por Linda Finkenbinder
Estas palabras se basan en mis cincuenta y ocho años de matrimonio. Cuando Pablo y yo nos casamos, él tenía sobrada confianza en sí mismo. Yo, al contrario, era muy tímida. Nuestro matrimonio al principio era como una mesa cuadrada. Hoy, la mesa es redonda porque hemos redondeado las cuatro esquinas ajustándonos el uno al otro. Nos costó muchos años llegar a comprendernos completamente, pero el esfuerzo ha valido la pena. Gracias a Dios nuestra vida ahora es como una continua luna de miel.
En Mateo 5.14 Jesús dijo: «Ustedes son la luz del mundo». Nuestra vida es una luz que ven los demás. Los grandes personajes de la Biblia como Noé, Abraham, Moisés, David, los profetas y los apóstoles, y más tarde personas como San Agustín y Martín Lutero fueron luces que han sido modelos para nosotros. Nosotros somos luces en nuestra comunidad, en la iglesia y dondequiera que estemos. Mis palabras hoy tienen que ver con la luz que reflejamos en nuestro hogar. El hogar es el lugar donde podemos descansar. Es nuestro lugar privado. Pensamos que lo que hacemos o decimos en el hogar no tiene importancia para otros. Pero no es así. La luz es lo que somos. Es lo que hacemos. Es lo que nuestra familia ve en nosotros. Dios creó a Adán dotándole de mucha inteligencia. ¡Imagínese la inteligencia que tuvo para tener la capacidad de nombrar a cada animal! Entonces creó, de la costilla de Adán, a su ayuda idónea, Eva. Ni el hombre ni la mujer estando solos están completos. Nuestros problemas surgen cuando nuestro orgullo nos impide escuchar y considerar la opinión de nuestro cónyuge. Le comparto diez responsabilidades al hombre de Dios. Cuando tenga oportunidad, tengo consejos para su esposa.Ame a su esposa Cuando dos personas se casan, la decisión de compartir mutuamente sus vida la toman juntos. En Efesios 5.21 el apóstol Pablo dice: «Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo.» ¿Cómo compartimos el amor? Con sólo mencionar la palabra «amor» la mujer piensa en una relación emocional y el hombre piensa en una relación física. ¿Cómo resolvemos esta diferencia? Empezando con el simple reconocimiento de que existen diferencias como esta. Más adelante Pablo nos dice: «Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. . . Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo» (Ef 5.25-28 NVI). En el Antiguo Testamento, si algo de la mujer no agradaba al esposo, él le daba carta de divorcio. La mujer tenía que adaptarse a los deseos del hombre. Jesús estableció el cambio para esta situación. Sus enseñanzas fueron controversiales. ¿Cómo lo sé? Porque algo motivó a los apóstoles Pablo y Pedro a dar tantas instrucciones sobre el matri-monio. Es obvio que las mujeres querían disfrutar de la igualdad que hay en Cristo, mientras que los hombres no querían perder su autoridad. El Espíritu Santo le reveló al apóstol Pablo que la esposa representa la Iglesia, la novia de Cristo, y que el esposo es el símbolo del Señor, nuestro Salvador. Como cabeza de la familia, al esposo le toca ser ejemplo de Cristo. Hace poco oí el testimonio de un prominente ministro de Dios en Dallas, Texas. Contó que sus padres peleaban constantemente. Cuando él tenía once años de edad su padre creyó en Cristo. Esto causó que el enojo de su madre creciera aun más hacia su padre. Este padre acostumbraba levantarse a la una de la mañana para orar, de rodillas y con la Biblia en las manos. Oraba por la salvación de su familia. Un año más tarde, en una noche, su madre se levantó y se dirigió hasta donde estaba su padre orando. Él pensó: «Aquí viene ella otra vez deseando pelear conmigo.» Pero ella, llorando, le dijo: «Cada vez que te he gritado, tú has respondido con amor. Si te trato mal, siempre me respondes con ternura. Quiero que ores por mí. Yo quiero tener lo