por G. Campbell Morgan
Muchos hemos escuchado el término «remanente» en nuestro caminar por la vida cristiana; sin embargo, pocos sabemos con exactitud lo que verdaderamente significa y el plan que Dios tiene para el. El autor analiza una serie de versículos concernientes a este remanente escogido por Dios.
Dios nunca ha dejado de dar un claro y definido testimonio de las verdades sobre las cuales se basa el bienestar de la humanidad. En Juan 1.45 leemos lo siguiente: «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella».
Han habido tiempos en la historia de la humanidad, cuando parecía que todo el mundo estaba entregado a las tinieblas, pero realmente no ha sido así. La luz de Dios nunca ha dejado de resplandecer. Elías dijo en una oportunidad mientras estaba sumido en la agonía de su espíritu deprimido: «Sólo yo he quedado» (1 Reyes 19.18). En cada etapa sucesiva de la historia, ha parecido que Dios ha estado ausente de su propio mundo, y que en ocasiones la negra e impenetrable oscuridad había prevalecido por completo sobre la luz. Esto sencillamente había sido una falsa visión de hombres y mujeres que no han sido capaces de vislumbrar el horizonte divino, ni siquiera con una mirada. En algún lugar, aunque el ojo común no haya podido percibir la luz, esta ha seguido ardiendo.
Así fue en los días de Malaquías. A pesar de la tenebrosa oscuridad que había descendido sobre la nación, Dios tenía su propio pueblo, su remanente elegido. Por medio de ellos, su luz continuó brillando y testificando de las grandes y principales verdades sobre las cuales toda la actividad divina se fundamenta para el bienestar del hombre.
Analicemos ahora lo que significó la luz divina en aquel oscuro período de la historia del pueblo de Dios. En primer lugar, consideraremos al remanente elegido tal como se nos presenta en este pasaje; luego observaremos la actitud divina hacia ese remanente; y finalmente, oiremos la palabra divina hablada con respecto a ese remanente.
Los escogidos
«Entonces, los que temían a Jehová, hablaron cada uno a su compañero».
En medio de aquella época, la nación considerada en su sentido global se caracterizaba por una actitud de auto-satisfacción y por no ofrecer ninguna satisfacción al corazón divino. Por eso, Dios pronunció su queja y ellos estupefactos en su incredulidad, le miraron al rostro y le dijeron: «¿En qué?». Precisamente en esa época nefasta de la historia de la nación existía un grupo pequeño y débil, pero fiel, quienes eran los luminares de Dios en el mundo.
Notemos el carácter de este remanente elegido. «Los que temían» (3.16). En la segunda parte del versículo 16 este hecho no sólo se repite sino se fortalece por el otro concepto adicional: «Los que temen a Jehová y piensan en su nombre». Aquí tenemos una interesante y significativa revelación acerca del carácter de estas personas. ¡Temían a Jehová y pensaban en su nombre!
Consideraremos ahora la primera parte de la descripción. Si volvemos al primer capítulo y leemos el versículo 6 observaremos que al principio de la queja divina por medio del profeta, este dijo:
«El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor?»
Aquí tenemos un grupo pequeño de personas que «temían a Jehová» y que «pensaban en su nombre». Aun en medio de aquella muchedumbre que no temía a su Maestro, había un remanente elegido, un grupo selecto, que no sólo le llamaba «Maestro», sino que también le temía. El pensamiento de temor, pues, está ligado a la palabra Maestro y a todo lo que esta involucra. Si hablamos de un Maestro, o Señor, de inmediato pensamos en un siervo. Si bien la relación del maestro hacia el siervo es la de autoridad, voluntad y dirección, la relación del siervo hacia el maestro es una de obediencia y servicio. Con estos conceptos en la mente, observemos que el servicio en este contexto viene a ser más bien una condición que una acción.
La frase: «Los que temían a Jehová» señala el carácter de estas personas. Vivían conscientemente en la esfera de lo divino, y respondían al reclamo de Dios. Era un grupo limitado de personas que reconocían el señorío divino no sólo en teoría o algo para jactarse, sino como el poder en donde sus vidas se habían desarrollado. «Temían a Jehová». Por todas partes, hombres y mujeres ofrecían sacrificios y llenaban los atrios del templo a la hora del culto. Entre ellos Dios detectaba a aquellos que realmente le temían y seleccionaba las ofrendas de los que presentaban algo. Esto lo hacía no como un intento de compensar sus errores de carácter, sino como una demostración de carácter, y como una manifestación de lo que eran en sí mismos. «Temían a Jehová».
