60 Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». 61 Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, 62 ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 63 El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64 Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65 Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». 66 Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
67 Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». 68 Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; 69 nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sobre el Sacramento del Altar: Sobre la fe de los apóstoles
«Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede» (Jn 6,65)
Parte 2, 3: SC 93, 296-300
SC
Entre los discípulos de Cristo había quienes creían y quienes no creían, y entre los no creyentes se encontraba Judas, que lo iba entregar. Cristo los conocía a todos: a los creyentes y a los incrédulos; al que lo iba a entregar y a los que iban a separarse de él.
Pero antes que se separen los que han de dejarlo, les aclara que la fe no es de todos, sino de aquellos a quienes el Padre les concede acercarse a él. Pues el misterio de la fe no puede revelarlo nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo. Es él quien a unos otorga el don de creer y a otros no. Por qué a algunos no les otorga este don, él lo sabe: a nosotros no nos es dado saberlo; y ante una realidad tan incomprensible y tan escondida a nuestros ojos, no nos cabe otra posibilidad que exclamar y decir llenos de admiración: ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
Muchos de los discípulos que no habían creído se echa-ron atrás y se fueron, no en pos de Jesús sino en pos de Satanás. Entonces dijo Jesús a los Doce que se habían quedado con él: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Si nos apartamos de ti, ¿dónde encontraremos la vida y la verdad?, ¿dónde encontraremos al autor de la vida?, ¿dónde a un doctor de la verdad como tú? Tú tienes palabras de vida eterna. Tus palabras, escuchadas con reverencia y conservadas con fe profunda, dan la vida eterna. Tus palabras nos prometen la vida eterna mediante la administración de tu cuerpo y de tu sangre.
Y nosotros, dando fe a tus palabras, creemos y sabemos que tú mismo eres el Mesías, el Hijo de Dios; es decir, creemos que tú eres la vida eterna, y que en tu carne y en tu sangre no nos das sino lo que tú eres. Creemos —dice— y sabemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; esto es, creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios; por tanto, es normal que tú tengas palabras de vida eterna, y todo lo que has dicho respecto a comer tu carne y a beber tu sangre, creemos y sabemos que es verdad, porque tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
No dijo sabemos y creemos, sino creemos y sabemos. Esto puede entenderse de aquel conocimiento que se va formando en la mente mediante el crecimiento de la fe. De este conocimiento está escrito: Si no creéis, no podréis comprender. Ya la misma fe es cierto conocimiento incluso en aquellos que creen simplemente, sin comprender las razones de la fe. En cambio, el conocimiento que llega a ser formulado en conceptos es propio de aquellos que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada para conocer más plenamente las razones de la fe, siempre prontos para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a todo el que se la pidiere.
Sobre el Evangelio de san Juan: Te seguiremos, con alegría
«Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68)
4, 4 : PG 73, 613
PG
«¿A quién pues iremos?», dice Pedro. Quiere decir: «¿quién nos instruirá como tú de los misterios divinos? «, o incluso: «¿Al lado de quién encontraremos algo mejor? Tú tienes palabras de vida eterna». No son intolerables, como dicen otros discípulos. Al contrario, todas ellas conducen a la realidad más extraordinaria, la vida infinita, la vida imperecedera. Estas palabras nos muestran bien que debemos permanecer a los pies de Cristo, tomándolo por nuestro solo y único dueño, y mantenernos constantemente cerca de él…
El Antiguo Testamento también nos enseña que hay que seguir a Cristo, siempre unidos a Él. Efectivamente, cuando los israelitas, liberados de la opresión egipcia, se apresuraban hacia la Tierra prometida, Dios permitió que se desviaran del camino. El que les dio la Ley no les permitió ir a cualquier lugar de su agrado. En efecto, sin guía, ciertamente se habrían extraviado; los israelitas encontraban su salvación permaneciendo con su guía. Hoy, también hacemos el nuestro negándonos a separarnos de Cristo, porque es Él quien se manifestó a los antiguos bajo la apariencia de una tienda, un nubarrón y fuego (Ex 13,21; 26,1s)…
«El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, también estará mi servidor » (Jn 12,26)… Claro, el camino en compañía y al lado de Cristo Salvador no se hace en un sentido material, sino más bien por las obras de la virtud. Los discípulos más sabios, se comprometieron firmemente a esto con todo su corazón…; con razón dicen: «¿A dónde iremos?» En otros términos: » Estaremos siempre contigo, cumpliremos tus mandamientos, acogeremos tus palabras, sin recriminar nada. No creeremos, como los ignorantes, que tu enseñanza es dura a oír. Al contrario, diremos: ‘qué dulce al paladar tu promesa: ¡más que miel en mi boca!'» (Sal 118,103).
