De mujer a mujer

por Sheila de McNaughton

En la mayoría de nuestras iglesias se puede apreciar la abundante actividad de las mujeres. Igual que las mujeres en el Nuevo Testamento, tenemos el gran deseo de servir al Señor y ministrar a la familia de Dios.

Vale la pena preguntarnos ¿cuán efectiva es la actividad que llevamos a cabo en nuestra iglesia? ¿Por qué se observan esposas jóvenes cargadas de tantos problemas familiares sin solucionarse? ¿Por qué existen matrimonios a punto de divorciarse? ¿Por qué hay tantas jovencitas espiritualmente desorientadas? Y todo eso ¡dentro de la iglesia local! ¿Será que el ministerio fundamental de la mujer en la iglesia ha perdido algo de su enfoque principal?


Cuando el Apóstol Pablo escribe su epístola a Tito, tiene el propósito de orientarlo en cuanto a lo que debe hacer para terminar de establecer la iglesia que Pablo había fundado en Creta. De todo lo que el Nuevo Testamento enseña en cuanto a la mujer, en esta breve carta encontra-mos las instrucciones más sencillas y claras acerca de nuestro ministerio en la iglesia local: «Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit 2.3-5). He aquí un principio para el ministerio de la mujer en la iglesia local: Las mujeres mayores enseñan a las mujeres más jóvenes.


¿Quiénes deben llevar a cabo este ministerio? Pablo no encarga este ministerio a Tito u otro hombre sino a mujeres que reúnen dos caracterís-ticas básicas. En primer lugar, deben ser ancianas o en otras palabras mujeres «de edad». Pablo no da una edad exacta.¡Hoy día, una joven de 15 años a veces piensa que una mujer de 40 años ya es «anciana»! El enfoque principal es un ministerio de mujer a mujer donde una mujer de más edad, con más experiencia en los caminos del Señor, lleva a otra mujer de menos edad en el proceso de madurez espiritual. En segundo lugar, debe ser una mujer ejemplar en su carácter y conducta. No significa que sea mujer perfecta, sino que sea alguien que modela una vida en transformación hacia la madurez en Cristo (2 Co. 3:18). Ella es ejemplo para otras mujeres. La ven y dicen: «Yo debo ser como ella.»


¿Qué deben enseñar? La enseñanza que Pablo destaca aquí tiene que ver, en primer lugar, con las relaciones en el hogar: la relación marido-mujer; la relación madre-hijos; y la relación mujer-casa. Pablo enfatiza estas relaciones porque son muy importantes en la vida de la mujer y afectan todas las demás áreas en su vida. Necesitamos aprender lo que significa el matrimonio y el hogar; necesitamos la perspectiva de Dios. ¡Quién mejor para dar esta orientación que mujeres que ya han vivido esa experiencia en Cristo! En segundo lugar, la enseñanza tiene que ver con el desarrollo del carácter de la mujer: que sean prudentes, puras y bondadosas. Lo que somos determina lo que hacemos. Por lo tanto, la formación del carácter cristiano es indispensable para que haya conducta cristiana. Claro está que el enfoque de Pablo sobre las relaciones en el hogar y el carácter no es limitante para la enseñanza que debe recibir la mujer. Debemos saber quiénes somos a los ojos de Dios, y cómo debemos ser y vivir.


¿Por qué deben las mujeres mayores enseñar a las más jóvenes? Pablo está claro en su respuesta: para no dar motivo a que se hable mal del Evangelio. Qué triste es escuchar comentarios en la comunidad como el siguiente: «Si ella es cristiana evangélica, no quiero nada con esa iglesia.» Al nacer de nuevo en el Reino de Dios, necesitamos aprender a vivir en el. Es el deseo de Dios que las mujeres mayores lleven a las más jóvenes por este proceso. Hay muchos otros motivos para llevar a cabo este ministerio en la iglesia local: se profundiza la relación personal con Dios, se fortalecen los hogares y matrimonios de la iglesia, produce modelos de la mujer cristiana, facilita la reproducción de la fe en otras mujeres, abre la puerta al servicio a otras, desarrolla los dones espiritua-les, promueve el estudio de la Palabra de Dios y ayuda al crecimiento en la gracia y conocimiento de Dios.


