por John Ortberg
El pueblo de Dios se distingue por una característica; mi trabajo es enseñar cuál es.
¿Alguna vez, cuando predica, ha notado que ningún filisteo visita la iglesia? ¿O que no se convierte algún moabita y que alguno de ellos encabece un grupo pequeño? ¿O que a nadie se le ha casado un primo con una amalecita?
La gran mayoría de las naciones y tribus de los tiempos bíblicos, con una población similar a la de Israel, han desaparecido. Entonces, ¿por qué sobrevivió Israel? No se trata solo de cómo sobrevivió, según Thomas Cahill, sino de ¿cómo una tribu de nómades del desierto, cambió la forma de pensar y sentir del mundo? ¿En qué se distinguía Israel de todas las demás naciones?
No era el poder. En la mayor parte de su historia, Israel fue vasallo de otra nación.
No era la riqueza. Israel nunca se destacó como un actor económico importante.
No era la extensión de su territorio. Grecia, Egipto, Babilonia y Roma eclipsaron a Israel.
Entonces, ¿qué convirtió a Israel en una nación excepcional?
Un libro. Es decir, pergaminos, con libros como Génesis o Isaías escritos a lo largo de los siglos, que la mayoría de las personas, por ser analfabetas, debían esperar que se lo leyeran. Contaban con un libro sin paralelo.
Su libro, afirma que en vez de insignificantes dioses tribales, existe un único Dios que creó todo lo que existe y ha planeado redimir toda su creación.
Sostiene que la vida no es un ciclo interminable de repeticiones. Habla de que la historia es un relato; el relato de Dios. Cuenta con una introducción, una complicación y, en algún día por venir, un desenlace.
Afirma que las personas, que Dios creó bajo su responsabilidad, cuentan con la posibilidad de saber cómo enfrentar la vida.
Este libro los caracterizaba tanto que los conocían como «la gente del libro». Ayudar a sus hijos a aprender acerca de él era la tarea más importante de todos los padres.
Lograr enseñar acerca de este libro, es decir, llegar a ser un rabino, era su mayor ambición.
El historiador Josefo escribió:
Vez tras vez hemos dado pruebas prácticas de nuestra reverencia por nuestras propias escrituras … es un instinto en cada judío, desde el día de su nacimiento: considerarlas como los decretos de Dios, las cuales uno debe obedecer, y si fuera necesario, morir por ellas. Vez tras vez se han dado testimonios de prisioneros que soportaron torturas y aun la muerte con tal de no pronunciar una sola palabra en contra de ellas. ¿Qué griego soportaría tanto por la misma causa?
Humanamente hablando, el libro era lo que tenían para ofrecerle al mundo. El libro los formaba y mantenía unidos. El libro los exhortaba cada mañana: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor». El libro no los alentaba: «Israel, piensa por ti mismo. Persigue tu felicidad. Sigue tu instinto.» Por el contrario, con toda sencillez les mandaba: Escucha. Era la fuente de toda sabiduría, la guía para lidiar con los problemas; él pronunciaba la última palabra en cada debate. Aunque con frecuencia los rabinos estaban en desacuerdo sobre su significado, todos entendían bien cuán relevante era su papel. Era la autoridad final.
Ese pueblo nunca dejó de maravillarse ante lo que Dios pronunciaba en este libro: «Entonces, ¿qué se gana con ser judío, o qué valor tiene la circuncisión? Mucho, desde cualquier punto de vista. En primer lugar, a los judíos se les confiaron las palabras mismas de Dios» (Ro 3.1).
Ellos poseían el libro. Y ahora, ese libro, con algunos contendios importantes incorporados, se ha convertido en nuestro libro y nosotros somos sus administradores.
Como predicador, mi tarea consiste en proclamar el mensaje de las Escrituras, en ayudar a los miembros de mi congregación a convertirse en la gente del libro. Me fascina cumplir con esta tarea. Pero cada vez me resulta más difícil. Durante las últimas décadas, las Escrituras continúan iguales, con su mismo poder y autoridad, pero las personas a quienes les predicamos sí han cambiado. Hubo un tiempo en que la mayoría, si no todas las personas, le otorgaban alguna autoridad a las Escrituras, aunque no asistieran a la iglesia. La generación postmoderna es más escéptica. Como advierte un comentarista, solo tres de cada diez personas en EE.UU. piensan que la Biblia «es correcta en todos los principios que enseña».
Incluso dentro de la iglesia, la gente le va prestando, cada vez, menos la atención. La taza de analfabetismo bíblico está creciendo. El cuestionamiento de la autoridad «la hermenéutica de la sospecha» es mayor. La sobrecarga de información por estudios bíblicos y demás sigue creciendo.
A las congregaciones basadas en las Escrituras les predican predicadores basados en las Escrituras.
Es algo llamativo: el libro nunca ha sido tan accesible como ahora. Según el Libro Guinness de los récords, los escritos de cientología de L. Ron Hubbard los han traducido a sesenta y cinco idiomas; se supone que el Korán se debe leer en árabe, es decir que lo han traducido a muy pocos idiomas; el Libro del Mormón lo han traducido a cerca de cien idiomas. Pero 2.656 idiomas cuentan con alguna porción o con la Biblia completa.
En EE.UU. se compran o distribuyen cerca de 65 millones de copias de la Biblia cada año. En una casa promedio al menos hay tres ejemplares de ella. Las personas enaltecen la Biblia, la compran, la regalan y la poseen; pero en realidad no la leen.