que tú tienes.» Ese padre compartió con su familia el amor que Dios le había dado a él. Él determinó amar a su esposa así como Cristo lo amaba a él.Respete a su esposa El apóstol Pedro también exhorta al hombre, y su exhortación viene con una advertencia (1 P 3.7). Sin armonía en su hogar usted no puede esperar que Dios conteste sus oraciones o que Él bendiga su ministerio. El que sigue es el testimonio de una pareja que se iba a divorciar. Fueron al consejero para la disposición de sus bienes. Él les preguntó si tenían hijos. – Sí, tenemos dos – respondieron. – ¿Pelean ustedes delante de ellos? Ellos confesaron que sí. -Eso es malo – declaró el consejero. Sus hijos están sufriendo. Les pido que, cuando menos ante sus hijos, hagan como que se aman. Háblense con cortesía y respeto. Nunca dejen que ellos escuchen sus pleitos. La pareja decidió que, por el bien de sus hijos, jugarían ante ellos el papel de esposos amorosos. Seis meses más tarde llamaron al consejero para decirle que ya no querían divorciarse, pues ahora en verdad se amaban. Hermano, la práctica del amor y del respeto, aunque forzada al principio, da resultados muy positivos. Si olvida todo lo demás que le digo hoy, recuerde que el respeto y la cortesía son fundamentales para tener un matrimonio feliz.Determine serle fiel a Dios ¿Qué impide que el hogar del hombre de Dios sea feliz? La falta de consagración a Dios. El hombre del hogar tiene que llevar una vida limpia. Las tentaciones del enemigo, de la carne y del mundo estarán siempre presentes si él no determina huir de ellas. Tiene que cerrar los ojos ante la pornografía y no permitirse ni pensar en el adulterio. Ya lo dijo el Señor (Lc 11.34). Usted, mi hermano, es quien decide el éxito de su vida y de su ministerio con su sometimiento total e incondicional a Dios. Mantenga su vida pura, con la mirada constante en la Palabra de Dios. ¡Puede ser que usted tenga una adicción! Juan, nuestro vecino, tenía una fuerte adicción a la nicotina. Repetidas veces se esforzó, sin éxito, para dejar de fumar. Después que aceptó a Cristo, cuando Juan tenía deseos de fumar sacaba el cigarrillo del paquete y decía: «Señor, te doy gracias por el deseo de fumar, porque este deseo me permite sacrificar algo por ti. No voy a fumar este cigarrillo.» Al pensar así, el deseo pasaba. En tres días quedó libre del vicio. Dios da esa libertad a cualquiera que se lo pida.Nunca piense en divorcio Toda pareja cuando se casa promete amarse y honrarse mutuamente hasta que la muerte los separe. Ese día de la boda en que hacemos semejante promesa no nos es posible ima-ginarnos el precio que nos costará, porque llegar a ser un solo cuerpo cuesta años de esfuerzo. Recuerde que Dios está moldeando a Cristo en nuestra vida, nos prepara para pasar la eternidad con él. Dios odia el divorcio, y el creyente en Cristo nunca debe considerarlo como una solución a sus problemas. Pablo y yo tomamos esa decisión cuando nos casamos. Y para reforzar esa determinación decidimos que conversaríamos constantemente sobre nuestras diferencias. La falta de comunicación es la debilidad de todo matrimonio. No es fácil, pero vale la pena conversar siempre, tanto de las victorias como de los problemas. Sólo así podrá aprender cómo piensa su cónyuge.No olvide sus votos nupciales Otra parte del pacto del matrimonio es «en enfermedad o en salud, en prosperidad y en adversidad.» Es importante recordar este juramento. La vida no es siempre justa y muchas veces las dificultades hacen que el matrimonio sea difícil. Mi esposo, Pablo, siempre ha tenido buena salud, pero mis enfermedades nos han afectado a los dos. Durante trece años sufrí un dolor severo en el lado izquierdo de mi cara. Ese dolor en el nervio trigeminal era como tocar un alambre eléctrico. Yo no aguantaba la brisa ni el