Cautivada por el misterio de la oración

por Entrevista a Betty Constance

Una entrevista a la reconocida líder Betty Constance.


¿Betty, cómo definiría usted la oración?Creo que finalmente encontré una definición que tiene sentido para mí cuando leí el título del libro The Transforming Friendship (La amistad transformadora) escrito por James Houston. El autor sugiere en este libro que la oración es la relación del creyente con Cristo. No es algo que yo hago en esa relación, sino que es la relación en sí. Desde esa perspectiva, la oración es sinónimo de amistad. Para mí fue muy significativo porque me hizo descubrir, con gran alivio, cuántas áreas de mi vida realmente son una oración, sin que necesariamente esté de rodillas con una lista de peticiones en mis manos. Mi vida es una oración en la medida en que me relaciono con Él. Yo diría que esa es mi definición.¿Por qué cree usted que la oración es importante para los cristianos?Esto es como preguntar por qué creo que la comunicación es trascendental en el matrimonio: no hay otra manera de conocer o de darme a conocer si no expreso lo que pienso, siento y deseo en una relación. El mismo compromiso debe existir en la otra persona. En mi vida de oración necesito tanto escuchar el corazón de Dios hacia mí, como que él perciba mi corazón hacia él. De modo que yo diría que la oración es la vida misma del hijo de Dios, es todo. Además, pienso que no es posible hablar de la vida cristiana si no tengo conciencia, aunque sea mínima, de la importancia que tiene la oración en la vida espiritual.



¿Qué le ha producido más gozo en su experiencia de oración?Mi primera respuesta sería: cuando veo que mis oraciones son respondidas. Esto, sin embargo, sería hablar solamente de las peticiones y yo estoy tratando de darle menor importancia a eso. Creo que yo experimento un gozo profundo al ver cómo se entreteje la Palabra con mis experiencias de oración. Esto sucede cuando, repentinamente, me doy cuenta de que por la gracia del Espíritu de Dios, la Palabra se abre para que pueda conocer mejor al Señor. Porque de eso se trata la relación: quiero conocerlo a él y que él me conozca a mí. Por supuesto, yo sé que él me conoce, pero quiero entender la manera en que lo hace. De modo que realmente no puedo separar la oración de mi relación con la Escritura.

Por supuesto que podría hablar de las experiencias en las cuales he sentido la carga de orar por alguien, y luego percatarme de la razón por la cual Dios me hizo tener esa carga en mi corazón. Esto para mí, es maravilloso. Lo más importante, sin embargo, es advertir que en mi experiencia de oración la Palabra se une a la expresión del deseo profundo de mi corazón, el cual es conocerlo a él. En esos momentos el Espíritu Santo me revela algún asunto proveniente del Señor que desconocía y eso ¡sí que me encanta!



¿Cuál ha sido su mayor frustración en la oración?La variable «tiempo». El carecer de la habilidad para emplear los momentos que uno tiene para las cosas más sublimes. Yo solía pensar que media hora era suficiente para estar con el Señor. Ahora, sin embargo, esos periodos han llegado a ser tan importantes que todo el día busco echar mano de instancias en las cuales pueda aquietar mi alma delante de él. Deseo sentir su cercanía y contarle lo que me aflige o pesa en ese momento puntual. En esas ocasiones percibo su increíble compasión por mí.

El asunto del tiempo, sin embargo, es muy frustrante. Siempre termino pensando: «Dios mío, si solo tuviera 24 horas del día para estar en tu presencia!» Me gustaría aprender, como el hermano Lorenzo, que en el ruido de la vajilla y las cacerolas, mientras uno pela las papas, se puede igualmente estar en el tabernáculo, reunida con el Señor. Eso es difícil para mí. ¡Mi tendencia es a concentrarme más en las papas! y eso me frustra. Aunque anhelo llevar una vida que esté siempre ligada a la experiencia de la oración, siento que aún me falta mucho para llegar a ese punto.



En su opinión, ¿en qué sentido es menos entendida la oración dentro de la iglesia?Mi respuesta estaría ligada a mi propia experiencia de crecimiento como cristiana, porque crecí en un ambiente cristiano. Soy hija de misioneros y me mandaron a una escuela como interna, a la cual asistían los hijos de otros misioneros. Allí, existía una estructura para los devocionales. Cuando sonaba el timbre se suponía que cada niño comenzaba su devocional y una persona anotaba en un cuaderno si uno había o no sacado la Biblia. Una parte de ese tiempo era dedicada a la lectura bíblica y otra parte a la oración. Eso, entonces, era «hacer» el devocional. Fui muy influida por este modelo porque el sistema me acompañó hasta en la universidad, la cual también era cristiana. De manera que mi primer concepto del devocional —y de la oración como parte de este— consistía en una actividad cronometrada, una actividad que yo realizaba.

Debí pasar por un intenso proceso de transformación interior para llegar a comprender que la oración, en realidad, es lo que yo soy, y por tanto, mi andar con Dios es una vida de oración. La oración no existe para «conseguir» algo de Dios o para manipularlo de alguna manera a fin de obtener lo que considero importante porque yo oro de cierta manera o porque soy una persona de mucha fe. La oración es lo que yo soy con él.

