John White
Si usted está atrapado por la culpa, lea el Salmo 51. No hay ningún otro capítulo en las Escrituras que presente un modelo tan acabado acerca de cómo debe una persona resolver la culpa.
El poder lo había corrompido. La decisión de dejar la guerra al mando de sus generales pudo deberse a la pereza. El hecho de que anduviera paseándose ociosamente por la terraza después de la siesta, en tiempo de guerra, no concordaba con su responsabilidad como monarca.
El acto de mirar y codiciar a Betsabé muestran su debilidad como hombre y el abuso que hizo de sus prerrogativas como rey. Al verla, la deseó, y ordenó que se la trajeran a palacio. Puede leerse la historia completa en 2 Samuel 11.1-12.25. Probablemente Betsabé también tenga parte de la culpa. ¿Se daba cuenta de que podía ser vista mientras se bañaba en el jardín? ‘,.Quizás deseaba ser vista? No lo sabemos.
Si no había cometido exhibicionismo alguno, la invitación a la cámara real debió haberla puesto en una situación incómoda. Sin embargo, se requieren dos personas para cometer adulterio, sean de la realeza o no, y no vemos que Betsabé haya opuesto resistencia alguna.
De acuerdo con la ley que Dios le había dado a Israel, David ha cometido dos pecados, por los cuales merecía la sentencia de muerte.
En un mismo acto, había tenido relaciones con una mujer durante su ‘período de impureza’, y había cometido adulterio con ella. El rey debía haber dado ejemplo acatando la ley, pero en lugar de ello la ha quebrantado. Si hubiese estado al mando de su ejército, el incidente nunca hubiera ocurrido.
La lección es clara. Si estamos haciendo lo que debemos hacer, y en el momento en que debemos estar haciéndolo, es menos probable que nos expongamos a la tentación. La obediencia a Dios conlleva protección. David había perdido esa protección, y sucumbió a la tentación.
Un líder sin justificación
Ya era bastante malo lo que había ocurrido, pero tampoco terminó allí. Los acontecimientos subsiguientes fueron sórdidos y vergonzosos. Betsabé le hizo avisar a David que había quedado embarazada. De inmediato, David hizo regresar a su marido del frente de combate, obviamente con la esperanza de que tuviera relaciones sexuales con Betsabé y no sospechara que el niño había sido engendrado por otro hombre.
Pero las cosas no resultaron como David esperaba. Gentilmente, David preguntó a Urías cómo marchaba la guerra, y luego lo autorizó a que visitara a su esposa.
Urías, afirmando que no podía disfrutar de la felicidad conyugal mientras sus hermanos israelitas soportaban los rigores de la batalla, rehusó ir a su casa. Su negativa incluye un detalle significativo. El arca del Señor estaba con el ejército. Urías sentía que su lugar era al lado del arca y no en la cama con su mujer. Afablemente, David le sugirió quedarse un día más en Jerusalén.
A la noche siguiente, David hizo que Urías se emborrachara y lo despidió, confiando en que el vino lograra lo que su diplomacia no había conseguido. Pero Urías no estaba lo suficientemente ebrio como para modificar sus convicciones. Durmió en el palacio, en las habitaciones de los sirvientes
Y luego vino el tramo más siniestro de los acontecimientos. David tomó una decisión que tendría consecuencias de muy largo alcance en su propia familia y en sus relaciones con Joab, el comandante en jefe de su ejército. No es posible exagerar la magnitud de estas secuelas. David escribió una carta a Joab sugiriéndole que expusiera a Urías al máximo riesgo en el campo de batalla, dando a entender claramente que quería que Urías fuese muerto.
El resto de la narración es historia. Urías murió. Joab, que conocía el secreto de David, ganó una ascendencia excesiva sobre su persona, de la cual sacaría luego muy buen provecho. Betsabé fue llevada a palacio para ser consolada por David.
Pero Dios no permitió que David se quedara tranquilo con su culpa. En un dramático encuentro, el profeta Natán denunció sus pecados. Es en esa circunstancia cuando afloran las cualidades de David.
Yo me he visto en la ingrata tarea de tener que enfrentar a líderes con algún pecado cometido. Sus reacciones varían. Para muchos, la pregunta más importante es: ¿Quién se lo dijo? (¡Qué canalla!) ¿Quién más lo sabe? … Está bien, lo hice. Pero creo que tienen una visión distorsionada del asunto; no sé porqué tuercen las cosas y exageran tanto. Esos planteos reflejan una obvia preocupación por la propia imagen, y un intento de justificar la falta.
En el caso de David no vemos esta reacción. A la luz de los cargos presentados por Natán, hace una sola y sencilla declaración: «Pequé contra Jehová» (2 Samuel 12.13). No se nos dice de ninguna excusa. David no intenta minimizar su pecado.
Detengámonos un momento. Todos somos pecadores. Quizás nosotros sólo seamos conscientes de algunos pecados. Pero Dios pone su dedo sobre otros, y nos sentimos cada vez más conflictuados y confundidos, preguntándonos cómo resolver nuestras faltas.
