EL CENSO DEL UNGIDO

“Y dijo el rey a Joab, general del ejército que estaba con él: Recorre ahora todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Beerseba, y haz un censo del pueblo, para que yo sepa el número de la gente” (2 S. 24:2).

Introducción

En 2 Samuel 24:1–17 se menciona la grave falta del ungido al ordenar a su general Joab, que censara el ejército de Israel y el de Judá (24:1–2). Joab lo trato de persuadir pero el rey persistió en su orden (24:3–4). A los nueve meses y veinte días, después de haber recorrido todo el territorio (24:5–8); Joab le dio el censo de ochocientos mil hombres en Israel y con Judá quinientos mil hombres (24:9).

Jehová le dio convicción en su corazón y le redarguyó de este pecado de censo (24:10). Por intermedio del profeta Gad, Jehová, le presentó una opción de tres juicios (24:11–12). Primero, siete años de hambre. Segundo, tres meses en los cuales David sería perseguido y huiría de sus enemigos. Tercero, tres días de peste (24:13). David optó por el juicio de la peste (24:14), donde murieron setenta mil hombres (24:15) Jehová detuvo al ángel de la muerte que iba a destruir a Jerusalén (24:16).

  1. La preocupación

“Volvió a encenderse la ira de Jehová’ contra Israel e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve haz un censo de Israel y de Judá” (24:1).

En el relato de 1 Crónicas 21, ubica lo mencionado en 2 Samuel, el censo de Israel y Judá, como un acontecimiento en la postrimería del reinado del ungido. Diferente a 2 Samuel 24:1 donde se ve a Jehová como el que incita al ungido a realizar el censo, en 1 Crónicas 21:1 leemos: “Pero Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese censo de Israel”.

Esta discrepancia debe entenderse como que Dios al estar airado con Israel por algo desconocido, le permitió a Satanás influenciar a David con algo que ya este ya estaba cultivando en su corazón.

David se estaba preocupando por lo que humanamente tenía, por los recursos del poder militar humano, y en esa preocupación quería poner su confianza. En el poder humano, más que en el poder divino.

Las preocupaciones pueden apagar la fe la esperanza y la confianza en el gran poder de Dios. Un grado de preocupación es normal y hasta beneficia al ser humano, pero demasiado preocupación es anormal, enferma y genera miedo ante lo futuro. Esta daña la fe del ungido.

  1. La persuasión

“Joab respondió al rey: Añada Jehová tu Dios al pueblo cien veces tanto como son, y que lo vea mi señor el rey; mas ¿por qué se complace en esto mi señor el rey?” (24:3).

El relato de 1 Crónicas 21:3 añade: “…¿no son todos éstos siervos de mi señor? Para qué procura mi señor esto, que será para pecado a Israel?” Joab a pesar de haberle dado al ungido tantos dolores de cabeza y haberlo metido en tantos problemas; trató de persuadir al ungido para que este no hiciera pecar al pueblo y él mismo también pecara.

Le recordó al ungido: (1) Dios podía multiplicarle en cien por ciento a su ejército. (2) Sus hombres estaban para servirle al ungido.

Notemos la pregunta de Joab: “¿por qué se complace en esto mi señor el rey?” (24:3). Hay cosas que el ungido desea hacer solo para su propia complacencia. No todo lo que nos complace a nosotros le agrada a Dios. David se interesó más en complacerse así mismo, que en complacer a Dios.

Leemos: “Pero la palabra del rey prevaleció sobre Joab y sobre los capitanes del ejército. Salió, pues Joab, con los capitanes del ejército, de delante del rey, para hacer el censo del pueblo de Israel” (24:4). En 1 Crónicas 21:4 se añade: “Mas la orden del rey pudo más que Joab…”

El ungido se impuso por encima del consejo de Joab. No lo escuchó, ni le hizo caso. Se trancó en su postura y no se abrió a la sugerencia que sus subalternos le presentaron. A estos no le quedó otra alternativa que obedecer la voz mandataria de sus autoridad, y emprendieron la labor del censo (24:5–7), que le tomó “nueve meses y veinte días” (24:8).

Joab le informó al ungido que Israel tenía ochocientos mil hombres fuertes y Judá quinientos mil hombres (24:9). En 1 Crónicas 21:5 se da el número de un millón cien mil los hombres de guerra de Israel y cuatrocientos setenta mil los de Judá. La discrepancia de estos totales es difícil explicarla. Los levitas y los benjaminitas no se incluyeron en el censo, y la razón fue: “porque la orden del rey era abominable a Joab” (21:6). La explicación puede ser que Joab no acabó de contar para el censo porque el juicio divino llegó (1 Cr. 27:24).

III. La convicción

“Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón, y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto, mas ahora, oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente” (24:10).

Esa expresión “porque yo he hecho muy neciamente” se lee en 1 Crónicas 21:8, “porque he hecho muy locamente”. El ungido reconoció y admitió que actuó como un necio y como un loco.

