Jn 13, 21-33.36-38: Traición de Judas y despedida

16 En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. 17 Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. 18 No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. 19 Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
20 En verdad, en verdad os digo: El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos

Orígenes, Sobre el Evangelio de san Juan 32

18. No creo que pueda rectamente referirse la frase «No me refiero a todos vosotros…», a aquella otra de «Seréis bienaventurados si hacéis estas cosas», porque todo esto puede aplicarse a Judas como a cualquier otra persona, al decir «Bienaventurado será el que haga estas cosas». Así esta frase debe relacionarse con aquella otra ( Jn 13,16): «No es el siervo mayor que su señor, ni el apóstol mayor que el que le envió»; porque Judas como era siervo del pecado, no lo era del Verbo de Dios; ni apóstol, pues el diablo había penetrado en su corazón. Y así, conociendo el Señor a los suyos, no conoce a los que no lo son. Por esto no dice yo conozco a todos los presentes, sino «… yo conozco a los que he elegido…», como diciendo: conozco a mis elegidos.

19. «… para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy.» Y no se dijo a los apóstoles para que creáis, como si ellos no creyesen, sino que esta locución equivale a decir para que, creyendo, obréis. Perseverando en vuestra creencia, no toméis ningún pretexto para la repulsa, porque entre todas las cosas que fortalecían en la fe a los discípulos, consideraba en primer término el cumplimiento de las profecías.

20. «En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado.» Porque el que recibe al que envía Jesús, recibe al mismo Jesús, que existe en su enviado. Mas el que recibe a Jesús, recibe al Padre. Luego, el que recibe al que envía Jesús, recibe al Padre que envía. También puede entenderse de este otro modo: El que recibe a quien yo enviare, se hace digno de recibirme a mí. Mas el que me recibe no por intermediación del apóstol que yo enviaré, sino que me recibe a mí cuando me dirijo a las almas, recibe también al Padre, de tal modo, que no sólo yo moro en él, sino también el Padre.

Agustín, Sobre el Evangelio de san Juan 59

17. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís.» Como diciendo: entre vosotros hay quien no será bienaventurado, ni obrará aquellas cosas. Yo sé a quiénes he elegido. ¿A quiénes sino a aquellos que serán bienaventurados haciendo lo que El manda? Luego Judas no es de los elegidos. Cómo, pues, dice en otro lugar (Jn 6,71): «¿Acaso yo no os he elegido a los doce?». Es porque él fue elegido, para otra cosa necesaria, pero no para la bienaventuranza acerca de lo que se dice: «Bienaventurados seréis si hacéis estas cosas».

18b. ¿Qué otra cosa significa «… ha alzado contra mí su talón.», sino me pisoteará? En lo cual se alude a Judas traidor.

18b-19. Los que habían sido elegidos comían al Señor, y él comía el pan del Señor contra el Señor; aquéllos la vida, éste la pena: «Porque el que come indignamente come su propio juicio» (1Cor 11,29).
Prosigue diciendo: «Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy.», a saber, de quien predijo la Escritura.

Juan Crisóstomo, Sobre el Evangelio de san Juan 70

16. Aún los exhortaba a que lavasen los pies, cuando añadió: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía», como diciendo: «Luego, si yo he hecho estas cosas, con mayor razón conviene que vosotros las hagáis».

18a. Porque el saber es propio de todos, pero el obrar no es de todos. Después reprendió al traidor, no de una manera clara, sino velando las palabras, cuando añadió:«No me refiero a todos vosotros…»

18b. Después, para no llenar de tristeza a muchos con sus palabras, añade: «… tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón.», manifestando que no era entregado ignorantemente, cosa que era muy suficiente para retener a Judas. Y no dijo me entregará, sino «levantará contra mí su pie», queriendo desfigurar el engaño y el ocultamiento de las asechanzas.
Y dijo: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón.», esto es, quien ha sido alimentado por mí, el que comió en mi mesa; para que no nos escandalicemos jamás si sufrimos alguna injuria de los criados o de personas de inferior calidad, atendiendo al ejemplo de Judas que, habiendo gozado de bienes infinitos, pagó tan mal a su bienhechor.

20. Y como los discípulos habían de salir a predicar y sufrir muchos martirios, los consuela de dos maneras. De una manera, por sí mismo, diciendo (Jn 13,17): «dichosos seréis si lo cumplís.» . Por otro lado, los consuela con el ejemplo de los demás, hablándoles de los muchos medios con que serían ayudados por los hombres, y por esto añade: «En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado.»


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Francisco

Evangelii Gaudium: Primerear, acompañar, festejar

«Dichosos vosotros si hacéis esto» (Jn 13,17)
n. 24

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz.

Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.

