por Lucett Watler de Thomas
¡Grande es el misterio del matrimonio! Las Sagradas Escrituras nos dicen que Dios creó esta Institución y que cuando el hombre y la mujer se unen bajo ese vínculo llegan a ser una sola carne, es decir, la pareja se transforma en un solo ser.
¡Grande es el misterio del matrimonio! Las Sagradas Escrituras nos dicen que Dios creó esta Institución y que cuando el hombre y la mujer se unen bajo ese vínculo llegan a ser una sola carne, es decir, la pareja se transforma en un solo ser. Además, el propósito de esta unión es maravilloso: abrazar y reflejar el mismo amor que Cristo le dio a su Iglesia (Gén 2.24; Mar 10.7).
¿Cómo debe ser, entonces, la relación matrimonial?
La relación esposo-esposa es primordialmente un vínculo de amor. El hombre debe amar a su mujer de la misma forma como se ama a sí mismo (Ef 5.33). Su compromiso conlleva la fidelidad hacia ella, renunciando a tener relaciones impropias con otras personas (1Cor 6.16; Lv 20.13). También implica alimentarla espiritualmente con la palabra, honrarla en todo momento, cuidarla, y contribuir con su trabajo al alivio de sus necesidades; en pocas palabras, vivir con ella sabiamente (1Pe 3.7). Además del amor y las atenciones, el esposo recibe el respeto de su mujer, su entrega e interés en el proyecto de vida que juntos construyen, así como el elogio de las personas de su comunidad. Aunado a esto, Dios le otorga la posibilidad de elevar oraciones sin estorbo.¿Qué sucede cuando ese amor es abusado?
Como hemos mencionado hasta el momento, en el matrimonio el amor a la pareja debe manifestarse con la misma profundidad con que Cristo ama a la Iglesia. Lamentablemente, en nuestro mundo caracterizado por la pérdida de valores, ese amor ejemplar del que nos habla la Biblia se ha tergiversado de tal manera que algunas personas muestran abuso en vez de consideración y respeto. «Por sus frutos los conoceréis» dice el texto bíblico (Mt 7.20), y ese fruto son las acciones originadas en nuestro interior; de ahí, el mandato de hacer frutos dignos de arrepentimiento y sacar lo bueno del tesoro del corazón (Lc 6.45), pues es en éste donde nacen los pensamientos que dan origen a nuestras acciones. En consecuencia, podemos decir que el amor es abusado cuando surgen distorsiones en las relaciones y las acciones de una persona van en detrimento físico, emocional o espiritual de otra.
Cabe precisar que existen diferentes manifestaciones de violencia, las que se clasifican según el área que resulta dañada. A continuación nos referimos a algunas de ellas:
Algunas características de las persona agresora
Por lo general, se trata de una persona soberbia, inclusive insolente. Proverbios 21.24 nos lo describe en detalle: «Escarnecedor es el nombre del soberbio y presuntuoso que actúa con la insolencia de su presunción». Además, se advierte que las personas que pretenden corregirlo cometen un grave error pues atraen castigo para sí (Pr 9.7-8). El escarnecedor no quiere oír, ni ser corregido (1Sa 25.17; 2 Sa 13.12, 16). Por lo tanto, es importante reconocer a la persona que posee esas características. La única posibilidad de cambio proviene de un corazón transformado por Dios; en consecuencia, hay que dar lugar a que el Espíritu Santo haga su obra restauradora.
En Proverbios 22.10 se nos manda echar fuera al escarnecedor para terminar con los pleitos, las contiendas y las ofensas. Sin embargo, la seguridad de las personas bajo amenaza de muerte depende de planes de emergencia bien trazados que puedan brindar apoyo, alimentos, dinero en efectivo y lugar de refugio seguro a fin de proteger sus vidas y las de su familia hasta que puedan reincorporarse sin riesgos. En un proceso de negociación o confrontación con la persona agresora es importante que las víctimas del abuso valoren sus vidas como el bien mas preciado a proteger.