Consideremos ahora la segunda parte de esta descripción: «Pensaban en su nombre». Aquí el verbo «pensar» es de un significado intenso y quisiera señalar otros pasajes de la Escritura para comprenderlo con mayor claridad. En Isaías 13.17 leemos:
«He aquí que yo despierto contra ellos a los medos, que no se ocuparán de la plata, ni codiciarán oro».
El único motivo por el cual me refiero a este pasaje es para extraer la palabra «ocuparán», y estudiar cómo se emplea en este caso particular. Los medos no se «ocuparán de la plata», vale decir que no le atribuirían valor alguno a la plata. Los medos atacarían el antiguo pueblo de Dios y ni la ofertas de plata podrían disuadirlos de su propósito. No le atribuirían valor y no se «ocuparían de ella». La relación entre este pensamiento y el texto de Malaquías se centra en el hecho que la palabra hebrea que allí se traduce como «piensan», es exactamente la misma que en Isaías se traduce como «ocuparán». De manera que cuando leemos que pensaban en su nombre, debemos agregarle a la palabra el concepto de valorar o apreciar su nombre.
Hay otro caso donde la misma palabra se traduce de otra manera. En Isaías 33.8 leemos: «Las calzadas están deshechas, cesaron los caminantes; ha anulado el pacto, aborreció las ciudades, tuvo en nada a los hombres».
Vale decir que no asignó ningún valor a los hombres. La palabra es idéntica a la empleada por Malaquías. «Piensan en su nombre», equivale a decir que lo que estas personas no hacían con respecto a los hombres, este pequeño remanente elegido sí lo hacía con Dios. No sugiero que haya relación alguna entre los tres pasajes, sino que el uso de la misma palabra, en distintos contextos, arroja más luz sobre su significado. Se ocupaban de Dios, le asignaban valor, pensaban en él. En el día terrible profetizado por Isaías el individuo no sería tomado en cuenta y no tendría ningún valor. Por otra parte, el remanente elegido del cual habla Malaquías, se ocuparía del nombre del Señor. Hacían en cuanto a ese nombre, lo que los medos no harían por la plata, ni se haría por los demás hombres que menciona Isaías.
En el mismo libro de Isaías encontramos otro pasaje que menciona un caso muy particular. En el capítulo 53.3 leemos: «Despreciado y desechado entre los hombres, experimentado en quebrantos, y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos».
La palabra «estimamos» es la misma que en Malaquías se traduce como «piensan». Aquí observamos la misma palabra empleada de una manera más significativa que en las anteriores. «No lo estimamos». No lo apreciamos, no le atribuimos valor alguno. Su valor a nuestros ojos era nulo, y lo despreciamos. «A los suyos vino, mas los suyos no le recibieron». No detectaron hermosura alguna en él. Le vieron, pero sin atractivo. No lo desearon. En contraposición, el remanente elegido estimaba el nombre del Señor; «pensaban en su nombre», le atribuían un gran valor.
Para proseguir con este pensamiento y con el fin de recoger más luz sobre el particular, leamos ahora en Filipenses 4.8: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad».
La palabra griega que se traduce como «pensad» significa «tomar inventario». ¿De qué asuntos toman inventario los hombres como norma general? Sin duda, de aquellos que valoran, y al escribir Pablo está diciendo en efecto: «No consideren riquezas a lo perecedero, sino a aquello que nos hará ricos de verdad, todo lo verdadero, honesto, justo, puro, amable, de buen nombre; hagan un inventario de ellas y atribúyanle su verdadero valor». En la septuaginta, los traductores han tomado esta palabra empleada por Pablo y la han utilizado en los tres pasajes de Isaías que acabamos de revisar. De esta forma, leeríamos los textos de la siguiente manera: «Estos hombres pensaron en el nombre del Señor» y esto no tiene ningún significado trivial. Lo hacían no sólo para meditar en su nombre y reunirse para comprender sus profundas riquezas. Todo esto, sin duda, es verdad pero su posición tal como lo describe esta palabra es mucho más profunda. Ellos asignaban valor al nombre del Señor, lo estimaban, hicieron un inventario de él, y lo contaron como algo de su propiedad, su riqueza, su abundancia. Para ellos él era lo principal; ninguna otra cosa era de valor comparable para estos fieles. Hicieron un inventario en el nombre del Señor.