Francisco de Sales

Carta: Total abandono en Dios

«Yo sé a quienes escogí….» (Jn 13, 18)
Exhortaciones a Santa Juana F. de Chantal

Nuestro Señor os ama, mi querida Madre, os quiere toda suya, no os dejéis llevar por otros brazos sino por los Suyos ni tengáis otro pecho donde reposar que el Suyo. Tened vuestra voluntad simplemente unida a la Suya. Lo que tengáis que hacer no lo hagáis por vuestra inclinación, sino por ser la voluntad de Dios. Ya no penséis en las cosas que os conciernen porque estáis abandonada del todo y puesta al cuidado del amor eterno que Dios os tiene… quedaos ahí, reposando, en espíritu de muy simple y amorosa confianza.

No volváis sobre vos misma, sino seguid ahí, cerca de Él, arrojando y abandonando vuestra alma, vuestros actos, vuestros éxitos, vuestros asuntos, a lo que el Señor quiera y quedaos a merced de sus cuidados: en esto hay que mostrar firmeza.

Cada vez que notéis que no está ahí vuestro espíritu, volvedle a traer pero con dulzura y sencillez… haced todo con ánimo reposado y amorosa tranquilidad.

Caminad siempre ante Dios y ante vos misma porque a Dios le gusta ver los pasitos que vais dando y, como un Padre que lleva a su hijo de la mano, Él acomodará sus pasos a los vuestros y no le importará no poder ir más deprisa que vos.

¿Por qué os preocupáis por ir aquí o allá, de ir despacio o deprisa, mientras Dios vaya con vos y vos con Él?

No reflexionéis tanto y marchad con franqueza.

Juan Pablo II

Audiencia General (26-08-1987): Dios tiene el Nombre

«Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy» (Jn 13,19)
n. 7

[…] Entre las afirmaciones de Cristo resulta especialmente significativa la expresión: “YO SOY”. El contexto en el que viene pronunciada indica que Jesús recuerda aquí la respuesta dada por Dios mismo a Moisés, cuando le dirige la pregunta sobre su Nombre: “Yo soy el que soy… Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros” (Ex 3, 14). Ahora bien, Cristo se sirve de la misma expresión “Yo soy” en contextos muy significativos. Aquel del que se ha hablado, concerniente a Abraham: “Antes que Abraham naciese, ERA YO”; pero no sólo ése. Así, por ejemplo: “Si no creyereis que YO SOY, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 24), y también: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que YO SOY” (Jn 8, 28), y asimismo: “Desde ahora os lo digo, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que YO SOY” (Jn 13, 19).

Este “Yo soy” se halla también en otros lugares de los Evangelios sinópticos (por ejemplo Mt 28, 20; Lc 24, 39); pero en las afirmaciones que hemos citado el uso del Nombre de Dios, propio del Libro del Éxodo, aparece particularmente límpido y firme. Cristo habla de su “elevación” pascual mediante la cruz y la sucesiva resurrección: “Entonces conoceréis que YO SOY”. Lo que quiere decir: entonces se manifestará claramente que yo soy aquel al que compete el Nombre de Dios. Por ello, con dicha expresión Jesús indica que es el verdadero Dios. Y aún antes de su pasión Él ruega al Padre así: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17, 10), que es otra manera de afirmar: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30).

Ante Cristo, Verbo de Dios encarnado, unámonos también nosotros a Pedro y repitamos con la misma elevación de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).

Mensaje (06-01-1999): Dios tiene un rostro humano

«El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí» (Jn 13,20)
Con ocasión de la XIV Jornada Mundial de la Juventud, n. 1

Después de la Encarnación, hay un rostro de hombre en el que es posible ver a Dios: «Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí», dice Jesús no sólo a Felipe, sino también a todos los que creerán (cf. Jn 14, 11). Desde entonces, el que acoge al Hijo de Dios acoge a Aquel que lo envió (cf. Jn 13, 20). Por el contrario, «el que me odia, odia también a mi Padre» (Jn 15, 23). Desde entonces es posible una nueva relación entre el Creador y la criatura, es decir, la relación del hijo con su Padre: a los discípulos que quieren conocer los secretos de Dios y piden aprender a rezar para encontrar apoyo en el camino, Jesús les responde enseñándoles el Padre nuestro, «síntesis de todo el Evangelio» (Tertuliano, De oratione, 1), en el que se confirma nuestra condición de hijos (cf. Lc 11, 1-4). «Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf. Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2765).

El evangelio de san Juan, al transmitirnos el testimonio directo de la vida del Hijo de Dios, nos indica el camino que hay que seguir para conocer al Padre. La invocación «Padre» es el secreto, el aliento, la vida de Jesús. ¿No es él el Hijo único, el primogénito, el amado al que todo se orienta, el que está al lado del Padre desde antes que el mundo existiese y participa de su misma gloria? (cf. Jn 17, 5). Jesús recibe del Padre el poder sobre todas las cosas (cf. Jn 17, 2), el mensaje que ha de anunciar (cf. Jn 12, 49), y la obra que debe realizar (cf. Jn 14, 31). Ni siquiera sus discípulos le pertenecen: es el Padre quien se los ha dado (cf. Jn 17, 9), confiándole la misión de protegerlos del mal, para que ninguno se pierda (cf. Jn 18, 9).

