LA USURPACIÓN AL UNGIDO

“Entonces, Adonías hijo de Haguit se rebeló, diciendo: Yo reinaré. Y se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante de él” (1 R. 1:5).

Introducción

Aun los ungidos envejecen y se hacen parte de la generación que está por terminar. David no fue la excepción. Su tiempo también le llegó (1:1). Una doncella llamada Abisag, fue buscada para ofrecerle calor y cuidar de él (1:2–4).

Aprovechándose de la ancianidad del ungido, su hijo, Adonías, se auto proclamó rey (1:5); siendo apoyado por Joab y el sacerdote Abiatar (1:7). El sacerdote Sadoc, Benaía, el profeta Natán, Simei y Rei, la cúpula del ungido y gente sabia de su gobierno, no le dieron su voto de confianza a Adonías (1:8). En una reunión o banquete, Adonías invitó a un grupo selecto, pero dejó fuera a Benaía, a Natán, a Salomón y a otros líderes importantes (1:9–10).

Natán se introduce en la historia como una influencia espiritual en la vida de Betsabé que hace que ella reclame el derecho al trono de David para su hijo Salomón (1:11–14). Ella tomó su consejo (1:15–21) y con el apoyo del profeta Natán logró su objetivo ante el rey (1:22–27).

  1. La rebelión

“Entonces Adonías, hijo de Haguit se rebeló, diciendo: Yo reinaré Y se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante de él” (1:5).

Muchos ungidos llegarán a la tercera edad ocupando posiciones y sirviendo desde la plataforma del servicio ministerial. David fue un ungido que llegó hasta el final en el ejercicio de su función.

Los achaques de “viejo” se hicieron presentes en el físico del ungido rey. Leemos: “le cubrían de ropas, pero no se calentaba” (1:1). Una hermosa virgen sunamita, llamada Abisag, fue la seleccionada para tan especial tarea (1:2–3).

Es importante leer: “Y la joven era hermosa; y ella abrigaba al rey, y le servía, pero el rey nunca la conoció” (1:4). No era una compañera sexual, sino una ayuda personal. El ungido fue un anciano serio y respetuoso. Se deduce que en lo moral terminaba bien su ministerio. ¡Lo nuevo calentaba a lo viejo!

Aprovechándose de la ancianidad de su padre, Adonías hijo de Haguit, su cuarto hijo (1:5; cp. 2 S. 3:5); que después de Absalón, sería el príncipe heredero, buscó adelantar el propósito en su vida, auto proclamándose rey.

Adonías “se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante de él” (1:5). Con sagacidad, astucia y pompa Adonías presentaba una “vitrina” de poder y reconocimiento.

Se quiso proclamar a sí mismo como el ungido: “Yo reinaré” (1:5). Buscó y pretendió ponerse en una posición donde Dios no lo había puesto, ni lo había confirmado. ¡Dios pone en ministerio, uno no se pone! ¡Dios es el que llama, uno no se llama!

Adonías no tenía el derecho de reclamar el reino por sucesión, ya que esa tradición no estaba establecida, y ya se le había profetizado a Salomón (1 Cr. 22:9, 10; 28:4–7).

Leemos: “Y su padre nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así? (1Ki 1:6). Al igual que Absalón, se le describe de “muy hermoso parecer” (1ki 1:6). Muchos son hermosos por fuera, pero feos por dentro. Hermosos para el mundo y feos ante Dios. Adonías se retrata como un personaje “engreído”, como “un niño mimado” que siempre se salía con la suya.

Los ungidos tienen que tener cuidado con esos “engreídos” o “mimados” en el ministerio, que se aprovechan de su cercanía y favor con ellos, para tomar ventajas personales.

Los ungidos tienen que corregir a esos hijos en el ministerio que representan una cosa por fuera y por dentro son otra. Aunque cause tristeza al ungido, este tiene que corregir y controlar a los “hijos de la visión”, para que no se dañen o dañen la visión.

Joab, el general del ejército de Israel, anciano también, primo del ungido rey, se confabuló con el sacerdote Abiatar para apoyar el reinado de Adonías (1:17). Otra vez emerge la figura “dictatorial” y el carácter “enfermizo” de Joab. Este siempre fue “la migraña” del ungido. Lo ayudaba, pero lo metía, en demasiados líos, de administración. El ungido se tiene que cuidar de los que buscan estar del bando que parece ganar.