frío. Cuando el dolor me azotaba, mi cara quedaba paralizada durante varios segundos y no podía hablar. Pablo sufrió con paciencia junto a mí durante todo el tiempo de mi dolor. Hace tres años, mediante una cirugía, quedé libre de ese dolor. Esta larga enfermedad llegó a ser una lección espiritual para Pablo y para mí. Dios no me sanó. Juntos aprendimos paciencia, y mediante la enfermedad el Señor dio más intimidad a nuestra unión.Satisfaga las necesidades de su esposa El apóstol Pablo da este aspecto del matrimonio que es importante observar (véase 1 Co 7.32-33). El agradar a su esposa es una obligación. ¿Sabe usted cómo agra-darla? ¿Conoce y comprende usted las necesidades de ella? ¿Escucha usted cuando ella quiere decirle algo? Mi Pablo se había casado con el ministerio, de modo que yo ocupaba el segundo lugar de importancia en su vida. Yo estaba contenta por su dedicación a Dios, pero me sentía al margen de lo que más lo entusiasmaba a él. Él deseaba mi cooperación sin aceptarme como compañera. No apartaba tiempo para darme la atención que yo necesitaba, ni consideraba mis sentimientos. Si yo era infeliz, era problema sólo mío. Me ignoraba. Yo sentía que me estaba tratando como a un objeto y no como su esposa. Me avergüenzo al admitirlo, me convertí en una mujer amargada. No era justo, a mi parecer, que todo fuera hecho para el hombre. El único interés de Pablo era su ministerio. Cuando nuestros cinco hijos eran pequeños no recibí la ayuda de Pablo en el hogar. Yo valoraba mucho de mi esposo esa colaboración. Yo estaba haciendo las veces de maestra de escuela primaria de tres de nuestros hijos y tenía la responsabilidad de la casa, la ropa, la comida y de todo lo que hace una ama de casa. Ante todo, yo quería la compren-sión de él. Quería que fuera consciente de la carga doméstica que yo llevaba. Que apreciara lo que yo hacía. Pero, no era así. El consejo que me dio mi madre cuando me casé fue de mucha bendición y me ayudó a quedarme callada. Ella me explicó: «Las palabras son como cuchillas que hacen heridas que nunca sanan. Cuando estés enojada con Pablo, nunca digas palabras crueles. Las palabras vuelan como las plumas, y nunca podemos recobrarlas. Más tarde, cuando ha pasado la ira, la memoria de los insultos estará siempre presente.» Igual sucede con las palabras de elogio. Usted debe mostrar aprecio por la aburrida tarea de su esposa de cuidar la casa y los niños. Usted es el mundo de ella, y debe esforzarse porque ella se sienta valorada. Hable bien de ella en público. Sus palabras, como plumas, regresarán para bendecirlo a usted en su matrimonio y en su ministerio.Ame a sus hijos La herencia más grande que podemos dejarle al mundo son hijos bien criados que llegan a ser hombres y mujeres ejemplares. Sea ejemplo a sus hijos. Esposo, exprésele amor a su esposa en presencia de sus hijos. Nada le da más seguridad a su hijo que saber que el amor que usted tiene para la madre es incondicional, así como lo es su amor por ellos a pesar del mal comportamiento que usted no les tolera. Programe tiempos para estar con sus hijos. Hable con ellos. Escúchelos. Juegue con ellos. Los reglamentos sin una buena relación familiar sólo traen la rebelión. Pablo siempre estaba de viaje y no tenía mucho tiempo para dedicarles a nuestros hijos. Como resultado, nuestro hijo mayor dice que no tiene recuerdos agradables de su niñez. El dolor que nos producen esas palabras lo tendremos que sufrir durante el resto de nuestra vida. Trate a cada hijo según la personalidad que Dios le ha dado. No muestre favoritismos con sus hijos. Padre, su hijo quiere imitarlo a usted. Enséñeles a sus hijos valores que los guiarán toda la vida. Sobre todo, ore por y con sus hijos todos los días. Cuando yo tenía dieciséis años de edad, pensaba que quería alejarme de