por Luis Palau
¿Cuál es el centro de su mensaje cuando busca dar consuelo? ¿Cuál es el centro de su consejería cuando asesora a alguien? La cruz de nuestro Señor Jesucristo es clave para consolar en tiempos de cualquier tipo de crisis.
El día en que el doctor nos dijo cuán serio era el cáncer que tenía mi esposa Patricia, me aislé en mi oficina al volver a nuestro hogar. No sabía qué pensar ni qué hacer.
Habíamos peleado grandes batallas espirituales durante nuestras cruzadas evangelísticas, pero ahora estaban golpeando a nuestro hogar. Nuestra familia atravesó por un tipo de sufrimiento como nunca antes habíamos conocido.
Entonces, escuché a Pat tocando el piano y cantando algunos viejos himnos que expresan la sólida doctrina de la cruz. Ella estaba consiguiendo su consuelo y seguridad en las verdades esenciales de su fe.
La cruz de nuestro Señor Jesucristo es clave para consolar en tiempos de cualquier tipo de crisis. «Porque así como los sufrimientos de Cristo se desbordan sobre nosotros y nosotros sufrimos con él, así también por medio de Cristo se desborda nuestro consuelo» (2 Co. 1.5).
Yo he observado una tendencia en psicología y en consejería que le hace poco caso a la redención y la conversión a través de la sangre de Jesucristo. Creo en la consejería bíblica; tenemos un departamento de consejería en nuestro equipo evangelizador. Pero nuestro mensaje central debe ser la cruz de Cristo.
Escuchen al apóstol Pablo: «Pero hermanos, cuando yo fui a hablarles de la verdad secreta de Dios, lo hice sin usar palabras sabias ni elevadas. Y, estando entre ustedes, no quise saber de otra cosa sino de Jesucristo y, más estrictamente, de Jesucristo crucificado» (1 Co. 2.1-2).
«En cuanto a mí, de nada quiero presumir sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues por medio de la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo» (Gá. 6.14).
Debemos enfatizar que hay un solo camino para reconciliarnos con un Dios Santo y es por medio de la cruz. Dios nos justifica sólo por la sangre de Jesucristo (Ro. 5.8-11). «Pero si vivimos en la luz, así como Dios está en luz, entonces hay unión entre nosotros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado» (1 Jn. 1.7).
Hay poder en la cruz y en la sangre purificadora de Jesucristo. El milagro de la cruz fue el propósito de hacerse hombre.
Él dijo: « Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad» (Jn. 18.37).
El ángel dijo a la virgen María: «Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1.21).
El apóstol Pablo dijo que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1.15).
En la cruz él satisfizo la justicia de Dios. En la cruz él sufrió por tí y por mí. En la cruz él quitó nuestros pecados. En la cruz nos calificó para compartir la herencia eterna de los santos. En la cruz nos compró el acceso a la presencia de Dios.
Juan declara de Cristo: «¡ éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Jn. 1.29). La Biblia dice: «Todos nosotros nos perdimos como ovejas» (Is. 53.6). Dios depositó sobre el Señor Jesús la iniquidad de todos nosotros.
No puedo imaginarme cómo el Señor cargó todo el peso de nuestra inmoralidad sobre él. Cada pensamiento impuro que hayamos tenido, cada pecado que hemos cometido, cada acto de envidia que hemos practicado, todo fue puesto sobre el Hijo de Dios.
No podemos explicar completamente las profundidades de la importancia de la cruz; pero significativamente, he encontrado a iletrados de América Latina que han escuchado la voz de Dios. Ellos se han vuelto a Cristo por fe y han comprendido el profundo significado de la cruz. Lo han entendido como nunca lo harán los pseudo-intelectuales.
El Antiguo Testamento nos da una ayuda visual para entender la cruz. El hombre con culpa en su conciencia debía llevar un cordero al templo y confesar al sacerdote: «Yo merezco el juicio de Dios, pero quiero su perdón. Traigo este cordero para ofrecérselo a Dios porque me he arrepentido».
El sacerdote hacía que el hombre pusiera sus manos sobre la cabeza del cordero mientras confesaba sus pecados y pedía el perdón de Dios. Luego, de acuerdo con el mandamiento de Dios, el sacerdote tomaba un cuchillo y mataba al cordero. La Biblia nos enseña que entonces Dios perdonaba al individuo.
