Obispo Festo Kivengere (1919 – 1988) El «Billy Graham» de África

por Desarrollo Cristiano

El legado del ministerio de Kivengere ha sido una Iglesia que ha crecido notablemente en número y compromiso.

¿Lo sabía usted?

  •  Inicialmente, en Uganda, le rechazaron su pedido de ser ordenado al ministerio.
  • Además de África, Kivengere también celebró campañas evangelísticas en Australia, EE.UU. y el Reino Unido.
  • La familia de Kivengere eran pastores nómadas, sin ninguna afiliación religiosa.
  • Tradujo los sermones de Billy Graham a los idiomas africanos. Graham, sin embargo, quedó tan impactado por su persona que lo exhortó a no perder el tiempo en traducir y a que simplemente predicara la esencia del mensaje que él predicaba. Su amistad con el evangelista duró décadas.
  • Kivengere recibió permiso para hablarle a un grupo de cristianos condenados a una ejecución pública. En lugar de hablarle a ellos, le predicó al pelotón de fusilamiento. Sus palabras crearon gran confusión en los soldados, aunque igualmente terminaron ejecutando a los prisioneros. El testimonio de los prisioneros, sin embargo, lo escucharon todos los presentes en el estadio.
  • Uganda es, quizás, el país africano con más mártires cristianos. Es por esto que Kivengere consideraba que el mensaje de perdón y reconciliación eran las piedras fundamentales de la tarea de la iglesia.

 

Breve reseña de su vida

En 1977 un obispo anglicano, Festo Kivengere, publicó un pequeño libro con el título Yo amo a Idi Amín. Amín era el brutal dictador  conocido como el «carnicero de Uganda» y el «Hitler de África». El escrito de Kivengere no era un manifiesto de apoyo político. Más bien era una declaración pública del poder del evangelio de Cristo Jesús.

Durante los años de su dictadura, Amín asesinó a un número desconocido de personas. Las mejores estimaciones ubican las cifras entre 100.000 y 350.000. Muchas de estas víctimas eran cristianas, pues Amín, quien se confesaba musulmán, se había propuesto erradicar del país la mancha del cristianismo. En febrero de 1977 arrestó al arzobispo anglicano Janani Luwum, por haberse pronunciado en contra de las ejecuciones ilegales. Kivengere logró acompañarlo hasta el lugar donde lo interrogaron. Después de unas horas, sin embargo, los soldados que custodiaban a Luwum lo obligaron a regresar a casa. Fue una de las últimas personas que vio con vida al arzobispo. Poco tiempo después apareció muerto.

Kivengere sabía que era simplemente cuestión de tiempo antes de que lo arrestaran y ejecutaran también a él. Decidió huir, a pie, hacia la vecina república de Ruanda donde, décadas más tarde, se vería uno de los peores genocidios en el continente.

Kivengere había nacido en una zona rural en el noreste de Uganda. De niño, trabajaba cuidando ganado. A los diez años de edad, por el esfuerzo de unos misioneros, se convirtió al cristianismo. Su familia lo mandó a la escuela de la misión, donde lo formaron en la fe cristiana.

A Kivengere le gustaba compartir su fe con todos los que lo rodeaban. Desde temprano mostró particular aptitud por la comunicación. Cuando se recibió de maestro, sin embargo, abandonó el cristianismo y se hundió en el alcoholismo. En el fondo, temía que Dios lo llamara a algo que no quería y por eso prefirió darle la espalda. Durante algunos años sostuvo una dura lucha contra su propio corazón.

Un tremendo avivamiento se había despertado en gran parte de África oriental, especialmente en la Iglesia Anglicana. Kivengere miraba con desprecio a los «nacidos de nuevo». Una visión por parte de un pariente, sumada a una profecía, eventualmente llevaron Kivengere a la conversión. Ahora, él pertenecía genuinamente a los «nacidos de nuevo», y su vida cambió dramáticamente.