Si usted está atrapado por la culpa, lea el Salmo 51. No hay ningún otro capítulo en las Escrituras que presente un modelo tan acabado acerca de cómo debe una persona resolver la culpa.
Necesitamos un modelo así, porque los interrogantes nos abruman. ¿Estoy realmente arrepentido? ¿Me va a escuchar Dios? ¿Es mi pecado tan grave que requiere un tratamiento especial? ¿Por qué llegué a cometerlo?
Aquí reside precisamente la belleza del ejemplo que he elegido. En el Salmo 51, nos encontramos con un crimen horrendo cometido por un hombre de Dios. Quizás quien lee estas líneas haya cometido adulterio, pero es poco probable que haya asesinado al cónyuge de su amante.
Cualquiera sea su pecado, es difícil que sea peor que el de David. Sin embargo, usted quizás siente que ‘alguien en mi posición’, o ‘con las responsabilidades que tengo’, no debiera cometer ese pecado que usted ha cometido. (David era el rey ungido por Dios.) Usted siente que su pecado es aun peor porque usted sabía lo suficiente como para no caer en él. Usted ha dado testimonio a otros; ha enseñado -a otros. (David también.) Si llegara a saberse lo que usted ha hecho…
¿Si otros llegaran a saberlo? Quizás aquí encontramos el problema. Usted no puede encarar frontalmente su pecado porque su autoestima se cruza por delante. Su abatimiento se debe, en parte, a la humillación. Sus sentimientos de culpa se mezclan con los de vergüenza.
No podrá resolver el pecado a menos que lo mire de frente. Desvístalo. Arránquele el envoltorio de excusas con que ha cubierto su horrible apariencia. Retire toda la vestimenta que encubre su desnudez, y luego diga: ‘Esta es la criatura que engendré. YO, y sólo yo soy responsable de él.’ Mírese también en el espejo.
La persona que le devuelve la mirada es muy capaz de volver a cometer el mismo pecado mañana. La persona que lo mira ha pecado. Dígaselo. Sea severo. Dígale, gentil pero firmemente, que ésta es la clase de actos que esa persona es capaz de cometer, y que, mientras no lo admita es imposible que avance hacia la santidad.
Pequé contra Jehová es la idea central en el Salmo 51. Esta es la oración de contrición que David pronuncia por los eventos que hemos descripto.
Consecuencias naturales
No queda claro por qué David no fue sentenciado a muerte. ¿Se habían vuelto más permisivas las leyes relativas al adulterio? Obviamente Natán es muy consciente de ellas, porque afirma: «No morirás» (2 Samuel 12.13).
¿Por qué no va a morir? No lo sabemos. Los comentaristas sugieren que su arrepentimiento obtuvo la misericordia divina. Sin embargo, las palabras de Natán son intrigantes: «Jehová ha remitido tu pecado» (2 Samuel12.13).
¿Se refiere al niño que iba a nacer? ¿Al Cordero de Dios que vendría? ¿Quién iba a llevar el sufrimiento del pecado de David? Una vez más, no podemos estar seguros.
De todas maneras, David es perdonado. Dios escucha su oración de confesión, pero las consecuencias naturales de sus acciones acosan su carrera con temible fatalidad.
Sí, fue perdonado. Y usted también. Pero como en el caso de David, puede haber consecuencias naturales de su pecado, de la misma forma que espiritualmente sufrió la alienación de Dios. Se puede resolver la alienación. Pero quizás no sea igual con las consecuencias naturales.
Uno de mis hijos estuvo involucrado, con otros amigos, en el choque de un auto. Luego, al convertirse al Señor, buscó de Dios el perdón de sus pecados y supo lo que significaba tener paz con Dios. Aun así, tenía que enfrentar al juez de menores en la Corte. Debió pagar la parte que le correspondía por los daños, y que el juez sabiamente estipuló que pagara con su propio trabajo.
El rey David también tuvo que enfrentar las consecuencias naturales de su pecado. Por ejemplo, el embarazo no desapareció una vez que David fue perdonado. Y como ya he mencionado, Joab nunca olvidó que tenía
atrapado a David.
Sin embargo, aquí empezamos a darnos cuenta de por qué David era un hombre ‘conforme al corazón de Dios’. No son las consecuencias sociales y políticas las que más preocupan a David. Lo que añora es la comunión con Dios. Es por esto por lo que más suplica.
Quizás queden dañadas o destruidas otras relaciones, pero su relación con Jehová debe mantenerse intacta. ‘Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más
y más… límpiame…»
Ya me, referí anteriormente a las excusas que la gente da por sus pecados. Si usted ha pecado, no puede cambiar ese hecho. La razón por la cual Dios lo perdona nunca es /porque, dadas las circunstancias, prácticamente no se lo puede culpar’.
Las situaciones límites no son la base de su misericordia. La única esperanza de ser perdonado es el carácter de Dios. ‘Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades…» Su pecado puede ser tan miserable o tan horrible como el de David. En cualquier caso, su única esperanza está en Dios.
