LA ORDEN DEL UNGIDO

“Y el rey mandó a Joab, a Abisai y a Itai, diciendo: Tratad benignamente por amor a mí al joven Absalón. Y todo el pueblo oyó cuando dio el rey orden acerca de Absalón a todos los capitanes” (2 S. 18:5).

Introducción

El capítulo 18 de 2 Samuel describe la muerte del príncipe Absalón. David organizó su ejército en tres divisiones, y al frente de cada división puso a sus dos sobrinos Joab y Abisai e Itai geteo (18:1–2).

Al deseo del ungido de ir a la guerra, sus hombres le pidieron que no fuera (18: 2–4). No obstante pidió que a Absalón lo trataran bien (18:5). ¡Amaba a su hijo!

Ya en el campo de batalla con unas veinte mil bajas entre combatientes (18:6–8), Absalón huyendo en su mulo, quedó trabado con su largo cabello en una gran encina (18:9). Joab fue avisado sobre esto, llegó al lugar le clavó tres dardos al corazón, y le ordenó a sus diez escuderos que le dieran muerte (18:10–15).

Por orden de Joab la guerra se detuvo y Absalón fue echado en un hoyo en el campo, que se cubrió con piedras (18:16–17), que contrastaba con la columna que había levantado en el valle del rey o torrente de Cedrón entre Jerusalén y el monte de los Olivos (18:18). Sin los honores de un príncipe, como un enemigo cualquiera terminó en una fosa común el príncipe Absalón.

  1. La organización

“David, pues, pasó revista al pueblo que tenía consigo, y puso sobre ellos jefes de millares y jefes de centenas” (18:1).

El ungido conocía el principio de organizar al pueblo para el cumplimiento de una tarea. Él personalmente “pasó revista al pueblo que tenía consigo”. Los supervisó, evaluó y seleccionó para la guerra.

Hoy día, la temática de la guerra espiritual, no solo es sensación religiosa sino tema de mercadeo. Los cristianos también tienen sus “fiebres espirituales” y las editoriales, distribuidores y libreros se encargan de que las mismas se mantengan.

La guerra espiritual siempre ha sido una acción combativa de la iglesia. Las tácticas y logísticas varían, pero el principio siempre es el mismo. ¡Guerrear es un compromiso espiritual!

Muchos se entusiasman con la “guerra espiritual”, la resumen en marchas, conciertos y gritos de combate, carentes de unidad, de sometimiento, de entrega espiritual y de apoyo económico a la obra de Dios. Más que soldados en la guerra, son niños y niñas escuchas. Juegan más a la “guerra espiritual”, que pelear en la misma.

David estaba convencido que esta guerra contra Absalón, no era el juego de niños. Ese pueblo tenía que ser organizado. Él solo no los podía dirigir, los organizó en millares y centenas y jefes sobre estos, y sobre los jefes de millares puso a Joab, Abisai y a Itai geteo (18:2).

  1. La participación

“Y dijo el rey al pueblo: Yo también saldré con vosotros” (18:2).

El ungido no es uno que manda, sino que va. Es fácil delegar en otros, cuando uno no es capaz de hacer algo. David nunca delegaba algo que él mismo no fuera capaz de poder realizarlo.

Sobre los tres comandantes David quería supervisar el operativo militar. Para el pueblo la participación del ungido en el campo de batalla no era lo más recomendable.

Leemos: “Mas el pueblo dijo: No saldrás; porque si nosotros huyéremos, no harán caso de nosotros, y aunque la mitad de nosotros muera, no harán caso de nosotros, mas tú ahora vales tanto como diez mil de nosotros. Será, pues, mejor que tú nos des ayuda desde la ciudad” (18:3).

El líder vale mucho, y debe ser cuidado del peligro. El pueblo era consciente que si se les perseguía, o la mayoría eran muertos en batalla, no sería tanta la pérdida si se comparaba con lo que le pudiera ocurrir al ungido.

Al ungido se le necesitaba dando dirección al pueblo con la visión. Mientras viva el visionario vivirá la visión. Aunque si algo le pasa Dios le transferirá la visión a otro. David no tenía que probarse nada así mismo, ni nada al pueblo que lo conocía. El buen maestro deja solo al alumno, pero se queda a su disposición.

Muchos ungidos se queman o funden antes de tiempo, porque sus subalternos los quieren presentes en todos lados. Se les tiene que considerar su derecho a estar ausentes de muchos compromisos y tareas. Necesitan espacio psicológico.

A lo sugerido por sus hombres, David respondió: “….Yo haré lo que bien os parezca…” (18:4). El ungido supo prestar atención al cuidado y preocupación de sus subalternos. Les hizo caso. No se rebeló contra lo que convenía a su vida, y a la visión. El diablo puede utilizar nuestra propia terquedad e inflexibilidad para arruinar el plan y el propósito divino para con nosotros. Hay que escuchar esas voces que se preocupan por nosotros. Los que velan por nuestra seguridad y estabilidad. La voluntariedad es dañina y perjudicial.