Esto nos conduce a otro aspecto del tema. El mismo Señor Jesús en el Sermón del Monte, en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo dio expresión a estas palabras: «Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón».
Es uno de los dichos más sencillos y prácticos de Jesús, y que lo puedo aplicar a mi experiencia diaria. Sin embargo, a la vez esta declaración es de vital importancia como principio de la vida humana. «Donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón». La mayoría en los tiempos de Malaquías tenían su tesoro en sus posesiones, en su nacionalidad y en el templo. Por consiguiente, sus corazones no fueron más allá de lo que puede proporcionar el nivel humano. El remanente elegido hizo todo lo contrario. Fijó su tesoro en el nombre del gran Jehová, y por lógica consecuencia, sus corazones hallaron su abrigo en Dios.
Leamos ahora en Proverbios 23.7 donde se registran las siguientes palabras: «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él».
El remanente pensaba en el nombre de Jehová, y allí donde estaba su tesoro, se anidó su corazón. El resultado fue que toda su vida se moldeó según lo que es el verdadero tesoro y los asuntos en los cuales meditaban sus corazones. «Pensaban en el nombre de Jehová». Esta frase revela un grupo de personas que valoraban el nombre y lo contaban como su principal tesoro. Su propio carácter respondía a todo lo que el nombre significaba, y sus vidas crecían en conformidad a la voluntad de Dios.
El nombre en el cual pensaban puede apreciarse estudiando los títulos que se asocian con el nombre en la mente hebrea:
- Jehová-jireh: El Señor proveerá.
- Jehová-sidquenu: Jehová nuestra justicia.
- Jehová-salom: Jehova nuestra paz.
- Jehová-nisi: Jehová nuestro estandarte.
- Jehová-sama: Jehová está allí.
Escudriñemos el tema detenidamente y descubriremos que este remanente tenía una herencia maravillosa en el nombre de Jehová. Él se había revelado continuamente por medio de sus nombres, con los cuales Israel había presenciado los toques de hermosura y fulgores de la gloria de Dios. Estas personas pensaban en el nombre de Jehová, en su provisión para ellos, en su justicia, su estandarte, las pruebas de su amor en su conflicto con el pecado, su presencia, etc.. Y al pensar en estas verdades su naturaleza se transformaba cobrando semejanza con la suya. De esta manera llegaron a ser justos, pacíficos y quietos en la presencia de su Dios fiel. Tal era el carácter de este remanente elegido.
Sugiero ahora algunas observaciones respecto a sus ocupaciones. «Los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero». Esta es una declaración de comunión, de corazones que tienen un mismo tesoro en común y que se unen en una comunidad. Nos habla además de personas que crecían en la misma semejanza. Es también una declaración de gran necesidad. A pesar de que la obscuridad los rodea, la luz ha perdido su fulgor, el mal se ramifica y extiende en todas direcciones, los hijos de justicia se reúnen. «Hablaron cada uno a su compañero». ¿De qué hablaban? Sin duda, hablaban acerca de sus pensamientos. Hablaban de su nombre, de su mutua posesión en dicho nombre, de su mutua tristeza por el hecho de que su amada nación blasmefara ese nombre.
Notemos especialmente que estas personas valoraban esta comunión porque en ella se fortalecían. Las almas dispersadas siempre serán más débiles que aquellas que se unen en un mismo sentir, en un mismo principio de vida, en un mismo anhelo. Este remanente elegido era tan débil y vulnerable que me atrevería a decir que nadie aparte de Dios mismo, llegó a conocer de su existencia. Sin embargo, este remanente fue lo único que salvó a la nación de una deplorable ruina total y absoluta. El pequeño grupo de personas que temían al Señor y que se reunían para hablar cada uno con su compañero acerca de él, fue el medio de preservación para la nación. Observemos también que no eran reuniones de oración las que celebraban, sino reuniones de comunión, si es que podemos llamarles reuniones. No quiero proponer que estas personas no oraban, sino que me inclino a pensar que habían pasado a un plano más elevado en la esfera de la oración. Un plano por el cual los hombres y las mujeres siempre pasan cuando están bajo la presión de la adversidad, cuando las negras nubes de tormenta amenazan con encerrar sus vidas. Sus reuniones eran más bien medios de comunión, antes que lugares de petición y «hablaron cada uno a su compañero».
