por G. Campbell Morgan
¿Cuál es nuestra repuesta después de una fuerte amonestación?, ¿cómo responder después de que toda nuestra pecaminosidad ha sido desnudada? El autor analiza la respuesta del pueblo de Israel frente a la amonestación del profeta Malaquías. Aunque el pueblo cumplía con todos los requisitos ceremoniales, su estilo de vida denunciaba su desobediencia a Dios. ¿Estaremos nosotros en igual posición? ¿Nuestra obediencia será solo a nivel ceremonial por haber olvidado el nivel espiritual?
La condición del pueblo
Consideremos la condición del pueblo en los tiempos en que Malaquías predicó su profecía. El libro contiene palabras claves que revelan la condición, palabras que el pueblo empleó para responder a cada uno de los mensajes que el profeta les entregó y que demuestran cuál era su verdadera actitud. Las palabras referidas son: «¿En qué?». Consideremos las siete ocasiones en que se emplean:
En este último caso, la versión Reina-Valera cambia las palabras, lo cual es un accidente de traducción. En el hebreo se emplea la misma palabra que en los demás seis casos y debiera traducirse tal como lo hace la Nueva Biblia Española: «¿En qué te ofenden nuestras palabras?»
De manera que tenemos estas palabras: «¿En qué?» colocadas por el profeta en labios del pueblo, siete veces distintas, referidas cada vez a siete anuncios diferentes. El profeta viene por primera vez al pueblo con la declaración: «Yo os he amado, dice Jehová», y ellos responden: «¿En qué nos amaste?». Luego dice: «Han menospreciado al Señor», y ellos contestan: «¿En qué hemos menospreciado tu nombre?». Luego: «Han contaminado mi altar», y ellos replican: «¿En qué te hemos deshonrado?». Después su mensaje es: «Me habéis cansado», y ellos dicen: «¿En qué te hemos cansado?». Otra vez dice: «Volveos a mí», y ellos responden: «¿En qué hemos de volvernos?». Otra vez más: «Me habéis robado», y ellos preguntan: «¿En qué te hemos robado?». Finalmente el mensaje es: «Habéis hablado violentamente contra mí» y su respuesta es: «¿En qué te ofenden nuestras palabras?».
Estas palabras nos demuestran la trágica condición de este pueblo. El templo ha sido reconstruido, el altar levantado, los sacrificios se ofrecen, las fiestas y los ayunos se observan metódicamente, con el ritual y la forma exterior cumplidos perfectamente hasta en el más mínimo detalle. A este pueblo, sumido en esta condición llega la profecía y se le plantea la queja divina. Ellos miran al profeta con una mezcla de asombro e incredulidad, y le dicen: «¿En qué ?» ¿Qué nos quieres decir? Nos acusas de despreciar a Dios y de contaminar su altar, de causarle cansancio, de habernos alejado, de robarle, de hablarle con palabras ofensivas. Nosotros no consideramos haber cometido esas ofensas y por lo tanto, ¿por qué hemos de someternos a tus acusaciones? Dices que despreciamos la obra de Dios, pero ¡mira nuestros sacrificios y nuestras ofrendas! Dices que hemos contaminado el altar. ¡Hemos traído nuestras ofrendas! Nos dices que le hemos cansado. ¡No sabemos cómo ni cuándo! ¡No estamos conscientes de haber hecho nada que le pueda desagradar! Nos acusas de haber robado a Dios. ¡Queremos saber cuándo! Dices que hemos hablado contra Dios. No recordamos haber hablado contra él. ¿Cuándo fue?
¿Cuál es el significado de estas palabras: «¿En qué?» Este pueblo no está en abierta rebeldía contra Dios. Tampoco niega su derecho a recibir sus ofrendas, sino que se engaña pensando que por haber traído sus ofrendas le ha sido fiel todo el tiempo. Su lenguaje no es el de un pueblo que ha arrojado de sí el yugo diciendo: «No le seremos leales», sino el de un pueblo establecido en el templo. No es el lenguaje de un pueblo que piensa: «Suspendamos los sacrificios y la adoración, y hagamos lo que se nos antoje», sino el lenguaje de un pueblo que dice: «Estamos sacrificando y adorando para agradar a Dios». Sin embargo, él les tiene que decir, por boca de su siervo: «Me habéis cansado, me habéis robado y me habéis ofendido».
