Entrar en un misterio

por Ricardo Gondim

Algunas realidades se entienden mejor con el espíritu que con la mente

Cuenta una fábula árabe que las mariposas querían entender la luz; deseaban saber el secreto de sentirse tan fascinadas por la llama de una vela. ¿Qué las deslumbraba? ¿Sería la luz o el calor? Entonces le pidieron ayuda a la mariposa reina. Luego de meditar sobre el asunto, ella aconsejó que cada una, individualmente, intentara encontrar la respuesta. Todas salieron buscando develar el secreto del fuego. Pasado un tiempo, una mariposa volvió ciega de un ojo, afirmaba que había llegado demasiado cerca y que la luminosidad de la vela la había encandilado; sin embargo, seguía sin entender el misterio de la luz. Otra volvió con un ala quemada, reconocía que su experiencia había resultado infructuosa. Por siglos, las mariposas no entendieron por qué la luz las cautivaba tanto. Hasta que un día, una de ellas voló en dirección a un candil con tanta determinación que murió quemada. Ese día la mariposa reina expresó: «solamente esta mariposa conoció el misterio del fuego, pero nosotros nunca lo sabremos». La experiencia con Dios es muy similar a esa fábula. Es un encuentro con lo trascendente que no puede ser contenido en la dimensión del saber empírico. Nadie aprende sobre lo eterno valiéndose de las mismas herramientas experimentales de un científico. Por lo tanto, se equivocan los ateos que buscan en la exactitud matemática o en la investigación astronómica los medios para probar la existencia de Dios. También yerran los teólogos que intentan responder las acusaciones de los ateos con «argumentos aún más sólidos» sobre la realidad divina. La experiencia con Dios es espiritual, por lo tanto, mujeres y hombres naturales no logran alcanzarla o discernirla. El creyente oye una voz inaudible, se siente acompañado por una presencia imperceptible y comprende verdades inaprensibles. Infortunadamente, el occidente iluminista, positivista, cree lograr abrazar las verdades espirituales con las mismas herramientas que utiliza para estudiar la química y la biología. Cuando Jesús afirmó que sus ovejas oyen su voz no se refería a la audición física, sino a una intuición espiritual que precisa ser desarrollada como una sensibilidad intangible. La experiencia con Dios es siempre inédita, por lo que cada encuentro con Dios será original, nunca previsible. Las religiones, con sus ritos, intentan domesticar lo sagrado, pero Dios no consiente la jaula de ninguna liturgia. No existe una red lo suficientemente grande como para atrapar al Todopoderoso, quien es libre para actuar como y cuando quiere. En diversas ocasiones, Dios manifestó su presencia con un vacío inmenso. En otras, «las orlas de su manto llenaban el templo». Siempre frustró a magos y a hechiceros que prometían controlar sus acciones. Los verdaderos profetas sabían que Dios no se deja maniatar por ninguna amarra. La experiencia con Dios es siempre personal, intransferible. La manera como cada uno entiende y percibe al Señor es única. Por eso, él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Él es el Dios que se relaciona con cada persona con absoluto respeto a su individualidad. El Señor conoce a las personas por su nombre y se manifiesta con total consideración a la historia de cada uno. Siendo así, la experiencia con Dios requiere radicalidad. Para percibirlo es necesario un vuelo tan profundo y radical como el de la mariposa que murió. Conocer a Dios es sumergirse en el misterio, aunque eso cueste la propia existencia. Los que rozan la llama por curiosidad nunca aprenderán sobre lo divino. En India, cuentan que un maestro meditaba a la orilla de un río cuando un discípulo se le acercó pidiéndole su ayuda, pues no lograba experimentar un encuentro significativo con Dios en sus ejercicios espirituales. El maestro lo tomó de la mano, lo llevó hasta el río y lo forzó a quedarse bajo el agua, sujetándolo por el cabello. Luego de dejar al joven casi tres minutos son aliento lo sacó del agua para que, desesperado, pudiera respirar. Entonces el maestro le enseñó la lección: «si tú buscas a Dios con la misma intensidad con la que buscaste el oxígeno que te da vida, ciertamente, lo encontrarás». La Biblia promete que hallaremos a Dios «cuando lo busquemos de todo corazón». Así que cuando cada uno se esfuerza por conocer a Dios y se entrega con radicalidad a esa búsqueda, descubre la razón última de la vida.

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Soli Deo Gloria.

El autor es pastor de la Iglesia Betesda en San Pablo, Brasil. Es autor de varios libros —aún no disponibles en español— y un reconocido conferenciante. Está casado con Silvia. Dios los ha bendecido con tres hijos y tres nietos.

Traducción por Gabriel Ñanco