El desafío de Timoteo

por Barbara Johnson

¿Cómo procesa una madre el duelo de un hijo? La autora nos comparte, de su propia experiencia cómo logró procesar el duelo por la muerte de su hijo. Realmente es posible el consuelo cuando el gozo del Señor es la fortaleza.

El primer hijo es algo muy especial, y yo pensaba frecuentemente en nuestro hijo Timoteo, de veintitrés años. Sentía que estaba inquieto, casi como si estuviera escapando de algo… tal vez un vacío en la vida. Se había graduado poco tiempo antes de la Academia Policíaca de Los Ángeles, y aunque no tenía ningún problema espectacular, Timoteo sentía dentro de sí la necesidad de un nuevo desafío. Así que en ese verano de 1973, Timoteo y dos amigos decidieron salir en un pequeño Volkswagen para pasar un verano en Alaska. Timoteo estaba ansioso por escaparse de las presiones de los exámenes universitarios y Ron, también de veintitrés años, estaba tratando de escaparse de una responsabilidad más seria: un matrimonio que se estaba desintegrando rápidamente.


Salieron en una nueva aventura: ganar un poco de dinero y ver la última frontera de nuestro país.


Después de casi dos semanas de manejar intensamente y de no encontrar trabajo para financiar su aventura, no solo se habían desinflado sus ánimos sino también sus billeteras. Ni siquiera había ayudado el aviso de «Se Busca Trabajo» escrito en la tierra de un costado del vehículo.


Habiendo aceptado el hecho de que estaban por llegar al límite de sus recursos y esperando tener lo suficiente como para llegar de vuelta al sur de California, los tres llegaron a una estación de servicio en Anchorage para llenar el tanque e iniciar el largo viaje de regreso. No sabían que esta parada iba a cambiar sus vidas. No podían saber que Ted McReynolds, un versátil profesor que vende gasolina en el verano, se especializaba en colmar a la gente de amor e interés cristianos todo el año.


Ted tiene la habilidad de estar en el lugar correcto en el momento correcto. Ahí estaba el día que nuestros tres viajeros cansados llegaron a la estación de servicio. Ted leyó el mensaje polvoriento en el costado del auto. «Somos Alberto, Timoteo y Ron de California. Necesitamos trabajo». Y también leyó el mensaje en la cara de los muchachos. Percibió que su necesidad iba mucho más allá de encontrar empleo. Así que mientras estaba llenando el tanque del vehículo les habló de Jesús.


Ninguno de los jóvenes era un cristiano comprometido. Aunque Timoteo había estado rodeado por el cristianismo, siempre había sido muy indiferente en cuanto a su fe. Como muchos jóvenes, había pasado por la escuela dominical, los versículos bíblicos y hasta había asistido a un colegio cristiano. Había hecho una profesión de fe unos meses antes de su viaje (después de hablar con un amigo que compartió «Las cuatro leyes espirituales» con él), y el día siguiente, Timoteo había ayudado a Ron a tomar la misma decisión. Sin embargo, ninguno de los dos realmente entendía lo que significaba el andar cristiano, la experiencia de la comunión diaria con el Cristo viviente.


Después de hablar con ellos acerca de Jesús, Ted los invitó a los tres a cenar con él. Pensaban quedarse para una comida, pero terminaron quedándose cinco semanas.


La hospitalidad y el alimento espiritual que ofreció McReynolds suplió una necesidad real en sus vidas. Aunque Timoteo y Ron habían hecho profesiones de fe, tenían un hambre espiritual de ese alimento que estaba recibiendo. La vida empezó a tener un nuevo significado para ellos, y entonces Alberto también dedicó su vida a Jesús.


Los muchachos charlaron hasta tarde en la noche con Ted y comenzaron a compartir su fe con otros. Se unieron a la congregación de la Capilla Abbott Loop, donde podían sentir la presencia del amor de Dios y la bondad en la vida de los creyentes.


Ted les ayudó a conseguir trabajo en construcción para que se ganaran el dinero suficiente para volver a casa. Sin embargo, las recompensas de un intenso día de trabajo físico por un pago justo ocupaban un lugar secundario después de las cosas buenas que estaban recibiendo de Dios.


Después de dos meses, Ron y Timoteo estaban listos para volver a California. Estaban ansiosos por ver a sus familias. Timoteo nos escribió en una carta: «Este viaje ha sido fantástico… tuve la oportunidad de pensar mucho acerca de mí mismo… Estoy tan entusiasmado por todas las cosas maravillosas: el alivio de las cargas, la paz… Es hermoso… Se acabaron las preocupaciones y los pesares… qué puedo decir aparte de que es ¡¡fabuloso!!»