Han estado actuando de manera muy estricta y meticulosa en los cumplimientos exteriores, pero sus corazones han estado lejos de sus ceremonias. Se han estado jactando en su conocimiento de la verdad, y han respondido a esa verdad de una manera mecánica o técnica. Pero sus corazones, sus vidas, su carácter, su naturaleza interior, todos han sido una contradicción perpetua a los ojos del cielo, a la voluntad de Dios. Cuando el profeta les dice lo que Dios piensa acerca de ellos, con asombro e impertinencia le miran a la cara y le dicen: «¡No entendemos nada de lo que dices!» Podemos traducir toda esta situación al lenguaje del Nuevo Testamento recordando las palabras: «Teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella» (2 Ti 3.5 Versión Moderna). Han llegado a la terrible condición de imaginar que lo que Dios solicita es sólo adherirse a la letra. Sin embargo, no comprenden que la letra, en el mejor de los casos, no es más que una desgarbada representación de lo que Dios demanda en el espíritu.
Utilizo «desgarbada» sencillamente porque la letra nunca puede comunicar todo el significado espiritual. Cuando un hombre está dispuesto a obedecer la letra con intención espiritual, Dios siempre tiene más para decirle de lo que la letra puede contener. Estas personas sólo se habían propuesto cargar con un yugo literal. Son las personas más ortodoxas que podamos imaginar, y sin embargo, su corazón está lejos de la realidad espiritual, y la verdadera condición de sus vidas se esconde de sus propios ojos. Así de sutil y trágica es la experiencia de alejarse de un contacto íntimo y directo con Dios. Digo que estos hechos se esconden de sus propios ojos. No están conscientes de ello, pero su concepción de Dios se ha distorsionado. El Dios de sus padres no es su Dios. El Dios de la comunión espiritual con su pueblo, que caminó y habló con los patriarcas, ya no es su Dios. El dios de Israel en los tiempos de Malaquías, el dios que habían inventado, que estaban tratando de apaciguar y adorar, era el dios de la trivialidad, de la observancia mecánica. Era el dios que pedía un templo con una cantidad específica de piedras y ángulos, con un altar de forma prefijada, con muchos sacrificios y oraciones, pero sin referencia alguna al carácter. Cuando el profeta vino a ellos encontró un pueblo que se sentía muy satisfecho con su cumplimiento ceremonial y que estaba muy dispuesto a decir: «¿En qué hemos fallado, haciendo o dejando de hacer?»
La causa de su condición
Ahora es necesario avanzar más para determinar la razón por la cual se encontraban en esta condición. El segundo capítulo comienza con estas palabras: «Ahora, pues, oh sacerdotes, para vosotros es este mandamiento», y el versículo 7 lee: «Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos». Esta es la concepción divina del ministerio sacerdotal. El sacerdote no sólo debía tener el conocimiento, sino practicarlo, vale decir, andar en él, obedecerlo y llegar a ser la incorporación del conocimiento que posee y del cual fue depositario por un tiempo. El pueblo «buscará la ley de su boca», porque él es el mensajero de Jehová de los ejércitos. Además, debía enseñarles la voluntad de Dios, y no solamente como un conocedor de una maravillosa teoría, sino como alguien que vive dentro de su esfera.
Ese es el ideal. ¿Qué es, entonces, lo que el profeta tiene que decirles a los sacerdotes?
«Vosotros os habéis apartado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos» (2.8).
Todo esto nos enseña que detrás de la apostasía del pueblo está la apostasía del sacerdocio. El pueblo dejó de tener una concepción clara de Dios porque los sacerdotes dejaron de darle la concepción correcta. La totalidad del pueblo había descendido de la alta esfera espiritual en la cual había vivido porque el sacerdote había pisoteado corrompido según el término preciso empleado por Malaquías el propio pacto de Dios.
Al leer Nehemías en concordancia con Malaquías, notarán algo que deseo señalar por un momento. Nehemías 13.2829 dice:
«Y uno de los hijos de Joiada, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sanbalat horonita; por tanto lo ahuyenté de mí. Acuérdate de ellos, Dios mío, contra los que contaminan el sacerdocio, y el pacto del sacerdocio y de los levitas».
Aquí tenemos un ejemplo, una declaración histórica precisamente de este caso, el de un sacerdote que se casó con la hija de Sanbalat horonita.