Hoy los pecadores deben hacer lo mismo. Nuestro Cordero es el Señor Jesús. Recibimos el beneficio de su muerte de la misma manera mientras confesamos nuestros pecados y por fe ponemos «nuestras manos» sobre Su Cabeza.
Algunas personas dicen: «No puedo entender cómo Dios tomó un hombre inocente como Jesús y dejó caer sobre él el pecado del mundo. Para mí, es inmoral».
¡No es inmoral! Dios no está depositando nuestros pecados sobre ningún otro. Él está tomando nuestros pecados sobre sí mismo.
Cristo tomó mi rebelión, mi orgullo, mi impureza, mi codicia, cada cosa mala que Luis Palau ha hecho y dice: «¡Luis, te amo! Aunque eres arrogante, rebelde, y sucio. Te amo. Quiero que sepas que he muerto por mí. Si te arrepientes y te vuelves a mí, yo te perdono. Y te capacito para que recibas la gloria de Dios».
La Biblia nos dice que Jesucristo salió de la tumba al tercer día. ¡Él vive! Él es Dios el Hijo Todopoderoso, con todo poder en la tierra y el cielo.
Yo predico que no importa lo que una persona es, no importa cuán rebelde sea, no importa cuán pecador, no importa cuánto se haya burlado de la Palabra de Dios, no importa cuánto haya negado los fundamentos de la fe, el Señor continúa diciendo: «Mis brazos están abiertos. El felpudo de bienvenida ha sido desenrollado. Mi gracia es aún suficiente para ti. Te perdonaré, limpiaré, y me olvidaré de cada pecado que hayas cometido. Nunca más recordaré tus pecados e iniquidades».
En 1965, mientras aconsejaba «en vivo» en un programa de televisión en Quito, Ecuador, entró una llamada de una mujer que pidió ser aconsejada en forma personal.
Cuando me reuní con ella al siguiente día, pasó la primera media hora echándome el humo del cigarrillo, mientras nos insultaba a mí y al Señor con malas palabras, blasfemando vehementemente.
Supe que esta pequeña mujer desafiante era secretaria del Partido Comunista de Ecuador. Ella con los jóvenes que la seguían habían sido los promotores de la mayor parte de la violencia comunista en toda aquella nación, golpeando a los policías, incendiando micros, y aun asesinando a sus oponentes.
Se había casado y divorciado tres veces. Había también apuñalado a un camarada quien luego se suicidó a causa del conflicto.
Por todo esto, ella llevaba una enorme carga de culpa y tenía un gran vacío espiritual. Mientras ella derramaba su ira y odio, oré para saber qué decir. Finalmente paró para respirar.
«Señora», pregunté, «¿hay algo en que pueda ayudarla?».
Ella comenzó a llorar como un bebé. Cuando se calmó, dijo: «Nunca en mi vida alguien me preguntó si podía hacer algo por mí. Siempre me dijeron: Dame. Ayúdame.»
Luego me contó que había nacido en una familia de clase alta y había sido pupila en un colegio donde se había peleado con las monjas hasta que la expulsaron. Su familia rehusó aceptarla de vuelta, así que ella se había ido con los comunistas.
A los treinta años había sido nombrada secretaria. Cuando vino a entrevistarme tenía treinta y ocho años.
Mientras ella contaba su larga lista de pecados y la triste historia de su vida, recordé el método de R. A. Torrey para presentar el evangelio de Cristo a los ateos. Lo había aprendido en un curso por correo del Instituto Bíblico Moody. Él aconsejaba dar un versículo para que lo lleven a su casa.
Tomé Hebreos 10.17: «Y no me acordaré más de sus pecados y maldades».
«Palau», me desafió, «si hay un Dios, y por supuesto, yo no creo que lo haya, ¿usted piensa que podría perdonar a una mujer como yo?».
Le respondí: «La Biblia dice: Y no me acordaré más de tus pecados y maldades».
«Pero, yo aun ni creo en eso».
«No importa. La Biblia aún dice: Y no me acordaré más de tus pecados y maldades».
