Más que espectadores

por Christopher Shaw

Si no creamos oportunidades para que la gente vea, escuche, toque, contemple, dialogue y reflexione, tal como se relacionaron los Doce con Jesús, no tenemos derecho a esperar más de ellos que la simple asistencia a las reuniones.

En su primera carta, el apóstol Juan abre con una explicación del motivo que lo impulsa a escribirla: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que han tocado nuestras manos, esto escribimos acerca del Verbo de vida» (1Jn 1.1).

 

Observe cuál es el interés de Juan. Quiere compartir acerca del Verbo de Vida, pero no se trata de la descripción fría del disertante académico. Su deseo es hablar de lo que vivió a la par de Jesús, de lo que descubrió cuando lo tocó, lo escuchó, lo vio y lo contempló.  No habla «de oídas», sino de lo que experimentó, con todo su ser, en la aventura de caminar con el Hijo del hombre.

 

Resulta imposible dejar de notar el marcado contraste que se observa entre esta imagen y la crónica pasividad por la que se caracterizan la gran mayoría de los eventos en el ámbito de la Iglesia hoy. De las dinámicas implícitas en el oír, ver, contemplar y palpar, hemos pasado a una postura de absoluta inacción: sentarse a escuchar. El primer modelo encierra movimiento, conversaciones, risas, intercambios, intimidad, confusión, preguntas. El segundo agobia bajo el peso del silencio y la quietud.

 

La dificultad no radica en el silencio y la quietud. En lo personal, soy amante de los espacios y los momentos en los que puedo disfrutar con plenitud del sosiego. El problema, más bien, reside en suponer que el silencio y la quietud son los caminos más apropiados para estimular el aprendizaje y la transformación. No tenemos más que reflexionar sobre nuestra propia trayectoria para darnos cuenta de que las lecciones más preciosas de la vida resultaron de experiencias vividas. En algunos casos esas experiencias las estimuló un principio abstracto que intentamos probar en el ámbito de la vida real. Nadie, sin embargo, alcanza la trasformación por el sencillo hecho de almacenar datos en la cabeza.

 

No obstante, no logramos quebrar la modalidad alrededor de la cual giran nuestros eventos. En su gran mayoría proponen que una o dos personas realicen actividades mientras el resto nos dedicamos a mirar y escuchar.

 

No me cabe duda de que la obsesión de nuestra cultura con la industria del espectáculo a intensificado nuestra tendencia a ser espectadores pasivos. Pasamos horas, cada día, mirando películas, noticieros, deportes o alguno de los interminables shows que ofrece la televisión. Y cuando asistimos a las celebraciones de nuestra comunidad de fe, nuestra participación es similar: Nos sentamos y escuchamos.

 

¿Será esta una de las razones por las que vemos tan pocas vidas transformadas como fruto de nuestros ministerios? Si no creamos oportunidades para que la gente vea, escuche, toque, contemple, dialogue y reflexione, tal como se relacionaron los Doce con Jesús, no tenemos derecho a esperar más de ellos que la simple asistencia a las reuniones.

 

Ya es hora de que nos atrevamos a recorrer otros caminos. El intercambio de vida, que tanto anhelamos se puede producir a través de una diversidad de caminos. Es mi más sincera oración que usted se anime a explorar algunos de ellos.