“Entonces envió Joab mensajeros a David, diciendo: Yo he puesto sitio a Rabá, y he tomado la ciudad de las aguas. Reúne, pues, ahora al pueblo que queda, y acampa contra la ciudad y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre. Y juntando David a todo el pueblo, fue contra Rabá, y combatió contra ella, y la tomó” (2 S. 12:27–29).
Introducción
Joab en un operativo militar sitió a Rabá, ciudad amonita, y la tomó (12:26). Pero en vez de acreditarse la toma de la misma, notificó al ungido para que tomara la gloria del asalto final (12:27–28).
Joab declaró: “y acampa contra la ciudad y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi hombre” (12:28). Él no estaba interesado en renombre, ni en reconocimientos públicos, le bastaba con tener el honor y el privilegio de combatir a favor del ungido.
Leemos: “Y quitó la corona de la cabeza de su rey…” (12:30). El ungido personalmente destronó al rey enemigo. Tuvo la gloria de quitarle su corona símbolo de su reinado. Joab ayudó al ungido a lucir bien públicamente.
- El servicio
“Joab peleaba contra Rabá de los hijos de Amón, y tomó la ciudad real” (12:26).
Joab era un fiel servidor y colaborador del ungido. Se mantenía activo a favor de la causa y el ministerio del ungido. Fue un líder que había captado la visión del ungido. La visión siempre habla de dirección y propósito, y esto era algo que Joab entendía bien.
Rabá era una ciudad real. Por decirlo así, un distrito nacional, un distrito federal. Era cabecera de nación. El combatirla y tomarla era importante para la extensión territorial del reinado de David. Se le conocía como “la ciudad de las aguas” (12:27). Antiguamente se peleaba por las ciudades con manantiales, las cuales presentaban más resistencia a los invasores.
Hombres y mujeres ungidos deben rodearse de personas que reconozcan la importancia de servirles, protegerles y luchar a favor de ellos. Que no les interesen brillar ellos, sino de hacer brillar a sus autoridades.
En la toma de la ciudad de Rabá, Joab con sus hombres luchó a muerte; arriesgó su propia seguridad, pero con gozo y alegría sabía que lo hacia en servicio del ungido y en servicio a Dios.
Muchos se sienten “usados” por los ungidos, cuando en realidad es el Espíritu Santo el que los está usando. Joab nunca se vio como alguien usado por David, más bien se veía como un privilegiado en lo que hacia.
- El derecho
“Reúne, pues, ahora al pueblo que queda, y acampa contra la ciudad y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre” (12:28).
Joab envió mensajeros a David para infórmale que Rabá estaba sitiada, y que ya estaba tomada (12:27). La rendición de su fuerza de defensa era evidente. ¿Buscaría Joab la gloria de su rendición o pensaría Joab que a David le tocaba ese derecho? Él no pensó en sí mismo, detuvo el asalto final e invitó al ungido para que terminara la última fase de la misión.
Si Joab hubiera tomado la ciudad de seguro a esta se le hubiera llamado “Joabita”. Pero eso de tener su nombre dondequiera no le interesaba a él. Cuando se tiene una revelación o una conciencia de la gloria del ungido, ningún subalterno pretendería la misma. El reconocer el lugar de la segunda gloria trae bendición. Cuando se usurpa el lugar de la primera gloria, que no corresponde, uno se corrompe y pierde el respaldo divino.
El servicio es más importante para Dios que el reconocimiento. Los que buscan honrar a sus líderes, sus autoridades espirituales, serán tarde o temprano honrados por Dios mismo.
Joab no quiso tomar a Rabá, quería que el ungido la tomara. Él declaró: “y acampa contra la ciudad”. No se puede tomar lo que por derecho le corresponde al ungido, a no ser que ese privilegio sea conferido a la persona por el ungido.
III. La toma
“Y juntando David a todo el pueblo, fue contra Rabá, y combatió contra ella y la tomó” (12:29).
El ungido asaltó sin dificultad y sin mucho trabajo la fortaleza enemiga. Con el grupo de hombres que tenía, combatió y tomó oficialmente la ciudad. Tomar esa ciudad era la visión en realidad del ungido y no de su general subalterno.
Despojando al rey de Rabá de su hermosa y costosa corona de oro y de piedras preciosas, el ungido luego fue coronado con la misma (12:30), y era él rey de Rabá. Muchas coronas de los impíos Dios se las está dando a su iglesia y sus ungidos.
Leemos: “Y sacó muy grande botín de la ciudad. Sacó además a la gente que estaba en ella, y los puso a trabajar con sierras con triíllos de hierro y hachas de hierro, y además los hizo trabajar en los hornos de ladrillos; y lo mismo hizo a todas las ciudades de los hijos de Amón. Y volvió David con todo el pueblo a Jerusalén” (12:30–31).
Primero, “y sacó muy grande botín de la ciudad”. La Iglesia del Señor por causa de los ungidos será bendecida con muchos de los recursos que ha estado atesorando y guardando el mundo.
Segundo, “sacó además a la gente que estaba en ella, y los puso a trabajar con sierras, con trillos de hierro y hachas de hierro, y además los hizo trabajar en los hornos de ladrillo”.
Era costumbre antigua que a los conquistados se les expatriaba y eran convertidos en esclavos por los conquistadores. Notamos por lo referido que Israel y Judá era una nación industrializada donde el uso del “hierro”, ya empleado, y “los hornos de ladrillo”, indica que la industria de la construcción con estos materiales estaba avanzada.
Tercero, “y lo mismo hizo a todas las ciudades de los hijos de Amón”. Los ungidos tomarán ciudades y luego naciones. Los avivamientos persiguen afectar individualmente la congregación, otras congregaciones, el barrio, la ciudad y toda una nación. Es un fuego que se propaga y extiende.
Cuarto, “y volvió David”. El ungido regresa siempre victorioso a su ciudad una vez cumplida la misión de alcanzar naciones. Se declara: “con todo el pueblo”, del bando del ungido no hubo bajas. Estar al lado de los ungidos ofrece seguridad y estabilidad. Con ellos se sale y con ellos se regresa.
Conclusión
(1) Hay que luchar a favor de la visión del ungido. (2) Hay que tener una revelación de la gloria del ungido, y darle a este el honor de ser primero. (3) Hay que reconocer que el ungido despoja para que sea reconocido por los suyos.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (246). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.