Leamos la historia de Nehemías y tratemos de verificar si Sanbalat estaba o no de acuerdo con el propósito de Dios. En Sanbalat estaba corporalmente presente el espíritu antagónico a la Palabra y al Espíritu de Dios. Uno de los sacerdotes de Dios se casó con su hija y Nehemías nos dice con esa magnífica vehemencia que caracterizó toda su espléndida obra: «Lo ahuyenté de mí». ¿Por qué hiciste eso, Nehemías? ¿Por qué lo ahuyentaste? Porque había contaminado «el sacerdocio, el pacto del sacerdocio y de los levitas». La misma palabra ocurre en Malaquías:
«Vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos» (2.8).
En lugar de guardar la ley el sacerdocio se había apartado del camino. Los sacerdotes habían pronunciado la Ley, habían leído sus artículos, los habían proclamado como Ley, y después ellos mismos la corrompieron. La corrupción había penetrado el pacto por medio del sacerdocio.
¿Cuál era el propósito del sacerdocio? La única razón de su existencia era que hubiera de parte del hombre un auténtico cumplimiento de los artículos del pacto de Dios. Mas ningún hombre que corrompe, estropea o quebranta el pacto, puede por un sólo instante sustentarlo por medio de la enseñanza. El gran problema que yacía detrás de la apostasía nacional era la apostasía del sacerdocio. Los maestros del pueblo, los mensajeros de Dios, habían despreciado la ley de Dios, al proclamarla como un hecho pero negarla con sus propias acciones y modo de vivir.
Tal era el espíritu de la época. Formalismo ritual, ceremonial; todo correcta y completamente realizado en cuanto a su cumplimiento exterior y mecánico. Un mensajero divino se aproximó a este pueblo para expresar la queja de Dios, y el pueblo con asombro, enojo, y marcada impertinencia, miró hacia el alto cielo y exclamó: «¿En qué ?». Todo porque los siervos designados por Dios habían corrompido el pacto en sí mismos por medio de su vida, obra y conversación, y habían descendido al nivel de la bajeza y el desprecio.
Actualidad del mensaje de Malaquías
Lamento decir que en muchos sentidos este cuadro terrible es un claro reflejo de la era en que nos toca vivir. Nunca ha habido un tiempo cuando las organizaciones han estado tan bien equipadas y ordenadas. Nunca ha habido tantas y variadas formas de culto mecánico y aparente, pero no propongo ahora referirme sólo al ritual exterior.
Ya me he referido a un versículo con el cual todos estamos familiarizados. En 2 Timoteo 3.14 leemos:
«También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios».
Les ruego, solemnemente, que lean esta descripción y la apliquen a la época en que vivimos.
Analicemos ahora el versículo 5, al cual propongo dedicar más atención: «Teniendo la forma de la piedad, más negando el poder de ella» (Versión Moderna). Retengamos este versículo en la mente mientras leemos Romanos 2.20 y avanzamos pacientemente en el análisis del mismo pensamiento. Para captar mejor la línea del pensamiento de Pablo será necesario comenzar la lectura en el versículo 17: «Tú tienes sobrenombre de judío instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad». Los dos pasajes nos presentan la misma palabra: «forma». Estas son las dos únicas instancias en todo el Nuevo Testamento donde aparece esta palabra. Si bien en español se emplea en otros pasajes, se traduce de otras palabras, pero la palabra morfosis, que significa «formación» más precisamente, sólo aparece en estas dos citas. Se refiere más bien a un proceso que a un evento concluido.
Cuando Pablo le dice a Timoteo: «En los postreros días vendrán tiempos peligrosos hombres que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella », señala un peligro que es más sutil que el propio ritualismo. Significa que en los últimos días los hombres poseerán la verdad misma que es el poder formativo de la piedad y que, sin embargo, lo negarán. Un hombre puede llegar a tener una apariencia piadosa, puede poseer la verdad, puede ser la persona más ortodoxa de la ciudad, y sin embargo negar la eficacia de ella.
Este es uno de los peligros de nuestros días. Consideremos al cristianismo en general. Existen miles de personas que pueden dar buenas razones para pertenecer a una iglesia, que tienen un cierto grado de pureza en sus vidas, que responden a las demandas de Jesucristo. Además parecen no sólo tener una apariencia exterior, sino que también se aferran firmemente a la verdad que es el poder que forma la iglesia. Sin embargo, sus vidas no están en correspondencia con la verdad que sostienen.
