Lc 9, 11b-17 – Multiplicación de los Panes (Lc)

11 pero la gente, al darse cuenta, lo siguió. Jesús los acogía, les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. 12 El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». 13 Él les contestó: «Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». 14 Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». 15 Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. 16 Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. 17 Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Varios Autores

Comentarios a la Biblia Litúrgica: La multiplicación de los panes y el banquete del reino

«Comieron, se saciaron y sobró» (cf. Lc 9,17)
pp. 1303-1304

El gesto de la multiplicación de los panes constituye uno de los signos reveladores más importantes de todo el evangelio. Como es habitual en Lucas, la figura de Jesús comienza a manifestarse también aquí a partir de la doble perspectiva de las palabras y los hechos: abre ante los hombres el camino del reino que ofrece la salud o vida nueva (9,11). Sobre ese fondo, ligeramente precisado, viene a revelarse el signo de los panes.

La esperanza en el banquete constituía uno de los grandes elementos de la apocalíptica tradicional. El apocalipsis de Isaías precisaba: «Y preparará Yahveh Sebaot para todos los pueblos un festín de suculentos manjares, un festín de vinos generosos» (Is 25,7). Los mismos evangelios testimonian esta espera cuando aluden a la felicidad del que recibe el pan del reino (Le 14,15) o cuando afirman que Jesús anhela ansiosamente la comida del reino que se acerca (Le 22,16).

Sobre este fondo se precisa todo el contenido del signo de los panes. Los que siguen a Jesús han tenido que prescindir de las seguridades que el mundo les ofrece: entra la noche y están solos; sienten hambre y no disponen de comida, pues se encuentran lejos del poblado (9,12). Pues bien, en medio del desierto, a la llegada de la noche, Dios repite los antiguos prodigios de la historia de su pueblo; aunque los hombres piensen estar solos y perdidos, Jesús se encuentra en medio de ellos repartiendo su misterio a manos llenas: enseña, cura, ofrece el alimento.

Es difícil encontrar una imagen más valiosa del sentido y de la obra de Jesús. Los que le siguen tienen que arriesgarse, dejando atrás el mundo antiguo, su seguridad y su comida. Pero, una vez que ya lo han hecho no necesitan decir nada: Jesús sabe su necesidad y les ayuda.

No interesa demasiado la manera concreta en que el signo se realizó. Lo que importa es que Jesús dio de comer abundantemente al pueblo. Lo que importa es que su gesto vino a suscitar entre los suyos el entusiasmo mesiánico de forma que los hombres descubrieron que el banquete del reino ya ha empezado a realizarse. Parece como si de pronto se hubieran rasgado los antiguos niveles de las cosas; da la impresión de que el mundo de los pobres y perdidos de la tierra se termina y surge la verdad definitiva de la vida.

A manera de conclusión, quisiéramos señalar con brevedad los elementos más valiosos del signo de los panes: a) en primer lugar, el gesto constituye una revelación escatológica; por medio de Jesús, Dios se está mostrando como aquél que ofrece el alimento de la vida al pueblo, b) En el gesto se desvela el poder de los apóstoles; por sí mismos son incapaces de ofrecer comida al pueblo (9,13); sólo cuando reciben el pan que les regala el Cristo pueden alimentar verdaderamente al pueblo, c) Dentro de una vivencia eclesial el milagro se ha convertido en anticipo y señal de la eucaristía; el mismo comportamiento de Jesús que pronuncia la bendición, parte el pan y lo ofrece a los hombres nos dirige en esta dirección; por eso, aquel comer juntos en la tensión de la esperanza escatológica, se ha venido a convertir en el signo fundamental de la iglesia, d) Todo esto nos lleva finalmente hacia otro plano: la comida fraternal y abundante donde los dones del reino se ofrecen a todos los salvados debe anticiparse en la comida de la tierra. Eso significa que los bienes de este mundo son los medios, los manjares de un banquete en el que todos se encuentran invitados; por eso, en una sociedad donde la injusticia separa brutalmente a los unos de los otros es muy difícil recordar el gesto de la multiplicación de los panes y celebrar de verdad la eucaristía. Jesús ha invitado a todos con unos mismos panes (en la multiplicación y en la eucaristía); los bienes del banquete del reino son comunes. Pues bien, una sociedad donde los hombres se roban mutuamente la comida (se oprimen mutuamente), está indicado que no sigue a Jesús ni desea tender hacia el banquete de su reino.

Francisco de Sales

Sermón (06-03-1622): Nada nos falta si tenemos a Dios

«Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición»
X, 303

«Jesús, tomó los cinco panes y los dos peces y, alzando los ojos al cielo, los bendijo y partió y se los dio a los discípulos» (Lc 9,16; Mt 14,19)

Las pobres gentes que ese día seguían a Jesús, no fueron socorridas por El sino cuando ya languidecían de hambre. Y tuvo gran compasión pues, por su amor, ellas se habían olvidado de sí mismas y no habían llevado consigo provisión alguna; sólo el pequeño Marcial llevaba los cinco panes de cebada y los dos peces.

Parece que el Señor, prendado de los corazones de esas buenas gentes, que eran unos cinco mil, se decía: No habéis cuidado de vosotros, pero Yo os cuidaré.

Y aunque Felipe y Andrés afirmasen que cinco panes y dos peces no eran nada para aquella multitud, les mandó que se los trajesen y pidió a los Apóstoles que mandasen sentar a la gente.

Ellos obedecieron con sencillez y en eso fueron admirables pues dispusieron a todos a comer sin ver ni entender qué les podían dar.

Jesús tomó los panes, los bendijo y ordenó a sus Apóstoles que los distribuyesen. Lo hicieron e incluso sobró después de haber comido todos hasta saciarse.

Esto, para enseñarnos, mis queridas Hijas, que debemos caminar apoyados más en la Bondad divina y en su Providencia que en nosotros mismos y en nuestras obras.

Porque Dios, bajo cuya dirección y mando nos hemos embarcado, estará siempre atento a proveernos de todo lo necesario.

Y, cuando todo nos falte, El tomará a su cargo el cuidarnos y nada nos faltará, ya que tendremos a Dios, que debe ser nuestro todo.


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)