Esa orden de censar al pueblo fue una falla espiritual para el ungido: “le pesó en su corazón” (24:10) y “esto desagradó a Dios, e hirió a Israel” (1 Cr. 21:7). David admitió la gravedad de su pecado, lo confesó a Dios y se amparó en su misericordia (24:10).

Primer paso, reconocer que se ha pecado, “yo he pecado gravemente por haber hecho esto”. El pecado no se puede excusar por el ungido. después de su experiencia de 2 Samuel 12:1–15, el ungido aprendió que Dios es un detective espiritual, y que le saca a cualquiera su expediente del pecado.

Segundo paso, pedir perdón por el pecado, “mas ahora, oh Jehová te ruego que quites el pecado de tu siervo”. A pesar de su pecado, el ungido se ve como un “siervo”. Los siervos también pecan, aunque no quieran pecar, pero saben buscar el perdón de Dios.

Cuando se pierde la convicción de pecado, es porque la unción ya se ha ido, se ha perdido, ya no se tiene. Sin la unción se vive para el mundo, con la unción se vive para el cielo.

  1. La selección

“Ve y di a David: así ha dicho Jehová: Tres cosas te ofrezco, tú escogerás una de ellas, para que yo la haga” (24:12).

En su postrimería Dios le envía a Gad el profeta, a David, con tres juicios divinos, dándole a este la oportunidad de escoger uno (24:11). Samuel, Natán y Gad fueron tres profetas que influyeron en la vida y el llamado del ungido.

Jehová, por intermedio del profeta Gad, le ofrece tres alternativas a David, y la que escogiera traería el juicio divino a la nación: (1) Tres a siete años de hambre (2 S. 24:13; cp.. 1 Cr. 21:12). (3) Tres días con la palabra de peste sobre la nación de Israel (2 S. 24:13; cp. 1 Cr. 21:12).

El ungido declaró al profeta Gat: “En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres” (24:14).

El ungido sabía que Dios tenía misericordia, que caer en su mano sería mejor que experimentar hambre o ser derrotado en guerra. El juicio de la plaga de peste dejó una mortandad de setenta mil hombres (24:15). Ese juicio abarcó desde Dan a Beerseba (24:15).

Cuando el ángel de la muerte iba a tocar a Jerusalén, Dios se retractó del juicio y declaró al ángel: “Basta ahora, detén tu mano. Y el ángel de Jehová estaba junto a la era de Arauna jebuseo” (24:16).

De manera muy interesante el ángel se detiene precisamente en la era de Arauna Jebuseo, al lugar donde Abraham iba a sacrificar a Isaac (22:2), donde Salomón construyó el templo (2 Cr. 3:1) y que se reconocía como el monte Moriah, y que en su cima un día también Jesús de Nazaret fue crucificado.

Gad instruyó al ungido para que levantara un altar en la era de Arauna Jebuseo (24:18), lo cual este obedeció (24:19). Arauna recibió con beneplácito al rey y a su comitiva, ofreciéndole bueyes para el holocausto, con los trillos y yugos para leña (24:22–22).

El ungido le ofreció a Arauna cincuenta siclos de plata (24:24) que parece ser el precio por los bueyes y la era. En 1 Crónicas se dice que David pagó seiscientos siclos de oro y se refiere a toda la propiedad. Arauna y Ornan (1 Cr. 21:20–25) son la misma persona.

Leemos: “Y edificó allí David un altar a Jehová, y sacrificó holocaustos y ofrendas de paz, y Jehová oyó las suplicas de la tierra, y cesó la plaga en Israel” (24:25). Aquí el ungido se presenta como un sacerdote, fue también profeta (2 S. 23:1–7) y rey. Los tres regalos que los magos del oriente (Mt. 2:1) dieron al infante Jesús, oro, incienso y mirra (Mt. 2:11) simbolizan sus funciones mesiánicas del Rey, Sacerdote, y Profeta.

Cuando el ungido adulteró las consecuencias del pecado le afectaron solo a él (2 S. 12:11). Ahora por causa de su pecado las consecuencias alcanzaron a la nación de Israel.

David vio al ángel que destruiría al pueblo y le habló a Jehová: “Yo pequé, yo hice la maldad, ¿que hicieron esta ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre” (24:17). Arauna o Ornan también vio al ángel (1 Cr. 21:20).

El pecado del ungido puede producir mortandad en el pueblo de Dios. Por lo que hizo David otros pagaron las consecuencias. El ungido tiene que cuidarse de no cometer un pecado que pueda molestar a Dios contra el pueblo al que dirige o ministra.

El tabernáculo de Moisés estaba en Gabaón (1 Cr. 21:29). Pero David no fue allí por miedo al ángel de Jehová. Aquí se nos da la razón histórica de porque en la era de Arauna jebuseo se levantó el tabernáculo de David.

Conclusión

(1) Las preocupaciones pueden engendrar dudas en el corazón del ungido. (2) El ungido debe ser sensible y obediente al consejo de sus subalternos. (3) Cuando el ungido ha pecado, debe arrepentirse y confesar su pecado a Dios. (4) El pecado del ungido puede afectar a todo un pueblo.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (301). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.