Según George Gallup:
1. Un tercio de las personas encuestadas saben quién dio el Sermón del Monte.2. Menos de la mitad pueden nombrar el primer libro de la Biblia.3. Ochenta porciento de los cristianos creen que la frase «Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos» se encuentra en la Biblia (en realidad es de Ben Franklin).
Por eso, durante estos días he pensado bastante sobre cómo ayudar a las personas que Dios pone en mi camino para que conozcan y amen el Libro. ¿Cómo debo proclamar las Escrituras de manera que honre su autoridad y al mismo tiempo reconozca cuál es la actitud de los que me escuchan ante la Palabra (que podría ser opuesta a la que me gustaría)?
Aquí presentaré algunas señales que me ayudan a enseñar la Escritura en una cultura que no siempre está dispuesta a escuchar:
El inevitable punto de partida
La primera involucra la vida del maestro. No puedo ofrecer aquello que no poseo.
Hace poco mientras participaba en una conferencia sobre la generosidad, le pregunté a un hombre, que asesoraba tiempo completo a las iglesias en el área de mayordomía, qué es lo que caracteriza a las iglesias generosas. Su respuesta inmediata fue: «sus pastores y ancianos son generosos».
¡Ups!
Fue un llamado de atención para todos los que trabajamos en la iglesia; nunca debemos comenzar por la congregación sino por nosotros mismos. Antes de que pueda pensar cómo expongo las Escrituras a mi congregación, debo empezar conmigo mismo. ¿Permito con frecuencia que la Biblia me llene? ¿Disfruto leyéndola? ¿Aprendo de ella de manera fresca? ¿Alguna vez procuro vivir tal como ella me exhorta?
Las congregaciones basadas en las Escrituras, por lo general, sus predicadores viven basados en las Escrituras.
Si en verdad pretendo predicar las Escrituras con poder, no existe nada con qué logre reemplazar el dedicar tiempo a la lectura de la Biblia, a fin de enamorarme una vez más de las únicas palabras que le dan esperanza al mundo.
Cuándo deberíamos predicar
Una segunda señal involucra a las personas que aprenden conmigo.
No hace mucho hablaba con un hombre de veinte y pico años a quien llamaré Miguel. Lo aprecio mucho. Sus padres se divorciaron cuando él solo tenía dos años. Fue criado por una familia cristiana. En época de vacaciones escolares asistía a la iglesia algunas veces.
Se siente feliz en algunas áreas de su vida, pero en otras lidia con problemas. Algunas veces sufre de ansiedad. Nunca ha sostenido una relación amorosa.
Aunque Miguel no considera que el cristianismo sea una opción viva, no es una persona que haya estudiado y rechazado el evangelio. Solamente asume que es algo que una persona culta no tomaría en serio. Cuando le hablé acerca de mi fe, me escuchó más por respeto que por interés.
Sin embargo, en un momento de la conversación le comenté: «No creo que estés vivo por accidente. Creo que fuiste planeado. Creo que alguien te creó. Creo que existes con un propósito». Se mantuvo en silencio y, durante unos instantes, se le llenaron los ojos de lágrimas. Su hambre de Dios es notable, pero carece de alternativas convenientes.
Terminó asistiendo a la iglesia solo por una razón. Tiene un amigo en ella, un compañero de estudios que lo escuchó y lo invitó a formar parte de un ministerio contra el SIDA en la ciudad. El único punto de conexión en su caminar con Dios era relacional.
Hubo un tiempo en que el cristianismo era algo así como la religión civil de la sociedad. Es probable que continúe así en algunas regiones. Pero no ocurre en mi ciudad. Si aquí reunimos a cien personas al azar y señalamos: «la Biblia dice» para comenzar una oración, es probable que no acepten lo que expongamos así nomás.
De muchas maneras, nuestra situación se parece cada vez más a la de la iglesia primitiva. El evangelio competía en un entorno pluralista de diversas religiones; así lo plantea Edward Gibbon: «las masas consideraban que todas las religiones eran verdaderas por igual, los filósofos las consideraban a todas falsas por igual, y los políticos las consideraban a todas útiles por igual». Los historiadores como Rodney Stark afirman que la razón por la cual la iglesia se expandió a lo largo del mundo antiguo fue, en gran medida, el poder de la iglesia de encarnar la Palabra: se preocupó por los pobres, alimentó a los hambrientos, cobijó a los huérfanos y se arriesgó a refugiar a los enfermos.
Preguntas para estudiar el texto en grupo:
1. ¿Qué distinguía al pueblo de Israel a través de toda su historia?
2. ¿Cuáles son las dos premisas que el autor expone, en esta primera parte, para saber cómo enseñar la Biblia a gente que ha perdido todo interés por escuchar la Palabra?
3. ¿Cuál motivación, expuesta por el autor, puede ser tan poderosa que convence a un desinteresado en la Palabra a quedarse en la iglesia?
4. ¿Cómo puede su iglesia llegar a ser la «gente del Libro»?
Busque la segunda parte (tres señales más que ayudan a predicar el evangelio en una cultura que ha perdido el interés en la Palabra) en el próximo número de Apuntes Pastorales.
John Ortberg es editor de Leadership Journal y pastor de la Iglesia Presbiteriana de Menlo Park (California).
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