Nadie profetiza en su tierra

“…Y el comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros. 22Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían ¿No es este el hijo de José? 23 El les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también en tu tierra. 24 Y añadió: De cierto os digo que ningún profeta es acepto en su propia tierra…” Lucas 4:21-24

Así como le ocurría a Jesús que no creyeron en él ni aún por sus propias obras, en su ciudad, así le sucede a muchos profetas que hoy tratan de llevar la palabra de salvación, y no solo les ocurre a ellos, sino que a: pastores, ministros evangelistas, tienen ese gran problema porque es suficiente que alguien sepa algún hecho de su pasado para que empiecen a decir “que vienes a predicarnos si tú fuiste tan pecador como yo”, pero el cambio de actitud hace que tú sigas al Señor, y él se pierda en las profundidades del abismo.

Y esto se lo he oído decir a más de uno y sobretodo a aquellos que no creen ni en su propia iglesia y se creen con el derecho de cuestionar al que logro la victoria sobre su anterior vida.

No muchos meses atrás una persona me comentaba de un pastor que conocíamos mutuamente y había visto con una joven hermana muy acaramelado y me decía que como podía ir él a predicar sino tenía un testimonio correcto, entonces le contesté que por ese ministro que cometió un error y se pudo haber arrepentido no debía descalificar a otros.

Y luego hoy que tuvieron una vida de pecado, delitos, y atacando su propia cuerpo con drogas y flagelos, y éstos cuando toman conciencia de su error siguen el camino del Señor, y cuando quieren predicarles a sus: amigos, vecinos, conocidos y familiares les dicen “¿Qué vienes tú a predicarnos a nosotros si te conocemos y sabemos lo que has sido en otros tiempos?” y se ven obligados a emigrar a lugares donde ellos son pocos conocidos aún llevando su propio testimonio y en donde le respetan por
haber logrado el triunfo del cambio.

Y por último a nosotros mismos que no estamos en un ministerio, nuestras familias nos desmerecen lo que hacemos por el Señor. Pues el mismo Jesús dijo en Mateo 6:4 — No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes y en su casa.

Jesús dijo esto porque sabía que sus hermanos de sangres dudaban de él y por eso también vemos en los versículos siguientes del 25 en adelante que el Señor no pudo realizar muchos milagros en esa ciudad.

Hermanos ve tú y predica, enseña, guíalos para salvación y si te dicen que no tienes autoridad, contéstale que la autoridad te la da el Señor Jesús, y está en el aceptarla en su corazón y si no te creen, sal de ese lugar, sacúdete el polvo y ve a otro, que a estos el Señor ya les tendrá su recompensa y tú te llevarás la corona de victoria.

El que tenga oído, oiga lo que Espíritu dice a las iglesias.

Oremos:

Padre en el nombre de Jesús te damos gracias Señor por la palabra de éste día demostrando que hay muchas personas que se fijan en el pasado de las personas que ministran y no en el futuro o la visión de la iglesia.

Señor amado bendice a estos hermanos y muéstrales el camino de la salvación. Amén.

Dios nos llamo, escogió que viviéramos en Su Reino, y ¿qué hacemos? Nos llamo a que llevásemos Su mensaje de salvación, y ¿qué hacemos? Dejamos que el diablo nos ponga dudas en nuestra mente, permitimos que los demonios nos descorazonen. Decimos: “Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?”

Al igual que Moisés tratamos de salirnos de lo que Dios tiene elegido para nosotros. Mirando a nuestro alrededor en este momento, aquí yo veo hombres más grandes que Moisés. Yo veo hombres y mujeres que son más que capaces de liberar a los hijos de Dios de la esclavitud. De guiar a los hijos de Dios hacia la Tierra Prometida que es el Reino de Dios.

Los estudios bíblicos nos indican claramente que no podemos preocuparnos de lo que vamos a decir o hacer. No puede existir duda que Dios nos usara, todo lo que tenemos que hacer es aceptar la responsabilidad que trae este territorio. Tenemos que estar dispuestos a que Él nos use tal como Él quiere usarnos. En realidad nosotros no sabemos de lo que somos capaces. Les puedo decir que cuando yo empecé en los caminos del Señor yo temía pararme enfrente de muchas personas y hablar. Las rodillas me temblaban, la voz se me iba, y la mayoría de las veces se me olvidaba lo que iba a decir. Pero algo milagroso sucedió, algo que yo no esperaba. ¡Dios me llamo!

Dios dijo: “Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.” Aquí Dios nos esta diciendo que Él nos envía. Déjenme decirles que esto fue todo lo que tomo para mí. Porque si Dios nos envía eso quiere decir que Él esta con nosotros. Y si Él esta con nosotros, entonces ¿quien puede estar contra nosotros? Nadie puede, no hay diablo, ni demonio, ni potestad, ni hombre. Dios esta con nosotros y nos esta contestando diciendo: “YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.”

Para concluir. Tenemos que aceptar las responsabilidades que los estudios bíblicos nos revelan. Tenemos que tomar los pasos para liberar el pueblo de Dios. No podemos estar preocupados de lo que va a suceder o como va a suceder. Él sabe lo que va a suceder y como va a suceder. Nosotros solamente tenemos que dejarnos ser guiados por Él y su divina presencia.

Todo lo que tenemos que hacer es llevar su mensaje. Al igual que hizo Moisés, tenemos que decirle al mundo cuando nos pregunten: “YO SOY me envió a vosotros.” Nosotros servimos al Dios todopoderoso y lleno de gracia. Cuando Él nos manda es porque Él sabe de lo que somos capaces. Él conoce nuestras habilidades mejor que nosotros mismos. ¿Si Él confía en nosotros, quienes somos nosotros para cuestionarle? Es tiempo de pararnos en firme y dejar de correr. Es hora de someternos a la voluntad de Dios.

© Jose R. Hernandez, 1999