Texto del evangelio Mt 7,21.24-27 – entrará en el Reino de los Cielos
21. «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
24. «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
25. cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
26. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
27. cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
Reflexión: Mt 7,21.24-27
Lo primero: al Reino de los Cielos se entra. No sabemos si este llega a nosotros o nosotros llegamos a él; en cualquier caso es irrelevante, porque lo importante es entrar. Ahora que no entra cualquiera. Hay una condición fundamental para entrar, la misma que no necesariamente la cumplen los piadosos, los orantes. No basta tener una vida dedicada a las acciones piadosas y la oración. Hay gente que lamentablemente le da demasiada importancia a esto, que siendo relevante, no es determinante. Nos lo dice el mismísimo Señor. Hace algunos meses trabábamos una gran discusión en la red con alguien que insistía mucho en las formas, concretamente cómo se debía recibir la comunión, si en la mano o en la boca. Y hay un grupo de cristianos que andan sumamente preocupados en recuperar las tradiciones y parece un tema importante, porque de ellas se derivan una serie de consecuencias respecto a nuestro comportamiento, que luego pueden influir en nuestras formas externas de manifestar la fe. Sin embargo ello no debe ser motivo de enfrentamiento y segregación, porque lo que es esencial, lo dice aquí el Señor, es hacer la Voluntad de nuestro Padre Celestial. No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
Es este principio fundamental el que debe zanjar toda discusión entre quienes se preocupan tanto por las formas o aquellos que creen que basta con dedicar toda la vida a la oración, aislándose del mundo. No negamos el valor que pueden tener cualquiera de estas u otras posiciones, pero lo que es central, lo que debemos ponderar adecuadamente es que estemos haciendo la Voluntad de Dios. Este discernimiento es fundamental en la vida del cristiano. Oír y hacer lo que Dios manda ha de ser la guía de nuestro proceder para entrar en el Reino de los Cielos, que es la razón de nuestras existencias. Esto último es IMPOSIBLE sin cumplir con la condición que el Señor establece. ¿Se trata de un capricho? ¡No! Es lo que nos conviene; es lo mejor que Dios ha podido darnos por amor. Si creemos en Dios, hemos de creer que el es nuestro Creador, que es Todopoderoso, omnipresente, omnipotente, principio y fin de todo cuanto existe, amor, luz, verdad y vida entre una infinidad de atributos que podríamos adicionar para señalar finalmente que Él es todo, lo sabe todo y está en todo. Siendo así, solo puede amarnos, tal como nos revela Jesucristo, por lo tanto solo puede querer nuestro bien. Él nos tiene preparado un lugar en el Reino de los Cielos, pero para entrar en el hay que hacer Su Voluntad. ¿Cuál es Su Voluntad? Como nos revela Jesús, que amemos a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Tal como sabiamente concluye San Agustín, podemos resumir este mandato en: ama y haz lo que quieras. No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
La condición es amar, en todo el sentido de la palabra. Pero amar es posiblemente el verbo más incomprendido y tergiversado del mundo, porque cada quien quiere darle su propia interpretación y alcance. Por eso viene Jesucristo y nos enseña con su vida en que consiste el amor. De este modo, quien quiera hacer la Voluntad de Dios, tiene que amar y a amar, como se debe, nos lo enseña Cristo, por eso dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Ser el Camino hace alusión directa y concreta en primer lugar a que no hay otro camino, es el único. No depende de cada quien; no es relativo, ni se ajusta a nuestros criterios, preferencias o valoraciones. Solo hay Un Camino y este es Jesús. ¿Qué quiere decir que sea el Camino? Entre otras cosas, que hemos de seguirlo, haciendo lo que Él hace, lo que conocemos como configurarnos con Él, mimetizarnos con Él, hacernos uno con Él. Esto es pensar como Él, vivir como Él, actuar como Él. Jesús es nuestro modelo. La síntesis de Su vida y Su amor la encontramos en la Cruz, por eso encontramos una Cruz en cada templo, por eso usamos crucifijos y ponemos una cruz en cada hogar, cada reciento, cada montaña…para no olvidarnos de nuestra misión, de nuestro modelo, de lo que debemos hacer. La cruz nos recuerda que debemos amar como Cristo nos amó, hasta ese extremo, de ser necesario. Esa es la Voluntad del Padre y por lo tanto esa es la llave –la condición-, para entrar al Reino de los Cielos. No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
De aquí se desprende, consecuentemente, que debemos conocer a Jesús. Puesto que si hemos de seguirle y hacer lo que Él hace, será imposible si no lo conocemos. Para conocerlo está la Biblia y dentro de ella principalmente los Evangelios que son la Palabra de Dios. Esta es precisamente la Buena Noticia que encontramos en ellos: Dios nos ama, porque es nuestro Padre Creador y quiere que vivamos eternamente en el Reino de los Cielos, para lo que ha enviado a Su Hijo a Salvarnos, mostrándonos el Camino, que es posible transitar para quien cree en Él. Creamos, por lo tanto, vivamos como Cristo nos manda y entraremos en el Reino de los Cielos. Esta es la Buena Noticia que tenemos la obligación de difundir. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Por amor. El que ama, quiere lo mejor para el ser amado. No hay nada mejor que esta noticia. Hay que proclamarla y difundirla. Hay que vivir como Dios nos propone y San Agustín interpreta tan sabiamente: ama y haz lo que quieras. Finalmente una última reflexión. Realmente amar es hacer la Voluntad del Padre, pero no puede estar librado tan solo a nuestro voluntarismo, a nuestra capacidad, es Gracia que debemos pedir a Dios. Él la hace posible, porque para Dios no hay nada imposible. Por lo tanto, bien visto, lo tenemos todo servido en bandeja de plata. Solo tenemos que hacer la Voluntad de Dios, para lo que Él mismo nos ayuda, si creemos en Él y lo manifestamos haciendo lo que nos manda. No estamos solos en este esfuerzo, no estamos librados a nuestra suerte, sino que tenemos el mejor apoyo, la mejor ayuda que podíamos imaginar, para hacer lo que debemos. No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
Oremos:
Padre Santo, te damos gracias por habernos amado tanto y te pedimos que nos ayudes a Creer y Amar como Cristo mismo nos ha enseñado, para entrar un día en el Reino de los Cielos…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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