La Verdad que Puede Transformar tu Vida

Predicacion de Tony Hancock

Hay verdades que pueden transformar nuestras vidas y liberarnos para alcanzar nuevos niveles de fe, de servicio, darnos una nueva revelacion del amor de Dios.

Hace algunos años, la compañía de diamantes de Beers lanzó una serie de comerciales con el lema «Un diamante es para siempre». Se basaban en el hecho de que el diamante es el material natural más duro que existe, y es casi imposible de destruir.

Lo interesante de los comerciales es que los protagonistas eran sombras – o, dicho de otro modo, los protagonistas eran los diamantes, y los actores humanos no eran más que sombras. Por ejemplo, en una escena, un hombre coloca un anillo de compromiso sobre el dedo de su novia – pero tanto el hombre como la novia son sombras, y el anillo es la única figura real.

¿Alguna vez has sentido que vives como sombra? Sabes que los breves años de tu vida pronto pasarán, y realmente no quieres pensar en lo que vendrá después. Es posible que un diamante sea eterno, pero nuestras vidas en este mundo son pasajeras y efímeras.

Puedes tratar de ahogar la realidad con alcohol, puedes tratar de olvidarlo en las distracciones, puedes tratar de ignorarlo, si quieres – pero como dice Eclesiastés, Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre, y bien sabes que deseas algo más que lo que este mundo ofrece. En la profundidad de tu corazón, estás conciente de que, mucho más que cualquier diamante, fuiste creado para la eternidad.

Hemos hablado de la importancia de la verdad por varias semanas, pero ¿cuál es la verdad? Hoy veremos la verdad que puede transformar tu vida.

Lectura: 2 Timoteo 1:8-12

1:8 Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios,

1:9 quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,

1:10 pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio,

1:11 del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles.

1:12 Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.

El estar frente a frente con la muerte cambia nuestra perspectiva, ¿no es cierto? Ésta era la situación del apóstol Pablo. Él sabía que pronto moriría, y reflexionaba sobre lo que realmente importa en la vida. Al joven Timoteo, con la perspectiva que los años le habían dado, le insta a no avergonzarse de dar testimonio del Señor.

En otro lugar, Pablo dice: No me avergüenzo del evangelio. ¿Por qué no se avergonzaba Pablo del evangelio, y por qué le dice a Timoteo que no se avergüence tampoco? Simplemente porque el evangelio es esa verdad que tiene poder para transformar. Tiene poder, en primer lugar, porque

I. El evangelio tiene un origen eterno

El verso 9 nos dice que Dios nos concedió este favor, el favor de ser llamados mediante el evangelio a ser sus hijos, antes del comienzo del tiempo. ¿Qué otro mensaje existe que tenga tanta historia? ¿Qué otro mensaje existe que sea eterno?

Antes de la creación del mundo, antes de que el tiempo empezara, Dios ya sabía que la raza humana caería en pecado. Él ya sabía que tú y yo tendríamos la necesidad de un Salvador que pudiera pagar nuestros pecados, y él había decidido ya que su único Hijo, Cristo Jesús, sería ese sacrificio.

En un mundo pasajero, un mundo en que las olas del tiempo vienen y van sin respetar a nadie, es bueno saber que hay algo eterno. Detrás de la cortina de la existencia hay una realidad inagotable, y esa realidad es la existencia de Dios. De su corazón nació, desde la eternidad, el deseo de tenerte a ti y a mí como hijos.

El evangelio tiene un origen eterno porque nace del corazón eterno de Dios, y está destinado para seres eternos como lo somos tú y yo. ¿Alguna vez te has puesto a pensar, cuando ves las estrellas en alguna noche clara, que cuando ellas hayan dejado de brillar, tú seguirás viviendo? ¿Alguna vez has pensado que, cuando los ríos hayan dejado de fluir al mar, tú vida seguirá fluyendo?

