La belleza interior

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UNA REINA PARA DIOS.

LA BELLEZA INTERIOR

TRASFONDO BÍBLICO.

LEER ESTER 2:8 y 9.

“Sucedió, pues, que cuando se divulgó el mandamiento y decreto del rey, y habían reunido a muchas doncellas en Susa residencia real, a cargo de Hegai, Ester también fue llevada a la casa del rey, al cuidado de Hegai guarda de las mujeres. 9 Y la doncella agradó a sus ojos, y halló gracia delante de él, por lo que hizo darle prontamente atavíos y alimentos, y le dio también siete doncellas especiales de la casa del rey; y la llevó con sus doncellas a lo mejor de la casa de las mujeres”.

Con otros ojos

En la obra de Pérez Galdós, Marianela, la protagonista le pregunta al ciego al que guía si sabe distinguir el día y la noche. El contesta:

«Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos».

En la novela que lleva su nombre, Marianela es una joven deforme por un accidente que tuvo de pequeña. Solo su amigo ciego podía ver la belleza de su ser interior, sin quedarse en la superficialidad del cuerpo contrahecho. La ceguera de los ojos físicos era el principio de luz de sus ojos interiores para ver a los demás. No juzgaba por la impresión sensible, juzgaba por la belleza según la talla moral de la persona. Interesante forma de apreciar el mundo. Una lección serena para una sociedad occidental tan angustiada por el cuidado estético y paradójicamente una sociedad tan superficial en el cultivo de la interioridad. La belleza sigue siendo una enorme preocupación femenina, pero ¿Qué es lo realmente bello?

Aproximaciones al concepto.

En el siglo V a.C., los sofistas definen la belleza como “lo que resulta agradable a la vista o al oído”. Con esta definición la “belleza” empieza a distinguirse de lo “bueno”. Más tarde, los estoicos proponen una nueva definición: “aquello que posee una proporción apropiada y un color atractivo”. Aristóteles define la belleza como “aquello que, además de bueno, es agradable”. Como vemos, mientras los sofistas privilegian el agrado sensible que provoca el objeto bello, los estoicos subrayan el equilibrio interno entre las partes de dicho objeto. Aristóteles, por su parte, asume una postura intermedia, que concilia ambas teorías.

Junto a estos intentos por definir la belleza, la Antigüedad barajaba otros elementos tales como la proporción, el ordenamiento de las partes y las interrelaciones que se establecían entre ellas. A esta proporción, cuyo fundamento está inscrito en la misma naturaleza y cuyo paradigma máximo es el cuerpo humano, se le da el nombre de “simetría”.

Retomando la idea de “iluminación” como parte sustancial de la belleza Santo Tomás de Aquino habla de la belleza como “esplendor de la forma”. Siempre ha habido una asociación natural entre bondad y belleza.

Variante como las modas

Pero además el concepto de belleza cambia según las culturas y los tiempos. En la antigua literatura china, el concepto de “mujer bella” se refiere a un ser delgado y frágil. En un país como Japón, la definición de belleza también parece haber variado según la época. Las mujeres bonitas que fueron representadas en impresiones de madera durante el período Edo tenían caras largas, ojos alargados y mejillas grandes y prominentes. No obstante, en el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de apariencia masculina pasaron, de repente, a ser consideradas atractivas. Esto hablando brevemente de la belleza de corte oriental. ¿Cómo puede haber estándares tan diferentes en la sociedad, en cuanto a la belleza femenina?

Las mujeres tienen la tendencia a caer en la trampa que las hace buscar encajar en el molde de “belleza”, según los parámetros establecidos por las tendencias sociales de cada época. El propósito de esta interminable búsqueda, y el objeto para el cual se busca, suelen ser olvidados. ¿Qué belleza se busca? ¿La del aparecer o la del ser? ¿Para quién se trata de conquistar esa belleza, para uno mismo o para otros?

Difícil olvidar la apariencia

Hoy en día vemos rostros con sonrisas artificiales, operaciones quirúrgicas para evitar las arrugas, liposucción, inyecciones de silicona para moldear cuerpos que no tienen otro defecto que el desgaste natural del tiempo. Nos han vendido una imagen de mujer, donde se valora su apariencia pero se olvida uno de “ella”, de la mujer como persona. A fuerzas de ver modelos esbeltas, sin ningún defecto externo, con medidas imposibles… hemos aceptado que el ideal de belleza que nos permite entrar por la puerta grande del mundo es semejante al de la Miss Universo que se corone en el año en curso. Y aunque muchos asentimos al leer ideas semejantes a estas, e incluso criticamos el uso que se hace de la mujer en la publicidad, al final caemos en el mismo juego que nos proponen y somos los primeros en preocuparnos por el paso del tiempo, (y no precisamente porque no acerque a la muerte); nos inquietan las primeras canas, el cruzar el umbral de los 30, de los 40, de los 50,… En el fondo también nosotros identificamos juventud y belleza, porque nuestra bandera estética también se reduce al margen de lo superficial y sensible. ¿Dónde está la luz del día interior del que habla el ciego? ¿Por qué no la vemos?