Dios. Trabajé como empleada domés-tica en casa de un médico. De noche, cuando me acostaba, sentía que mis padres estaban en mi cuarto orando por mí. Yo me tapaba los oídos, pero aun así los oía. Yo sé que hoy estoy aquí por las oraciones de mis padres.Perdone y olvide la ofensa Hace treinta y seis años, después de veintiún años de vivir en El Salvador, Pablo y yo dejamos ese bello país y nos trasladamos a los Estados Unidos. A raíz de eso, el trabajo de Pablo aumentó mucho. Él tenía diariamente su programa radial en español más un nuevo programa en inglés, y viajaba constantemente a toda Latinoamérica para predicar en campañas evange-lísticas. Estaba demasiado ocupado, tanto que descuidó completamente la lectura de la Biblia y los tiempos de oración. Por poco se destruye nuestro matrimonio. En ese ambiente salieron a luz nuestras debilidades. Pablo se exhibió más macho que nunca. Se quejaba de mi manera de expresión. Él sentía vergüenza de mí delante de sus amigos y colegas hispanos. Yo respondía con lágrimas y tristeza, y con una cara agria. Por fin decidí abandonar el hogar. El divorcio no era opción para mí debido a la desgracia que representaba para mi Dios, pero como Pablo era mi ministerio, con su rechazo ya no hallaba razón para seguir. La semana que resolví irme me fracturé el tobillo. Hoy le doy gracias a Dios por esa caída, pero en ese momento más bien lamentaba que no se me hubiera quebrado la nuca. Durante mi recuperación Pablo se animó pensando que nuestro matrimonio seguía un curso normal. Él me atendió con mucho esmero porque no aguantaba verme sufrir, pero el primer amor ya no estaba presente. Por fin Pablo invitó a un consejero espiritual a la casa para contarle nuestro problema. Después de escu-char a Pablo quejarse de la forma de expresarme, y de escuchar quejarme de que me era imposible agradar a Pablo, él reflexionó unos momentos y le dijo a Pablo: «Mira, Pablo, muchas personas entrarán y saldrán de tu vida. La única persona que siempre estará a tu lado es tu esposa. Es a ella a quien debes escuchar y aceptar, y no a los demás.» Yo no sé cómo Pablo logró hacerlo, pero cambió desde ese momento. Dejó de dominarme. Me aceptó tal como era y empezó a darle gracias a Dios por las diferencias en nuestra forma de ser. El cambio en Pablo era mara-villoso, pero lo difícil para mí fue que al pedirme perdón él esperaba que ahí llegara el fin de nuestros problemas. Él no comprendió que sus palabras habían causado profundas heridas que para sanar requerían tiempo y trabajo. Pasaron los meses y lentamente nuestro matrimonio fue mejorando. Con todo, yo luchaba por olvidar los años de angustia. Casi siempre me levanto a la medianoche para leer la Biblia y orar. Cierta noche desperté sintiendo mucha angustia. Satanás me estaba recordando el doloroso pasado, y añadía que Pablo no era consciente del sufrimiento que me había causado. Fui a la sala, caí de rodillas y lloré un largo rato. Cuando ya no me quedaban lágrimas y quedé quieta ante el Señor, sentí su presencia en todo el cuarto y como que Dios me decía: «Pídeme lo que deseas.» Comprendí que él quería ayudarme a olvidar. «¡Dios mío gemí, te ruego que me des tu poder para olvidar todo este dolor!» En el instante el dolor desapareció. ¡Estaba libre! Hoy permanezco libre porque rechazo los recuerdos que Satanás quiere traer a mi memoria.Lean la biblia y oren juntos El perdonar a Pablo fue un regalo para mí. El perdón me ha dado la felicidad completa. Y la gran lección que los dos hemos aprendido es que uno nunca debe estar tan ocupado como para no apartar tiempo para leer la Biblia y orar diariamente. Pablo y yo retomamos nuestro culto familiar. Además de nuestra lectura Bíblica personal, leemos un capítulo de la Biblia y oramos juntos todos los días. El orar juntos da fuerza