La pregunta es ésta: ¿dónde estarás pasando esa eternidad? ¿Estarás en el cielo con Dios, o estarás separado de él para siempre, pagando las consecuencias de tus pecados? Cuando nuestro Señor Jesucristo describió el lugar al que irán los que no hayan hecho las paces con Dios, mencionó llamas de fuego, mencionó un incesante sufrimiento que jamás mengua.

No es la voluntad de Dios que vayas a ese lugar, pero si no te reconcilias con él, le dejarás sin alternativa. Fue precisamente para darte la oportunidad de conocerlo que, desde la eternidad, planeo tu salvación. Su plan gira en torno al evangelio, que son las buenas noticias del perdón y la reconciliación con él.

¿Cómo puedo recibir el evangelio? dirás.

II. El evangelio se recibe como un regalo

El versículo 9 lo dice claramente: Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Dios te ofrece libremente su salvación. Él ya pagó para comprarla con la vida de su hijo.

Todas las veces que tú sabías lo que debías de hacer, y no lo hiciste, ya fueron pagados. Todos los errores que has cometido Jesús los tomó sobre sí mismo en la cruz. Todas las veces que le has dado la espalda a Dios, prefiriendo tu propio camino, Cristo los tomó y los pagó.

Ahora Dios te invita libremente a venir y a recibir por fe el regalo del perdón. Un regalo no se puede ganar. Algo que es de gracia no se merece. Se agradece, pero no se merece. La salvación es un regalo, y tu única decisión es la de aceptar o rechazar ese regalo.

Quizás se te hace difícil creer que Dios no te exige grandes sacrificios para salvarte. Quizás no puedes creer que su perdón sea tan libre. A un predicador de antaño se le hizo la misma objeción.

Resulta que el hombre que no podía creer trabajaba en una mina. El predicador, buscando la forma de hacerle entender que la salvación es libre, le dijo: Hoy, después del trabajo, ¿cómo saliste hoy de la mina?

El trabajador le respondió: Entré a la jaula del ascensor, y me subió la maquinaría. Le preguntó el predicador: ¿Cuánto pagaste para salir de la mina? Yo no pagué nada, respondió el hombre. ¿No tuviste miedo de encomendarte a esa jaula, que no te había costado nada? preguntó el predicador. Respondió el hombre: ¡No, de ningún modo! A mí no me costó nada, pero la compañía gastó mucho dinero en instalar aquel ascensor.

En ese momento llegó a entender el minero que la salvación también tiene un gran costo, pero ese costo no lo pagamos nosotros. Cristo ya pagó ese costo con su vida. Su sangre derramada por nosotros es el precio que nos compró. Nosotros sólo recibimos por fe lo que Cristo murió por comprarnos.

Esto es el evangelio. Es la noticia de que Cristo murió por tus pecados, derramando su sangre en la cruz, y resucitando para conquistar la muerte. Si tú pones en él tu confianza, podrás recibir libremente el perdón de tus pecados y entrar en una nueva vida. No tienes que pagar, no tienes que merecerlo – eso sería imposible. Sólo tienes que reconocer tu necesidad y venir a Cristo humildemente, con fe, y aceptar su perdón.

¿Lo deseas hacer? Si es tu deseo, habrá una oportunidad al final del culto. Pero antes, es necesario entender que

III. El evangelio es un llamado a la transformación

La frase que hemos leído dice: Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa. La salvación que Dios envió a su Hijo a comprarnos es un llamado a vivir de una manera distinta. Cristo nos llama a entender lo que realmente importa en la vida, a separarnos de la corrupción de este mundo y vivir para él.

Es importante entender que la santidad de vida no es la condición de nuestra salvación, sino más bien su resultado. Dios no te dice: arregla tu vida y luego podrás venir a mí. Más bien, te dice: Ven así como estás, y déjame arreglarte.

