22 porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
23 Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. 24 Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. 25 ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sobre el Evangelio de San Juan: Camino de cruz, camino de gloria
«Si alguien quiere servirme, que me siga» (Jn 12,26)
116, 171-172
«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado» (Jn 12,23). Se acerca la hora, dice Jesús, en que seré glorificado ante la mirada de todo el mundo… Y añade: «Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.» … Después de estos anuncios que se referían a él, Jesús exhorta a los discípulos a seguirlo: «Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.» Así que, no os tiene que escandalizar mi pasión ni haceros dudar de mis palabras que serán confirmadas por los acontecimientos, sino que tenéis que estar dispuestos a padecer vosotros los mismos sufrimientos para dar los mismos frutos. Porque aquel que se preocupa de su vida terrena y no quiere aceptar las pruebas, la perderá en el mundo venidero, mientras que aquel que no retiene su vida de aquí bajo y acepta los sufrimientos que se presentan, recogerá mucho fruto…
Luego, el Señor añade: «Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo.» Pero, uno podría añadir y preguntarle: ¿qué ganarán los que sufren contigo? Jesús responde: «Dónde estoy yo estará también mi siervo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.» Aquel que participa en mis sufrimientos tendrá parte en mi gloria; estará para siempre conmigo en el mundo venidero y participará en el gozo del reino de los cielos. Así honrará mi Padre a aquellos que me habrán servido fielmente.
Sobre la triple gloria de la Cruz: Melodía de la Cruz
«Toma tu cruz cada día y sígueme» (cf. Lc 9,23)
n. 3,5.6.7.9
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Por la gracia de Cristo, el mundo, es decir, las concupiscencias del mundo están crucificadas, mortificadas, extinguidas, de forma que no reinen en mí ni me dominen ni me arrastren en pos de sí; y yo al mundo, por los males que tolero.
Para que el mundo esté crucificado para nosotros y en nosotros, y nosotros para el mundo, el Señor nos amonesta con estas palabras: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, esto es, crucifique en sí al mundo, y cargue con su cruz, es decir, crucifíquese para el mundo. Pues lo mismo es que el mundo esté crucificado para sí que negarse a sí mismo, y tanto da estar crucificado para el mundo como cargar con la cruz. Si ya resulta difícil renunciar a nuestros planes, es decir, a los proyectos largamente acariciados, mucho más difícil es negarse a sí mismo, esto es, renunciar a la propia voluntad. Lo cual es, no obstante, necesario, si queremos seguir a Cristo. El soldado de Cristo debe, en efecto, renunciar a su propia voluntad en pro de la voluntad de otro, y no sólo debe abandonar una voluntad mala por una buena, sino incluso su propia buena voluntad por la voluntad buena del otro.
Y cargue con su cruz, es decir, tolere lo amargo y lo duro por la justicia y la verdad. Esta es la enseñanza de Cristo: huir los placeres de la vida y vivir austeramente. Sabéis de sobra, hermanos, que, en la cítara, la cuerda se tiende flanqueada por dos listones de madera, pero para que suene bien antes debe secarse. Así también, nuestro citarista David secó en el desierto, al calor del sol, la cuerda de su carne, ayunando cuarenta días con sus cuarenta noches. Y entonces, perfectamente seca, la extendió en la cruz, la tocó con los dedos del amor, entonó un cántico de amor, moduló la voz de la compasión y prometió un acorde de misericordia, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Oh qué gran benignidad la del benignísimo Jesús, que en semejante trance tan benignamente oró por tan malignos enemigos!
Diario del Alma: Orar especialmente por quienes me hacen sufrir
«Qué tome su cruz cada día» (Lc 9,23)
Retiro en Rusciuk el año 1930
El amor a la cruz de mi Señor, me atrae cada vez más estos días. ¡Jesús bendito, que esto no sea un fuego de paja que se apague con la primera lluvia, sino un incendio que arda sin consumirse jamás! He encontrado estos días otra bella oración que corresponde muy bien a mis condiciones espirituales: «Oh Jesús, mi amor crucificado, te adoro en todos tus sufrimientos… Abrazo con todo mi corazón, por amor a ti, todas las cruces de cuerpo y espíritu que me llegarán. Y hago profesión de poner toda mi gloria, mi tesoro y mi satisfacción en tu cruz, es decir en las humillaciones, privaciones y sufrimientos, diciendo con Santo Pablo: «qué jamás me vanaglorie, si no en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14). En cuanto a mí, no quiero otro paraíso en este mundo que la cruz de mi Señor Jesucristo «… Todo me hace pensar que el Señor me quiere todo para él, en el «camino real de la santa cruz». Y es por este camino, y no por otro, que quiero seguirlo…
Una nota característica de este retiro, ha sido una gran paz y una gran alegría interior, que me dan el coraje de ofrecerme al Señor para todos los sacrificios que quiera pedir a mi sensibilidad. De esta calma y de esta alegría, quiero que todo mi ser y toda mi vida estén siempre penetradas, por dentro y por fuera… Cuidaré de guardar esta alegría interior y exterior…
La comparación de San Francisco de Sales que me gusta repetir, entre otras: «Estoy como un pájaro que canta sobre un matorral de espinas», debe ser una invitación continua para mí. Por tanto, pocas confidencias sobre lo que puede hacer sufrir; mucha discreción e indulgencia juzgando a los hombres y las situaciones; me esforzaré por rezar especialmente por los que me hacen sufrir; y luego en toda cosa una gran bondad, una paciencia sin límites, acordándome de que otro sentimiento… no está conforme con el espíritu del Evangelio y de la perfección evangélica. Desde el momento que hago triunfar la caridad cueste lo que cueste, quiero pasar por un hombre cualquiera. Me dejaré atropellar, pero quiero ser paciente y bueno hasta el heroísmo.
