Buscando Motivaciones

Predicacion de Jorge Pradas

La motivación del evangelismo tiene que tener sus raíces en Dios. La motivacion del Apostol Pablo provenian de un alto sentido de gratitud y amor a Dios

La motivación del evangelismo tiene que tener sus raíces en Dios. Ese ¡ay de mí! de Pablo (1 Corintios 9:16) proviene de las profundidades de su espíritu, de una necesidad congénita en su nuevo nacimiento que no se mezcla con nada humano y natural.

Y por lo tanto, el acto trascendental de llevar a las almas a los pies de Cristo también debe responder a motivaciones.

Tenemos permiso en la Biblia de instar a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2), condescendencia a predicar el evangelio por envidia y celos (Filipenses 1:15); pero también las Sagradas Escrituras principalmente nos señalan metas altas y sublimes en las cuales ser ejercitados. Una vida sana en Dios es la que aspira a no tener mezclas de lo bueno con

lo malo (Mateo 9:16). Y siempre será provechoso saber y practicar que lo mejor es más alto que lo bueno.

La motivación del evangelismo tiene que tener sus raíces en Dios. Ese ¡ay de mí! de Pablo (1 Corintios 9:16) proviene de las profundidades de su espíritu, de una necesidad congénita en su nuevo nacimiento que no se mezcla con nada humano y natural, sino que responde definitivamente a Dios y que va más allá de lo que podemos haber pretendido alguna vez, invocando el amor a las almas.

Es el plañido espiritual de quien tiene necesidad de glorificar a Dios con lo que hace. Esta es la parte positiva de la motivación: que Dios sea muy glorificado por la salvación de un sinnúmero de almas, que a su vez, se dedicarán a glorificar su nombre.

La parte negativa de la misma es encontrar depurados de egoísmo y glorias vanas el espíritu y el alma del evangelista, que, como un siervo inútil (Lucas 17:10), se presentará delante del Señor con manos limpias.

En el momento en que nos despojemos del individualismo, para identificarnos con los demás creyentes en ese ámbito que el Señor ha formado para que estemos: la Iglesia; en la búsqueda de Dios, que hemos señalado como método experimentado para la conversión real de las almas; y en el buen ejercicio de la paternidad del pastor, del

maestro o del predicador, estaremos resguardados del peligro de sentirnos demasiado eficientes y acertados.

Cuando como individuos hemos recibido la salvación preciosa y grande que Cristo nos compró en el Calvario, debemos olvidarnos de nuestra vieja personalidad y entrar de lleno a ser uno con los demás, así como lo somos en Cristo.

Entonces estaremos a salvo de lo que acecha continuamente al creyente, que es su egoísmo personal, el cual transpone las fronteras de la conversión y a veces hace que la vida cristiana sea un continuo mal testimonio y un serio pesar para quien la vive.

Para vencer todo esto tenemos un grupo de gente espiritual con la cual vivir, por la cual interceder, amar y dejarnos amar; que es lo único bueno que se encuentra en este mundo todavía, y a pesar de todo.

Otra vez vale la pena decirlo: es la Iglesia del Señor.

Es conmovedor saber que Cristo murió por el individuo y hay tantas referencias preciosas en la Escritura sobre esta entrega por cada uno de nosotros. Pero lo que preserva la humildad, que nos es necesaria para no sentirnos desmedidamente privilegiados, es saber que en este “cada uno” y en este “todos”, están incluidos precisamente todos.

Por lo cual, se hace conmovedor repetir que Jesús amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Efesios 5:25). Esto hace muy bien a nuestra humildad necesaria, y le hace bien a nuestra valoración de los demás, constituidos en ese grupo

vasto que es, otra vez: la Iglesia de Cristo.

Y para no apartarnos del tema digamos que es necesario ver el evangelismo desde la Iglesia y no desde el ángulo del individuo, ni desde ningún otro ángulo.

La Biblia, en el relato total de su historia, tiene dos grandes y principales protagonistas: el Señor y la Iglesia. Él es el héroe y ella es la heroína. Vale la pena, pues, poner todas las disciplinas, anécdotas y aconteceres, dentro de este círculo que forma el argumento del libro de Dios, y no ver nada sin estar identificado con el papel protagónico que nos toca desempeñar; reiterando el doble propósito de que Dios sea glorificado y de que el creyente sea preservado de la

individualidad de la carne.