espiritual y produce una increíble unión entre usted y su cónyuge. Después de estar en la presencia de Dios, leyendo su Palabra y orando juntos, no es fácil pelear. ¿Sabe por qué le he confiado facetas históricas tan personales de nuestro matrimonio? Porque quiero que usted comprenda que Dios es la solución a cada uno de nuestros problemas.Mantenga el romance en su matrimonio He luchado por hallar palabras que le haga comprender cuánto desea su esposa su amor. ¡Cómo hubiera querido que alguien le hubiera dicho a Pablo estas palabras que toda mujer desea que oiga su marido! Querido esposo, yo sé que debo mantenerme humilde, dulce y sumisa. Ese es mi deseo. Tú eres mi Príncipe Azul, con el que siempre había soñado. Yo ansiaba que llegara el día de ser tu esposa para darte mi vida. Pero a veces me pregunto si hice bien. ¿Realmente me amas? ¿Me amas tanto como a tu propio cuerpo? Cuando nos casamos, ¿creíste que me estabas comprando? ¿Soy esclava tuya? Yo pensé que iba a ser tu compañera. Quiero compartir mi vida contigo. Sé que tú tienes más fuerza física y emocional que yo, y yo necesito tu fuerza. Pero también te pido que no me grites, sino que me trates con ternura. Anhelo ser la persona más importante de tu vida,y no como una perrita debajo de la mesa esperando que me tomes en cuenta. Cuando lloro, necesito que me tomes en tus brazos y no me regañes. El llorar me alivia la tensión. Si me tienes compasión, yo puedo ser más fuerte cuando tú me necesites. Cuando discutimos y tú me regañas, me siento muy triste. ¿Quién te dio el derecho de regañarme? En cambio, cuando admites que has fallado y me dices: «La culpa es mía, ¡perdóname!», me haces sentir muy orgullosa de ti. Eres más digno cuando reconoces tus fallas. Cuando me hechas toda la culpa a mí, me es muy difícil mantenerme dulce y humilde. Mi dificultad más grande es darte mi cuerpo después de un disgusto, cuando tus palabras y actitud han quebrantado mi espíritu. Cuando tú sientes algún dolor en el cuerpo, ese día nada te motiva hacer el amor conmigo. Así me siento cuando me hieres en lo más íntimo. En esos momentos debes considerar mis sentimientos y consolarme con ter-nura, tomándome en tus brazos y asegurándome que me amas, y que te alegra mucho que yo sea tu esposa. Si haces esto, tendrás el gozo de oírme darle gracias a Dios por ti, y tendrás no sólo mi respeto sino toda mi devoción y todo mi amor. Hermano, como líder en su hogar, usted determina la felicidad en su matrimonio. El matrimonio es como un jardín que siempre necesita mucho cuidado. El cual debe ser constante, sacando la mala hierba y echándole agua. Nuestro espíritu rebelde es como la mala hierba que tiene que ser arrancada. Pablo y yo hemos sacado mucha «mala hierba» de nuestro jardín. Ha sido doloroso, pero ha valido la pena. Hoy, nuestro jardín es tan lindo que toda la gente lo admira. Es nuestra luz que alumbra a todos los que nos ven. Le recomiendo que hoy siembre flores nuevas en su jardín. Dígale algo amoroso a su cónyuge. Pero no se quede ahí. Haga algo amoroso por su pareja, y luego vuelva a hacerlo mañana, y el día siguiente y el que sigue. Bañe sus acciones con oraciones. Saque y bote todos esos recuerdos de sufrimientos y molestias del pasado. Perdone a su cónyuge, tal como perdonamos las espinas del rosal. Si hace esto, tendrá plena felicidad y su «jardín de flores» será como el que Jesús mismo nos exhorta a que cultivemos: «Hagan brillar su luz delante de todos [su familia] para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (Mt 5.16).
NOTA: La Hna. Linda Finkenbinder es esposa del famoso evangelista, Hno. Pablo.
Este mensaje fue impartido en la Conferencia de Evangelistas y Predicadores, Amsterdam 2000.
Traducido y publicado con el permiso de la Asociación Evangelística de Billy Graham, © 2000 BGEA