Siento que en la actualidad, esa es el área más débil en nuestras congregaciones. Se habla de intercesores y creo que ellos están ejercitando una clase de ministerio muy importante delante de Dios. Mi pregunta, sin embargo, es ¿por qué? En mi opinión, si el concepto de la oración es que existe primordialmente para conseguir cosas, entonces no se ha entendido realmente lo que es la oración. Sé que es algo difícil de explicar, pero esa es mi convicción en esta etapa de mi vida.

El año pasado estuve trabajando con un grupo de niños. Me dieron seis semanas para hacer lo que quisiera con ellos. Como nuestros encuentros eran durante la reunión de oración, decidí intentar enseñarles algo sobre esta. La tarea me resultó muy difícil pues mi concepto de la oración, en este momento, parece un tanto abstracto. Sé que es más fácil hablar de cinco pasos para una vida de oración, pero según lo entiendo yo, no es una cuestión de metodologías; consiste en algo enteramente diferente.



¿Qué descubrimiento importante ha hecho usted referido a la oración?Cuando hablamos de la oración, básicamente nos referimos a una acción que nosotros controlamos o que Él controla. Experimentamos mucha satisfacción cuando tenemos una lista de oración y vamos marcando las cosas por las cuales hemos pedido, pero lo que yo siempre me pregunto es: ¿quién dirige el proceso? Normalmente, yo decido el tema sobre el cual debo orar y el Señor, en su bondad, me contesta. Luego, me resulta fácil sentir que la respuesta obtenida es producto de mis oraciones. La verdad, sin embargo, es que no somos nosotros los que regulamos el proceso. Para mí fue un gran descubrimiento que la oración no es algo que yo controle ni se relaciona con un «gran libro celestial» donde están anotadas todas mis oraciones. Tampoco creo que Dios diga: «¡Qué buena ha sido Betty! ¡ha conseguido respuesta a treinta mil oraciones a lo largo de su vida!» La oración no tiene que ver con esto. Pero para entender esto debí superar el concepto de los timbres, los horarios y los cuadernillos donde se marcaba mi nombre por estar haciendo el devocional.



En su opinión, ¿qué obstáculo debemos superar para que nuestra vida de oración sea una experiencia significativa?A mí me gustaría que como iglesia, practicáramos formas de pasar de la adoración a la oración y de la oración a la adoración, de manera que ambas actividades no estuvieran divorciadas la una de la otra. Siempre me sorprende la cantidad de reuniones —de las cuales participo— en las cuales solamente una persona ora —normalmente quien dirige la alabanza y se supone que yo debo unirme a esa persona, pero casi siempre siento que he sido dejada de lado. Yo entiendo que hay estilos de adoración y no los estoy criticando. Simplemente me gustaría que existieran maneras de llevar a toda la congregación a momentos de asombro y adoración delante de la presencia del Señor, y que esas experiencias pudieran ser expresadas por medio de la oración.

Para mí, el obstáculo es retirarme del bullicio de mi propia vida. Siento que el Espíritu Santo es tan tierno que fácilmente puede quedar desplazado hacia las periferias de mi vida, por mi interminable lista de actividades y no quiero que eso ocurra. Quiero experimentar de continuo ese lugar interior de quietud y reposo.

Considero además que este mismo problema existe en nuestras congregaciones. Ya no oímos lo que nos dicen nuestros corazones ni sabemos lo que estamos pensando, o lo que el Señor está pensando de nosotros. No mantenemos tiempos, ni lugares ni espacios para esto y eso me aflige. Estoy segura de que también entristece al Señor.



¿Quién la ha inspirado en su vida de oración?, ¿hay alguien que le haya servido de modelo?¡Sí! Esa persona fue una amiga que ahora está con el Señor, Patricia Kerr. Ella poseía una inusual comprensión de las disciplinas espirituales y era una de las pocas personas con las cuales podía hablar largo y tendido sobre el tema Otra persona es una amiga que ha transitado un camino similar al mío y gracia a ello hemos podido compartir en forma permanente nuestras frustraciones y victorias. Ella es extremadamente inteligente, por lo cual siempre me desafía a aprender y crecer más en mi vida de oración.

Los que más me han ayudado han sido diferentes autores. Los libros de Henri Nouwen me han sido de enorme bendición. En una etapa de mi vida los libros de Amy Carmichael fueron vitales para mí. Hace poco descubrí otra autora, Bárbara Brown Taylor, cuyos libros me han transformado. En general, es de ellos que he recibido el estímulo y el complemento que necesito en mi propia vida para caminar con el Señor.

Ha sido maravilloso conocer a estas personas, que han avanzado mucho en la disciplina de la oración. Sin embargo, no están plantadas en una postura donde me dicen «no lo intentes, porque jamás conseguirás lo que nosotros conseguimos». Más bien me permiten caminar con ellas porque son vulnerables y no se presentan como perfectas. Me ofrecen la mano y me dicen: «Ánimo, juntos podemos lograrlo».


