por Apuntes Pastorales
Estar involucrados en buenas obras, sin duda alguna, produce en nosotros certeza de que estamos cumpliendo con el proyecto eterno de Dios y el gozo de continuar con su ministerio entre los hombres. Nos da la alegría y el contentamiento de saber que estamos en el centro de su voluntad cumpliendo con sus deseos para nuestra vida. ¡Gracias a Dios que nos capacita para cumplir este proyecto!
Apuntes Pastorales dialogó sobre el tema con dos líderes de trayectoria: Francisco Anabalón (FA) y Carlos Alberto Quadros Bezerra (CB). El pastor Anabalón cuenta con 40 años de ministerio, es obispo en la Iglesia Pentecostal Apostólica de Chile, está casado y tiene cuatro hijos y nueve nietos. El pastor Quadros tiene 39 años de ministerio, es director del centro de entrenamiento de líderes de la congregación Comunidad de la Gracia y Presidente del Concilio de Pastores de Saõ Paulo, Brasil; está casado y tiene además seis hijos y once nietos.
¿Como definirían el término «buenas obras»?
FA – Yo diría que, en primer lugar, se refiere a una conducta, a un estilo de vida. Segundo, porque el cristiano es sensible a las necesidades que lo rodean, cualquier acción que contribuya a paliar el dolor de otro, es terreno para una buena acción. Es decir, las buenas obras no se refieren a un programa institucionalizado, sino a una manera de vivir. Jesús dijo: «así alumbre vuestra luz para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos», así entiendo ese concepto.
CB – Estoy completamente de acuerdo. Quisiera apenas ilustrar esta verdad recordando que Pablo afirma que somos hechura de Dios, creados precisamente, para las buenas obras, las cuales él preparó de antemano para que nosotros anduviésemos en ellas. De modo que las buenas obras son la continuidad de las obras de nuestro Padre celestial. Él es el mayor y mejor realizador de buenas obras y nosotros hemos sido parte de los beneficiados por ellas. Uno de los propósitos que tuvo al otorgarnos una nueva vida y la poderosa salvación es, justamente, que nosotros continuemos con la obra que él comenzó.
El libro de Hechos dice que Jesús, luego de ser bautizado, anduvo haciendo el bien. ¿A qué, creen ustedes, se refiere esta enunciación?
FA – Creo que es una referencia a la preocupación del Señor por el hombre total. Usted está citando el versículo 10.38 de Hechos, que relata «cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús y cómo este anduvo haciendo el bien, y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él». La preocupación del Señor era por el individuo integral. Por eso Jesús predicó, enseñó y sanó. Las buenas obras del Hijo realmente eran la continuación de la obra que inició el Padre celestial.
CB – Cuando estudio los hechos del Señor pienso justamente en la motivación de su corazón: ¿por qué anduvo haciendo el bien? Entonces, lo que me impresiona en su ministerio es su corazón de compasión, de amor, de íntima y profunda piedad. El deseo del corazón de Jesús era hacer el bien porque miraba a las personas con ojos de compasión. Él sufría por los pobres, veía al pueblo como ovejas sin pastor y se conmovía frente a los mancos, los ciegos, los paralíticos, los enfermos, los leprosos, los miserables y todos los flagelados de aquellos días. No me cabe duda de que la compasión que él sentía era la expresión del corazón de su Padre, cuyo ministerio principal es también acercarse al que sufre. Si vamos a estar involucrados en buenas obras, debemos también poseer este mismo corazón compasivo.
¿Cómo es que Jesús cultivó ese corazón compasivo?
CB – Creo que él veía las necesidades del ser humano como nuestro Padre celestial las ve. Cuando nosotros, por causa de nuestra herencia pecaminosa, quedamos muertos en nuestros delitos y nuestros pecados, solamente había en el corazón del Padre compasión y el deseo de devolver al hombre la intimidad con su creador. El corazón de Dios es amoroso y misericordioso y es esto lo que Jesús heredó del Padre, pues él y el Padre uno son. Jesús se acercaba a las personas no para acusarlas, sino para buscar y salvar a todas aquellas que estaban perdidas. Al tener siempre los mismos objetivos que el Padre, no podía desarrollar su ministerio de otro modo salvo en un espíritu de compasión.
FA – Yo diría que es producto de la comunión con el Padre, una cercana y verdadera comunión con Dios. Lo otro que señala el pasaje de Hechos que hemos citado es la acción del Espíritu Santo. El texto dice que Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder. Esto concuerda con el testimonio del profeta Isaías que Jesús mismo citó cuando se presentó por primera vez en la sinagoga: «el espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha enviado ». Desde el inicio de su ministerio, su visión es hacia los necesitados, los cautivos, los quebrantados. Esta comunión con el Padre, bajo la unción del Espíritu, lleva a que se vea el mundo con ojos distintos. Vale señalar también que esta compasión no es cuestión simplemente de una forma de ver a los demás, sino que lleva hacia una acción concreta en favor de ellos: el Señor no solamente recibía a todos los que venían a él, sino que él también salía a buscar a los necesitados.