Carta: Hemos de preocuparnos si somos sordos a su Palabra
«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63)
n. 53 a Paulino
Leemos las Santas Escrituras y entiendo que el Evangelio es el cuerpo de Jesús, y que las Santas Escrituras son su doctrina. Sin duda que el texto «El que come mi carne y bebe mi sangre» tiene una aplicación total en el misterio eucarístico; pero es verdad también que la palabra de las Escrituras es verdadero Cuerpo de Cristo y su verdadera Sangre, es doctrina divina. Si cuando celebramos los santos misterios cae una partícula, nos inquieta. Si cuando escuchamos la palabra de Dios, mientras entra en nuestros oídos se nos ocurre pensar en otra cosa, ¿a qué responsabilidad no nos exponemos?
Siendo la carne del Señor una verdadera comida y su sangre una verdadera bebida, nuestro único bien es comer su carne y beber su sangre, pero no sólo en el misterio eucarístico sino también en la lectura de la Escritura.
Sobre el Evangelio de san Mateo: Nuestros sentidos pueden engañarnos, sus palabras no
«Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68)
4, 4 : PG 73, 613
PG
«Tomad y comed, dice Jesús, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros» (cf 1Co 11,24). ¿Por qué los discípulos no se turbaron al oír estas palabras? Porque Cristo ya les había dicho muchas grandes cosas al respecto (Jn 6)… Confiemos, también nosotros, plenamente en Dios. No le hagamos objeciones, aunque lo que diga parezca contrario a nuestros razonamientos y contrario a lo que vemos. Que su palabra sea la principal guía de nuestra razón y de nuestra vista. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos solamente lo que está bajo nuestros sentidos, sino que tengamos en cuenta sobre todo las palabras del Señor.
Su palabra no puede engañarnos, mientras que nuestros sentidos nos engañan fácilmente; ésta jamás es cogida en falta, en cambio ellos faltan muy a menudo. Cuando el Verbo dice: «Esto es mi cuerpo», fiémonos de él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu…
Cuánta gente dice hoy: «Querría ver a Cristo en persona, su cara, sus vestidos, sus zapatos». ¡Pues bien, en la eucaristía es a él al qué ves, al que tocas, al que recibes! Deseabas ver sus vestidos; y es él mismo el que se te da no sólo para verle, sino para tocarlo, comerlo, acogerlo en tu corazón. Por tanto, que nadie se acerque con indiferencia o dejadez; ya que todos van a él, animados por un amor ardiente.
Carta: Acerquémonos a la mesa con amor y respeto
«Señor, ¿a quién vamos a acudir?» (Jn 6,68)
Epistolario 3, 980: GF, 196s
Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con no adelantar sino a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr, mejor aún, alas para volar.
Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta no ser sino una pequeña abeja en el nido de la colmena; muy pronto llegarás a ser una de estas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor. Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones.
Ocurre a menudo que las abejas, al atravesar los prados, recorren grandes distancias antes de llegar a las flores que han escogido; seguidamente, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven a entrar en la colmena para realizar allí la transformación silenciosa, pero fecunda, del néctar de las flores en néctar de vida. Haz tú lo mismo: después de escuchar la Palabra, medítala atentamente, examina los diversos elementos que contiene, busca su significado profundo. Entonces se te hará clara y luminosa; tendrá el poder de transformar tus inclinaciones naturales en una pura elevación del espíritu; y tu corazón estará cada vez más estrechamente unido al corazón de Cristo.
Sermón (13-06-1956): Este alimento es Vida y da Vida
«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63)
VII, 293-294
«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.» Jn 6, 61-70
Jesucristo, normalmente, suele ir paso a paso. Para demostrar que a Dios nada le es imposible; nos pone el ejemplo de la mujer estéril…
Quería que creyéramos en la Eucaristía y comienza multiplicando milagrosamente los panes. Despierta después la fe: «en verdad en verdad os digo, que el que cree en Mí tiene la vida eterna; Yo soy el Pan de vida.» Les va a proponer una verdad difícil de aceptar y quiere ganarse la fe de ellos, primero con un milagro y después con una exhortación…
Establece una comparación entre el maná y su Carne; «vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo para que quien lo coma, no muera.» Y ¿cuál es ese Pan?
Por dos veces hace esa comparación. En ella, parte de una similitud para mostrar una diferencia. La similitud: que tanto el maná como la Eucaristía son alimento. Moisés no os dio el verdadero pan del cielo; era pan celestial pero no el verdadero pan del cielo, parecía venir del cielo pero el pan de que Yo os hablo, ése sí que viene del cielo. Esa es la diferencia.
El maná era un alimento sin vida, no daba la vida y por eso, le comían pero morían. Este alimento es vida y da vida. Considerando el maná, según su apariencia, sería muy superior al sacramento de la Eucaristía si esto no fuera el Cuerpo del Señor. En efecto, la Eucaristía encierra dos elementos: la forma y lo que ella contiene.
La forma es muy inferior, pero la sustancia es muy superior porque es el verdadero Cuerpo de Jesucristo.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Pascua: Sábado III
Tiempo Ordinario: Domingo XXI (Ciclo B)