“Y vino Mefi-boset, hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David, y se postró sobre su rostro e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset Y él respondió: He aquí tu siervo. Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa. Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” (2 S. 11:1–5).
Introducción
En 2 Samuel 9:1–13 se nos presenta al ungido como una persona bondadosa. Por medio de Siba, un siervo, de la casa de Saúl, el ungido se entera que había un hijo de Jonatán, que estaba lisiado de ambos pies (9:3), llamado Mefi-boset.
El rey David entonces lo mandó a buscar a Lodebar (9:4) donde este residía. Al ver al ungido Mefi-boset lo reverenció y se le presentó como su siervo (9:6). El ungido inmediatamente lo restauró, devolviéndole sus tierras y dándole un lugar de honor en su mesa real (9:7).
A Siba, el siervo de Mefi-boset, el ungido le encargó administrar todas sus tierras, con la ayuda de sus hijos y sus siervos (9:10). Aun el hijo de Mefi-boset, Micaía, sería bendecido (9:12). Mefi-boset entonces se trasladó a Jerusalén (9:13).
Esta es una historia donde la gracia se ejemplifica. Un Mefi-boset, incapacitado, inútil, afectado por el infortunio de la vida, es receptor de la gracia del ungido, y ocupa en la mesa un lugar de preferencia.
- La investigación
“Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?” (9:2).
En 1 Samuel 20:14–15 leemos: “Y si yo viviere, harás conmigo misericordia de Jehová, para que no muera, y no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre. Cuando Jehová haya cortado uno por uno los enemigos de David de la tierra, no dejes que el nombre de Jonatán sea quitado de la casa de David”.
Entre David y Jonatán se hizo un pacto de caballeros, de palabra y de compromiso delante de Dios. Jonatán estaba bien centrado en la voluntad de Dios. En el Padrenuestro se nos enseña: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10) Sí él vivía deseaba que la misericordia de Jehová, manifestada por el ungido, le diera cobertura, pero si moría era su deseo que su nombre no fuera quitado de la casa de David.
El tiempo llegó ahora para que el ungido mostrara misericordia con el nombre de Jonatán. Según los hijos tienen la dentera de las uvas agrias que comen los padres (Jer. 31:29, Ez. 18:2), también reciben bendiciones a causa del pacto que los padres han hecho con los ungidos.
El ungido no sufría de amnesia ministerial. Ahora que ha llegado arriba se acuerda de los que están abajo, y los quiere ayudar a subir. Por eso hace una investigación para saber si ha quedado alguno de la casa de Saúl, para tenerle misericordia por amor a Jonatán.
Lo que el ungido no pudo hacer por Jonatán, lo haría por algún descendiente de este. La misericordia implica que a una persona se le da lo que no merece. Dios es un Dios de misericordia no nos da lo que nos merecemos.
Los ungidos buscarán siempre tener misericordia de los demás. En esto manifestarán el amor divino derramado en sus corazones. Son transmisores del corazón de Dios.
Por intermedio de Siba, siervo de la casa de Saúl (9:2), el ungido se entera que hay un nieto de Saúl, hijo de Jonatán, llamado Mefi-boset, lisiado de los pies (9:3). Al cual el ungido mandó buscar (9:4).
- La compasión
“Y vino Mefi-boset hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David y se postró sobre su rostro e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset. Y él respondió: He aquí tu siervo” (9:6).
Mefi-boset era un lisiado de ambos pies. A la edad de cinco años su nodriza recibió la mala noticia de la muerte de Saúl, su abuelo y de Jonatán su padre, mientras esta huía con él se le cayó y de ahí su incapacidad física (2 S. 4:4).
Por causa de una mala noticia, se cayó y su vida se vio afectada. Hay muchos Mefi-boset que andan lisiados en su conducta, porque se les cayeron de los brazos a alguien que en vez de caminar con ellos, corrieron y les hicieron daño.
Esa incapacidad lo encerró en el cuarto del anonimato. De allí el ungido lo mandó buscar para tenerlo en la sala del palacio real. La compasión en el ungido hace que vea a Mefi-boset con ojos de estima y de valorización.
En esa vasija quebrantada por la caída, el ungido ve a un ser humano, a un ser necesitado de amor, a alguien que merece un trato de príncipe real. El lisiado era un príncipe de Israel. Y a los príncipes hay que darle trato de príncipes. La apariencia no puede quitar lo que somos.
El ungido inmediatamente lo llamó por su nombre: “Mefi-boset”. ¡Lo reconoció! Sabía quién era él. No vio a un lisiado, vio a Mefi-boset. Le devolvió la estima humana.
Mefi-boset pensaría que jamás nadie famoso, ni importante, lo llamaría por su nombre. El ungido sí lo llamó por su nombre. Le hizo sentirse importante, despertándole su dignidad de hombre y más que de hombre de ser humano, de hijo de Dios.