Cuando el Señor le dijo a sus discípulos que debíamos ser sal y luz, ¿qué es lo que tenía en mente?
FA – Nos encontramos en un mundo perdido, un pueblo que anda en tinieblas. Mas el Señor afirma que él es la luz del mundo, por lo que nosotros debemos también reflejar su luz. Nuestro llamado entonces es a ser como las estrellas en el firmamento, que no tienen luz propia sino que brillan porque reflejan la luz de un sol. ¿Qué tenía en mente el Señor? que brilláramos como luminarias para que primero el hombre viera su propia condición; que fuéramos nosotros el vehículo para que se abrieran los ojos del entendimiento, para que la gente viera el camino; en otras palabras, que fuéramos una expresión de lo que Dios es.
CB – Si deseamos conservar cualquier alimento, el uso de la sal es la mejor manera de lograrlo, para que no se pudra. Así también los hijos de Dios, su simiente, somos instrumentos en las manos del Señor para preservar a la sociedad del deterioro absoluto porque lo debemos afirmar si aún este mundo permanece, es por la existencia de la luz en él.
¿Cómo ha cumplido la iglesia con su llamado de ser sal y luz en la tierra?
CB – La iglesia, que es la expresión del cuerpo vivo y la presencia viva de Jesús, ha sido un instrumento, no solo en estos días, sino a lo largo de los siglos para traer esperanza, salvación, vida y liberación. La iglesia ha cumplido con su función de sal y luz cuando ha existido como expresión viva del Dios eterno. Insisto: si el mundo aún no se ha podrido y no está en plena oscuridad, es por la presencia de la iglesia. Por medio de la proclamación de la Palabra de Dios, produce vida y a través del testimonio de la expresión de vida de los hijos de Dios promueve sanidad, salud y preservación.
FA – A mí me parece que a veces existe una tendencia autoflagelante, que sobreenfatiza los errores de la iglesia, las fallas del cuerpo de Cristo que ha tenido a lo largo de la historia. Nadie niega que hayan existido, pero cuando se llega a la suma final el aporte de la iglesia a lo largo de los siglos ha sido importante. Por supuesto, aquí y ahora, podríamos hacer mejor. No obstante, en términos generales, la iglesia sí ha realizado un aporte al desarrollo histórico de la humanidad.
Si Dios ha preparado para nosotros buenas obras para que andemos en ellas ¿qué podemos hacer para descubrir cuáles son esas obras?
FA – En primer lugar, tenemos la Palabra. Creo que más y más se nos confronta con la necesidad de volver con mayor interés a la Palabra para descubrir y entender la voluntad del Señor para nosotros. Tenemos también, la acción del Espíritu. Debemos ser sensibles a su dirección, pues es el que nos va a abrir los ojos para entender cuál es la voluntad del Señor y cuáles son aquellas buenas obras que Dios ha preparado para que andemos en ellas. Creo además que debemos evitar el depender de nuestra habilidad o nuestra fuerza y aprender a descansar en los brazos de la ayuda sobrenatural que proviene de su Espíritu.
CB – Ante las necesidades del mundo, las grandes necesidades como las políticas, económicas, financieras, familiares y educativas, yo creo que el desafío para la iglesia es estar en estos lugares como instrumentos de esperanza para aquellos que no la tienen. Este es el mismo desafío de todos los siglos, el cual, considero, es una parte fundamental del llamado de la iglesia. Todo lo que el hombre natural, con sus recursos y potencialidades no ha podido conseguir, nosotros como iglesia debemos alcanzarlo. Nuestros recursos son otros: la fe, la capacitación que viene de lo alto, el amor por los perdidos el cual nos hace conscientes de sus necesidades. Podemos impactar gracias al cuidado de los pobres, de las viudas, los necesitados, los afligidos, los que sufren injusticias, los que se sienten abandonados o perdidos, o aquellos con familias quebradas o destruidas. Nosotros podemos mostrar que existe una esperanza, que hay posibilidades y que sí podemos ayudar a las personas a salir de sus crisis. Tenemos la firme convicción, por el poder de la Palabra y el testimonio de muchos, de que podemos conducir a estas personas a una vida de abundancia, gracias a un estilo de vida victorioso, poderoso, simple y contundente.
Yo tengo un yerno en Brasil que ha sido de influencia en Saõ Paulo por su liderazgo en el área de acción social. Él es presidente de una fundación que invierte en aproximadamente 80.000 personas no cristianas al año. Todos ellos necesitaban vivir con esperanza. La mejor manera de proclamar el evangelio es llevar esperanza a los desanimados y mostrarles la dirección para una vida de abundancia. Esto no es solamente una convicción, sino también mi propia experiencia como pastor. Hoy soy viejo, mas también fui joven y puedo decir, junto a David, que «nunca he visto justo desamparado, ni su descendencia mendigando pan». Cuando mostramos los recursos de las Escrituras y nuestro testimonio proclama el poder de la Palabra, podemos dar a conocer la gracia de Dios al mundo.
¿Existe alguna diferencia entre estar involucrados en buenas obras y ser activistas?
