ejemplos de violencia en la comunicación verbal tal como suelen expresarse cotidianamente en forma de expresiones de manipulación. Luego haremos un breve análisis de este problema y destacaremos ciertos principios prácticos para enfrentar la situación.
Algunas trampas verbales
Las ilustraciones siguientes representan algunas de las tácticas que solemos emplear en nuestras relaciones interpersonales, ya sea en el matrimonio, en la familia, en el vínculo con amigos y colegas, con vecinos u otras personas, y que deben identificarse como formas de violencia emocional. Espero que las lectoras y los lectores puedan considerar en qué medida están familiarizados con tales expresiones como modos por medio de los cuales tendemos a manipular en formas más o menos disimuladas. También les animo a que piensen en otros ejemplos a partir de su propia experiencia, y que consideren cómo les afecta tal comportamiento.
«Si no fuera por ti » (Directa o indirectamente, estoy comunicándote que tú tienes la culpa, o eres de alguna forma responsable por lo que me pasa, o por lo que hice o dije. En lugar de asumir mi propia responsabilidad, la proyecto en tu persona). Esta actitud es muy familiar, y aparece como la excusa que registra la Biblia cuando, después de la desobediencia, el hombre dice, «la mujer que me diste por compañera » (Gn. 3:12).
«No hablemos de eso » (Quiero hacerte creer que es mejor no preocuparnos por nuestro desacuerdo, que debemos ocultar nuestros conflictos en vez de procurar enfrentarlos y resolverlos; incluso, me atrevo a sugerir que tú te pones demasiado ansiosa y así empeoran las cosas ) En este caso, bajo la apariencia de querer conservar la paz, en realidad quiero eludir un intercambio sincero con la otra persona porque percibo que no me conviene, y que tal vez saldré perdedor.
«Ya que me desafías, yo también tengo muchas cosas contra ti…» (Ahora que me siento amenazado, te ataco. Bajo la apariencia de ser bien honesto, aprovecho a poner en evidencia tus faltas o debilidades. En el fondo, espero que no podrás aguantar; me darás la razón, quedarás humillada, y yo saldré ganando). Esta actitud es contraria a la anterior en el sentido de que pretendo ganar un argumento descargando sobre la otra persona una serie de cargos o acusaciones.
«Cara, yo gano; cruz, tú pierdes (o, palos si bogas palos si no bogas)» (Te comunico que hagas lo que hagas, siempre estará mal hecho. También te reitero que tu problema es que nunca me entiendes; pero, si me entendieras, no serías capaz de cambiar como yo quiero. Yo siempre tengo la razón). La violencia emocional envuelta en esta actitud es evidente, porque trato de meter a la otra persona en un callejón sin salida.
«Yo sé muy bien cómo tú piensas y sientes » (Debes convencerte de que yo te conozco mejor que tú misma, y que sé mejor que tú lo que es bueno para ti. Déjame que decida por ti). En este caso funciono como un psicólogo y, por lo menos superficialmente, comunico que quiero ayudar. Es una actitud que a veces justificamos abiertamente cuando tratamos a nuestras hijas e hijos pequeños (aunque generalmente no es saludable, ni siquiera en tal nivel). Se trata simplemente de mi intento de mantener control sobre los demás y de que dependan de mí o se amolden a mis intereses y necesidades.
«Cuidadito con las consecuencias » (Si haces esto o aquello, seguro que va a pasar algo malo. Yo no seré responsable; será tu culpa). Con esta táctica estoy abiertamente tratando de atemorizar o de hacer sentir insegura a la otra persona. Es otra forma de manipular y controlar que a veces consigue el objetivo de inhibir e intimidar.
«Te doy de carambola » (Como no me atrevo, o no me conviene atacarte directamente, ataco tus sueños, tus intereses, o aquello que amas). En este caso, la violencia emocional que ejercemos puede tener un efecto serio porque tiene a desubicar o desorientar a la persona que es verdaderamente el blanco del ataque; además cuando involucramos a otras personas, el efecto de nuestra agresión verbal o emocional afecta por partida doble.
«Si haces esto o haces aquello no te quiero más » (Cuando no te acomodas a mis deseos o puntos de vista, entonces te retiro mi apoyo y mi afecto. Nuestra relación depende de que hagas lo que yo quiero; no te amo por lo que eres sino en la medida en que te comportas según mi voluntad). Es el caso típico de condicionar nuestro amor; es una actitud parecida a la que observamos arriba en «cuidadito con las consecuencias », con la característica de que nuestra relación en sí es la que sufre mediante el castigo que prometo.
«Si haces esto o no haces aquello me vas a hacer daño; me voy a sentir mal » (Me hago la víctima, y cuando no te adaptas a mi modo de ser, o a mis intereses y preferencias, entonces trato de que te sientas culpable y miserable). Aquí también hay una amenaza, pero el supuesto daño anticipado es el daño sobre mí mismo e, indirectamente, sobre la persona que supuestamente me va a ofender si no me obedece.
Cómo entender y superar esa forma de violencia emocional
Como señalamos arriba, hablamos de abuso emocional a través de la comunicación verbal cuando aquellas y otras formas semejantes de comunicarnos forman un patrón continuo de trato injusto. Así es cómo se imponen opiniones y deseos, se quiere tener razón a toda costa, se rebaja a los demás, se genera culpa en ellos, y se procura controlarlos y dominarlos.
