“Llegaron los días en que David había de morir, y ordenó a Salomón su hijo, diciendo: Yo sigo el camino de todos en la tierra, esfuérzate, y sé hombre” (1 R. 2:1–2).
Introducción
Los ungidos también llegarán a viejos y morirán (2:1). David el ungido ante la inminencia de su muerte, le expresó a Salomón un testamento verbal sobre su relación con Dios (2:3–4) y su trato para con Joab y Simei, hombres malos y perversos (2:5–6; 8–9). Y a la familia de Barzilai galaadita, los cuales le ayudaron cuando este huía de Absalón, pidió para ellos misericordia (2:7).
Con esta exposición nos estamos acercando al final de la vida del ungido. Estamos por abrir la puerta final de su existencia terrenal. Por escuchar sus últimas palabras, por analizar su voluntad testamentaria. Esta es una de las escenas más tristes, porque la muerte del ungido nos hace llorar a todos.
- La persona de Salomón
“Yo sigo el camino de todos en la tierra esfuérzate, y sé hombre” (2:2).
El ungido sabía que la muerte era una experiencia ineludible, y que aun los ungidos tienen que morir. Pensar en la muerte es un problema, si dejamos que el miedo o su guadaña se apodere de nosotros. Pero ante la cercanía de la misma debemos enfrentarla con valor y dignidad humana. Por eso declaró: “Yo sigo el camino de todos en la tierra…” (2:1).
Luego le dijo a Salomón: “…esfuérzate, y sé hombre” (2:1). Él tenía que pensar, actuar, reaccionar y ser un hombre de verdad, de carácter y de integridad, ser un hombre de corazón y de mente. Hombres así escasean en nuestra sociedad y aun en el ministerio.
Primer consejo: “Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas” (2:3).
David quería que su hijo Salomón fuera un hombre del libro de la ley, del Pentateuco. Sabía que apartado de ese libro, no tendría el consejo divino. Para prosperar en sus acciones y decisiones necesitaba ser un alumno del cielo y un discípulo de Dios.
Segundo consejo: “Para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus hijos guardaren mi camino, andando delante de mí con verdad, de todo su corazón y de toda su alma, jamás dice, faltará a ti varón en el trono de Israel” (2:4).
Aquí el ungido David hace suya la palabra profética de Dios y se la traspasa al ungido Salomón. Dios levantaría dinastía al ungido, pero condicionada a la obediencia de este y su descendencia a su voluntad. El ungido debe saber y recordar lo que Dios le ha hablado para él y sus hijos, y tomando esa palabra bendecir su progenie.
- La persona de Joab
“Tú, pues, harás conforme a tu sabiduría, no dejarás descender sus canas al Seol en paz” (2:6).
Joab fue comandante del ejército del ungido (2 S. 2:12–32). A espalda del rey, dio muerte al general Abner que había hecho pacto con David, por venganza de la muerte de su hermano Asael (2 S. 2:16–23; cp. 3:26–27). Después de haber sitiado la ciudad de Rabá, Joab hizo llegar al ungido y le dio el honor de tomarla aunque ya estaba derrotada (2 S. 12:28).
Con Absalón, el hijo rebelde y golpista del ungido, se confabuló para hacerlo venir a Jerusalén (2 S. 14:1–21). Pasando por alto la orden del rey dio muerte a Absalón, trayendo tristeza al corazón del monarca (2 S. 18:14–15). También mató cobardemente a Amasa, el general que lo substituyó (2 S. 20:8–10).
Joab hizo por el ungido muchas cosas buenas, pero también le causó problemas muy grandes, que ponían en peligro la seguridad del rey y su nación. Ante el dolor del ungido tuvo un corazón de hierro (léase 1 Reyes 2).
En 2 Samuel 19:22 leemos: “David entonces dijo: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios? ¿Ha de morir hoy alguno en Israel? ¿Pues no sé yo que hoy soy rey sobre Israel?”