La actitud divina
En segundo lugar, ¿cuál es la actitud divina hacia este remanente elegido?
«Jehová escuchó y oyó».
Las palabras «escuchó» y «oyó», no son idénticas y es sumamente necesario que las dos aparezcan en el texto. Él escuchó. Él oyó. La etimología de la palabra «escuchó» señala a un ardor en el oído. Quizás alguno de los lectores está familiarizado con el manejo de un caballo que le conoce, que conoce su voz, y que lo ama. Después de viajar varios kilómetros repentinamente le habla a su caballo y ve que el animal instantáneamente levanta sus orejas. Este es el verdadero significado de la palabra «escuchó» las orejas se levantaron. «Jehová escuchó». Por supuesto que esta ilustración puede aparentar como degradante al pensar en la actitud divina, pero toda forma de expresión humana, es humana. Aún no hemos aprendido el lenguaje del mundo espiritual. Todavía no hemos iniciado el deletreo del alfabeto de la verdadera comunión entre Dios y aquellos que habitan ese mundo. Estamos obligados a interpretar estas palabras en todo su sentido humano. Dios condesciende a emplear las palabras con las cuales estamos más familiarizados y enseñarnos a través de ellas. Sencillamente no comprenderíamos nada si él no condensara los grandes pensamientos de su mente dentro de las limitaciones del lenguaje sencillo.
«El Señor escuchó». Prestemos atención a la gran sensibilidad del amor divino. Imaginemos a una multitud trayendo sus sacrificios, recitando oraciones, llenando los atrios del templo. El profeta los está acusando de su pecado y responsabilisándolos por sacrilegios, profanaciones, etc., mientras ellos, consternados y sorprendidos, responden: «¿En qué?». A poca distancia se observa un grupo pequeño que se ha reunido para hablar de Dios. A ellos el Señor los escuchó. Esto nos enseña la sensibilidad del amor eterno.
La palabra traducida por el vocablo «oyó» significa que se inclinó sobre ellos para no perder ni una sola sílaba de su conversación. La primera palabra señala a la atención «escuchó». La segunda apunta a la infinita paciencia de Dios que escucha sus palabras mientras hablaban, no con él sino entre ellos. «El Señor oyó». Mientras la palabra «escuchó» nos sugiere la sensibilidad del amor divino, la palabra «oyó» nos habla de la fuerza de ese amor. Estos pensamientos son compañeros, y siempre se manifiestan en forma paralela. El amor que es verdaderamente fuerte no se manifiesta por medio de la vehemencia, la pasión, el ruido o la admiración. El amor fuerte es el de la ternura y la hermosa paciencia que vigila con incesante perseverancia al enfermo, que cuida de la vida sufriente, casi desfalleciente, hasta llevarla a la recuperación y el retorno a la salud y la fortaleza. Ese es el amor fuerte, el amor que a través de largas y tediosas noches de vigilia rescata la vida de las garras del ángel negro de la muerte. «El Señor oyó». Se inclinó sobre ellos y les prestó atención, tomó nota de cada sílaba que pronunciaban sus labios, de cada entonación de sus voces. Y aun en medio de toda la discordia de la época en que la gran mayoría de los hombres se había apartado de él, y le había olvidado, escuchó una música que era agradable a su corazón. Un remanente que le temía, pensaba en su nombre y tenían comunión entre sí.
El Señor escuchó y oyó, «y fue escrito libro de memoria delante de él, para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre». Un libro de memoria. ¡La lista de honor de Dios! El privilegio más alto que pueda ser conferido a los hombres, ya sea de aquella época o de cualquier otra, es que sus nombres sean escritos en ese libro. Cuando los discípulos regresaron de su primera misión, dijeron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre» (Lc 10.17). Cristo les respondió:
«No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lc 10.20).
Todavía no hemos aprendido a ver estas verdades como las veremos en un día futuro, cuando todos los males del mundo sean corregidos, y lleguemos a la consumación final. Hay una sola lista de honor y esta no se encuentra en la tierra sino en el cielo. En ese libro de memoria se han escrito los nombres de aquellos que en medio de una despiadada apostasía han sido fieles. En medio de las tinieblas prevalecientes han testificado acerca de la luz. Ante la aparente victoria del mal, han sido leales a la justicia y a Dios. Esos nombres están inscritos en el libro de memoria de Dios con tinta indeleble. Ese pequeño grupo de almas, el remanente escogido que temía al Señor y pensaba en su nombre, aunque jamás lo imaginaron, fueron registrados por nombre en el libro de memoria.