Quizás has visto en el circo a los acróbatas que vuelan por el aire sobre el trapecio. Nos maravillamos de su destreza, su fuerza y su habilidad. En la mayoría de los casos, hay una red debajo de los artistas. Cuando se caen, se vuelven a levantar y regresan al trapecio.

En Cristo, nosotros vivimos sobre el trapecio. El llamado cristiano es un llamado a una vida de aventura, de propósito y de libertad. El mundo deberá vernos y maravillarse, así como nos maravillamos del arte de los trapecistas. Deberán decir: Mira la forma en que viven y se aman. Mira como tratan los hombres a sus esposas. Mira como trabajan y estudian. Son diferentes; no se meten en las mismas cosas que nosotros.

¿Qué sucede si nos caemos? Ahí está la red. La sangre de nuestro Señor Jesús provee el perdón por todas nuestras fallas. Pero la red, y la habilidad para mantenernos en el trapecio de una vida de santidad, son obras de la gracia de Dios. Por supuesto, no podemos estarnos durmiendo todo el tiempo sobre la red. La persona que así hace pone en tela de juicio su estado de trapecista.

Pero la red ahí está. Esa red es la gracia de Dios, que nos sostiene en esa vida de santidad a la que somos llamados. La gracia de Dios nos llama y nos ayuda a ser distintos al mundo, a no buscar lo que ellos buscan ni dejarnos llevar por su corriente.

Max Lucado, anterior misionero a Brasil, cuenta la historia de Cristina, una muchacha ansiosa por escaparse de su pobre barrio brasileño. Quería ver el mundo, y no se conformaba con la humilde choza de su familia. Soñaba con una vida mejor en la ciudad.

Un día se escapó de la casa, quebrantando el corazón de su mamá. Esta mujer, llamada María, bien sabía cómo puede ser la vida en las calles para una joven atractiva. Rápidamente empacó sus pocos bienes para ir a la ciudad a buscarla. En camino al paradero de autobuses, se detuvo para conseguir sólo una cosa: fotografías. Gastó todo su dinero en fotografías de su rostro.

Con la cartera llena de pequeña fotos en blanco y negro se subió al siguiente autobús para Rio de Janeiro. María sabía que su hija no tenía forma de ganar el dinero. También sabía que su hija era demasiado terca como para rendirse. Cuando el orgullo enfrenta el hambre, el ser humano es capaz de hacer cosas anteriormente impensables.

Sabiendo esto, María emprendió la búsqueda. Bares, nightclubs, hoteles – cualquier lugar que tenía fama de ser hogar de las mujeres de la calle, María los visitó todos. En cada lugar dejó su foto – pegado con cinta en el espejo del baño, colgado en el tablón de anuncios de algún hotel, colocado en la cabina de teléfonos. Y al dorso de cada foto escribió una nota.

Dentro de poco, se habían acabado las fotos y el dinero, y María regreso a casa. Lloró amargamente al subirse al autobús para regresar a su pueblo sin su hija.

Algunas semanas después, Cristina bajó por la escalera de su hotel. La cara joven estaba cansada. Los ojos cafés ya no brillaban con el gozo de la juventud, sino que daban testimonio del dolor y del temor. Su risa se había convertido en llanto. Su sueño se convirtió en pesadilla. Mil veces quiso cambiar sus muchas camas por el humilde petate que tenía en la casa, pero su pueblo estaba, de mil maneras, demasiado lejos.

De repente, al llegar al pie de la escalera, sus ojos distinguieron una cara conocida. Volvió a mirar, y era la foto de su madre quien le miraba desde el espejo del lobby. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras atravesaba el cuarto para tomar la foto. Escrito atrás, decía: No importa lo que hayas hecho, o en quién te hayas convertido. Por favor, vuelve a casa. Cristina aceptó esa invitación y regresó a su hogar.

Sabes, Dios te hace la misma invitación. Él te dice, no importa lo que hayas hecho, o en quién te hayas convertido. Vuelve a casa. Hoy mismo, lo puedes hacer.

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