El mismo Señor, en su oración pontifical, no dejó librados los resultados de la evangelización a la labor del individuo personalista, sino a la identificación de los unos con los otros, expresada en sus propias palabras: “… para que el mundo crea …” (Juan 17:21).

Es hermoso sentirse salvado por la sangre de Cristo, perdonados los pecados y asegurada la vida eterna. Junto con eso es hermoso saber, también, que esto se ha de vivir con los hermanos, aquí y en la eternidad, en ese lugar donde no habrá más llanto ni dolor, porque será perfecto: una perfección que, sobre la base de las buenas y sanas motivaciones,

tomará lugar en el tiempo y en el espacio.

La búsqueda de Dios y la paternidad espiritual del evangelista, incorporadas en el propio seno de la Iglesia, son la garantía de validez de la motivación básica para la predicación del evangelio. Y también de los resultados, vistos desde el punto de vista de Dios y no del agente no identificado plenamente con el Señor y la Iglesia. Porque realmente Dios no

mira lo que mira el hombre (1 Samuel 16:7).

Sabiendo, pues, que la principal ocupación es buscar continuamente el rostro del Señor mientras se está incorporado totalmente en el corazón de su pueblo, será relativamente fácil entender el relato magistral de la Biblia, cuyos protagonistas son el Señor y su amada.

Y esto lo tenemos en los comienzos de las Escrituras, cuando Dios va formando un pueblo para sí mismo. Un pueblo que es llamado más de una vez por Dios “rebelde y contradictor”. Al que vez tras vez lo perdona porque lo ama; que le provoca a celos, tanto cuando es el primitivo pueblo de Israel como cuando es la Iglesia de Cristo, culminando en el libro de Santiago: “¡Oh almas adúlteras! ¿N o sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? …” (Santiago 4:4).

Éste es el drama que se desarrolla en la Biblia, plagado de anécdotas y de situaciones, todas ellas dramáticas, comprendidas en un libro poético de un romance sublime: El Cantar de los Cantares. Este drama tendrá su final en aquel bendito principio sin fin que serán las bodas del Cordero.

La Biblia es una historia de amor y, por lo tanto, de celos, (que solamente pueden ser de parte de Dios, que por ser perfecto los puede tener sin que sean pecado). Lo contrario sucede por el lado de su pueblo al que, vez tras vez, Dios le está señalando que no tenga celos ni envidias.

Debido al todavía estado imperfecto de la Iglesia, este celo no sería celo de Dios, sino pecado. Dios nunca ha provocado a celos a su pueblo, pues no ha amado a otra que a su amada, aun cuando muchas sean las reinas y las concubinas (Cantares 6:8-9), pero la amada es una sola.

Todo quehacer en el reino de Dios debe ir marcado por ese reconocimiento del amor de Dios para no provocarle a celos, teniendo cuidado de hacer algo que no sea motivado por su persona y por la necesidad de darle toda la gloria.

Por el hecho de que Dios no es hombre, esta gloria que le damos es más que justificada, por lo cual todo lo que hay que realizar para la gloria de su nombre está motivado por el fin de darle, precisamente, esa gloria. Dios tiene que darse cuenta, por decirlo de alguna manera, que lo único que nos interesa es tenerle contento.

Que le sea agradable nuestra nueva manera de vivir, como lo hacía su hijo (Juan 8:29), que pueda confiar en nuestro amor y que sepa que Él es lo

único que nos interesa. Cosa un tanto difícil para un reino de Dios que ha estado acostumbrado a hacer las cosas por las cosas en sí, por la importancia de hacerlas, o mirando continuamente el premio subalterno a su labor.

No provocar a celos a Dios; buscando su rostro, sintiéndose padre de los que reciben la palabra dada por un predicador, incorporado al pueblo en completa identificación. Estas ya son bases firmes para ir por todo el mundo a predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15).

Y como de estar metido en el pueblo se trata, lo primero que nos ha de ocupar es revisar el culto que, como Iglesia, le ofrecemos al Señor.