LA COMPOSTURA DEL UNGIDO

“Levántate pues, ahora, y ve afuera y habla bondadosamente a tus siervos; porque juro por Jehová que si no sales, no quedará ni un hombre contigo esta noche; y esto te será peor que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta ahora” (2 S. 19:7).

Introducción

Al capítulo 19 de 2 Samuel se le puede llamar: “El capítulo de la reconciliación y del perdón”. La muerte de Absalón de victoria se transformó en luto (19:1); afectando el ánimo del pueblo que luchó a favor del ungido (19:2).

Joab, su sobrino, y general de su ejército, quien dirigió la muerte de Absalón, le hizo una severa y directa confrontación sobre la vergüenza que este había producido en el pueblo, teniendo en poco el sacrificio humano, y amando al rebelde Absalón (19:5–6). Con amenaza de una deserción de su ejército, Joab, lo presionó a dirigirse al pueblo, aunque ya Israel se había vuelto a sus lugares (19:7–8).

En Israel se comentaba que David había huido de Jerusalén y que Absalón al que ellos ungieron estaba muerto, tenían que hacer volver al ungido (19:9–10). Por intermedio de los sacerdotes Sadoc y Abiatar, el ungido, se ofreció regresar a Judá para que lo recibieran de nuevo como rey, y a Amasa, general de Absalón le ofreció sustituir a Joab (19:11–13). Con esta oferta y condiciones se ganó el corazón de Judá, y en Gilgal esta lo recibió (19:14–15).

Simei hijo de Gera, de Benjamín, en Gilgal llegó al ungido y se arrepintió por el maltrato que dio al ungido al salir este de Jerusalén (19:16–20). Estaba acompañado por un ejército de veinte mil hombres de Benjamín (19:17).

Abisai, hermano de Joab y sobrino del ungido, aconsejó al ungido para que diese muerte a Simei (19:21). El rey haciendo uso de su derecho real, le concedió la vida (19:22–23) y señaló el mal proceder de Abisai.

Mefi-boset, hijo de Jonatan, y nieto de Saúl, fue uno de los que descendió a recibir al ungido en actitud de humillación (19:24). Le explicó al ungido que no lo había acompañado porque fue engañado por su siervo, el cual lo calumnió (19:25–27). Apeló a la generosidad y justicia del rey, y este determinó que sus tierras confiscadas y dadas a Siba fueran ahora dividas (19:28–29). Mefi-boset no estaba interesado en tierras (19:30).

Barzilai galaadita, un anciano de ochenta años y rico, benefactor del ungido, vino a este, el cual le ofreció indemnizarlo por vida (19:31–34). Por su avanzada edad optó por recomendar a su siervo para gozar de los privilegios ofrecidos (19:35–40).

En Gilgal los de Judá y los de Israel cruzaron palabras violentas sobre el regresó y derecho de recibir al rey, hablando con más fuerza y argumento los de Judá (19:41–43).

  1. La confrontación

“Levántate pues, ahora, y ve afuera y habla bondadosamente a tus siervos; porque juro por Jehová que si no sales, no quedará ni un hombre contigo esta noche…” (19:7).

La muerte inesperada de Absalón removió los sentimientos del ungido (19:1–2). La actitud del rey afectó al pueblo, haciéndolo sentirse avergonzado (19:3).

El ungido, en señal de duelo y luto, gritaba: “¡Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (19:4). Necesitaba ventilar y exteriorizar sus sentimientos. Era rey, guerrero, adorador, músico, consejero… pero, también era padre. A pesar de lo malo que fue Absalón como hijo, en David tenía a un padre que lo amaba más allá de sus faltas y rebeliones.

Joab, frío, insensible y amparado en su posición como general, confrontó al ungido: “Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han librado tu vida y la vida de tus hijos y de tus hijas, y la vida de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman, porque hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos entonces estarías contento” (19:5–6).

Joab sabía que el causante de ese dolor paternal lo era él. Violó la orden dada por el ungido. Se sentía culpable en su conciencia, pero militarmente cumplió con su deber. La muerte es la sentencia por traición, insubordinación y golpe de estado.

No se percató de la manera en que habló al ungido. No le respetó sus sentimientos. Se sobrepasó a su autoridad delegada. Todo lo que le expresó fue la pura verdad, pero en un espíritu herido. Luego lo amenazó con la deserción del ejército y le profetizó maldición (19:7), obligándolo a levantarse y a dirigirse al pueblo, lo que hizo el rey (19:8–9).

  1. La reconciliación

“Vosotros sois mis hermanos, mis huesos y mi carne sois. ¿Por qué, pues, seréis vosotros los postreros en hacer volver al rey?” (19:12).

Parece ser que los ancianos de Judá, tenían sus reservas en recibir al ungido. Por intermedio de los sacerdotes Sadoc y Abiatar, David anima a los ancianos de Judá, sus hermanos, sus huesos y su carne para que le hicieran volver (19:9–12).

El pueblo en general sabía que David había sido su héroe, y que huyó por miedo de Absalón, muerto Absalón no le quedaba otro camino que reinstalar a David, a su antigua posición degradando a Joab (19:13).