Y Ron le escribió a su familia: «No puedo explicar lo contento que estoy… Quiero volver a casa y explicarlo mejor… Quiero que reciban a Cristo en su corazón».


Cuando leímos las cartas de Timoteo, no sabíamos qué pensar. Sus declaraciones estaban tan llenas de emoción y eran tan vibrantes. Parecía estar tan entusiasmado, tan contento. Recuerdo haber pensado: «Sea lo que fuere, aunque solo dure un poco, ¡fantástico!» Me estaba costando acostumbrarme a esta nueva imagen. Aunque Timoteo decía que era cristiano, nunca lo había visto participar plenamente, zambullirse con todo; cuando de su experiencia cristiana se trataba, no hacía más que flotar con la corriente.


Timoteo y Ron salieron rumbo a California dejando atrás a Alberto, y me emocioné cuando Timoteo llamó desde el Yukón para decirme que estaban en camino. Llamó la noche del 1° de agosto a la hora de la cena.


Siempre celebramos el primer día del mes en casa. Me encantan los meses nuevos. Así que nuestros hijos se criaron disfrutando del espíritu festivo del primer día del mes.


La voz de Timoteo irradiaba alegría por el teléfono cuando preguntó: «¿Qué estás haciendo para celebrar el nuevo mes, mamá?»


«¡Estoy en casa esperando una llamada tuya! —contesté—. Tu llamada será mi celebración ya que llamaste a cobrar como siempre». Y nos reímos.


Podía sentir el entusiasmo en su voz a través de los miles de kilómetros. Aun mientras hablábamos sentía un nuevo acercamiento, una nueva unión de comprensión que se estaba forjando entre nosotros. La voz de Timoteo rebosaba de emoción mientras se imaginaba poder contarnos los detalles de sus experiencias en persona.


Dios había hecho muchas cosas fantásticas en su vida, y Timoteo dijo que sabía que el Señor iba a usar su testimonio.


Estaba tan contenta que en cuanto Timoteo y yo terminamos la conversación llamé rápidamente a mi hermana para contarle de la fe entusiasta de Timoteo. Estaba abrumada con el cambio en su personalidad, y nos regocijamos con él por el brillo de su nuevo compromiso.


¡Y estaban de camino a casa!


Solo cinco horas después de la llamada desde el Yukón, ese pequeño Volkswagen azul chocó de frente con un camión conducido en contramano por un conductor ebrio. Timoteo y Ron fueron a la presencia de Jesús instantáneamente. Solo quedaron dos cuerpos destrozados dentro de las ruinas aplastadas.


Nuestra reacción inmediata cuando supimos que los muchachos habían muerto en el accidente, fue de estupor y enojo: «¡Es injusto! ¿Por qué se los llevaría Dios ahora, justo cuando habían comenzado a compartir su amor con los demás?»


En nuestra confusión y angustia solo nos dimos cuenta poco a poco de que Dios tenía un plan para alcanzar a otros con su amor, personas a las cuales los muchachos no podrían haber llegado de haber vivido. Y Dios dejó al camionero de diecisiete años con otra oportunidad para recibir a Jesucristo como Señor y Salvador.


Comencé a sentir la mano de Dios en los acontecimientos que siguieron cuando Ted McReynolds llamó desde Alaska y dijo: «Quiero ir y participar en el culto recordatorio. Esos muchachos estaban resplandecientes cuando salieron de aquí. Lo que les pasó cuando estuvieron con nosotros fue tremendo y no vamos a permitir que su testimonio muera en el Yukón. Queremos compartir el milagro de su vida en California con ustedes».


Empecé a sentir alivio con las palabras de Ted. El plan de Dios comenzaba a descubrirse. Era como si hubiera tirado una piedra de su voluntad en la laguna de la vida de los muchachos y las ondas hubieran empezado a difundirse. Jamás imaginé hasta dónde llegarían.


El primer contacto con ese poder de Dios que puede cambiar la vida llegó el día después del accidente cuando la esposa, el padre, la madre y la hermana de Ron llegaron a conocer a Jesús personalmente. Habían pensado resistir los esfuerzos evangelizadores de Ron, pero su muerte había quebrado su resistencia. El deseo de Ron de que ellos recibieran a Cristo se había cumplido aun más rápidamente de lo que él se había imaginado.


