Mc 16, 15-20 – Envío en misión. Final del Evangelio de Mc

38 Y él, instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, 39 buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 40 y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
41 Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; 42 se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. 43 Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. 44 Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia

San Juan Pablo II, papa

Discurso (28-03-1979): Verdadero sentido de la limosna

Discurso a los Jóvenes presentes en la Basílica de San Pedro
Miércoles 28 de marzo de 1979.

[…]

Precisamente a este amor, a la disponibilidad hacia el prójimo, hacía el otro —dimensión hoy tan congenial con la conciencia juvenil—, deseo aludir ahora, al proponer a vuestra atención el tercer ejercicio ascético que caracteriza el período cuaresmal, la limosna: «Arrepentíos y dad limosna» (cf. Mc 1, 15 y Lc 12, 33).

Al oír la palabra “limosna”, vuestra sensibilidad de jóvenes amantes de la justicia y deseosos de una equitativa distribución de la riqueza, podría sentirse herida y ofendida. Me parece poderlo intuir. Por otra parte, no creáis que sois los únicos en advertir semejante reacción interior; está en sintonía con la innata hambre y sed de justicia que cada hombre lleva consigo. También los Profetas del Antiguo Testamento, cuando dirigen al pueblo de Israel la invitación a la conversión y a la verdadera religión, indican la reparación de las injusticias hacia los débiles e indefensos, como camino real para el restablecimiento de una genuina relación con Dios (cf. Is 58, 6-7).

Sin embargo, la práctica de la limosna está recomendada en todo el texto sagrado, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; desde el Pentateuco a los Libros Sapienciales, desde el Libro de los Hechos a las Cartas Apostólicas. Pues bien, a través de un estudio de la evolución semántica de la palabra, sobra la que se han formado incrustaciones menos genuinas, debemos volver a encontrar el significado verdadero de la limosna, y sobre todo la voluntad y la alegría de dar limosna.

Limosna, palabra griega, significa etimológicamente compasión y misericordia. Circunstancias diversas e influjos de una mentalidad restrictiva han alterado y profanado en cierto modo su primigenio significado, reduciéndolo tal vez a un acto sin espíritu y sin amor.

Pero la limosna, en sí misma, se entiende esencialmente como actitud del hombre que advierte la necesidad de los otros, que quiere hacer partícipes a los otros del propio bien. ¿Quién diría que no habrá siempre otro que tenga necesidad de ayuda, ante todo espiritual, de apoyo, de consuelo, de fraternidad, de amor? El mundo está siempre muy pobre de amor.

Definida así, la limosna es acto de altísimo valor positivo, de cuya bondad no está permitido dudar, y que debe encontrar en nosotros una disponibilidad fundamental de corazón y de espíritu, sin la cual no existe verdadera conversión a Dios.

Aun cuando no dispongamos de riquezas y de capacidades concretas para subvenir a las necesidades del prójimo, no podemos sentirnos dispensados de abrir nuestro espíritu a sus necesidades y de aliviarlas en la medida de lo posible. Acordaos del óbolo de la viuda, que echó en el tesoro del templo sólo dos pequeñas monedas, pero juntamente todo su gran amor: «Esta echó de su indigencia todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21, 4).

Queridísimos, el tema es atrayente, nos llevaría lejos; lo dejo a vuestra reflexión. Os acompañen hacia la alegría pascual mi afecto, mi simpatía, mi bendición.

Santa Teresa de Calcuta, fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

Obras: Un Camino muy simple

«Aquellos han dado de lo que les sobraba, pero ella ha dado lo que necesitaba»

Debéis dar lo que os cueste alguna cosa. No basta con dar solamente eso de lo que podéis prescindir, sino también de aquello de lo que no podéis ni queréis prescindir, aquellas cosas a las cuales estáis atadas. Entonces vuestro don llegará a ser un sacrificio precioso a los ojos de Dios… A eso yo le llamo el amor en acto.

Todos los días veo crecer este amor, en los niños, en los hombres y en las mujeres. Un día bajaba yo por la calle; un mendigo se me acerca y me dice: «Madre Teresa, todo el mundo te hace regalos; también yo quiero darte alguna cosa. Hoy he recibido tan sólo veintinueve céntimos en todo el día y te los quiero dar.» Reflexioné un momento; si acepto estos veintinueve céntimos (que no valen prácticamente nada), él corre el riesgo de no poder comer nada esta noche, y si no se los acepto, le voy a dar un disgusto. Entonces, extendí la mano y cogí el dinero. Nunca jamás he visto sobre ningún rostro tanto gozo como en el de este hombre, por el mero hecho de haber podido dar algo a Madre Teresa ¡Se sintió muy feliz! Fue para él, que había mendigado todo el día bajo el sol, un enorme sacrificio el darme esta irrisoria cantidad con la que no se podía hacer nada. Pero fue maravilloso también porque estas pequeñas monedas, a las que renunciaba, llegaban a ser una gran fortuna porque habían sido dadas con tanto amor.

Benedicto XVI, papa

Mensaje: Jesucristo, siendo rico se hizo pobre.

Mensaje para la Cuaresma 2008.

4.  La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.

Más aún: san Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. “La caridad –escribe– cubre multitud de pecados” (1P 4,8). Como repite a menudo la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece a los pecadores la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.

5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona.

Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días que precedente inmediatamente a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos impulsa a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos.

¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.

6. Queridos hermanos y hermanas, [estamos invitados] a “entrenarnos” espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el apóstol san Pedro dijo al tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar” (Hch 3,6).

Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, este tiempo ha de caracterizarse por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor…


Uso litúrgico de este texto (Homilías)