Porque esa luz hay que buscarla con ojos interiores, en silencio y en la quietud que me permite ver lo invisible, pero que es realmente lo valioso.

Todo es saber mirar el bien.

El rostro de una mujer que ha sido marcado por las numerosas tormentas de la vida puede ser hermoso. Sea cual sea su edad, tal como ocurre con las vetas de la madera, cuya belleza tiende a ser más profunda con el paso de los años, la belleza de una mujer que ha resistido las dificultades de la vida brilla con un esplendor que se destaca. Hay rostros de mujeres ancianas que irradian algo que no se vende en nuestro acarreado siglo: una belleza pacífica, serena. Esa belleza crece con el tiempo, porque el tiempo aquilata y purifica lo que nos hace grandes: la capacidad de amar que posee el ser humano. El paso silencioso y constante de los años engrandece a la mujer que ha vivido en orden al darse y no al “buscarse”. Por eso un rostro anciano puede ser atractivo. Quizás detrás de esos ojos compasivos, se esconden muchas lágrimas, detrás de esas arrugas no maquilladas se oculta mucho dolor porque el amor es donación, es buscar el bien objetivo del otro, y por eso muy a menudo, el amor duele. El amor no es un maquillaje que se quita en la noche; su huella en la persona es indeleble y no se borra con el paso del tiempo.

Más allá de los sentimientos, de la emotividad casi de origen físico, esta la capacidad oculta en el ser humano, que nos permite elegir libremente lo difícil y doloroso, y con desinterés, solo para hacer feliz a alguien. La mujer que por vocación está llamada a educar al hombre en el arte del amor desinteresado, es verdaderamente hermosa cuando ha sido fiel a sí misma, aunque su cabello luzca blanco, o tiemblen ya sus manos. Decía Agustín de Hipona “Solo la belleza agrada”, y si no es mucha pretensión, podemos añadir “Solo la belleza interior agrada siempre”.

La mujer más hermosa del mundo

Las mujeres más hermosas del mundo no son las que desfilan en trajes de baño y vestidos de noche delante de jueces y de cámaras de televisión. Las verdaderas finalistas y las ganadoras son aquellas que tienen el brillo interno de la sabiduría, gracia y perdón.

Pero esta verdad es la que menos está de moda, cuando hablamos sobre la belleza puede aparecer en nuestras mentes una modelo de pasarela o una miss universo, entonces si ellas son perfectas ¿tendremos que conformarnos, nosotras mujeres normales a ser sólo un grupo de admiradoras pero sin coronas de reinas de belleza?

En la Palabra de Dios, encontramos modelos de perfección. Dios nos da la clasificación de la belleza como Él la ve. En la biblia hay un detallado cuadro de una mujer físicamente hermosa, el autor nos relata minuciosamente cada parte de su cuerpo y nos da una descripción poética para que sintamos lo que él vivió cuando la contempló.

Hagamos un ejercicio y al escuchar cada virtud, imaginariamente ponte una corona si posees algunas de sus cualidades.

La Bella Sulamita. Cantar de los cantares cap. 4.

El Señor es creador de la mujer y como autor debemos consultarle cuál es su concepto de la belleza física.

La sulamita será nuestro modelo, la hermosa novia era una pastora de ovejas de profesión, mujer trabajadora y llena de virtudes (de las cuales nos ocuparemos en un momento), más también poseedora de una belleza sin par.

Ø Sus ojos tras el velo, son como dos palomas, semejantes a la superficie de un manantial, chispeantes y llenos de alegría. Esta feliz y sus ojos lo denotan, no hay ojeras ni cansancio, las arrugas existen, pero son la marca de su valor y sabiduría, son como palomas porque ellas simbolizan la paz.

Ø Sus cabellos son como los rebaños de las cabras, negros y ondulados. Ella es pastora, esta expuesta al clima caliente del desierto, a la arena y los vientos recios, pero al caminar sigue siendo su cabello una poesía, ondulado se mueve y provoca ser admirado.

Ø Sus dientes, blancos y humedecidos, no le faltan ninguno de ellos. NO hay dentífrico ni enjuague que lo purifique, sólo el agua que Dios le da cada día.

Ø Sus labios de roja escarlata (usaba maquillaje como las mujeres de Egipto). No deja de ser delicada e interesante, ¡es que es mujer!!!

Ø Sus mejillas redondas y sonrojadas. Fruto de una buena alimentación.

Ø Su cuello largo como torre de marfil (blanco) y adornado con piedras preciosas. Levanta su cabeza y el cuello se deja ver, no esta cabizbaja ni humillada.