Hay muchas razones por las cuales el abuso emocional por medio de la palabra es algo muy común, desgraciadamente. Una de las más importantes es que aprendemos a ejercer y aceptar la violencia emocional en la medida en que somos tratados violentamente (aunque no sea con golpes físicos), sobre todo en el hogar; junto con otros estímulos que recibimos en la escuela, el barrio, o por televisión, fácilmente pasamos a considerar tales patrones de relaciones como algo normal. Incluso muchas personas llegan a aceptar o esperar que en las relaciones humanas una persona domine a la otra.
Una de las características notables de esta forma de violencia es que puede ser muy sutil y que, con frecuencia, las víctimas no se percatan a tiempo de que están siendo afectadas. Es más, pueden incluso justificar y defender la conducta de quienes las han maltratado, al tiempo que creen que su malestar emocional es producto de sus propias fallas. Sin embargo, los efectos de la violencia emocional pueden ser devastadores. Las personas que la sufren invariablemente reflejan una serie de señales de problemas emocionales, tales como los siguientes: tienen baja autoestima y pierden la confianza en sí mismas; tienden a involucrarse en relaciones no saludables en las que resultan sometidas; albergan sentimientos de culpa exagerados y tienden al perfeccionismo; muestran una propensión a caer en situaciones críticas o a fracasar repetidamente; vuelven su ira contra sí mismas y guardan resentimientos, etcétera. Por eso es que, con frecuencia, las víctimas del abuso emocional necesitan atención especial.
¿Qué podemos hacer?
Comprender y superar la violencia emocional es un proceso que lleva tiempo y energía. Un buen comienzo es reconocer, como ya destacamos al principio, que en todas las relaciones con otras personas siempre existe la posibilidad de ejercer o de ser afectado por esa forma de violencia en la comunicación verbal. Y también debemos reconocer que es posible y de hecho necesario romper con los círculos viciosos de violencia y abuso, comenzando con las relaciones con las personas más cercanas (o sea nuestro «prójimo», a quien Dios quiere que amemos como a nosotros mismos).
A continuación se mencionan algunos principios prácticos para considerar.
Identifiquemos la ofensa por lo que es.
Primero que nada se necesita reconocer si efectivamente se nos ha hecho daño, o si hemos participado en el daño infligido a otros. A menudo la opinión más objetiva de otra persona nos puede ayudar a discernir en qué medida la violencia emocional que sentimos ha sido intencional o accidental. Además, un buen amigo, por ejemplo, en un momento dado nos puede llamar la atención ya sea sobre nuestra pasividad ante el maltrato emocional del que podamos estar siendo objeto, o de nuestra propia conducta violenta en la relación con ciertas personas.
Aprendamos a confrontar y a responder a la confrontación.
Un segundo paso es la decisión a confrontar directamente al ofensor, lo cual no siempre es fácil. Si lo hacemos en un espíritu de respeto y en condiciones favorables (por ejemplo, a solas con la persona en vez de tratar de humillarla en público; enfocando sólo las conductas y ofensas específicas sin atacar su carácter, etc.), hay mejores posibilidades de que se nos escuche. A menudo será necesario que alguna otra persona nos acompañe y que actúe como apoyo o como mediadora, según corresponda. Esto nos recuerda la enseñanza de Jesús en torno a la ofensas y el perdón, según Mateo 18:15-18. Por supuesto, los mismos principios se aplican a los casos en que nosotros hayamos ofendido, ya sea accidental o intencionalmente. Todos necesitamos cultivar no sólo el arte de confrontar y de perdonar, sino también el de confesar las culpas reales (y descartar las culpas imaginarias o las que nos hayan inculcado) y pedir y aceptar el perdón que nos ofrecen aquellos a quienes ofendimos.
Aprovechemos la oportunidad de crecer en nuestra conciencia y conducta moral.
Es cierto que la violencia emocional, sobre todo cuando se convierte en abuso, es un problema serio y difícil de resolver. Pero no es menos cierto que atender a este problema nos abre la posibilidad de crecimiento.
A modo de conclusión, hagamos una lista de las áreas en que podemos seguir aprendiendo y desarrollando nuestro potencial como personas libres, solidarias, y agentes de reconciliación. Les invito a completarla según su propia agenda de desarrollo personal y espiritual:
«Quiero crecer, aprendiendo a
balancear mi necesidad de relacionarme y ser espontáneo con la de poner mis propios límites;
identificar adecuadamente toda forma de violencia y abuso emocional, y comprometerme a enfrentarla y transformarla;
colaborar a favor de la sanidad y de la reconciliación en medio de conflictos y ofensas;
responsabilizarme por mis propias faltas y ofensas, y rechazar las que me son impuestas como expresión de violencia emocional;
hablar la verdad con amor en todas mis relaciones;
controlar mi tendencia a dominar a otras personas;
vencer mi inclinación a dejarme dominar por otros; »
Que el Espíritu que nos guía a toda verdad, nos habilite y nos potencie para así reflejar mejor la paz y la justicia divina.
Daniel Schipani, argentino, es doctor en psicología y en educación, y autor de numerosos libros, tanto en español como en inglés. Actualmente ejerce como profesor de Educación Cristiana y Personalidad en el Seminario Bíblico Menonita Asociado en Estados Unidos.
Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 1 / octubre-diciembre 1999