Él puede perdonarlo y limpiarlo porque él es Dios («Dios justo y Salvador», Isaías 45.21), no porque usted merezca otra oportunidad. Lo cierto es que no la merece; ninguno de nosotros la merece.
Quiero subrayar este punto porque en la medida en que intentamos justificar nuestras faltas, demostramos que no estamos confiando en la justicia de nuestro Salvador. Estamos expresando que merecemos una consideración especial, cuando en realidad no merecemos otra cosa que la muerte. Somos perdonados por la sola razón de que nuestro pecado fue cargado sobre otra persona.
Cuando nos presentamos a Dios con nuestro pecado tenemos una opción. 0 nos justificamos a nosotros mismos, o justificamos a Dios. No podemos adoptar ambas actitudes. Si yo tengo razón, entonces Dios está equivocado.
Si digo: ‘No sería correcto que me condenaras, porque no soy totalmente responsable por lo que hice’, estoy desafiando los rectos juicios de Dios. Sea que me dé cuenta o no, estoy diciendo que Dios se equivoca. (En realidad no le estoy pidiendo a Dios que me perdone sino que me disculpe, que es otra cosa muy distinta.) En cambio, admitir mi total responsabilidad es, a la vez, admitir que Dios es justo.
David eligió justificar a Dios y no a sí mismo. «Porque yo reconozco mis rebeliones … para que seas reconocido justo en tu palabra.» La verdadera confesión consiste en aceptar lo que Dios declara respecto a mis acciones.
Las dos dimensiones de la justicia
La técnica que usó Natán para confrontar dramáticamente a David con su pecado, fue magistral. Le relató a David una historia acerca de un hombre pobre cuyo único capital y consuelo era una ovejita que dormía cada noche en su regazo. Un día, un hombre rico se adueñó de la ovejita y la mató para servir una comida a sus invitados.
Mientras narraba la historia, Natán trabajó hábilmente la ira de David. En la denuncia que siguió, podríamos haber esperado que Natán reprochara amargamente a David por los males que había cometido contra Urías y Betsabé. Si bien se mencionan ambas faltas, el énfasis no está en ellas. «¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos?» (2 Samuel 12.9). «Por cuanto menospreciaste [a Dios] … con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová…»
(2 Samuel 12.10, 14).
Tendemos a considerar el pecado en su contexto social y no en su contexto divino. Las relaciones humanas son para nosotros mucho más importantes que nuestras relaciones con Dios. Por eso nos resulta chocante la confesión de David, cuando afirma: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos.» Entonces protestamos: «¿Sólo contra Dios? ¿Y su pecado contra Urías?»
Pero nos equivocamos. Dios es Dios de pobres y desamparados . Él es el Dios del hombre cuya única posesión era una ovejita. Dios es el Dios de Urías y Betsabé. Al hacerles mal a ellos, David ha hecho algo más monstruoso aun: ha ofendido y burlado a quien se declara Dios de esas personas.
Asesinar a Urías era cometer un crimen blasfemo contra el Dios de Urías. El asesinato en sí, por terrible que pudiera parecer, no es nada en comparación con el desafío de David a su Hacedor.
Natán lo sabía. David también lo sabía. Pero nosotros, absorbidos por nuestro concepto de una justicia bidimensional, no logramos advertir por qué el mal que le hacemos a nuestro prójimo es tan malo. Nuestro Dios es demasiado pequeño y nuestro concepto del pecado, demasiado liviano. Usamos a Dios como un sello con el que ponemos la marca de aprobado o desaprobado; pero él es el Santo y Poderoso Defensor de los oprimidos, los marginados, los débiles. El pecado social es un pecado contra la persona misma de Dios.
La conciencia de David podía acomodar de alguna forma la cuestión del asesinato. Pero asesinar a un hombre que pertenecía a Dios era algo completamente diferente. David tuvo que encontrarse, cara a cara, con el rostro de un Dios airado.
Su pecado es mucho más que el asesinato y el adulterio, tal como los evalúa nuestra sociedad. Su falta es un desafío al Altísimo cuyas leyes ha quebrantado. ¿Ha considerado usted de esta manera las faltas que mete hacia otras personas? ¿Al herir a su hermano, se da cuenta de que está afrentando al Dios de su hermano? Dios se ha declarado responsable del bienestar de su hermano. (Ya es malo patear al perro de mi vecino, pero ¡pobre de mí si mi vecino me pesca haciéndolo! Con toda seguridad, va a considerar la ofensa no sólo como una herida causada a su mascota, sino como una afrenta a sí mismo.)
Lejos de minimizar su falta contra Urías, David la está considerando a la luz de algo mucho más serio, y nosotros haríamos bien en hacer lo mismo. Dios es el guarda de nuestro hermano. Él es el Dios de la joven o el muchacho al que ha seducido, del vecino al que ha desairado, del cliente al que ha estafado. La falta hacia un prójimo es un pecado hacia Dios.
Tomado con permiso del libro: Oración, un diálogo que cambia vidas.
Editorial Certeza ABUA