Ø Sus pechos cual cervatillos en pleno desarrollo, llenos de vigor juvenil y perfumados con fragante olor de azucenas. Tira su espalda hacia atrás y no esconde atemorizada la perfección de su belleza.

Ø Sus pies, limpios y hermosos en sus sandalias. Limpios porque anda y escoge andar cada día por el camino correcto.

Ø Las curvas de su cadera como alhajas labradas por un hábil artesano. Formada de una manera diferente a la del hombre, pero perfecta para cumplir el propósito divino.

Ø Su ombligo es una copa redonda rebosante de buen vino y su vientre es como monte de trigo rodeado de jazmines (no esta desnutrida). Lista para ser madre, pronto tendrá vida en su vientre.

Ø Su nariz se asemeja a la torre del Líbano, fuerte y grande. Otra vez, es perfecta hechura de Dios.

Ø Su porte cual tallo de palmera, majestuoso y sus pechos cual racimos deleitosos. Talle de Reina, quizá no tenga las medidas exactas y perfectas, pero su porte indica que merece la corona y el cetro.

Esta es la mujer que parece merecer la corona de reina de belleza, pero el autor del libro de Cantares, también es el autor del Libro de Proverbios y entonces añade una frase más, completando así la parte más importante en su descripción.

“La sabiduría es lo primero”, ¡Adquiere sabiduría! Por sobre todas las cosas, adquiere sensatez, abrázala y ella te dará dignidad, te pondrá en la cabeza una hermosa diadema; te obsequiará una bella corona. Serás una Reina resplandeciente.

“Engañosos son el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza”

Quizá te identificaste con algunos rasgos de la Sulamita, Quien sabe, hasta te sientes en algunos rasgos superior, pero ahora, para completar esta descripción de la belleza, debes volver a hacerte otra evaluación y ver si encajas tanto en belleza física como espiritual.

La belleza espiritual.

No hay belleza física que se pueda comparar con la dignidad espiritual y el atractivo de una mujer llena de sabiduría y paz.

La Sulamita tenía amor, un corazón lleno de paz, sus emociones cargadas de una inmensa alegría y una mente prudente y con temor a Dios; todas estas cualidades unidas provocaban un brillo propio logrando reflejar la perfecta armonía de la belleza de la mujer, tanto física como espiritual, digna de coronas y honor.

“Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Esta si que tiene mucho valor delante de Dios.” I Pedro 3:3-4.

Para ser bella hay que comenzar la operación desde dentro del alma “El corazón alegre se refleja en el rostro, el corazón dolido deprime el espíritu” Proverbios 14:33. Gran parte de nosotras llegamos al Señor llevando a cuestas un gran cargamento de deslices y penas, hasta que nos sometimos a la operación de Dios, y él nos cambio nuestra tristeza en alegría. Dios nos sacó el orgullo, la rebeldía, la baja autoestima, la amargura, echamos fuera todo rencor y el endulzó nuestras almas.

La segunda operación ha sido más difícil pero los cambios son notorios, se nota el cambio y la belleza interior empieza a surgir.

No volver a caer en la baja autoestima, en la culpa o el castigo propio, esto te condena y anula, procurar tener un espíritu suave y apacible, ser una persona serena porque su confianza y su seguridad están que Dios te ha perdonado. No hay más condenación para las hijas de Dios. “En el agua se refleja el rostro, y en el corazón se refleja la persona” Prov. 27:19.

Conclusión

La que merece la corona, la mujer más bella del mundo, reflejará una clase de belleza interior que hace mucho más que llamar la atención a sí misma. Es una belleza que es mucho más importante que cualquier cosa trivial.

La verdadera belleza de la mujer no es corruptible, porque no depende de lo físico, sino que es la belleza de una forma de ser que reúne la quietud, la humildad, la ternura y la serenidad.

“El corazón tranquilo, da vida al cuerpo, pero la envidia carcome los huesos” Proverbios 14:30

Puedes intentar cubrir todo tu cuerpo de una hermosura aparente, pero si por dentro no le has entregado al Señor tus afanes, prejuicios, rencores, te seguirás desgastando más rápido de lo normal, Sólo Dios puede sanar un corazón herido, sólo Dios puede embellecerte por dentro.

Las mujeres del mundo son alabadas por su belleza física, por su vivacidad y por su audacia. Pero las mujeres de Dios tienen un molde distinto. La belleza física de una mujer es temporal, y su deterioro le producirá amargura.

En cambio, el adorno de un espíritu manso, dulce y sereno no es una moneda que perece, no se gastará por el uso ni está sujeta a los valores del mercado. No deja marcas en el alma, ni heridas en quienes la rodean. Esta es la verdadera belleza, la belleza que es de grande estima delante de Dios.

“Engañoso es el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza” Prov. 31:30.

Fuente: www.centraldesermones.com