El próximo domingo por la mañana, toda la familia de Ron se presentó en la iglesia para confesar públicamente su fe en Cristo. Es difícil explicar lo que sentí en ese momento porque estaba explotando por dentro con la grandeza de lo que Dios había empezado a hacer por la muerte de Timoteo y Ron. Yo, que normalmente en mi dolor hubiese estado en el fondo buscando consuelo, me sentí obligada a acompañarlos y a compartir mis pensamientos con los demás miembros de mi iglesia. Nuestro pastor trató de disuadirme. Tal vez pensó que estaba motivada por el dolor y que me descompondría. Pero yo insistí. Estaba sobrecogida por la grandeza de Dios. Tenía que participar en lo que Dios estaba haciendo. Toda la familia de Ron recibió a Cristo. Dios verdaderamente estaba obrando todas las cosas para bien. Era imposible quedarme a un lado y llorar cuando sabía sin lugar a dudas que Timoteo y Ron estaban más vivos que nunca.


Sin apuntes, pero dirigida por el Espíritu Santo, le hablé por diez minutos a la gran congregación. Mi voz estaba calmada y no lloré. Mirando al grupo, vi lágrimas en muchos ojos cuando dije; «Si esto hubiera pasado un año atrás, no lo habría podido soportar. Habíamos obligado a Timoteo a participar en la iglesia y con otros cristianos, pero no estaba interesado. Había sido parte del cristianismo, pero el cristianismo nunca había llegado a ser parte de él. Nuestro mayor consuelo era que había encontrado la realidad en Cristo y estaba completamente listo para partir».


Durante los primeros días después de la muerte de Timoteo empezamos a recibir cartas y llamadas telefónicas de diversas personas a quienes él había escrito. Evidentemente, solo dos días antes de ese accidente fatal, Timoteo había pasado un día entero escribiéndoles a viejos amigos para contarles lo que Dios había hecho en su vida. Ahora, aun antes de que su cuerpo llegara de Canadá, estábamos recibiendo llamadas de amigos que decían: «Acabo de ver el artículo en el diario sobre la muerte de Timoteo y ¡hoy recibí una carta de él en el correo!»


La semana pasó rápidamente mientras la familia y los amigos se juntaban para planear el «servicio de coronación» y esperar la llegada de los cuerpos de los muchachos del territorio del Yukón.


Mientras estaba en la morgue esperando para identificar el cuerpo despedazado de Timoteo, firmé un documento diciendo que era el nombre correcto con el cuerpo correcto de mi hijo. Pero Dios me recordó que no era Timoteo. Solo era su armazón terrenal. Timoteo no estaba ahí. ¡Y comencé a ver la gloria! Era como si pudiera ver a Timoteo parado, todo brillante y sonriente diciendo: «No llores, mamá. Estoy con Jesús. Estoy en casa. No te sientas mal».


Hubo un cambio hermoso en la vida de Timoteo y estaba comenzando a ser un cambio en mí.


La mayoría de las personas de la congregación que me habían oído hablar el domingo anterior en la iglesia fueron al servicio de coronación de Timoteo y Ron. No lo llamamos funeral porque estábamos celebrando la entrada triunfal en su hogar. Ni siquiera lo llamamos un servicio «recordatorio».


Pedimos que los ujieres y los portadores del féretro no se vistieran de negro. Mi hermana y yo usamos vestidos verdes: un símbolo de vida. Y cuando elegimos la ropa para el cuerpo de Timoteo, incluimos una corbata alegre. El ambiente reflejaba el poder de Dios para convertir la tragedia en triunfo. La música era inspiradora y majestuosa.


Mientras Ted McReynolds nos contaba de la satisfacción que habían encontrado Timoteo y Ron en su relación con Jesús, explicó que el mismo gozo y la misma vida abundante estaban a disposición de cualquiera que los deseara. Muchos de los que asistieron al servicio respondieron a ese mensaje evangélico, y la muerte siguió produciendo vida. La historia de los muchachos recién estaba comenzando su larga carrera para cambiar vidas.


Como familia escogimos dos maneras especiales para recordar a Timoteo. Primero, decidimos grabar el servicio de coronación. Después armamos un «Libro de recuerdos» con cartas, fotos y cosas que habían sido de Timoteo. Desde entonces el libro ha crecido hasta un grosor de casi nueve pulgadas al ir añadiendo cartas de amigos y otros que han conocido al Señor después de oír la historia de Timoteo.


El libro de recuerdos y las grabaciones de la coronación han sido misioneros que tocan a personas que quieren respuestas acerca de la vida y la muerte. No teníamos idea de que el entusiasmo de Timoteo y Ron por Cristo nos impulsaría a un ministerio tan amplio. Hicimos las cintas para unos amigos interesados, incluyendo personas en Anchorage (Alaska) que no pudieron asistir al culto. Pero desde entonces hemos enviado casi 3.000 cintas y folletos a personas que han oído la historia de los muchachos. Casi cada semana recibimos pedidos de copias adicionales de la cinta.


