EL PECADO DEL UNGIDO

“Y sucedió Un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta” (2 S. 11:2–5).

Introducción

Era un tiempo de guerra, posiblemente el verano, y el ungido se quedó en su palacio en Jerusalén mientras Joab y sus siervos derrotaban a los amonitas (11:2). Una tarde el ungido vio a una hermosa mujer bañándose en su terraza, esposa de uno de sus siervos Urías heteo, la cual hizo llegar a él y tuvo relaciones íntimas, quedando embarazada (11:2–5).

El ungido trató de encubrir sus pecado, dándole a Urías heteo licencia del ejército para visitar a su esposa, pero este prefirió dormir a la puerta del palacio del rey (11:6–9). Luego trato de emborracharlo para ver si se allegaba a su esposa, pero esto también le falló (11:10–13).

Entonces mediante una carta a Joab, su sobrino y comandante del ejército israelita, pidió que a este se le pusiera en una posición de mucho peligro (11:14–16). Lo esperado sucedió, Urías heteo murió (11:17).

Con un mensajero, en un diálogo y un simulacro ya planificado, el rey sería informado de la muerte de Urías heteo (11:18–24).

Después de Betsabé guardar luto por su marido, el rey la hizo su mujer (11:26–27). El capítulo termina: “Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (11:26).

  1. La ocasión

“Aconteció el año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá, pero David se quedó en Jerusalén” (11:1).

Posiblemente ese “tiempo que salen los reyes a la guerra” sea el verano. El ungido era un rey y ese tiempo de guerra era también su tiempo. El ungido debe ser un buen administrador de su tiempo. A cada cosa debe darle su tiempo. Hay tiempo de guerra y hay tiempo de paz; hay tiempo de trabajar y hay tiempo de descansar. Como lo expresa Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo”.

El tiempo bien administrado puede ser el mejor aliado de cualquier ungido, pero mal administrado puede ser un tremendo enemigo. ¡Deje que el tiempo sea su amigo y no su enemigo!

David delegó a Joab y a sus siervos la dirección del ejército israelita en la guerra. Esa no era una guerra para ser delegada en otro. El ungido delegó en Joab lo que le tocaba hacer. Hay ministerios que no se pueden delegar a nadie.

A pesar de todo los amonitas fueron derrotados y la ciudad de Rabá sitiada. El éxito no siempre es señal de que el ungido está activo y cumpliendo con su deber.

Leemos: “pero David se quedó en Jerusalén”. El ungido mandó y no fue. Otros salieron y él se quedó.

  1. La persona

“Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real, y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (11:2).

“Y sucedió un día…” En un día muchas cosas pueden suceder. Lo que ha costado muchos días de consagración, de experiencias y de aprendizaje, se puede perder en un día. El testimonio de toda una vida se puede arruinar en un solo día.

“Al caer la tarde, que se levantó David de su lecho…” El ungido estaba durmiendo, cuando debería haber estado despierto. Ministros o ungidos que duermen cuando deben estar despiertos pueden ser victimas de situaciones que le pueden hacer daño espiritual.

“Y se paseaba sobre el terrado de la casa real…” En eso no había nada de malo, pero el tiempo y el lugar era malo. Muchas veces estar en el lugar y en horas equivocadas puede ser un desastre personal.

Probablemente David se paseaba en el terrado porque ya había visto en el pasado a Betsabé, y le estaba dando lugar en su corazón a la tentación o la estaba buscando con su corazón.

“Y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa”. Todo coincidió a la misma vez para el ungido. Era como si él estuviera buscando la tentación. Por otra parte, era como si la tentación lo buscara a él.

III. La caída

“Y envió David mensajeros, la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa” (11:4).

El pecado de Saúl fue contra la autoridad de Dios, el de rebelión. El pecado del ungido fue contra la santidad de Dios, el adulterio. Pecado es pecado, pero Dios trata con más severidad a los que se rebelan contra su autoridad.

El ungido al no refrenar sus pasiones naturales, y darle rienda a las mismas, violó la ética ministerial. El que había derrotado a un gigante, había vencido ejércitos, fue derrotado por una baja pasión.

Betsabé no hizo absolutamente nada por mantener la santidad de su matrimonio. No supo decir no. Se acostó con él, luego se purificó religiosamente y después se regresó a su casa muy tranquila.

Ambos adulteraron y violaron el contrato matrimonial. Por vez primera el ungido había perdido el brillo de la santidad. Se había transformado en un vaso deshonrado. El hombre fuerte se había hecho débil. En minutos se deslizo del esfuerzo que le había tomado toda una vida.

Flavio Josefo arroja luz a lo acontecido: “Una tarde David fue a pasear por el terrado del palacio, como era su costumbre. Desde allí vio a una mujer muy hermosa bañándose en su casa con agua fría. Se llamaba Betsabé. Cautivado por su belleza e incapaz de refrenar su deseo envió a buscar a la mujer y durmió con ella. Quedando embarazada. Betsabé le pidió al rey alguna manera de ocultar su pecado, porque según las leyes merecía la muerte por adulterio” (Las obras esenciales, publicado por Editorial Portavoz, p. 124).

Josefo señala varias cosas: (1) Betsabé estaba “bañándose en su casa con agua fría”. Posiblemente para señalar que era la estación calurosa del verano. (2) David paseaba por el terrado “como era su costumbre”. Dando a entender que era notorio a los vecinos y a Betsabé de estos paseos del rey. (3) La tentación para David fue irresistible: “Cautivado por su belleza e incapaz de refrenar su deseo envió a buscar a la mujer y durmió con ella”. (4) Betsabé origina la idea de ocultar el pecado, “le pidió al rey alguna manera de ocultar su pecado”. Con esta declaración Josefo muestra su simpatía por David. (5) Betsabé estaba consciente de la consecuencia de su pecado, “porque según las leyes merecían la muerte por adulterio”.

  1. El resultado

“Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta” (11:5).

El pecado cosecha pecado. Betsabé quedó encinta en su relación ilícita con el ungido. Al verse en este problema ella le hizo llegar esta noticia a David: “Estoy encinta”.

Si ella no hubiera salido encinta, el pecado de ambos tendría más posibilidades de esconderse. Aunque no hay nada hecho en oculto que no salga público o a oscuras que no salga a la luz.

Betsabé se asustó: “Estoy encinta”. En su vientre llevaba la consecuencia del pecado.

A David esa noticia lo estremeció. Si pudiéramos penetrar su mente y leer los pensamientos de aquel día, esto veríamos: “Ahora, la cosa se me ha puesto bien mal. Si alguien lo descubre, pierdo mi testimonio. Tengo que inventarme algo y así cubrir mi falta”.

Lo que el ungido necesitaba era confesar su pecado y arrepentirse ante Dios; buscando la expiación de la sangre de un cordero, que sería la única cubierta. El ungido no podía disimular su pecado, tenía que confesarlo: aunque eso le costara el reino. Pero el ungido no lo haría, Dios tenía que descubrirlo públicamente.

Conclusión

(1) En tiempo de guerra, el ungido no se puede quedar inactivo. (2) La tentación siempre es atractiva de frente, pero horrible después que se va. (3) El ungido tiene que refrenar sus pasiones naturales. (4) Por más que se quiera es difícil refrenarse ante el pecado.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (233). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.