El ser humano necesita que se le haga sentir importante. Que se le devuelva un sentido de dignidad en nuestra sociedad llena de prejuicios y que tanto discrimina a otros por verlos diferentes. La estigmatización debe ser erradicada de nuestra sociedad. No podemos clasificar a las personas por nuestros prejuicios, ni por las etiquetas que le ponen los medios de comunicación.
Hay que llamar a la gente por su nombre, por lo que son. Hay que devolverle la identidad de ese nombre. ¡Yo soy mi nombre, mi nombre soy yo! Mefi-boset le respondió al ungido: “He aquí tu siervo”. Respondió al llamado del ungido. Su incapacidad no le quitó la agudeza de su oído. Todavía sabía escuchar. La gran necesidad de esta generación no es la de hablar, sino la de escuchar. Muchas veces no oímos a los demás cuando nos llaman. Hablamos más de lo que escuchamos.
III. La restauración
“Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre, tu comerás siempre a mi mesa” (9:7).
Primero, “no tengas temor”. Era de esperarse que un príncipe de la casa de Saúl, del antiguo reinado, sintiera temor ante un rey como David. Políticamente su presencia ante el rey David podía significar su muerte. Era común en aquel entonces y épocas posteriores eliminar a cualquier príncipe de un reinado o gobierno anterior, ya que en un futuro podrían ser una amenaza a la seguridad nacional.
El ungido le comunica un mensaje de confianza y de seguridad. “No tengas temor”. Ese sentimiento de temor tenía que ser cambiado. Los ungidos ayudan a las personas a tener confianza. El temor destruye la potencialidad humana, rompe los diques del éxito y el triunfo, y es un despertador que nos quita el sueño del logro y la superación.
Segundo, “haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre”. Mefi-boset no se merecía absolutamente nada. El afecto del ungido era un acto de gracia, era un favor inmerecido. Pero por amor a Jonatán, su amigo del pacto el ungido tiene que tratar a Mefi-boset diferente a lo que merecía. La misericordia opera por el sentimiento del amor. Dios nos perdona, nos restaura, nos ayuda por amor a su Hijo Jesucristo.
Tercero, “y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre”. A Mefi-boset todo se le había confiscado. Saúl lo perdió todo y su descendencia también. Pero el ungido le promete restaurarle lo que por causa de su abuelo Saúl había perdido.
Cuarto, “y tú comerás siempre a mi mesa”. ¡Que tremendo privilegio! El olvidado sería ahora recordado. Se sentaría a la mesa del rey, no por derecho sino por privilegio.
A pesar de todo lo declarado por el ungido, Mefi-boset con humildad de espíritu dice: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” (9:8). No se veía ni como un perro vivo que por lo menos ladra, sino como un perro muerto. En él todo había muerto. Se definía como algo menos que un ser humano. Tenía lástima de sí mismo. Pero el ungido no lo miraba con lástima, sino con amor (cp. Jue. 7:5; 1 S. 17:43; 24:14; Ec. 9:4; Mt. 15:26).
El ungido no solo tenía palabras, practicaba lo que decía. Este llamó a Siba y le dijo: “Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor. Tu, pues, le labrarás las tierras, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer, pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa” (9:9–10).
De Siba, el siervo de Saúl, leemos: “Y tenía Siba quince hijos y veinte siervos” (9:10). Con estos números se nos da una idea de todo el trabajo que se haría a favor de Mefi-boset.
Todo le fue restaurado a Mefi-boset, tierras y siervos. Hasta se le dio a Siba para que fuese su administrador. Y se le recordó que Mefi-boset era un príncipe restaurado, que en la mesa del rey tendría un lugar de honor. Siba se comprometió de cumplir con las ordenanzas (9:11).
El ungido reafirmó: “Mefi-boset… comerá a mi mesa, como uno de los hijos del rey” (9:11). Mefi-boset recibiría el trato de un príncipe. No sería un mendigo a la puerta del palacio, sino un príncipe sentado en la mesa del rey.
También leemos que el hijo de Mefi-boset se llamaba “Micaía” (9:12). Su hijo también sería tan importante como él. La bendición alcanzaría la tercera generación de Jonatán.
Leemos: “Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey, y estaba lisiado de ambos pies” (9:13). De Lodebar (9:4) se trasladó a Jerusalén (9:13). Su incapacidad no lo privó de tener un lugar de honor, del privilegio de cortesano y de persona muy importante ante la presencia del ungido. Él no se sentaba en esa mesa por sus propios meritos, sino por la gracia que había sido imputada por un rey de pacto y de amor.
Conclusión
(1) El ungido jamás debe olvidarse de lo que ha prometido. (2) El ungido reconocerá a las personas por su nombre, y con esto le inculcará un sentido de valía. (3) El ungido ayudará a las personas a cambiar la manera negativa como estos piensan de sí mismos.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (224). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.