Desafortunadamente mi generación representa un tipo de cristianismo que estaba muy orientado hacia lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. Para nosotros esto era lo más importante, y realmente esa manera de ver las cosas se convirtió en un impedimento en mi vida. Mis padres son muy piadosos y les agradezco la importancia que para ellos tenían, cuando yo era niña, la oración y la lectura de la Palabra. Pero siempre lo vi como algo que ellos hacían con fidelidad y devoción y he tenido que superar esta perspectiva. Para mí, la oración siempre es algo más que un ejercicio.



¿Qué aconsejaría a un líder que desea crecer en su vida de oración pero que a la vez experimenta luchas para lograrlo?Bueno, en primer lugar, como dice Eugenio Peterson, le diría que no se dé por vencido. Probablemente nunca va a llegar al punto donde se sienta completamente satisfecho con su vida de oración. Creo, no obstante, que es muy importante fijar los ojos en lo que significa esa experiencia. Si quiere ser una persona poderosa en oración solamente para lograr cosas y conseguir respuestas a sus pedidos, le diría que me parece que su enfoque está errado. En mi opinión, orar tiene como objetivo a la persona misma de Jesús. El deseo de mi corazón debe ser conocerlo a él, como escribió Pablo, el poder de su resurrección, la comunión de sus padecimientos, ser conformado a su imagen. Pienso que, cuando esa es la meta, entonces, se tienen maravillosas satisfacciones en la medida en que nos movemos hacia la persona de Dios por medio de la oración.

No es, sin embargo, algo fácil de describir, como si fuera una fórmula. Es como si usted quisiera decirme cómo amar a mi esposo basándose en su experiencia con su propia esposa. ¡Es algo tan personal! La vida de oración tiene dos dimensiones —nuestra relación con él y su relación con nosotros— y ambas son complejas. Considero que el Señor se deleita en la oración que cada de uno de nosotros representamos. Todos somos diferentes y su corazón de amor hacia nosotros quiere desarrollar lo que cada uno de nosotros somos en oración delante de él. De esta manera, nuestra experiencia será diferente a la de los demás: será privada, íntima y preciosa pero también profundamente transformadora. A la misma vez, deleitamos el corazón de Dios según cultivamos lo que somos en oración. Estamos aprendiendo lo que significa verdaderamente la palabra adorar. Eso nos mantiene orientados en medio de nuestro caos cotidiano y nos ayuda a mantenernos en lacorrecta perspectiva.

A ese líder entonces, le diría: «¡Relájate! Él te ama y quiere que también lo ames. Encuentra la manera que te resulte más natural para entrar a ese lugar donde tu corazón está abierto a su persona y sabes que su corazón está abierto a ti. Permanece allí todo el tiempo que puedas, todos los días de tu vida, porque allí será donde la experiencia de oración cobrará sentido para tu vida.»



¿Quisiera agregar algún concepto a lo ya compartido?Sí! Sé que todo lo dicho me hace parecer una persona mística o algo parecido, pero en realidad no lo soy. En la relación que busca cultivar mi experiencia de oración, mi objetivo está cambiando. En lugar de usar la oración como una herramienta para lograr diferentes resultados (en mi vida y en el mundo que me rodea), ahora me concentro en conocer a Cristo y amarlo más profundamente. La oración, no obstante, ES una disciplina. En cualquier circunstancia de la vida es más fácil meterse en el campo de «lo que pienso» o «lo que siento», para luego pedirle a Dios su apoyo para mis deseos y de esta manera asegurarme que estos se hagan realidad.

A mi entender, la disciplina de la oración radica en permanecer en él (hacer mi morada en él, como lo traduce una versión). De esa forma, primeramente pondré los detalles puntuales de cada circunstancia delante de él y luego le pediré que él revele SU sentir al respecto, antes de formular siquiera una petición. Si mi permanecer en él es como debe ser —sin el obstáculo de pecados no confesados—, y estoy acostumbrada a escuchar su corazón acerca de estas cosas (de allí la importancia de meditar en su Palabra), podré hacer mi petición sin problemas. Tendré certeza de que él me escuchará y concederá lo que he pedido, porque he orado en su nombre, conforme el anhelo de su propio corazón.

Podré percibir también su tiempo en cada circunstancia y se calmará mi propia ansiedad. Conoceré las actitudes de su corazón y su misericordia y su gracia me permitirán corregir las mías. En la medida en que intercedo por otros desde este lugar de permanencia en él, su Espíritu podrá revelarme cómo orar por ellos y toda la experiencia me llevará a estar más cerca de él. Luego, mi corazón se llenará de alabanza, mi fe será fortalecida y conoceré el gozo de ser parte de sus propósitos para este mundo. Personalmente, encuentro que este «permanecer» es difícil, pero creo que a esto se refiere la frase «orad sin cesar».

Nota sobre la entrevistada: Betty S. Constance nació en Zaire, África, donde sus padres sirvieron como misioneros durante cuarenta años. Junto a su esposo David, sirvió durante más de treinticinco años en Argentina. Fue profesora del Instituto Bíblico Buenos Aires durante dieciséis años y es autora de numerosos libros de enseñanza bíblica a niños, que forman parte de la serie «Vivir la Biblia». Actualmente reside en Miami.