Discurso: La Pasión de Cristo, signo del amor de Dios
«Que me siga» (Mc 8,34)
Primera serie, 71-74
El Señor entregó a su propio Hijo a la muerte en cruz a causa del ardiente amor por la creación… No porque no hubiera podido rescatarla de otro modo, sino porque ha querido manifestar así su amor desbordante, como una enseñanza para nosotros. Por la muerte de su Hijo único nos ha reconciliado consigo. Sí, si hubiera tenido algo más precioso, nos lo habría entregado para que volviéramos enteramente a él.
A causa de su gran amor hacia nosotros, no quiso violentar nuestra libertad, aunque hubiera podido hacerlo. Antes bien prefirió que nosotros nos acercáramos a él por amor.
A causa de su amor por nosotros y por la obediencia a su Padre, Cristo aceptó gozosamente los insultos y la aflicción… De la misma manera, cuando los santos llegan a su plenitud, desbordando de amor por los demás y por la compasión hacia todos los hombres, se parecen a Dios.
Homilía: El camino que conduce a Cristo a su gloria
«Estamos subiendo a Jerusalén» (Mt 20,18)
4, sobre la Pasión: PG 89, 1347
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen» (Mt 20,18). Esto que decía, estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén… Nosotros comprendemos también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la Pasión; porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas estas, que sólo las conoce Él y aquellos a quienes Él se la revela; Él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que «el Espíritu sondea la profundidad de los misterios divinos» (1 Co 2,10).
«El Mesías, pues, tenía que padecer» (Lc 24,26): y su Pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres «sin inteligencia» y «cortos de entendimiento» a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria (Lc 24,25). Porque Él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella «gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese» (Jn 17,5). Y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la Pasión, y que había de ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta de san Pablo:»que Él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos»(He 2,10).
Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, San Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que «manaría como un torrente de las entrañas del que crea en Él. Todavía no se había dado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado (Jn 7,38-39). Aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor en la oración que dirige al Padre antes de su Pasión, le pide que lo glorifique con aquella «gloria que tenía junto a Él, antes que el mundo existiese».
Sermón: Ayunar por humildad
«Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que está en lo escondido…» (Mt 6, 17
para el Miércoles de ceniza, 9-2-1622. X, 185
La segunda condición es no ayunar por vanidad sino por humildad, pues si nuestro ayuno lo hacemos sin humildad no será agradable a Dios.
Preparaos a ayunar con caridad, pues si lo hacéis sin ella será vano e inútil, ya que el ayuno es como todas las otras obras buenas, si no se hace con caridad y por caridad, no agrada a Dios.
Cuando os disciplináis, cuando hacéis mucha oración, si no tenéis caridad, todo eso no es nada. Aunque obraseis milagros, si no tenéis caridad, de nada os aprovecharán.
Porque todas las obras, pequeñas o grandes, por buenas que sean, no valen ni nos aprovechan si no están hechas en la caridad y por la caridad. Y digo lo mismo: si vuestro ayuno va sin humildad, de nada vale y no puede ser agradable a Dios.
Porque si no tenéis humildad, no tenéis caridad y si estáis sin caridad también estáis sin humildad; ya que es imposible tener caridad sin humildad, sin ser humilde; y ser humilde no se puede sin tener caridad; estas dos virtudes tienen una correspondencia y coinciden de tal forma que no pueden jamás ir la una sin la otra.
Y ¿qué es eso de ayunar con humildad? Es no ayunar por vanidad; y ¿cómo se ayuna con vanidad? Ayunando a nuestro capricho y no como los otros quieren. Ayunando como nos gusta y no como se nos manda o aconseja. Habrá algunas que quieren ayunar más de lo conveniente y otras que no quieren ayunar lo mandado. Y ¿quién hace esto sino la vanidad y la propia voluntad? Porque todo lo que viene de nosotros, nos parece lo mejor.
Pongámonos la mano en el corazón y veremos que lo que viene de nosotros, de nuestros propio parecer, gusto o elección lo estimamos y nos gusta más que lo que nos viene de otro. Tenemos en ello cierta complacencia, que nos facilita las cosas más arduas y difíciles y esta complacencia es casi siempre vanidad.
Imitación de Cristo: En la cruz está la salud, la vida, la defensa de los enemigos
«El que quiera venir detrás de mí que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23)
Libro II, capitulo 12
Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a Jesús.
Pues que así es, ¿por qué teméis tomar la cruz, por la cual se va al reino? En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la cruz. Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna. El vino primero y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la lleves, y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El.
Y si fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz. Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá el prójimo: lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado, ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere.
Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo, y que te sujetes del todo a El, y te hagas más humilde con la tribulación. Así que la cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que estuvieres, porque dondequiera que huyas, llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior, y merecer perpetua corona.
El Gozo del Don: Solo muriendo contigo podremos resucitar
«Que cada día tome su cruz y me siga» (Lc 9,23)
Señor, que tu crucifixión y tu resurrección nos enseñen a afrontar las luchas de la vida cotidiana y a atravesar las angustias de la muerte a fin de que vivamos una vida más plena y más creadora. Paciente y humildemente has aceptado los fracasos de la vida humana, como son los sufrimientos de tu crucifixión. Ayúdanos a aceptar las penas y las luchas que nos trae cada día como ocasiones de crecer y asemejarte mejor. Haznos capaces de afrontarlas pacientemente y con valentía, con plena confianza en tu protección. Haznos comprender que no llegaremos a la plenitud de la vida si no es a través de una incesante muerte de nosotros mismos y de nuestros deseos egoístas, porque es solamente muriendo contigo que podremos contigo resucitar.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Cuaresma: Jueves después de Ceniza