No siempre los deseos del ungido, es lo que el pueblo sabe que más le conviene. Al ungido se le dijo: “no harán caso de nosotros, mas tú ahora vales tanto como diez mil de nosotros. Será pues mejor que tú nos des ayuda desde la ciudad” (18:3).

¿Qué hizo el ungido? Se puso de acuerdo con lo propuesto por sus hombres: “Yo haré lo que bien os parezca. Y se puso el rey a la entrada de la puerta, mientras salía todo el pueblo de ciento y de mil en mil” (18:4). Su función fue organizar delegar y supervisar a sus tropas. El líder de éxito es el que se sabe multiplicar en sus subalternos.

III. La petición

“…Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón” (18:5).

El ungido habló a sus tres generales, Joab, Abisai e Itai, a quienes les encargó encarecidamente la seguridad de Absalón. Ellos eran responsables de su orden.

Absalón había dado orden de matar a su hermano Amnón, el primogénito del rey David, que al igual que Quileab, su segundo hijo, Absalón, el tercero, Adonías el cuarto, e Itream, el quinto, nacieron en Hebrón (3:2–5). Luego en Jerusalén le nacieron otros hijos llamados. Samúa, Sobab, Natán, Salomón, Ibhar, Elisúa, Nefeg, Jafía, Elisama, Eliada y Elifelet (5:13–14). Además de las hijas tenidas. En total dieciséis hijos varones.

Absalón, era el hijo de Maaca, cuyo padre era Talmai, rey de Gesur (3:3). De ahí el que Absalón después de vengar con la muerte de Amnón, la violación de Tamar se fue a Talmai, hijo de Amiud, rey de Gesur (13:38). Allí se refugió con su abuelo y bisabuelo.

Los sentimientos del ungido estaban muy atados a su hijo Absalón: “Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón” (18:5). Esa era la razón principal por la cual el ungido no podía participar activamente de este operativo militar.

Cuando el ungido pone a la familia por encima de la visión. Y compromete su actuación pública por favorecer a sus hijos puede poner en una situación difícil a sus subalternos. David no estaba pensando como un ungido visionario, sino como un padre. Ir a la batalla hubiera significado interpretar los problemas por sentimientos y emociones y no por un razonamiento claro.

En el bosque de Efraín, las tropas rebeldes de Absalón, atacaron a las tropas fieles del ungido, dándose un saldo de veinte mil hombres (18:6). La batalla fue recia y sus efectos nacionales (18:7).

Absalón en el bosque, mientras montaba su mulo, se encontró con los fieles del ungido, y mientras huía de ellos, su largo cabello se le enredó en un árbol de encima, desmontándose accidentalmente de su mulo y quedándose colgado por su pelo (18:9).

Un siervo de David avisó a Joab y este le reprendió por no haberle dado muerte a Absalón (18:10–11), y aun lo hubiera recompensado. A lo que el hombre le recordó la orden dada por el ungido (18:12), además de que él no traicionaría al rey (18:13).

Joab le contestó: “No malgastaré mi tiempo contigo” (18:14). Acto seguido le tiró tres dardos al corazón de Absalón, su primo, quien continuó vivo y le ordenó a sus diez escuderos darle muerte (18:15).

Con el toque de trompeta detuvo a sus tropas de perseguir al ejército de Israel (18:6). En el mismo bosque cavaron un hoyo, echaron el cadáver de Absalón y lo cubrieron con piedras (18:7). Lo enterraron en una fosa común sin pompa funeraria y sin honores de príncipe.

Muchas veces los fieles al ungido tendrán que tomar decisiones raras, que no les agradarán y que el ungido desaprueba, pero que el tiempo justificará como sabias y prudentes. Con la muerte de Absalón se detuvo la guerra, la nación dividida se reunificó y el trono le regresó al ungido.

Absalón era el problema, era la causa de todo mal que ocurría, era el que quería matar al ungido y a su visión. Con su muerte ya se podía tocar la trompeta de la paz y de la victoria.

David nunca hubiera eliminado a Absalón. Ese problema él no lo podía resolver. Es más, lo hubiera mantenido por mucho tiempo. ¡La sangre pesa más que el agua!

Lo último que se nos dice de Absalón, que por no tener hijo, levantó en el valle del rey, una columna para perpetuar su memoria, llamada Columna de Absalón (18:18). Cuando se visita a Israel, en el valle de Josafat o torrente de Cedrón, hay un monumento, probablemente de la época macabea, que se le conoce como “El pilar de Absalón”. En la edad media los padres judíos con sus hijos les arrojaban piedras y decían: “Absalón, hijo rebelde”.

Conclusión

(1) El ungido para ganar la guerra se tiene que organizar. (2) El ungido no siempre tendrá que hacer las cosas, las debe delegar. (3) El ungido muchas veces no está apto para tomar ciertas decisiones, en especial en cuanto a su familia.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (274). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.