Un adiós elegante

por Steve Moore

La forma en que un pastor deja el ministerio habla mucho acerca de su estilo de trabajo.

Nos encontrábamos en una fiesta de despedida organizada en nuestro honor, pues nos mudábamos a otra ciudad, donde había conseguido un nuevo empleo. Cuando ya finalizaba la fiesta, un buen amigo se acercó y me indicó casualmente: «oraré por ti para que finalices bien y comiences bien». Le agradecí.

 

Poco tiempo después, mientras reflexionaba en lo ocurrido esa noche, recordé el comentario de Gary. Cuanto más lo pensaba, más incertidumbre me provocaba. ¿Qué quiere decir terminar bien?

 

Comencé a recordar sugerencias, experiencias y lecciones que otros habían aprendido cuando se marcharon a otro lugar. Estas son algunas enseñanzas que me resultaron de ayuda.

 

Démosle gracias a todos

 

Quizás la primera lección para «terminar bien» es que seamos generosos a la hora de elogiar, prontos para ofrecer bendición, y profundos en las expresiones de reconocimiento a los que dejamos atrás.

 

Uno de los objetivos en cualquier final es identificar a todos aquellos que nos han ayudado, apoyado o acompañado. De formas específicas, debemos recordarlos y agradecerles por su servicio, bondad y amor. Esto incluye a las personas que no son fundamentales en nuestra vida y por ende obtienen menos reconocimiento de nuestra parte. El conserje que mantenía la oficina en buenas condiciones, la camarera que atendía con disposición nuestras necesidades, el cartero y tantos otros que nos han brindado un servicio incondicional pero poco reconocido. También incluye a las personas más importantes de nuestra vida: nuestros colegas, vecinos y amigos.

 

Cuando terminé mi doctorado, le escribí a mi profesor de inglés de la escuela secundaria una carta de agradecimiento por su invaluable contribución con mi devoción por la lectura. Me respondió con rapidez, y me comentó que muy pocas veces había recibido este tipo de cartas durante su carrera, y este silencio lo llevaba a pensar muchas veces «si había valido la pena». «Tu carta —me escribió—, renovó mis fuerzas y me mantendrá en la tarea por mucho tiempo».

 

El reconocimiento y la bendición son un gran regalo. ¿Por qué a veces los repartimos como si fueran algo poco común?

 

Lo que ocurre alrededor de nosotros

 

Las relaciones son una inversión para el resto de nuestra vida. Nos sentiremos maravillados e incluso sorprendidos al ver cómo vuelven distintas personas a nuestra vida.

 

Poco tiempo después de mudarnos a Texas, conducía por la carretera interestatal a muy alta velocidad. De inmediato reconocí las temibles luces intermitentes en mi espejo retrovisor. Tuve que detener el auto.

 

El policía estatal bajó del auto; era más alto que yo, y los anteojos de sol cubrían sus ojos. Me solicitó la licencia de conducir y la constancia del seguro. Luego de revisar los documentos durante varios minutos, comenzó a evaluarme.

 

«¿Usted vive aquí?»

 

«Sí» —le respondí, mostrándome tranquilo.

 

«¿Ha vivido aquí por mucho tiempo?»

 

«Solo unos meses, señor».

 

«¿Alguna vez vivió en la zona de Dallas-Ft. Worth, señor Moore?»

 

«Sí señor, en Arlington» —le respondí. «¿Por qué tantas preguntas?» —Pensé.

 

«¿Fue director de jóvenes en algún momento?» —¡Cada vez me desconcertaba más!

 

Luego sonrió y quitándose los anteojos me preguntó: «¿No me reconoces, Steve? ¡Soy Todd Jones (no es su nombre real), y participé en tu grupo de jóvenes!»

 

No hace falta que mencione que se veía muy diferente. Esta experiencia me sirvió para recordar que las personas regresan a nuestra vida de maneras jamás imaginables.

 

John había servido como pastor asociado durante siete años cuando llegó un nuevo pastor principal. El nuevo pastor no solo quería cambiar el programa, sino que buscaba reestructurar todo el equipo. Algunas personas pretendían que John lograra el apoyo del nuevo líder y que lo desafiara. Por el contrario, John decidió buscar servir en otra iglesia y se retiró con elegancia.

 

Algunos años más tarde, este nuevo pastor decidió ir a colaborar a otra iglesia, y los que quedaron a cargo le preguntaron a John si no le gustaría regresar para ser el pastor anciano. «Recordamos la integridad con la que te condujiste más allá de la mala manera en que fuiste tratado —le explicaron a John—. Esa es la clase de persona que necesitamos».

 

Siempre recordemos el poder perdurable de las relaciones.

