Los Dos Palos de la Cruz II

Predicacion de Alberto Mottesi

Nuestro ministerio está determinado por la conjunción de trabajo del Poder y Sabiduría del Espíritu Santo con la verdad de la Palabra de Dios.

Tal vez esa sea la diferencia entre los que vienen a la reunión de la iglesia para ver: “que les tiene el Señor, cómo les va a bendecir, que les va a dar hoy”, y aquellos que entiendan que a la reunión, primariamente, venimos a dar, venimos a adorar, venimos a romper el frasco de perfume delante del Señor. Porque dándole a Dios, recibimos de Él, para salir y darle al prójimo.

Otros, quitándole toda dimensión sobrenatural, reduciendo la Biblia a un manual de relaciones humanas, han hecho del ministerio cristiano simplemente un vehículo de acción social. De tal forma que la iglesia, el evangelio y el plan de Dios son reducidos al nivel de cualquier otro movimiento terrenal con implicaciones sociales.

¡Claro que el Evangelio del Reino tiene una dimensión social! Jesús dijo, y no lo podemos ignorar: “Dadles vosotros de comer”. Pero este evangelio tiene que ver con la totalidad de la vida del ser humano (espíritu, alma y cuerpo), además de que tiene que ver con la totalidad de la vida de los pueblos y las naciones.

Si nosotros, los evangelistas, o los cristianos en general, negamos un vaso de agua al sediento, o pan al hambriento, o vestido al desnudo, no solamente perdemos nuestra autoridad y testimonio, sino que estamos defraudando al Señor mismo. Creo que el libro de Santiago lo dice muy claramente: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Y si un hermano o hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros le dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovechará? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”. (2.14-17). Y el apóstol Juan en su Primera Carta declara así: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (3.17-18).

Por otra parte, si los trabajadores sociales; si el sector de la Iglesia que ha hecho de su misión aliviar las cargas materiales del pueblo; repito, si ellos no proclaman la Palabra de Dios en todas sus dimensiones, no importa la implicación política y patrones culturales que deben enfrentar; con ello niegan el propósito fundamental del Señor del Reino.

Cuando Jesús tenía hambre, después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, Satanás le puso una trampa: apeló a su relación íntima como Hijo de Dios, a su poder para cambiar la naturaleza misma de las cosas y le sugirió que “convirtiera las piedras en pan”. Pero Jesús entendió el contenido de esa trampa: pan sin Dios, esto era bienestar material en menoscabo del bienestar espiritual. Por eso le respondió: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4.4). Debe haber equilibrio en ministrar ambos panes: el material y el espiritual.

En Mateo 9.35-36, leemos: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Estos versículos nos presentan el modelo integral de ministerio que tenía Jesús. El es nuestro modelo.

De Él debemos aprender todos los que tenemos un ministerio a la Iglesia o al inconverso. De Él debemos aprender todos los cristianos. Me atrevo a pensar que Jesucristo se sentiría muy incómodo después de un rato sentado en las bancas de nuestros edificios de reunión. No lo dudo, seguro que Él también adoraría, alabaría al Padre, participaría de la Palabra, y de la comunión con los santos; pero muy pronto saldría de allí, para ir en busca de la “oveja perdida”; ¿cómo podría Él estar en paz, sabiendo que hay noventa y nueve cómodamente sentadas en las bancas de la iglesia, pero que hay una, una sola, que gime buscando redención allá afuera? Si Él tuviera que haber muerto por una sola persona perdida en el mundo, lo habría hecho.

En su modelo ministerial Cristo hacía varias cosas: enseñaba a sus discípulos; predicaba a los incrédulos; sanaba las dolencias del alma, y sanaba las enfermedades del cuerpo; y tenía compasión como para llenar todo tipo de necesidades en los abandonados de la vida.

Nuestro modelo para el ministerio no proviene de nuestra cultura. Nuestra cultura nos da una cosmovisión del mundo en que crecimos, del mundo que nos rodea, y del mundo a quien servimos la Palabra. Nuestra cultura nos permite entender al hombre y la sociedad a quien ministramos. Pero esa cultura a la que servimos tampoco determina nuestro ministerio. La cultura es solamente el escenario donde nos encontramos con el hombre a quien ministramos. La cultura nos provee el vehículo para ministrar: Idioma, costumbres, ilustraciones, comunicación, homogeneidad y patrones de conducta.

Nuestro ministerio está determinado por la conjunción de trabajo del Poder y Sabiduría del Espíritu Santo con la verdad de la Palabra de Dios. El mensaje ya está establecido. No hay nada que agregarle, nada hay que quitarle. No se adapta, no se conforma, no se vende, no se parcializa.

Tampoco los patrones políticos, tan variados en la América Latina; o los diferentes estilos religiosos condicionan nuestro ministerio. En el momento en que el hombre de Dios, o el cristiano común interpretan la vida y el propósito de Dios a la luz de un sistema político dado; o a la luz de un estilo religioso (ya sea por sus dogmas o modo de hacer el culto), en ese momento se ha vendido el ministerio, y de la dependencia del Espíritu Santo, se ha caído a las dependencia de los hombres.

Nuestro modelo para hacer la obra de Dios es el de Jesús mismo: a los que el Padre nos ha dado, les enseñamos, los discipulazos; a los que no tienen a Cristo, les predicamos; a los que están dolidos (especialmente en su alma), y los que están enfermos (en su cuerpo) los sanamos. Nosotros nos movemos por una profunda compasión por todo ser humano.

En los que están dentro del redil vemos a hermanos amados y les servimos, y a los que están afuera, hacemos lo que es bueno y necesario para alcanzarlos para el Reino de Dios.

Por eso me gusta la oración modelo de Jesús, el Padre Nuestro, una oración con una profunda carga misionera, y que nos presenta las dos dimensiones de la cruz: la horizontal y la vertical. Primeramente comienza hablando del “Padre nuestro que está en los cielos”, de su inmanencia, de su ausencia de límites; nos hace clamar para que su Reino y su autoridad vengan sobre nosotros. Luego, en la segunda parte, nos lleva al trato con nosotros mismos y con nuestro prójimo.

Es que en el Padre Nuestro se da claramente el hecho de que antes hemos comentado: toda relación legítima y verdadera de adoración a Dios en “espíritu y en verdad”, nos debe llevar al servicio al prójimo. Y servicio tiene también dos dimensiones: primero proclamación evangelizadora seguida de sanidad y compasión, y luego enseñanza para madurar a los recién nacidos del Reino.

Tomado del libro: El poder de su presencia

Editorial: Betania.