La palabra divina
En tercer lugar, consideraremos la determinación divina concerniente a este pueblo: «Serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová en el día en que yo actúe».
La palabra hebrea traducida como «actúe» se emplea de una manera muy amplia para referirse evidentemente a un día en el cual Dios va a actuar de una manera singular. Hay quienes temen que al darle esta interpretación al texto se debilita el hecho de que este remanente llegue a ser el especial tesoro de Dios, pero no es así. La idea está correctamente expresada y puede parafrasearse: «Serán míos, dice el Señor; en el día en que actúe, serán mi especial tesoro, mis joyas» (1).
La palabra «tesoro» o «joyas» en el original están en el caso nominativo, en contraposición con el pronombre «ellos» que está al principio de la frase. «Ellos serán míos, en el día en que yo actúe, serán mi especial tesoro». No sólo tenemos la palabra segura y bendita de que Dios reunirá a su pueblo como a su propio y especial tesoro, sino que viene para «actuar» y poner en su lugar a toda esta masa de gente de actitud indiferente. Y Dios dice que en ese día, las personas que han sido fieles, han temido y pensado en su nombre, serán para él su especial tesoro. De esta forma, tenemos dos verdades en el texto. En primer lugar, la dulce seguridad de que ha de reunir a todos sus fieles como quien reúne sus joyas más valiosas. Pero además tenemos la gran declaración de que él viene para actuar y que si bien el presente es el día del hombre, viene el día de Jehová. Él se manifestará con gran poder y con mayor gloria que nunca. En aquel día serán míos, mis joyas, mi especial tesoro.
Aparte de las citas donde se indica a Israel como tal, esta expresión «especial tesoro» sólo ocurre en dos oportunidades en toda la Biblia. La primera aparece en 1 Crónicas 29.3 donde se habla de los tesoros que reunió David para edificar casa a Jehová su Dios. La segunda aparece en Eclesiastés 2.8: «Tesoros preciados de reyes y de provincias». David almacenó objetos preciosos para la construcción del templo; Dios está almacenando sus tesoros para la edificación de su propio reino. Los reyes tenían tesoros a los cuales asignaban especial valor; Dios también tiene los suyos, sobre los cuales él asigna especial valor. Un carácter humano que responde a la voluntad divina, un temor reverente hacia su persona y la meditación en su nombre, son las virtudes que le hacen declarar a Dios: «Ellos serán mi especial tesoro». Dios no ha abandonado a su mundo, y, cuando venga a consumar sus propósitos, en aquellos días en que la fe faltará, serán suyos y serán su especial tesoro.
De estas consideraciones que hemos propuesto sobre el remanente electo, procuraremos ahora aplicar un par de pensamientos a nuestra vida y tiempo. Dios tiene su remanente elegido hoy, y ellos son los que le temen y piensan en su nombre. No voy a intentar medir bajo ningún pretexto, a ese remanente y en verdad me regocijo de que a ningún hombre se le haya revelado el nombre de dicho remanente. Sólo Aquel ser divino cuya esencia es el amor ha conocido en forma exclusiva a este remanente. Si alguien me señala a un grupo que reclama ser el remanente, que dice: «Nosotros somos el remanente elegido, somos las personas que pronuncian las palabras, los conceptos y las doctrinas correctamente. Nosotros tenemos un énfasis muy particular, somos las personas que componemos el remanente elegido por Dios», ¡tal afirmación sería en sí la prueba suficiente de su falsedad!
El remanente elegido por Dios en esta época no está delimitado por ninguna secta o denominación particular. Dios tiene fieles dentro de la Iglesia Romana. No nos equivoquemos. Dentro del sistema católico hay personas que han renacido, que son piadosas y que forman parte del remanente elegido por Dios. Conozco personalmente a algunas de estas personas. También encontramos algunos dentro de la Iglesia Anglicana. Gracias a Dios que hay miles que en virtud de su santidad, ternura y compasión en sus vidas forman parte del remanente. Los encontramos también en todos los sectores de las iglesias independientes, algunos también, aunque cueste creerlo, ¡fuera de ellas!