Audiencia General (02-06-2004): La última noche de su vida terrena

«El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13,18)
Sobre el Salmo 40, nn. 1-4

Un motivo que nos impulsa a comprender y amar el salmo 40, que acabamos de escuchar, es el hecho de que Jesús mismo lo citó:  «No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura:  «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón»» (Jn 13, 18).

Es la última noche de su vida terrena y Jesús, en el Cenáculo, está a punto de ofrecer el bocado del huésped a Judas, el traidor. Su pensamiento va a esa frase del salmo, que en realidad es la súplica de un enfermo, abandonado por sus amigos. En esa antigua plegaria Cristo encuentra sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza.

Nosotros, ahora, trataremos de seguir e iluminar toda la trama de este salmo, que afloró a los labios de una persona que ciertamente sufría por su enfermedad, pero sobre todo por la cruel ironía de sus «enemigos» (cf. Sal 40, 6-9) e incluso por la traición de un «amigo» (cf. v. 10).

El salmo 40 comienza con una bienaventuranza, que tiene como destinatario al amigo verdadero, al que «cuida del pobre y desvalido»:  será recompensado por el Señor en el día de su sufrimiento, cuando esté postrado «en el lecho del dolor» (cf. vv. 2-4).

Sin embargo, el núcleo de la súplica se encuentra en la parte sucesiva, donde toma la palabra el enfermo (cf. vv. 5-10). Inicia su discurso pidiendo perdón a Dios, de acuerdo con la tradicional concepción del Antiguo Testamento, según la cual a todo dolor correspondía una culpa:  «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti» (v. 5; cf. Sal 37). Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para impulsar a la conversión.

Aunque se trate de una visión superada por Cristo, Revelador definitivo (cf. Jn 9, 1-3), el sufrimiento en sí mismo puede encerrar un valor secreto y convertirse en senda de purificación, de liberación interior y de enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el egoísmo, el pecado, y a abandonarse más intensamente a Dios y a su voluntad salvadora.

En este momento entran en escena los malvados, los que han venido a visitar al enfermo, no para consolarlo, sino para atacarlo (cf. vv. 6-9). Sus palabras son duras y hieren el corazón del orante, que experimenta una maldad despiadada. Esa misma situación la experimentarán muchos pobres humillados, condenados a estar solos y a sentirse una carga pesada incluso para sus familiares. Y si de vez en cuando escuchan palabras de consuelo, perciben inmediatamente en ellas un tono de falsedad e hipocresía.

Más aún, como decíamos, el orante experimenta la indiferencia y la dureza incluso de sus amigos (cf. v. 10), que se transforman en personajes hostiles y odiosos. El salmista les aplica el gesto de «alzar contra él su talón», es decir, el acto amenazador de quien está a punto de pisotear a un vencido o el impulso del jinete que espolea a su caballo con el talón para que pisotee a su adversario.

Es profunda la amargura cuando quien nos hiere es «el amigo» en quien confiábamos, llamado literalmente en hebreo «el hombre de la paz». El pensamiento va espontáneamente a los amigos de Job que, de compañeros de vida, se transforman en presencias indiferentes y hostiles (cf. Jb19, 1-6). En nuestro orante resuena la voz de una multitud de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes deberían sostenerlas.

Con todo, la plegaria del salmo 40 no concluye con este fondo oscuro. El orante está seguro de que Dios se hará presente, revelando una vez más su amor (cf. vv. 11-14). Será él quien sostendrá y tomará entre sus brazos al enfermo, el cual volverá a «estar en la presencia» de su Señor (v. 13), o sea, según el lenguaje bíblico, a revivir la experiencia de la liturgia en el templo.

Así pues, el salmo, marcado por el dolor, termina con un rayo de luz y esperanza. Desde esta perspectiva se logra entender por qué san Ambrosio, comentando la bienaventuranza inicial (cf. v. 2), vio proféticamente en ella una invitación a meditar en la pasión salvadora de Cristo, que lleva a la resurrección. En efecto, ese Padre de la Iglesia, sugiere introducirse así en la lectura del salmo:  «Bienaventurado el que piensa en la miseria y en la pobreza de Cristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Rico en su reino, pobre en la carne, porque tomó sobre sí esta carne de pobres. (…) Así pues, no sufrió en la riqueza, sino en nuestra pobreza. Por consiguiente, no sufrió la plenitud de la divinidad, (…) sino la carne. (…) Trata, pues, de comprender el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico. Trata de comprender el sentido de su debilidad, si quieres obtener la salud. Trata de comprender el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; el sentido de su herida, si quieres curar las tuyas; el sentido de su muerte, si quieres conseguir la vida eterna; el sentido de su sepultura, si quieres encontrar la resurrección» (Commento a dodici salmi:  Saemo, VIII, Milán-Roma 1980, pp. 39-41).


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

Tiempo de Pascua: Jueves IV