Simei había maldecido al ungido, y al regresó de David, este con los hombres de Judá salió a recibir al rey (2 S. 19:16-17). Abisai, hermano de Joab, pensó en matarlo por haber maldecido al rey (19:21).
Tanto Abisai como Joab son clasificados como “adversarios” por el ungido. Para los griegos un “adversario” era un Satanás. En ese aspecto ellos eran Satanás para el ungido, porque muchas veces se opusieron al plan y al propósito que Dios tenía con este. Ellos fueron escuderos del ungido, dirigieron su ejército, defendieron su posición, pero no entendieron su corazón.
Posteriormente Joab se unió al usurpador Adonías, hermano de Salomón (1 R. 2:22; 28). Al verse descubierto huyó al tabernáculo de Jehová, “y se asió de los cuernos del altar” (2:28), buscando misericordia. Pero Salomón le ordenó a Benaía hijo de Joiada que le diera muerte (2:29–34). El ajusticiador Benaía fue promovido a la vacante dejada por Joab. Joab fue un líder que solo se interesaba en sí mismo. Fue fiel a un visionario, el hombre David, pero no a la continuación de la visión en la persona de Salomón.
III. La persona de Simei
“Pues ahora no lo absolverás; pues hombre sabio eres, y sabes cómo debes hacer con él; y harás descender sus canas con sangre al Seol” (2:9).
Simei hijo de Gera de la casa de Saúl en Bahurim, maldijo y arrojó piedras sobre el ungido cuando este huyó de Absalón (2 S. 16:5–8). Abisai hijo de Sarvia estuvo dispuesto a matarlo, pero el ungido se lo impidió (16:9–14). Cuando David regresó a su capital Jerusalén, Simei fue uno de los que con los hombres de Judá vino a recibirlo (19:16–20). Una vez más Abisai le quiso dar muerte (19:21–22), pero el ungido le mostró misericordia, no lo trató como se merecía (19:23).
Simei estaba en la visión, pero no con la visión. Se sometía a la autoridad del ungido, pero no tuvo el corazón del ungido. Solo esperaba la oportunidad para ser infiel a David y en la acción golpista de Absalón le llegó. Esta clase de personas solo esperan un momento de debilidad, de flaqueza de derrota… para atacar verbalmente el carácter del ungido (1 R. 2:8).
¿Qué hizo Salomón con Simei? Le dio una oportunidad, permitiéndole edificar casa en Jerusalén para vivir en confinamiento, sin salir de ella perpetuamente (2:36). Si este rompía su confinamiento sería condenado a muerte (2:37). Por mucho tiempo Simei se sometió a la sentencia (2:38). A los tres años salió a Aquis en Gat, buscando a dos esclavos fugitivos (2:39–40).
Cuando Salomón lo supo, lo hizo venir le señaló que faltó a su juramento y al mandamiento, recordándole lo que le hizo a su padre David (2:42–44). Leemos lo que Salomón profetizó: “Y el rey Salomón será bendito, y el trono de David, será firme perpetuamente delante de Jehová” (2:45). El nuevo rey había creído a Dios, hizo suya la profecía divina aceptó el propósito de Dios para él y sus descendencia. Declaró que la bendición tenía más poder que la maldición.
Salomón ordenó a su general Benaía hijo de Joiada, que lo matara (2:46). El efecto fue: “Y el reino fue confirmado en la mano de Salomón” (2:46). Todo ministerio o posición, de alguien llamado o separado por Dios tiene que ser confirmado en su tiempo. Con la muerte de Joab y Simei, el nuevo monarca demostró su posición de autoridad.
Conclusión
(1) El ungido aconsejó a su sucesor a obedecer la palabra escrita de Dios y a creer la palabra profética de Dios. (2) El ungido pidió a Salomón que ajusticiara a Joab, aunque fuera anciano porque le causó muchos problemas y también se los causaría a él. (3) El ungido solicitó de Salomón que aplicara su justicia al maldecidor Simei, pero que lo hiciera con sabiduría.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (314). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.