No existe una sola iglesia que pueda atribuirse ser el remanente elegido por Dios. Hay hombres y mujeres que forman parte de ese remanente por todas partes. ¿Cuáles son sus características? Son hombres que temen al Señor y que están tan conscientes de su reino y de su señorío, que viven en Él y se someten sin condiciones. No los hombres y mujeres que dicen: «Señor, Señor», sino aquellos que hacen la voluntad de Dios. No la masa humana que inclina la cabeza recitando: «Venga tu reino, hágase tu voluntad», sino los piadosos en cuyas vidas el reino ya ha venido, y en los cuales su voluntad se está realizando.
Estos son los elegidos, y gracias al Señor, no están confinados a un solo sector de este cristianismo fragmentado que ha sido tan dividido. Sin embargo, ¿no es importante que ellos se reúnan hoy para andar en una comunión más íntima? ¿Que temamos su nombre, que pensemos en su nombre y aprendamos a apreciarlo a él por sobre todo? ¿No es ya tiempo que abandonemos tantos intentos de fabricar una unión orgánica? ¿No es mucho mejor que reconozcamos y nutramos la verdadera unidad de espíritu que ya existe entre aquellos que piensan en su nombre? ¿No es mucho mejor que hagamos un inventario, no de las riquezas, ni de las organizaciones que existen actualemente, sino de aquel gran Nombre Eterno que es una fuerte torre de justicia?
Si hay un ruego que quisiera hacer es el siguiente: Que en este día de grandes fracasos aquellos que aman al Señor Jesús en sinceridad y en verdad (estas palabras son sinónimas de las del Antiguo Testamento que hemos estado considerando: «Los que temían a Jehová»), se unan y disfruten de esta comunión y de esta unidad de corazón. Tomemos la antigua declaración, y ubiquémosla dentro de la presente dispensación: «El Señor escuchó, y oyó». Marcan el interés actual de Dios, y su gran promesa continúa siendo: «Serán mi especial tesoro, en el día en que yo actúe». ¿Qué es lo que más le interesa a Dios en esta época? Con osadía debo afirmar que no hay nada que interese más al corazón divino que la «re-unión» de los cristianos. No es para que sus credos coincidan, o para que sus organizaciones puedan co-existir, sino para que se produzca una creación de carácter. Un carácter que se traduzca en un brillar refulgente de la luz divina en medio de la oscuridad de este mundo. El Señor escucha, y ni una sílaba que pronuncia en voz baja un fiel a otro, y que tiene en sí un elemento de permanencia, pasará desapercibida por su oído, porque él es en esencia justicia y amor. De las personas que emiten estas palabras, él dice: «Serán mías en el día en que yo actúe, serán mi especial tesoro».
Ciertamente estas son las almas que salan y sazonan toda la tierra. ¿Quién formaba parte del pequeño grupo que se reunió cuando Jesús vino al mundo? El remanente electo estaba compuesto por Zacarías y Elizabet, José y María, Simeón y Ana, pastores de ganados y hombres sabios del oriente. Más amplio que la nacionalidad judía y más extenso que la franja de tierra llamada Palestina. Las personas elegidas por Dios no estaban unidas por lazos de organización humana, ni por credo alguno de manufactura humana, sino que su unidad radicaba en que «temían al Señor y pensaban en su nombre».
Así pues, cuando el próximo gran día de Dios amanezca y algunos creemos que este amanecer está muy próximo el remanente elegido no estará consolidado por organizaciones humanas, ni unidos por credos o declaraciones de fe, sino que desde el norte hasta el sur y del este al oeste, de todas las naciones, de todos los climas y de todas las iglesias, surgirá la Iglesia el Remanente de Dios que le teme y piensa en su nombre.
Tomado y adaptado del libro ¡Me han defraudado! El mensaje del profeta Malaquías, G. Campbell Morgan, Hebrón.
Nota del autor:1. Véase también Versión moderna: «Y ellos me serán un tesoro especial, dice Jehová en aquel día que yo preparo». Nueva Biblia Española: «Dice el Señor de los ejércitos: el día que yo actúe, ellos serán mi propiedad». Biblia de Jerusalén: «Serán ellos para mí, dice Yahveh Sebaot, en el día que yo preparo, propiedad personal».