El rol de la Iglesia
La Iglesia tiene la misión de ser luz y sal en medio de nuestra sociedad. Como columna y defensa de la verdad debe invitar a la rectificación exhortando a que se produzcan frutos de arrepentimiento. Es necesario que las personas se vuelvan de sus malos caminos e inicien una nueva relación con Dios y con el prójimo. Como cuerpo de Cristo, la iglesia busca un cambio de corazón, invita a usar sabiamente las palabras, promueve la gratitud y estimula al amor mutuo y a las buenas obras.
¿Qué pasa cuando esos frutos van en contra de la verdad? Hasta la fecha (agosto del año dos mil cuatro) han muerto en Costa Rica doce mujeres a manos de sus esposos o compañeros sentimentales, es decir, un promedio de aproximadamente dos mujeres por mes. En los despachos de Justicia constantemente son presentadas denuncias correspondientes a toda índole de violencia doméstica por parte de mujeres que han decidido dar a conocer su verdadera condición y buscar el amparo de las leyes, mientras que otras menos afortunadas se llevan su silencio a la tumba. Estas denuncias se presentan a nivel nacional tanto por violencia psicológica como física, sexual o patrimonial. Lamentablemente, hay que decir que las personas integrantes de nuestras iglesias están incluidas también entre los denunciantes y denunciados. Tal es el caso de una misionera costarricense, miembro de una denominación reconocida, que al ser víctima de reiteradas agresiones decidió dar muerte a su agresor. Dado que se trataba de una época en que se guardaba silencio ante la violencia doméstica, máxime cuando ocurría dentro del ámbito religioso, los jueces hicieron recuento de los motivos que habían dado origen a su acción .
En definitiva, la Iglesia podría ser un importante agente en la prevención de la violencia intrafamiliar en nuestra sociedad al denunciar esta epidemia social y contribuir a su erradicación, ya que cuenta con la posibilidad de ofrecer, tanto a la persona agredida como al agresor, los mecanismos de apoyo para salir de su condición. De hecho, la Iglesia es la única institución en la que las dos partes en conflicto pueden recibir restauración. De ahí la importancia de denunciar y combatir este mal que afecta tanto a nuestras congregaciones como a la sociedad en que vivimos. Cabe recordar que hemos sido llamados a modelar los valores del Reino de Dios. Callar no parece la mejor manera de enfrentar un mal que ha tocado a personas de todos los estratos sociales y culturales, Nuestra respuesta aunque compasiva y basada en el mandato de Dios, debe ser contundente y efectiva. De nada nos ha servido ignorar las señales de quienes nos rodean.
Esta tarea inaplazable puede ser encarada de varias maneras: impulsando a un cambio de corazón que produzca, a su vez, variación en las actitudes frente a la violencia en lo físico, lo emocional y lo espiritual a fin de levantar banderas de paz, amor, diálogo, respeto, perdón, prudencia y restauración. Es así que los valores cristianos deben transformar primero nuestras iglesias para lograr ejercer una influencia real y positiva en la sociedad. Los cristianos aunque regenerados por la obra de Cristo, todavía luchamos con muchas imperfecciones y la violencia, lamentablemente, también llega a nuestras familias. Es hora de encararlo con responsabilidad y amor cristiano.
Tenemos la promesa de que las puertas del hades no prevalecerán contra la Iglesia; por ende, tampoco el abuso contra la persona. Si trabajamos con diligencia en los desafíos que tantas víctimas nos presentan, la verdad resplandecerá. Ciertamente Cristo dejó su Iglesia como faro de orientación para el mundo y esperanza eterna en él. Busquemos con empeño la consideración amorosa, el abrigo y la consolación para los que hoy sufren por causa de violencia intrafamiliar, y procuremos con toda responsabilidad apoyar iniciativas de mayor alcance que contribuyan significativamente a encontrar soluciones.