Con este compromiso el ungido se ganó el corazón del ejército de Judá, y este le pidió a él y a sus siervos que regresaran (19:14). En Gilgal el pueblo vino a recibir a David.

Los ungidos deben tener la sabiduría para entender cuando es necesario negociar, y aun cambiar a algún líder por causa de la unidad del pueblo.

III. La aceptación

“Y dijo el rey a Simei: No morirás. Y el rey se lo juró” (19:23).

¿Qué actitud tomaría el ungido contra los que lo maldijeron y la traicionaron? ¿Cómo trataría a los que lo ayudaron? ¿Se vengaría o perdonaría?

A Simei el hijo de Gera, hijo de Benjamín, de la casa de Saúl, que lo maldijo y le tiró piedras (16:5–13), el ungido lo perdonó (19:16–20). Este recibió al rey con veinte mi soldados, con Siba el criado de Saúl, con sus quince hijos y sus veinte siervos (19:16–17).

El ungido no pagó mal con mal, supo perdonar a Simei cuando este le pidió perdón (19:19–20). Abisai recomendó al ungido la muerte para Simei (19:20). El ungido contestó: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversario?… ¿Pues no sé yo que hoy soy rey sobre Israel?” (19:22). Sus sobrinos Joab y Abisai, se habían pasado de la raya con el ungido, y le llevaban la contraria. Basándose en la revelación de su autoridad reacciona.

Dirigiendo a Simei declaró: “no morirás”, y lo hizo con juramento (19:23). Los ungidos tienen que hablar con autoridad y tomar la decisión que más convenga. A Mefi-boset, hijo de Jonatan, a quien su siervo Siba acusó de infidelidad al rey, al este descender a recibir al ungido, con una pobre apariencia, pero con una explicación al porque no acompaño al ungido (19:24–26), poniéndose bajo la justicia y la gracia del rey (19:27–28). El ungido determinó que las tierras fueran dividas entre Siba y Mefi-boset (19:29). Este último no estaba interesado en lo material, sino en saber que el rey volvió en paz (19:30). Demostró un espíritu desinteresado y satisfecho.

A Barzilai galaadita, que acompañó al ungido al otro lado del Jordán con la edad de ochenta años (19:31–32), y que de sus riquezas bendijo al ungido (19:32), le prometió sustentarle en Jerusalén (19:33). Barzilai prefirió que su siervo Quimam fuera recompensado y no él, a lo que David accedió y al que honró (19:35–40).

  1. La reclamación

“…Nosotros tenemos en el rey diez partes, y en el mismo David más que vosotros. ¿Por que, pues, nos habéis tenido en poco?…” (19:43).

Los hombres de Israel se quejaron al rey de David, porque los hombres de Judá habían llevado al rey y lo ayudaron a él y a las personas significantes a cruzar el Jordán (19:41).

De acuerdo a los hombres de Judá la razón es que David era su pariente y eso no era motivo para que aquellos se enojaran, ya que de él no recibían comida ni regalos (19:42).

Este conflicto nos recuerda de aquel en el Nuevo Testamento, cuando los griego murmuraron de los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas (Hch. 6:1). Los doce convocaron a la multitud, le presentaron un plan de nominaciones y elecciones (6:2–3). Pero ellos era más importante la oración y el ministerio de la palabra (6:4). El resultado fue que se eligieron a siete “servidores” griegos (6:4–6).

Los hombres de Israel reclamaban: “Nosotros tenemos en el rey diez partes, y en el mismo David más que vosotros…” (19:43). David era rey no de dos tribus, Judá y Benjamín, sino de diez tribus más.

El líder nunca debe olvidar que su llamado es servir a todos, a todo el rebaño, buenos y malos, fieles e infieles, sinceros e insinceros. No puede tener favoritismo. Cada uno tiene derecho a su ministerio y su unción la debe compartir con los demás.

Los hombres de Israel se habían sentido que los de Judá los tenían en poco, y que de ellos nació la idea de hacer regresar al rey (19:43). Un grupo se tomaba el mérito que tenía que ser compartido.

Leemos: “Y las palabras de los hombres de Judá fueron más violentas que la de los hombres de Israel” (19:43). Ese grupo que habla con violencia, que quiere callar a otros, que siempre busca ganar, que hiere emocionalmente, que son agresivos en su conducta y trato, el ungido siempre los tendrá presentes. Por eso, necesita mucho tracto y cuidado para ser un buen arbitro de conflictos. Su sabiduría está en reconciliar las diferencias y armonizar los temperamentos, porque tiene que trabajar con todos.

Conclusión

(1) El ungido siempre se encontrará con el espíritu de Joab, el que hiere los sentimientos del líder como autoridad espiritual. (2) El ungido con sabiduría promoverá a algunos, y substituirá a otros líderes por amor a la visión. (3) El ungido sabrá siempre perdonar, restaurar y recompensar a otros. (4) El ungido buscará siempre reconciliar las partes en disputa y será el elemento aglutinado.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (283). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.