Rectificó la cuenta. Apunto cuidadosamente en una libreta que tenía junto al computador, pensó por unos instantes y finalmente volvió a activar, con sumas, la calculadora electrónica. Se quedó mirando la tirilla de papel impresa, y murmuró: “Nuevamente pasó inadvertido el desfalco”.
Desde hacia nueve años trabajaba como encargado de la bodega de una gran distribuidora de medicamentos. Diariamente movían millones de pesos. La demanda de los fármacos en la provincia era tal, que muchas veces enviaban remesas bajo la confianza de que él haría bien su trabajo.
La decisión de comenzar a sacar dinero entre despacho y despacho de remedios, la tomó el día que, yendo a pie hasta su casa, se topó con un hermoso automóvil rojo—como siempre lo había soñado. Imaginó cómo se sentiría paseando junto con su esposa y los hijos por las calles de la ciudad, un soleado atardecer. “Sería fantástico”, murmuró.
Desde entonces comenzó a sacar “de a poquito”. Peso a peso y como dicen en Latinoamérica que de “grano en grano llena la gallina el buche”, fue haciéndose del dinero para comprar el carro, luego un apartamento y, en menos de año y medio, aumentar el saldo de su cuenta bancaria. ¡Nadie descubría nada!
Sin embargo, le pesaba la conciencia. Era como alguien que se acercaba a su oído para decirle una y otra vez: “Mira lo que haces: robando a la empresa. ¿No te avergüenza fallarle a tus jefes?¿Qué dirán tu esposa y tus hijitas si se enteran?!Eres malo, muy malo!” Esos pensamientos lo perseguían como una sombra.
Desesperado, tomó la decisión de vender sus propiedades, reunir dinero, hacer un préstamo y completar la cantidad que había sustraído. Compartió con su esposa la gravedad del asunto, y finalmente se reunió con el gerente, para ponerlo al tanto. ¡Le pagó hasta el último peso y estaba preparado para una demanda penal!
“Valoro que haya dicho toda la verdad”, le dijo el directivo y, horas después, tras reunirse con los abogados, le anunció: “No lo demandaremos ante la justicia. Legalmente, saldrá sin un peso de prestaciones sociales. Espero que comience una nueva vida”.
No fue a la cárcel. Conseguir un nuevo empleo le costó esfuerzo. Lo consiguió. Como despachador de autobuses provinciales. Tiene claro que es mejor vivir con poco, pero honradamente, pero con abundancia producto de la ilegalidad.; además, comprobó la validez el principio Escritural: “El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia.”(Proverbios 28:13).
De pasos hacia el cambio
Todos los seres humanos estamos llamados a considerar tres cosas fundamentales, si nos asiste el propósito de cambiar:
1. Evaluar en qué estamos fallando
Cuando vamos a un sitio, cualquiera que sea, donde hay un olor penetrante, el primer impacto sin duda es de desagrado, pero conforme pasa el tiempo nos acostumbramos. Termina por no afectarnos. Igual el pecado; al comienzo nos causará inquietud, pero luego nuestra conciencia se cauteriza.
Es importante reconocer que, en nuestras fuerzas y razonamiento, no es fácil reconocer en qué estamos fallando. El profeta describió esta situación: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.” (Jeremías 17:9, 10)
Por esa razón es necesario que hagamos un alto en el camino y, con honestidad, nos evaluemos. Sin duda descubriremos que estamos cometiendo errores en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y, por ende, con nuestra familia y aquellos entre quienes nos desenvolvemos. Un segundo paso es:
2. Reconocer que no vamos a ninguna parte
Tal como vamos, no llegaremos a ninguna parte. Eso es evidente. El pecado no conduce a nada bueno; es como una espiral sin fondo. Por ese motivo, si está motivado a cambiar, reconozca que debe cambiar de dirección tal como recomendó el rey Salomón: “El simple todo lo cree; mas el avisado mira bien sus pasos.”(Proverbios 14:15)
Una vez que tomamos conciencia de que el camino en el que nos desplazamos no es el más apropiado, por el daño que nos causamos y a los demás, es importante asumir la necesidad de reorientar nuestro andar, como lo aprendemos en la Biblia: “El avisado ve el mal y se esconde; Mas los simples pasan y reciben el daño.”(Proverbios 22:3)
Cuando ha avanzado en los anteriores puntos, tome nota de un tercer paso:
3. Determinarnos a cambiar
Si nos tomamos un espacio de tiempo para leer el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, encontraremos la historia del hijo pródigo. Se apartó de su padre, desperdició su vida, la salud y los recursos que tenía con un comportamiento desenfrenado. Pero un día hizo un autoexamen que le llevó a descubrir que iba camino al abismo:
“Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”(Lucas 15:17-19)
Arrepiéntase. Todo puede ser diferente en su existencia. Recuerde: ¡Usted tiene la oportunidad de cambiar y emprender una nueva vida! Basta que reconozca delante de Dios su pecado, se arrepienta, reciba a Jesucristo en su corazón y se comprometa—radicalmente—a renunciar a todo aquello que le ata a su pecado de maldad. No es en sus fuerzas sino en las de Dios. ¡Podrá lograrlo!
¡Tome la decisión hoy!
La decisión de cambiar debe tomarla hoy. No deje pasar la oportunidad que Dios le ofrece. Recuerde que gracias al sacrificio del Señor Jesús en la cruz, toda su maldad quedó borrada. Es un regalo para su existencia, pero es usted y nadie más que usted, quien debe tomarlo de manos del Padre celestial.
¿Cómo hacerlo? Recibiendo al Salvador en su corazón. Es sencillo, en oración dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Quiero cambiar. Ayúdame porque en mis fuerzas me resulta imposible. Te recibo en mi corazón. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Si tomó esta decisión, lo felicito. Es el mejor paso que puede haber dado. No se arrepentirá. Ahora tengo tres recomendaciones para usted. La primera, que comience a orar. Orar, recuérdelo, es hablar con Dios. Él le fortalecerá para vencer la tentación que le lleva al pecado. La segunda, lea la Biblia. Allí encontrará principios dinámicos y de éxito que le ayudarán en su crecimiento personal y espiritual, y por último, comience a congregarse en una iglesia cristiana evangélica. Junto con otros creyentes, podrá avanzar en su crecimiento, en todos los órdenes.
Contacte al Autor: pastorfernandoalexis [arroba] gmail.com Ministerio: Alianza Cristiana y Misionera Colombiana
Fuente: www.centraldesermones.com