 

¿Eres un gigante?

 

Una de las situaciones más difíciles para lograr una salida honorable, y más aún si nos vamos de un lugar en el que hemos permanecido durante bastante tiempo, es preguntarse: «¿Seguirá adelante todo aquello por lo que he trabajado? ¿Se recordará mi legado?»

 

El poeta y escritor judío Noah benShea cuenta una parábola que nos recuerda nuestro rol en la vida:

 

Luego de la cena, los chicos le pidieron a Jacob que les contara un cuento. «¿Qué tipo de cuento?» —les preguntó.

 

«Un cuento de un gigante» —gritaron todos.

 

Jacob sonrió, se acomodó entre las piedras calientes dispuestas al lado de la chimenea y comenzó el relato con voz suave.

 

«Érase una vez un niño que le pidió a su padre que lo llevara a ver el gran desfile que recorría la ciudad. El padre, recordó haber asistido al desfile de niño, y accedió rápidamente al pedido de su hijo; la mañana siguiente partieron juntos.

 

»Cuando llegaron al lugar donde verían pasar el desfile, la gente comenzó a adelantarse con empujones, y se formó una gran multitud. Como todos los que los rodeaban se convirtieron prácticamente en una pared, el padre alzó a su hijo y lo sentó sobre sus hombros.

 

»Pronto comenzó el desfile y mientras iba pasando, el niño le relataba a su padre lo maravilloso que era y las espectaculares imágenes y colores que observaba. El niño, de hecho, se sentía tan orgulloso de lo que veía que se burlaba de los que miraban menos e incluso le comentaba a su padre: «¡Si solo consiguieras ver lo que veo!».

 

«Pero —Jacob miró fijamente a los chicos y añadió—: el niño no recordaba por qué él sí podía ver. El niño se olvidó que una vez su padre también había logrado verlo».

 

Entonces, como si el relato hubiera terminado, Jacob dejó de hablar.

 

«¿Eso es todo? —repuso una niña desilusionada—. Creímos que nos contarías el cuento de un gigante».

 

«Pero si eso fue precisamente lo que les conté —explicó Jacob—. Les relaté el cuento de un niño que bien pudo haberse convertido en un gigante».

 

«¿Cómo?» —Protestó otro niño.

 

«Un gigante —continuó Jacob— es aquel que recuerda que está sentado sobre los hombros de alguien más».

 

«¿Y en qué nos transformamos si no lo recordamos?» —preguntó el niño.

 

«En una carga» —respondió Jacob.

 

¿Será recordado nuestro legado? ¿Dará  su fruto lo que hemos invertido? Mucho depende de cómo nos movamos de nuestra posición para desarrollar un nuevo liderazgo exitoso.

 

Nos han llamado a ser gigantes, no cargas.

 

La próxima cima

 

Hace algunos años, un amigo asistió a la inauguración de un hogar de ancianos. No es un lugar en el que la gente forme fila para asistir.  Pero pude aprender algo importante allí.

 

Le ceremonia incluía el discurso de uno de los nuevos residentes, el doctor Paul Brand, un destacado doctor en medicina. Muchos de nosotros lo conocemos gracias al best seller que escribió junto a Phillip Yancey: Temerosa y maravillosamente diseñado. Cuando le tocó hablar al doctor Brand, su discurso fue algo como sigue:

 

«Recuerdo muy bien cuando me sentía físicamente en la cima. Tenía veintisiete años y acababa de terminar la universidad. Practicaba alpinismo con unos amigos y podíamos escalar durante largas horas. Algunas personas, cuando cruzan esa cima, creen que se acaba su vida».También recuerdo muy bien cuando mi mente llegó a la cima. Tenía cincuenta y siete años y realizaba una cirugía innovadora. Todo mi entrenamiento médico se fusionaba en un solo lugar. Algunas personas, cuando cruzan esa cima, creen que se acaba su vida.

 

»Ahora tengo más de ochenta años. Hace algún tiempo me di cuenta de que me acerco a otra cima, mi cima espiritual. Todo lo que me esforcé por lograr como persona de repente se une en sabiduría, madurez, amabilidad, amor, gozo y paz.

Y entiendo que cuando cruce esa cima, mi vida no habrá acabado, sino que recién habrá comenzado.

 

El doctor Brand ciertamente había entendido la visión a largo plazo, una clave fundamental para terminar y empezar bien.

Steve Moore es vicepresidente del Seminario Teológico de Asbury, Wilmore, Kentucky. El original de este artículo se publicó, en Inglés, en la revista Leadership, con el título de “A Graceful Goodbye”. © Christianity Today 2002. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso.