por Alberto Barrientos
En la presentación del mensaje evangelístico hay un deslizamiento lento y casi imperceptible de su asunto central y neurálgico, que consiste tanto en el estado de pecado de cada persona como en la cabal respuesta para su mal aportada por Dios en el Evangelio y, en particular, en la justificación sólo por la fe. ¿Por qué hago una afirmación temeraria como esta?
¿Corazón en estado de infarto?
Puede ser explosivo decirlo, pero actualmente la evangelización, se está quedando sin corazón!
Cuando leo la abundante literatura que hoy se puede adquirir en librerías evangélicas; cuando asisto a escuchar evangelistas, o los miro por la televisión; cuando en muchos seminarios pregunto a pastores en qué consiste el Evangelio, y las respuestas son vagas y dispersas; cuando oigo decir a muchos pastores que ellos «no saben cómo predicar mensajes evangelísticos»; cuando oigo y veo todo eso, he ido llegando a la penosa conclusión de que, por un lado, estamos olvidando el ABC de nuestra fe y, por otro, lo estamos sustituyendo o suplantando con otros mensajes.
¿Cuáles son los discursos que hoy dominan muchos púlpitos y campañas, convencidos de que ellos son el asunto central del evangelio? Veamos. Para algunos domina el tema de la autoestima como la solución divina para el mal humano, y otras cuestiones sicológicas. Otros, afincados en que Dios habita en medio de la alabanza, dedican horas a cantar, desechan la predicación y la enseñanza de la Palabra, y creen que con ver personas llorar y en actitudes místicas lo demás sale sobrando, pues es así como Dios opera en los corazones. Otros hechizan a las gentes con el «evangelio» de la prosperidad financiera, basado en supuestas «leyes infalibles», y muy atractivo en un mundo de economía liberal globalizada. Otros «evangelizan» solicitando un porcentaje del salario o la deuda para su ministerio, asegurando que Dios se los reintegrará multiplicado por diez o más. Que se entienda. Concientemente o no, estamos suplantando el corazón de la buena nueva de Dios al hombre.
El supremo problema humano no es la autoestima, la pobreza, no saber cómo alabar a Dios, la enfermedad, u otras cosas semejantes. El asunto medular radica, en primer lugar, en que el ser humano es incapaz de justificarse ante Dios en el juicio final, no tiene absolutamente nada con qué limpiar la culpa de sus pecados y, por lo tanto, desde ya está bajo la ira de Dios y expuesto a condenación eterna. En segundo lugar, su problema radica en que el pecado, como poder que opera en la vida, lo tiene bajo total esclavitud, lo cual es canalizado explotado por Satanás y reforzado por el mundo que está bajo su poder. De esta condición humana arranca la respuesta del amor de Dios en evangelio de nuestro Señor Jesucristo Y esto está claramente definido desde el Antiguo Testamento en pasajes inconfundibles que hablan de sacrificios expiatorios, en los salmos mesiánicos, los cánticos del Siervo de Jehová, especialmente del Siervo sufriente en Isaías, y otros textos. el asunto central de los cuatros evangelios, el libro de los Hechos los Apóstoles, y, en forma específica y monumental, de las cartas a Romanos, los Gálatas y los Hebreos
Para resolver su problema esencial las personas no pueden recurrir al cumplimiento de la Ley, en el caso: de judíos; ni al supuesto depósito «justicia sobrante» o extra de algunos santos» o de María, para que méritos les sean aplicados a pecadores, o recurrir a la purificación a fuego lento en el inventado purgatorio, o a las buenas obras, según la doctrina católico romana. La única vía es ser justificado por fe en la o expiatoria de Jesús.
