Jn 14, 1-6: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida

1 No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. 3 Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. 4 Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». 5 Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». 6 Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Buenaventura

El Itinerario de la Mente hacia Dios: Sin ti nadie llega hasta ti

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)
VII, 1-2.4.6 (Liturgia de las Horas)

Acerquémonos apresuradamente a nuestro Redentor Jesús. Unámonos a la asamblea de los santos, a la reunión de los justos. Nos acercamos a nuestros hermanos, a los que nos instruyeron en la fe… El Señor será la luz de todos y esta «luz verdadera que alumbra a todo hombre» ((Jn 1,9) brillará para todos. Iremos a donde Nuestro Señor Jesucristo ha preparado una morada para sus siervos para que donde él está estemos también nosotros. Ésta es su voluntad… Nos comunica su deseo: «Volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo.» (Jn 14,2-3)…

Nos ha mostrado el lugar y el camino cuando dice: «Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.» (Jn 14,4) El lugar es estar junto al Padre; el camino es Cristo, como él mismo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.» (Jn 14,6) Entremos en este camino, unámonos a la verdad, sigamos la vida. El camino es el que nos conduce, la verdad la que nos asegura, la vida es que se nos da él mismo. Y para que comprendamos bien lo que él quiere, añade más adelante: «Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.» (Jn 17,24) Te seguimos, Señor Jesús. Pero, para que te sigamos ¡llámanos porque sin ti, nadie llega hasta ti! Tú eres el camino, la verdad y la vida. Tú eres nuestro auxilio, nuestra fe, nuestra recompensa. ¡Acoge a los que te pertenecen, tú que eres el camino; fortifícalos, tú que eres la verdad; vivifícalos, tú que eres la vida!

Ogerio de Lucedio

Sermón: Reinaremos con Él

«Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 6,3)
6, sobre las palabras del Señor en la Última Cena, n. 56: PL 184, 904-905

PL

Apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas estancias a fin de que allí estéis conmigo para siempre

Vosotros reinaréis conmigo en la vida eterna, donde hay muchas estancias, es decir, multitud de grados de gloria, pues allí uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. La casa de Dios Padre es esta: su predestinación y presciencia. En esta casa, cada uno de los elegidos dispone de su propia estancia, de acuerdo con el denario consignado, que es el mismo para todos: este denario indica la duración de la vida en la eternidad, duración única para todos, sin diferencia alguna.

O también: la casa de mi Padre es el templo de Dios, el reino de Dios, esto es, los hombres justos, entre los cuales existen múltiples diferencias. Y éstas son las estancias de la misma casa, es decir, aquellos grados de gloria que están preparados en la predestinación, como dice el Apóstol: El nos eligió antes de crear el mundo por la predestinación; pero dichos grados de gloria hay que esperarlos activamente. Por eso dice el Apóstol: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó. Palabras que sintonizan con aquellas del Señor: Si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.

El sentido es éste: En la casa de mi Padre son diversos los premios de los méritos. Pero como allí los puestos son asignados por la predestinación, no es necesario que yo prepare estas estancias. Y como todavía no son una realidad, por eso añade: Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: En la casa de mi Padre tenéis un puesto por la predestinación; pero me voy al Padre y os los prepararé con el concurso de vuestras obras. En la casa de mi Padre tenéis una eterna morada, sólo que ya no podéis tomar posesión de ella si no es a través de un trabajo personal a fondo. En la casa de mi padre disponéis de estancias en función únicamente de la gracia y el don de Dios, pero quiero que las tengáis en adelante también por mí.

Me alejo de vosotros según la divinidad, y os prepararé, según la humanidad, aquella inefable bienaventuranza que preparé para vosotros desde la creación del mundo según la divinidad. No podéis en modo alguno disfrutar de aquellos inefables gozos de vida perenne, si antes no soy despojado de la carne y nuevamente revestido de la misma carne. Subiré al cielo y os enviaré el Espíritu Santo, que os enseñe a manifestar con las obras vuestro reconocimiento, de modo que recibáis también con el concurso de vuestros méritos aquel reino de la felicidad eterna, al cual estáis predestinados.

Diariamente prepara el Señor Jesús a sus fieles un sitio, al recordar a su Padre que su carne padeció por la salvación del género humano; y así, el lugar que por su divinidad nos había preparado, nos lo otorga ahora por su humanidad. Cada vez que hacemos una obra buena: ayunando, orando, leyendo, meditando, llorando por nuestros pecados o por el deseo de ver a Cristo, visitando al enfermo, dando de comer al hambriento, u otras obras buenas que sería largo enumerar, día a día se nos va preparando aquella feliz mansión en el cielo, por aquel que dijo: Sin mí no podéis hacer nada. Pero sólo entonces nos introducirá en aquellas dichosísimas moradas, si cuando viniere a dar a cada uno según sus obras, hallare que hemos vivido en su fe y en su amor. Es exactamente lo que dice: Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas estancias, a fin de que allí estéis conmigo para siempre. ¡Oh inmensa, oh dichosa felicidad, vivir con Cristo!