«Pero he cometido toda clase de pecados, adulterio y ».
«Ya lo sé», la interrumpí, «pero la Biblia dice: Y no me acordaré más de tus pecados y maldades».
Repetí ese versículo diecisiete veces mientras continuábamos hablando.
«Su vida puede cambiar», le dije. «Aunque sea una atea y haya insultado a Dios, la Biblia dice que sus pecados pueden ser completamente perdonados. Serán tirados a lo profundo del mar. Dios la convertirá en una hija suya. Su conciencia será limpia».
«Si Dios puede cambiarme», dijo pausadamente, «sería el mayor milagro de la historia. Pero no creo que lo pueda hacer», dijo otra vez.
«Cristo puede cambiar su vida» le dije, «pero tiene que tomar un paso de fe. ¿Por qué no le da la oportunidad?»
«De acuerdo» contestó. «Necesito un cambio. Veamos qué sucede».
Para mi sorpresa bajó la cabeza y me siguió en la oración. «Oh Dios, realmente he pecado contra ti. Casi no creo en ti. Pero quiero hacerlo. Ven a mi vida Señor Jesús. Te recibo como mi Salvador».
Limpiándose las lágrimas mientras se iba, me dijo: «Si mi vida cambia, habrá muchos cambios en Ecuador».
Le di una Biblia y le pedí que volviera otro día. Volvió tres días después, mostrando ya un cambio.
Cuando volvimos a Ecuador, dos meses después, quedé sorprendido cuando la vi. Algunos de sus ex-camaradas la habían golpeado. Su rostro estaba negro y azul, y había perdido tres dientes.
Apenas podía creer en su bravura. En medio de una reunión de su partido, ella había declarado: «Somos un montón de hipócritas. Todos sabemos que eso de Dios no existe es una mentira. Miren las flores. ¿Quién piensan que las hizo? Yo creo en Dios. Ahora creo en Jesucristo. Dejo el partido. Nadie trate de tocarme. He ocultado todos mis archivos, pero se darán a conocer si algo les sucede a mis hijos o a mí».
Hay mucho más de esta historia. Sus colegas estaban planificando una revolución en Ecuador. Pero, después que ella recibió a Cristo, cuatro líderes comunistas claves en las universidades, le preguntaron: «¿Qué pasa contigo?».
Ella les explicó el evangelio, les dio un Nuevo Testamento y el libro «Paz con Dios» de Billy Graham, y les sugirió que fueran a la hacienda de su padre. A su tiempo, cada uno de esos jóvenes, recibió a Cristo como Salvador.
El presidente del partido comunista, que estaba escondido en la vecina Colombia, llegó a la ciudad para tomar parte en la revolución.
«¿Es verdad el rumor de que se han vuelto cristianos?» Le preguntó cuando la encontró.
«Es verdad», contestó ella. «Y me gustaría que usted también lo fuera».
«Es extraño», dijo él. «He estado escuchando la radio HCJB y aquellos me han convencido de que hay un Dios. Pero no sé que hacer».
Así que ella le dio un Nuevo Testamento, el libro de Billy Graham y lo envió a la hacienda de su padre. «Compruébelo por usted mismo», le recomendó.
El líder del partido comunista de Colombia, quizás nunca se haya convertido pero abandonó el comunismo. Esto ahora es historia. La revolución que estaba planificada para realizarse en julio de 1966 nunca ocurrió.
Esto fue lo que sucedió en el Calvario. Jesucristo: «Venció a los seres espirituales que tienen poder y autoridad, y los humilló públicamente llevándolos como prisioneros en su desfile victorioso» (Col. 2.15).
Dios encarnado murió en la cruz. Isaías 53.6 nos cuenta que Dios el Padre cargó sobre Su Hijo los pecados de todos.
En Cristo somos repentinamente libres. En Cristo vencemos las fuerzas de la oscuridad. En Cristo nos ponemos de pie victoriosos ante el derrotado Satanás. En Cristo tenemos vida y vida en abundancia (Jn. 10.10).
La cruz debe ser el corazón de toda evangelización así como es el corazón de todo consuelo.
Moody Monthly, usado con permiso. Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen III, número 5. Todos los derechos reservados.