FA – Yo diría que es una cuestión de motivación. Un activista, en sí, no es malo ni bueno. El reino necesita de activistas. Lo que hará la diferencia entre ser bueno o malo será lo que lo motiva a trabajar. De todos modos, si quisiéramos establecer dos categorías, podríamos decir que la motivación correcta es la del que responde al llamado del Señor, mientras que el activista es el que hace la obra por voluntad propia, para figurar o por alguna otra razón cuestionable. Pero yo insistiría en que el Reino necesita de activistas.
CB – «Activista» es un término que no uso. Para mí, el activista es el que siente satisfacción y recompensa personal, el que incluso siente que él mismo ha sido muy importante para el proyecto. El activista siente que la gloria le pertenece a él. El hacedor de buenas obras por su parte, es el que experimenta la vida de Dios y realiza las buenas obras en función de la vida de Cristo en él. Su satisfacción es glorificar al Padre que está en los cielos. Uno glorifica al hombre a sí mismo y el otro al Padre.
Soy pastor de una pequeña iglesia local 80, 100 ó 120 miembros ¿qué instrucciones prácticas le puedo dar a la congregación para que ellos practiquen las buenas obras en el día a día?
FA – Yo diría que no deben dejarse sobrecoger por la magnitud de las necesidades y los problemas a nuestro alrededor. Debemos saber que Dios ha puesto esa pequeña congregación en una comunidad para que sirva en ese lugar, no intentando resolver todos los problemas del universo sino los de la zona donde se encuentra. Tal vez, el mayor aporte que hacemos es sembrar la esperanza, porque somos el pueblo de la esperanza. Cada uno de nosotros, con su propio estilo de vida, no solamente lo debe decir, sino también evidenciar. Los de nuestro alrededor deben ver que existe esperanza de una vida mejor, una vida nueva, una vida diferente.
Ahora, la obra finalmente es de Dios. Hacemos buenas obras para que glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Nuestro llamado a ser la luz del mundo y la sal de la tierra no es para que el mérito o el crédito sean para nosotros. No hemos sido llamados a la filantropía, ni a la afabilidad. Somos canales del amor de Dios. Entonces, en la medida en que esto se practique en el seno de la iglesia se irá difundiendo hacia fuera.
CB – Para mí, no hace mucha diferencia el que la asistencia sea de 50.000 ó 100 personas: el principio es el mismo. Como cristianos tenemos el privilegio de influir, de llevar la posibilidad de esperanza y salvación a los que no la tienen. Para un pastor que cuida de una iglesia de 100 personas nada es mejor que cumplir con los dos mandamientos de la gran comisión. En primer lugar, predicar el evangelio, anunciar las buenas nuevas a toda criatura. En segundo lugar, hacer discípulos de todas las naciones. Por medio de la experiencia de llevar a las personas a experimentar la salvación y de discipularlas, podremos verlas transformadas en individuos parecidos a Jesús. Todos aquellos que se parecen a Jesús van a querer reproducir su ministerio y expresarlo hacia otros. Realmente no importa si son 5.000 ó 100.
A veces es más fácil mover a la congregación cuando son menos personas, aunque sabemos que estos cien no van a quedar en cien. Me gusta mucho lo que expresó en cierta oportunidad el Dr. David Yongi Cho: «No desear tener una iglesia grande, con muchos miembros, no es por falta de visión, sino por falta de compasión.» Si estos cien han sido discipulados y capacitados, van a ser capaces de multiplicarse, donde quiera que estén. Ellos serán los instrumentos que Dios utilizará para bendecir a otros.
FA – Yo agregaría que nosotros vamos a tener que dar cuentas de lo que hemos recibido. Recordemos que en la parábola que relató el Señor, no a todos se les dio cinco talentos; a uno se le dio dos. Tanto el de cinco como el de dos recibieron recompensa, pues no tuvieron temor ni fueron negligentes. Se afanaron por cumplir las instrucciones de su Señor. De modo que a esa pequeña congregación, remota y desconocida, el Señor no le va a demandar más de lo que le ha dado.
Estar involucrados en buenas obras ¿qué beneficios tiene en nuestra vida espiritual, para nuestro caminar con Dios?
CB – Estar involucrados en buenas obras, sin duda alguna, produce en nosotros certeza de que estamos cumpliendo con el proyecto eterno de Dios y el gozo de continuar con su ministerio entre los hombres. Nos da la alegría y el contentamiento de saber que estamos en el centro de su voluntad cumpliendo con sus deseos para nuestra vida. ¡Gracias a Dios que nos capacita para cumplir este proyecto!, aunque siempre debemos recordar que él es quien hace la obra. Así, al que le da un talento espera solamente la multiplicación de ese talento. Por esto tenemos certeza de que él nos capacita para hacer la obra que nos ha sido encomendada, a cada uno según su responsabilidad. La gente siente que en la realización de su ministerio personal están cumpliendo con el proyecto que el Señor les ha concedido.
FA -Estoy de acuerdo que es una alegría el sentirse instrumento en las manos del Señor. Por otra parte existe, también, el gozo de cumplir el deber, porque es nuestro deber realizar buenas obras.
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