En este sentido, hay un elemento de peligro en nuestras convenciones y conferencias. No quisiera ser mal interpretado y restarles importancia. Doy gracias a Dios por la obra bendecida que se está realizando por medio de ellas. Hay hombres y mujeres que pueden enunciar todo el esquema, no sólo de la regeneración sino también de la santificación. Sin embargo, en su vida diaria, una vez separados de las multitudes de otros creyentes y estando ante la clara luz de los requerimientos divinos la única que puede revelar el verdadero carácter cristiano aparecen faltos y debe decirse que viven «negando la eficacia de ella» (Versión Moderna).
Digámosle a tales personas que lo importante no son nuevos planes y estrategias, ni la discusión de nuevos estatutos ni otros asuntos similares, sino un fuego al rojo vivo para purgar toda la escoria. Nos responderán: «¿En qué? ¿Acaso no tenemos la verdad? ¿No tenemos ya todos estos beneficios? ¿Acaso no somos fundamentales? ¿En qué?».
¿Qué es lo que está detrás de todo esto, y lo genera? Como en los días de antaño así también ahora, se ha perpetrado una corrupción del sacerdocio, se ha corrompido el pacto por parte de los maestros, quienes deberían habernos conducido a los asuntos más profundos de Dios.
¿En qué consiste el pacto de Dios? Si comparamos el capítulo 8 de Hebreos con Jeremías 31.31 en adelante, descubriremos que el pacto de Dios con su pueblo para esta dispensación es un avance sobre el antiguo pacto. Aquel era un pacto por el cual Dios estaba casado con su pueblo, y ellos debían guardar leyes exteriores, palabras escritas sobre tablas de piedra, mandamientos expresados para ser claramente oídos. La relación de casamiento debía mantenerse entre el pueblo elegido de Dios y Dios mismo en ese pacto, por medio de la obediencia a dichas leyes.
¿Qué es el Nuevo Pacto? Reza así: «Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré» (He. 8.10), y la relación del pueblo para con Dios en el nuevo pacto será por medio del nuevo nacimiento, con una verdadera afinidad y maravillosa identificación. Ya no estoy ligado a Dios por medio de la obediencia a una norma de conducta exterior, sino en la unión de un hijo para con su Padre, siendo renacido por su Espíritu. Esta ley no me es dada desde afuera sino que ha sido escrita en mi mente y en mi corazón.
¿No ha sido corrompido ese pacto? Mejor dicho, ¿no se ha corrompido el cristianismo? Si un hombre comienza a hablar acerca de la necesidad de una limpieza de la naturaleza por sangre y fuego para poder vivir en comunión con Dios, ¿cuántos responderán inmediatamente: «Estos son hechos imposibles»? Mientras los maestros corrompan el pacto enseñando un regreso al legalismo judaico, rebajando y diluyendo las tremendas demandas del nuevo nacimiento y de una vida verdaderamente espiritual, las personas continuarán complaciéndose en tener la forma mas negando el poder.
Existe, por lo tanto, una estrecha relación del mensaje de Malaquías y el espíritu de su época, con el espíritu que prevalece en nuestros días. Hubo una degradación del nivel de las demandas divinas por parte de los sacerdotes empleando esta última palabra en su sentido divino como el de mensajero de Dios. El pueblo se jactaba con demasiada frecuencia de la corrección de sus teorías de culto y de su super-ortodoxia. Sin embargo, en lo profundo de su propia naturaleza y ante los ojos del Dios que todo lo ve, sencillamente estaba «negando el poder».
Entremos solos en su presencia, en esa presencia que es luz, fuego y vida, y abandonemos la complacencia de una religión convencional. Digamos ante esa terrible presencia: «Oh, Dios, sálvame de tener sólo un punto de vista correcto. Guárdame de esa curiosidad que sólo desea saber por el hecho de conocer y que ha arruinado mi vida. Haz de mí y de mi carácter, lo que realmente quieres que sea».
Tomado y adaptado del libro ¡Me han defraudado! El mensaje del profeta Malaquías, G. Campbell Morgan, Editorial DCI – Hebrón.