Bosquejos Biblicos – Bosquejos para Predicar
Isaías 6:1-11
• Somos parte de una iglesia que proclama un mensaje completo, un mensaje de salvación y santidad. Vos y yo somos un pueblo de tradición wesleyana, una tradición de pasión por las almas y experimentar un constante Pentecostés de santidad. Como wesleyanos somos personas con una sed insaciable por aquél Dios que nos llama a ser santos. ¿Pero qué sucede cuando dejándonos llevar por esta sed nos encontramos ante la presencia del Dios santo? Permitamos que la experiencia del profeta Isaías nos muestre lo que en verdad sucede.
• ADMIRACIÓN (6:1-4)
• El momento de esta experiencia fue uno de los mejores (aparentemente) para Judá. El rey Uzías, después de 52 años de reinado había muerto. Todo parecía estable, pero el clima espiritual del pueblo era tormentoso. Por fuera parecía que estaban cerca de Dios, pero dentro de sus corazones había un abismo. Al parecer esto era lo que tenía el profeta Isaías.
• Judá necesitaba ser sacudido con una visión del Dios santo, alto y sublime. Por eso Isaías tuvo ese tipo de Sacudida espiritual. Esta visión nos enseña ciertas cosas de Dios:
La Soberanía de Dios____ Encontramos su voluntad
La Santidad de Dios ____ Aprendemos de su pureza
La Gloria de Dios _____ Aprendemos de su bendita misericordia.
• AGONÍA (6:5)
• Cuando estamos ante el carácter santo de Dios, inevitablemente sentimos angustias por nuestros pecados.
• Rendidos ante su presencia debemos aceptar nuestra responsabilidad y nuestra impureza natural.
• Reconocemos la dimensión social del pecado.
• UNCIÓN (6:6-7)
• El fuego que purifica
Tocó en el punto vulnerable del profeta, “sus labios”. Cada uno tiene esos puntos que necesitan ser tocado por el carbón encendido de Dios. El rey David, sus deseos; Job tenía su justicia; Pedro su confianza en sí mismo y Pablo su celo.
• El fuego que nos enciende (VS 8)
Una vez purificado, viene el llamado a trabajar en la obra. El ya tenía este llamado hace mucho, pero carecía de algo: de ese fuego santo de pasión ardiente por el Señor y por los perdidos.
Cuando Isaías dijo “Heme aquí, envíame a mí” puso su débil humanidad en el fuego de Dios y su vida comenzó a incendiar con ese fuego todo lugar donde era enviado.