Ambrosio de Milán

Sobre el bien de la muerte: Llámanos para que podamos seguirte

«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6)
Capítulo 12, 52-55: CSEL 32, 747-750

CSEL

El lugar: junto al Padre; el camino: Cristo

Caminemos intrépidamente hacia nuestro Redentor, Jesus; caminemos intrépidamente hacia aquella asamblea de los santos, hacia aquella reunión de los justos. Pues nos encaminaremos al encuentro con nuestros padres, al encuentro con los preceptores de nuestra fe: y si tal vez no podemos exhibir obras, que la fe venga en ayuda nuestra y la heredad nos defienda. Porque el Señor será la luz de todos; y aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre resplandecerá sobre todos. Nos encaminaremos allí donde el Señor Jesús preparó estancias para sus humildes siervos, para que donde él esté estemos también nosotros. Tal fue su voluntad. Cuáles sean esas estancias, óyeselo decir a él mismo: En casa de mi Padre hay muchas estancias. Y ¿cuál es su voluntad? Volveré —dice— y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.

Pero me objetarás que hablaba únicamente a los discípulos, que sólo a ellos les prometió las muchas estancias. Entonces, ¿es que sólo las preparaba para los Once? Y cómo se cumplirá aquello de que vendrán de todas partes y se sentarán en el reino de Dios? ¿Es que podemos dudar de la eficacia de la voluntad divina? Pero, en Cristo, querer y hacer son una misma cosa. Seguidamente les señaló el camino, les indicó el sitio, diciendo: Y donde yo voy, ya sabéis el camino. El lugar: junto al Padre; el camino: Cristo, como él mismo dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

Adentrémonos por este camino, mantengamos la verdad, vayamos tras la vida. Es camino que conduce, verdad que confirma, vida que se entrega. Y para que conozcamos sus verdaderos planes, al final del discurso añade: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria. Padre: esta repetición es confirmatoria, lo mismo que aquello: ¡Abrahán, Abrahán! Y en otro lugar: Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes. Bellamente pide aquí lo que antes había prometido. Y este primero prometer y luego pedir, y no a la inversa, primero pedir y luego prometer, es un prometer como árbitro del don, consciente de su propio poder; pide al Padre como intérprete de la piedad. Prometió primero, para que conozcas su poder; luego pidió, para que caigas en la cuenta de su piedad. No pidió primero y luego prometió, para que no pareciera que prometía lo que previamente había impetrado, más bien que otorgaba lo que antes había prometido. Ni consideres superfluo que pidiera, pues de esta manera te expresa su comunión con la voluntad del Padre, lo cual es una prueba de unidad, no un aumento de poder.

Te seguimos, Señor Jesús; pero llámanos para que podamos seguirte, ya que sin ti nadie puede subir. Porque tú eres el camino, la verdad, la vida, la posibilidad, la fe, el premio. Recibe a los tuyos como el camino, confírmalos como la verdad, vivifícalos como la vida.

Rafael Arnáiz Barón

Escritos Espirituales (12-04-1938): El Camino es la Cruz

«Donde yo estoy, también estaréis vosotros» (cf. Jn 14,3)

¡Ah! si el mundo supiera lo que es amar un poco a Dios, también amaría al prójimo. Al amar a Jesús, al amar a Cristo, también forzosamente se ama lo que Él ama. ¿Acaso no murió Jesús de amor por los hombres? Pues al transformar nuestro corazón en el de Cristo, también sentimos y notamos sus efectos… Y el más grande de todos es el amor… el amor a la voluntad del Padre, el amor a todo el mundo, que sufre, que padece… Es el padre, el hermano lejano, sea inglés, japonés o trapense; el amor a María…

En fin. ¿Quién podrá comprender el Corazón de Cristo? Nadie, pero chispitas de ese Corazón hay quien las tiene…, muy ocultas…, muy en silencio, sin que el mundo se entere.