Leemos: “Pero el sacerdote Sadoc y Benaía hijo de Joiada, el profeta Natán, Simei, Rei y todos los grandes de David, no seguían a Adonías” (1:8). Un líder “grande” hace que sus líderes sean también “grandes”. David tenía con él, los fieles y los que no negociaban su compromiso y fidelidad.

Adonías era seguido de una minoría insatisfecha, hambrienta de poder, envidiosos de prestigio; que estaban dispuestos a seguir a un hombre, pero no a una visión. Este tenía a la minoría. David tenía a la mayoría.

  1. El consejo

“Entonces habló Natán a Betsabé madre de Salomón, diciendo: ¿No has oído que reina Adonías hijo de Haguit, sin saberlo David nuestro señor?” (1:11).

El profeta Natán es el héroe de esta situación, el consejero de Betsabé. Este le presentó a esta la inquietud sobre Adonías y la aconsejó a actuar. De Adonías llegar al poder, Betsabé y Salomón, estarían en peligro de muerte. La carne busca matar al espíritu. El carnal desea eliminar al espiritual. La ley ataca la gracia.

Natán le declara a Betsabé: “Ven pues, ahora, y toma mi consejo, para que conserves tu vida, y la de tu hijo Salomón” (1:12). Luego le aconsejó presentarse al rey, hacer el reclamo por su hijo Salomón (1 Cr. 22:8–13).

Betsabé llegó ante el anciano ungido y le contó todo. Le recordó de su juramento a favor de Salomón (1:17). Le informó que sin él saberlo, Adonías se autoproclamó rey (1:18). Le habló del banquete que hizo y de los que excluyó (1:19). Le pidió al ungido que nombrara oficialmente a Salomón como su heredero al trono (1:20).

Adonías no era un defensor de la unidad. Todo el que incluye a algunos y excluye a otros es enemigo de la unidad. En Hechos 2 aprendemos que la doctrina une, lo que separa son los dogmas. Uniformidad no es unidad. En la unidad hay tolerancia y aceptación.

Leemos: “De otra manera sucederá que cuando mi señor el rey duerma con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos tenidos por culpables” (1:21). Natán se lo profetizó y ella creyó al profeta. El problema de muchos ungidos es que no hacen provisión de quién les ha de suceder. Trabajan y ministran como si nunca se fueran a morir.

III. La intermisión

“Mientras aún hablaba ella con el rey, he aquí vino el profeta Natán” (1:22).

El profeta Natán después de ser presentado, saludó al rey y le declara: “Rey señor mío, has dicho tú: Adonías reinará después de mí, y él se sentará en mi trono?” (1:24).

Luego le habló del banquete ofrecido por Adonías, y como invitó a los hijos del rey, a los capitanes del ejército y al sacerdote Abiatar y que allí dijeron: “¡Viva el rey Adonías!” (1:25). También le informó de quiénes fueron considerados non gratos al banquete (1:26).

Volvió a preguntarle “¿Es este negocio ordenado por mi señor el rey, sin haber declarado a tus siervos quién se había de sentar en el trono de mi señor el rey después de él?” (1:27).

Natán estaba sobre avisando al ungido de un plan que venía en desarrollo. La proclamación de Adonías como rey no era un decreto salido del palacio. Era una conspiración por el poder. Su proclamación era inspirada por la carnalidad y no por la providencia divina. Nacía del orgullo y egoísmo humano.

Los profetas de Dios como Natán son custodios del propósito de Dios, vigilan con celo de Dios, que la voluntad humana no se imponga sobre la voluntad divina. Estos cuidan la visión futura del ungido, abogando a favor de los que la pueden tomar, dañar y afectar.

Conclusión

(1) El ungido tiene que corregir a los “engreídos” y “mimados” en el ministerio, que son unos oportunistas. (2) El ungido tiene que cuidarse del espíritu de Adonías que no promueve la unidad, sino la separación. (3) El ungido debe escuchar a los profetas de Dios que cuidan de la visión.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (306). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.