¿Cómo pueden las mujeres mayores enseñar a las más jóvenes? Las reuniones en grupos grandes y pequeños, tales como la Escuela Dominical, estudios bíblicos, sociedad de damas, conferencias, seminarios, talleres, etc., juegan un papel importante en nuestra formación espiritual y ministerial. Parece, sin embargo, que se ha dado poca importancia a una estrategia muy efectiva en el desarrollo de las mujeres. Sin duda, Pablo la tenía en mente cuando escribió a Tito, ya que era una que él utilizaba muy a menudo. Es la relación mentora-discípula.


El mentor es una persona que sirve de guía o consejero a otra. En el caso de las instrucciones de Pablo a Tito, trata de una mujer mayor en relación directa e individual con una mujer más joven. Es un compromiso que lleva a una relación mujer a mujer, cara a cara, alma a alma en un ambiente de confianza mutua, comprensión y verdadera amistad.


Cada mujer es un mundo en sí. Tenemos problemas y necesidades distintas. Nuestro ritmo de crecimiento espiritual es único. Debemos recibir enseñanza para sentar buenas bases en nuestra vida y prevenir algunos problemas. Necesitamos orientación y apoyo para corregir errores. Por lo tanto, la enseñanza que se imparte dependerá de la necesidad del individuo. Una quiere entender lo que Dios dice acerca de las relaciones familiares, otra necesita orientación sobre su sexualidad. Una lucha con alguna debilidad en su carácter, mientras otra está en el proceso de descubrir sus dones espirituales. Una enfrenta una grave crisis de salud, otra se encuentra deprimida por una crisis financiera. Cada una necesita saber lo que enseña la Palabra de Dios sobre su caso, cuáles son las implicaciones para su vida personal y de qué manera específica puede aplicar lo que acaba de entender. Escuchar y observar cómo Dios obró en la vida de su mentora en un caso similar ilustra y apoya esta enseñanza.


Esta relación se presta también para rendir cuentas la una a la otra por la manera en que estamos aplicando la Palabra a nuestra vida, la consistencia de nuestra comunión con Dios, el desarrollo del carácter de Cristo en nuestra vida diaria, las relaciones con otros, etc. Esto produce alegría y tristeza, risa y lágrimas y nos lleva a la intensa oración la una por la otra además de generar temas para el estudio y reflexión en siguientes encuentros.


Al observar cómo Dios va madu-rando a la mujer discípula, la mentora se da cuenta que ella se ha convertido en una verdadera «hija espiritual» y la relación ha llegado a ser una amistad de alma. Llega a entender la expresión de Pablo acerca de los tesalonicenses en quienes había invertido su vida como madre que cuida a sus hijos con intenso cariño y padre que exhorta y consuela a cada uno de ellos: «¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo.» (1 Ts. 2:19,20)


EL RETO


Comparta su vida con otra mujer en su iglesia. Tome la iniciativa. Si usted es una mujer mayor, ofrézcase como mentora a una mujer más joven. Si usted es una mujer joven quien necesita ayuda, pídale a una mujer mayor que sea su amiga mentora. Comprométanse la una con la otra para reunirse una vez a la semana o con la frecuencia que les convenga. Abra su corazón a otra mujer y verá cómo Dios bendecirá a ambas y a través de ustedes dos, a toda la iglesia.


La autora es misionera en Venezuela con La Misión Alianza Evangélica desde hace 35 años. Actualmente sirve en la Iglesia Dios es Amor, Maturín, donde, además de servir de mentora para varias mujeres jóvenes, es tutora de tres grupos de mujeres en el programa de desarrollo de liderazgo en la misma iglesia.