Jesús mío, qué bueno eres. Tú lo haces todo maravillosamente bien. Tú me enseñas el camino; Tú me enseñas el fin. El camino es la dulce Cruz…, es el sacrificio, la renuncia, a veces la batalla sangrienta que se resuelve en lágrimas en el Calvario, o en el Huerto de los Olivos; el camino, Señor, es ser el último, el enfermo, el pobre oblato trapense que a veces sufre junto a tu Cruz. Pero no importa; al contrario…, la suavidad del dolor sólo se goza sufriendo humildemente por Tí. Las lágrimas junto a tu Cruz, son un bálsamo en esta vida de continua renuncia y sacrificio; y los sacrificios y renuncias son agradables y fáciles, cuando anima en el alma la caridad, la fe y la esperanza.

He aquí cómo Tú transformas las espinas en rosas. Mas ¿y el fin?… El fin eres Tú, y nada más que Tú… El fin es la eterna posesión de Ti allá en el cielo con Jesús, con María, con todos los ángeles y santos. Pero eso será allá en el cielo. Y para animar a los flacos, a los débiles y pusilánimes como yo, a veces te muestras al corazón y le dices…, ¿qué buscas? ¿qué quieres? ¿a quién llamas?… Toma, mira lo que soy… Yo soy la Verdad y la Vida. Y entonces derramas en el alma delicias que el mundo ignora y no comprende. Entonces, Señor, llenas el alma de tus siervos de dulzuras inefables que se rumian en silencio, que apenas el hombre se atreve a explicar… Jesús mío, cuánto te quiero, a pesar de lo que soy…, y cuanto peor soy y más miserable, más te quiero…, y te querré siempre y me agarraré a Ti y no te soltaré, y… no sé lo que iba a decir.

Tomás de Aquino

Sobre el Evangelio de San Juan: Mejor es cojear en el Camino que correr fuera de Él

«Señor, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,6)
14, 2

Cristo es al mismo tiempo el camino y el término: el camino en función de su humanidad, el término en función de su divinidad. Así pues, según es hombre dice: «Yo soy el Camino» y según es Dios añade: «la Verdad y la Vida». Estas dos palabras dicen muy claramente el término de este camino, porque el término de este camino, es el fin del deseo humano… Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, puesto que él mismo es la verdad: «Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad» (Sal 85,11). Y Cristo es el camino para llegar a la vida, puesto que él mismo es la vida: «Me enseñarás el sendero de la vida» (Sal 15,11)…

Si buscas por donde pasar, agárrate a Cristo, puesto que él mismo es el camino: «Es el camino, síguele» (Is 30,21). Y san Agustín comenta: «Camina siguiendo al hombre y llegarás a Dios». Porque es mejor cojear a lo largo del camino que andar a grandes pasos fuera del camino. El que cojea durante el camino, aunque no adelante mucho, se acerca al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más valientemente corre, tanto más se aleja del término. Si buscas a dónde ir, únete a Cristo, porque Él en persona es la verdad a la cual deseamos llegar: «Es la verdad que mi boca medita» (Pr 8,7). Si buscas donde permanecer, únete a Cristo porque él en persona es la vida: «El que me encuentre encontrará la vida» (Pr 8,35).

Agustín de Hipona

Cartas: Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración

«En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14,2)
Carta 130, 8, 15.17—9, 18 a Proba: CSEL 44, 6-57.59-60

CSEL

¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

Francisco de Sales

Sermón (13-02-1622): Fundamento de la Verdad

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» (Jn 14, 6)
X, 199… 393-394, 13-2-1622 y 2-10-1622

Nuestro Señor y Maestro estaba lleno de Verdad, ¡como que era la misma Verdad!

Esta Verdad de la que habla el salmista no es otra que la fe.

Quien esté armado de la fe, nada tiene que temer pues es lo único necesario para rechazar y confundir al enemigo; porque ¿cómo puede dañar al que dice: Creo en Dios que es nuestro Padre y Padre todopoderoso? Y al decir estas palabras demostramos que no confiamos en nuestras fuerzas sino en la virtud de Dios, Padre todopoderoso y por Él entramos en el combate y esperamos la victoria.

El Hijo de Dios vino al mundo para darnos una doctrina, unos fundamentos generales y seguros, por lo que podemos llegar a conocer la verdadera perfección.

Fuera de estos fundamentos y doctrina no podemos adquirir la ciencia y la disciplina, perdiendo así el título glorioso de discípulos de Jesucristo.

Son muchos los que abrazan esta verdad y siguen este camino, que no es otro que el propio Jesucristo, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» Esas palabras deberíamos tenerlas grabadas e impresas en nuestros corazones, de tal manera, que sólo la muerte las pudiera borrar ya que, sin Jesucristo, nuestra vida es más bien muerte que vida; sin la verdad que Él ha traído al mundo, todo hubiera estado lleno de confusión y si no seguimos sus huellas, su pista y su camino, no podremos encontrar el que conduce al cielo.


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

Tiempo de Pascua: Viernes IV