Inmediatamente después de que nos informaran del accidente de Timoteo, nos envolvió una manta de amigos y parientes. Pero a medida que pasaba el tiempo, sentía que necesitaba algo más: algo de Timoteo de lo cual poder asirme.


Un día, cuando estaba mirando una viejas tarjetas de Navidad, encontré una carta que Timoteo me había escrito cuando todavía se estaba entrenando en la Academia Policíaca. En la carta me contó de su preocupación por las vidas destruidas que veía a su alrededor. «Estaría dispuesto a sacrificar cualquier cosa para ver que esas personas llegaran al Señor», había escrito.


Estoy segura de que Timoteo nunca se imaginó cuán grande sería ese sacrificio, pero cuán grande bendición sería al mismo tiempo. Al compartir su historia, el libro de recuerdos y la cinta de coronación con los que habían quedado atrás, muchos llegaron a conocer a Cristo.


Pero la soledad empezó a volver lentamente a mi vida, especialmente a medida que se acercaba la época de Navidad. Habían pasado cinco meses desde el accidente, pero muchas veces me sentía desalentada.


Me sentía decepcionada por no haber podido oír el testimonio de Timoteo con sus propias palabras antes de morir. Me preguntaba por qué nadie en la iglesia había grabado el culto esa noche cuando Timoteo y Ron habían contado su historia y luego fueron bautizados. A lo largo de los últimos meses, hasta había escrito a varias personas en esa iglesia preguntando si se había hecho una grabación, pero la respuesta siempre era negativa.


El 12 de diciembre, el día antes de mi cumpleaños, no me sorprendió demasiado encontrar un pequeño paquete entre la correspondencia. Al abrir el paquetito encontré un casete muy gastado. Los bordes estaban comidos y parecía que se había usado muchas veces. No había rótulo, ni nota, ni remitente, solo una cinta con el matasellos de Anchorage, Alaska.


Puse la misteriosa cinta en mi tocacintas y oí la voz de Timoteo hablándome. Fue como en Hebreos 11.4: «Y muerto, aún habla».


«Me llamo Timoteo Johnson y soy el tercero del grupo que vino de California. Es raro, íbamos a ir a Sudamérica. No sé cómo terminamos aquí, pero… este… el Señor obra en forma milagrosa. ¡Alabado sea el Señor! Estoy contento de que lo haya hecho. Tenía un buen empleo en Los Ángeles. No sé por qué renuncié. Debe haber sido del Señor.


«Como dije, estábamos en Alaska y conocí a Ted, gracias al Señor. Y, como él puede testificar, he estado bastante angustiado desde que vine aquí. Especialmente los dos últimos días. Me crié en un hogar cristiano y en escuelas cristianas, pero después de graduarme, me fui por mi propio camino. No fue sino hasta diciembre que un amigo se sentó conmigo y me mostró el camino verdadero hacia el Señor: el camino verdadero. Estuve entusiasmado un par de meses y después quedé en el camino. Después de venir a Alaska realmente empezaron a cambiar las cosas en mi vida. Por ejemplo, esta mañana me sentí lleno del Espíritu Santo y… este… desde entonces ha sido… no sé… tengo una sonrisa. Y todos me miran, debo haber sido un amargado antes. Pero ahora es distinto y estoy agradecido por estar aquí hoy. Gracias al Señor».


Después oí salpicar el agua del bautismo y la música y el canto: «El gozo del Señor mi fortaleza es», y la voz de Timoteo al salir del agua diciendo: «¡Alabado sea el Señor!»


¡El amor de Dios me estaba tocando! Recibir esta cinta del testimonio de Timoteo en el correo de la mañana fue como recibir un diamante de parte de Dios. Me sentí conmovida por su bondad y tuve un gran consuelo. ¡Qué regalo de cumpleaños! De repente, Timoteo estaba conmigo otra vez. La cinta misteriosa se había convertido en mi cinta milagrosa.


Las ondas de la muerte de Timoteo han llegado muy lejos y han tocado muchas vidas. Todavía siento el dolor de su muerte y las lágrimas llegan fácilmente, a pesar de nuestro gozo por su partida al cielo. Pero estoy agradecida de que Dios me haya permitido ver, que cuando Timoteo pasó por el portal de la muerte, recién estaba comenzando a vivir. Cuando se abrió esa puerta, había un haz de luz y de calor que atrajo a muchas personas a una relación más íntima con Dios, y a una amistad eterna con Jesucristo.

Tomado del libro ¿Dónde renuncia una madre? de Editorial Portavoz, 1995. Usado con permiso. Los Temas de Apuntes Pastorales, Volumen IV, Número 4.