El hurto, el perjurio y robar a Dios.

Derek Prince

Todos los tres últimos profetas del Antiguo Testamento – Hageo, Zacarías y Malaquías – tratan con varios asuntos en los cuales Israel experimentó el resultado de la maldición de Dios.

Es como si estos profetas hubieran recibido el encargo de resumir la historia de los israelitas desde que habían estado bajo la ley de Moisés, y de confrontarlos con las razones por las cuales les habían alcanzado maldiciones específicas de la ley.

En Zacarías 5:1-4 el profeta describe una visión que tuvo de la maldición de Dios que vino sobre los hogares de su pueblo:

De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí un rollo que volaba. Y me dijo: “¿Qué ves?” Y respondí: “Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo, y diez codos de ancho.

“Entonces me dijo: “Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro lado del rollo) será destruido.

Yo la he hecho salir,” dice Jehová de los ejércitos, “y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas y sus piedras.

La maldición que describe Zacarías entra en la casa de todos los que han cometido dos pecados específicos: robar y jurar en falso. (El término moderno para este último es “perjurio”). Una vez que entra, la maldición permanece allí hasta que ha destruido la casa entera: maderas, piedras y todo.

Este es un cuadro gráfico de la forma en que actúa una maldición, después que la hemos admitido en nuestra vida. No podemos fijar límites que escojamos nosotros para las dimensiones que la misma afecte. A menos que nos arrepintamos y busquemos la misericordia de Dios para que nos libre de ella, terminará por destruir toda la casa.

El predominio de estos dos pecados de hurto y perjurio en nuestra cultura contemporánea puede medirse con algunas estadísticas sencillas. El robo es tan predominante hoy en Estados Unidos que casi el diez por ciento del precio de las mercancías exhibidas en las tiendas minoristas se debe al costo del seguro contra robos.

¡He aquí una causa poco conocida de la inflación! Por otra parte, el perjurio defrauda miles de millones de dólares cada año al Servicio de Contribuciones Internas de Estados Unidos mediante declaraciones de ingresos deshonestas. ¡Es posible que la total honestidad en este sector pudiera eliminar por entero el déficit presupuestario!

De acuerdo con la visión de Zacarías, la maldición que sigue a estos dos pecados de hurto y perjurio afecta no sólo al individuo, sino también a toda su casa. En el hebreo bíblico, la palabra “casa” se aplica no a una estructura material simplemente, sino también a la gente que vive dentro de ella: o sea, una familia.

Mucho más de que lo que a primera vista pudiera parecer, estos dos pecados, y la maldición que les siguen, han contribuido a la ruina de la vida familiar, que es una característica única de nuestra era presente.

Sus efectos finales serán similares a los del rollo que Zacarías vio e su visión: la erosión de naciones completas e incluso de una civilización entera.

Antes que él, Hageo había dado un igualmente gráfico cuadro de la ruina que estaba afectando la vida de su pueblo:

¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: “Meditad bien sobre vuestros caminos.

Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos, os vestís, y no os calentáis, y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Hageo 1:4-6

La maldición que describe Hageo puede resumirse en una palabra: “insuficiencia”. De acuerdo con todas las apariencias exteriores, los israelitas tenían todo lo que requerían para satisfacer sus principales necesidades materiales.

Pero por alguna razón que no comprendían, siempre les faltaba algo. Dios le había mandado un profeta para mostrarles que la fuerza invisible que erosionaba sus provisiones era una maldición que habían traído sobre sí por anteponer sus propias preocupaciones egoístas antes que las necesidades de la casa de Dios.

Muchas de las naciones solventes del mundo de hoy enfrentan una situación similar. La mayoría de la gente gana mucho más de lo que sus padres o abuelos ganaron jamás.

Sin embargo, mientras las generaciones previas disfrutaron de una sensación de seguridad y contentamiento, la presente generación está plagada de un ansia incesante que nunca satisface. En algunas de estas naciones, el nivel de endeudamiento personal es más alto que nunca.

Malaquías, el último de los tres profetas, combina los cargos ya presentados contra Israel por sus dos predecesores.

Acusa a su pueblo no sólo de una actitud equivocada hacia Dios, sino también de robo en su forma más grave: robar no únicamente a los hombres, ¡sino incluso al mismo Dios!

¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: “¿En qué te hemos robado?” En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Malaquías 3:8-9

Este pasaje revela un principio que gobierna los tratos de Dios en cada era y dispensación: Dios mantiene un registro de lo que su pueblo le ofrece a él.

Más de mil años antes, Dios había ordenado que Israel debía apartar para él la primera décima parte de su ingreso total, en efectivo o en especie. Era un sello importante de su pacto con Dios. La desobediencia en esto era una ruptura de su pacto.

Ahora, por medio de Malaquías, Dios les pasa su cuenta. Con respecto a todo lo que su pueblo ha retenido ilegalmente, los acusa de “robo”. Señala que esto ha traído una maldición de ruina sobre toda la nación y en cada sector de sus vidas.

Pero Dios no termina con esta nota negativa. En el siguiente versículo da instrucciones a su pueblo de cómo puede salirse de esta maldición y entrar en su bendición.

Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Malaquías 3:10

Para pasar de la maldición a la bendición, Dios requiere de su pueblo dos cosas: arrepentimiento y restitución. En todo caso de robo, estos requisitos jamás varían, tanto si es Dios o un hombre quien ha sido robado.

En el Nuevo Testamento, Dios no establece una ley específica, como la del Antiguo Testamento, ordenando a los cristianos que aparten para él un diezmo de su ingreso total.

El pacto de la gracia no opera mediante leyes impuestas desde fuera, sino mediante leyes escritas por el Espíritu Santo en los corazones de los creyentes. En 2 Corintios 9:7 Pablo instruye a los cristianos: Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad.

Una cosa, sin embargo, es cierta: el Espíritu Santo jamás hará que un creyente sea mezquino. En el Salmo 51:12 David ora al Señor: Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.

Una característica distintiva del Espíritu Santo es la nobleza y la generosidad. Dios mismo es el mayor de todos los dadores. Cuando su espíritu se mueve en los corazones de su pueblo, los hará como él es: dadores generosos.

En Hebreos 8:6 el escritor compara el Antiguo y el nuevo pacto, y recuerda a los cristianos que ellos han entrado en “un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. Es inconcebible que la gente que disfruta de este mejor pacto pueda ser menos generosa cuando da a Dios, que quienes estaban bajo un pacto inferior.

Si el pueblo de Dios bajo la ley le daba sus diezmos – y mucho más – ¿cómo podrían los cristianos bajo la gracia justificar dar menos? Las normas de la gracia son más altas, no más bajas, que las de la ley.

A lo largo de todas las dispensaciones, se mantiene inalterable un principio básico: la mezquindad hacia Dios provoca su maldición, pero la libertad libera su bendición.

Libro: Bendición o maldición: ¡Usted puede escoger!