En esto hay que aclarar lo siguiente No se trata simplemente de tener ejercitar la fe. Hoy día hasta los cristianos hablan de ella. Pero se trata de fe en la fe. La justificación bíblica implica creer o poner la fe exclusivamente en la obra redentora de Jesús. Y esa obra es totalmente gratuita, porque así es la gracia divina. Es necesario aclarar también que nadie se salva por sus obras. Y si alguien quiere ser contencioso, hay que recordar que el acontecimiento que cita Santiago acerca de que Abraham fue justificado por las obras tuvo lugar más o menos veinte años después de que había sido justificado ya por la fe. Las obras y los frutos de vida nueva o de justicia son y deben venir como resultado de la fe. Una supuesta fe que no produzca obras y frutos -tiene razón Santiago- es muerta. No hubo fe. (Ro. 4; Stg. 2:14-26; Ef. 2:8-10)
De modo que la primera tarea de la Iglesia, y por supuesto de los evangelistas y pastores, es asegurar que la gente comprenda bien esta verdad, proceda a deponer todo intento de redención propia, y fije sus ojos y su fe única y exclusivamente en la obra redentora de Jesús en su lugar, Además Dios no cobra -ni lo debemos hacer nosotros-, porque Él nos la ofrece de pura gracia, y la recibimos por fe. La alabanza, la adoración, la liberación de demonios, la sanidad y otras cosas tienen su lugar, pero tarde o temprano hay un punto clave al cual toda evangelización debe llegar. Por esto dice la Palabra: «Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?… Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios». (Ro. 10:14, 17)
En ese acto trascendental de fe el Padre acepta a la persona que de todo corazón cree que Jesús murió en su lugar, llevó su maldad, y satisfizo en su muerte las exigencias de la justicia divina. De este modo lo declara justificado, como Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia (Ro. 4:1-3). Así de sencilla y de grandiosa es la gracia divina, el regalo del amor de Dios para que el pecador sólo extienda la mano con fe y la reciba. Para muchos, esto es locura y escándalo, Para Dios, es el poder con que redime a las personas (1 Co. l:l&31). Esto es lo que no podemos descuidar, confundir, olvidar o perder. Es el corazón de nuestra fe y el mensaje al mundo.
La justificación es una declaración de Dios. Sucede en la conversión y desencadena una multitud de consecuencias que afectan directa y plenamente a la vida del que pasa a ser justo por la fe. Cito sólo algunas. El pecador es perdonado de todos sus pecados y así adquiere la paz con Dios y la paz de Dios. La enemistad, la separación y el estar bajo la ira de Dios desaparecen, y en su lugar la persona es adoptada como hija de Dios y hecha heredera de todas las cosas. Pasa al ámbito glorioso del reino de Dios y recibe vida eterna. Tiene lugar la obra milagrosa del nuevo nacimiento, y de este modo se abren las puertas para el proceso de la santificación mediante la gloriosa acción del Espíritu Santo, que la capacita para obtener victoria sobre el poder del pecado, liberarse de la mente de este siglo y conformarse a la voluntad divina. De esta manera se llena de la esperanza de participar en la redención de la creación y de muchas otras glorias prometidas por el Señor.
Toda labor evangelizadora y pastoral debe centrarse en la verdad de la justificación por la fe. No pueden construirse vidas nuevas, liberadas, en paz, triunfantes, fructíferas, libres del poder demoníaco, y que adoren al Señor con labios puros, si no se logra primero dicho objetivo primordial,
Sin embargo, es necesario tener presente que la religiosidad iberoamericana presenta hoy caracteres frenéticos. Todo lo que suene, parezca, o huela a religión, es bienvenido. Indudablemente, eso significa una gran oportunidad para la evangelización. Y en este ambiente se puede lograr con relativa facilidad lo que muchos pastores y evangelistas deseamos: ver mucha gente reunida escuchándonos y pasando al altar, e iglesias con asistencias de cuatro cifras o más. Entonces somos tentados a lanzarnos privilegio e ineludible deber de la Iglesia Evangélica proclamar el mensaje de la justificación por la fe como asunto central y punto de partida de la verdadera creencia y experiencia cristiana. Si sustituimos esto, quedamos sin corazón y sin razón de ser. La Iglesia de Roma permanece afincada en sus doctrinas de diferentes vías de salvación. Otros grupos hacen lo mismo, aunque presentan mensajes y tienen apariencias muy atractivas para los pueblos. De este modo hacen vana la cruz de Cristo. La Iglesia Evangélica debe mantenerse en su base, creer, anunciar, y aun dar la vida por esta verdad eterna:
«Porque no me averguenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe, y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Ro. 1:16, 17)
Alberto Barrientos Paninski es costarricense, cofundador del Instituto Internacional de Evangelización a Fondo, pastor, evangelista y miembro de la Misión Latinoamericana. Ha realizado estudios de teología en Costa Rica e Inglaterra