Aunque siguió trabajando en la escuela, pronto se alcanzó a ver que poseía singular gracia para predicar a las multitudes. En 1961 renunció a su puesto como maestro y se convirtió en predicador itinerante.

Junto a un sudafricano, Michael Cassidy,  viajaban por todo el continente, celebrando increíbles campañas en las que se convertían miles y miles de africanos. Estaban en el centro de un verdadero mover de Dios, y avivaban la Iglesia que había llegado por los colonizadores.

Billy Graham quedó tan impactado por Kivengere que lo invitó a unirse a su equipo, pero él sentía que debía permanecer en Uganda. La situación en aquel país se deterioraba día tras día. En 1971 Idi Amín, en un golpe de estado, derrocó al presidente electo y comenzó la sistemática persecución de sus opositores. Los anglicanos se cuentan entre los grupos con más mártires.

En 1977, poco tiempo después de haber huido,  Kivengere publicó su libro Yo amo a Idi Amín. Tan disparatado título bien podía compararse con portar una pancarta, luego de la destrucción de las torres gemelas, con la leyenda: «Amo a Bin Laden». Kivengere, sin embargo, señaló que el Espíritu le había dado testimonio de que su propio corazón se endurecía por causa de la profunda amargura que alimentaba contra Idi Amín, por la crueldad y todo el mal que había desatado sobre Uganda. «Tuve que pedirle al Señor que me diera la gracia para perdonarlo —dijo en una entrevista—. Comencé a orar que Dios me diera la gracia para amar a quien más nos perseguía. Si Cristo, en la cruz, pidió al Padre que perdonara a quienes lo crucificaban, yo no puedo hacer menos por Idi Amín».

El gesto de Kivengere se extendió mucho más allá del perdón. Él entendía que sembraba las semillas necesarias para que, algún día, por medio del evangelio, su país lograra sanar las terribles heridas recibidas. «Una iglesia viva y victoriosa —señalaba— no puede dejarse vencer con armas o con persecución. Más bien la Iglesia derrotará el mal obrando el bien».

Aun con este mensaje de perdón, Kivengere sentía que su tarea consistía en dar a conocer los terribles excesos del gobierno de Amín. Desde el exilio trabajó sin cansancio para defender los derechos de millones que padecían bajo el régimen del dictador.

Amín comenzó a perder apoyo de diferentes gobiernos y, en 1978, cayó por un golpe militar contra él. Al poco tiempo Kivengere consiguió regresar a su hogar, donde fue recibido como un héroe. Muchos habían logrado sostenerse durante los años de sufrimiento por el ejemplo inspirador de un hombre que no estuvo dispuesto a claudicar ante la maldad. Lo nombraron arzobispo para reemplazar a su amigo, Luwum, a quien habían asesinado por Amín.

Kivengere se volcó de lleno a masivas campañas de evangelización a lo largo y ancho del continente. Entendía que en África se había desatado una verdadera batalla espiritual que buscaba impedir que el reino de luz se instalara en el corazón de los hombres.

En 1988, luego de una prolongada batalla contra el cáncer, Kivengere fue llevado a la gloria. El legado de su ministerio ha sido una Iglesia que ha crecido notablemente en número y compromiso.

 

        Principios dignos de imitación

  • La iglesia está obligada a dejar en evidencia el mal mediante las buenas obras que practica. Su compromiso con los pobres, por ejemplo, exhibirá la indiferencia de los gobiernos y de los ricos hacia ese segmento de la población.
  • Las buenas obras de la Iglesia inevitablemente despertarán cuestionamientos, resistencia y persecución. Solamente el pueblo que está dispuesto a pagar el precio por seguir a Cristo permanecerá firme en sus propósitos.
  • No existe arma más poderosa contra el mal que el amor, ejemplificado en una actitud de perdón. La iglesia que encarne una vida de perdón y misericordia hacia el prójimo será la que logre el impacto más profundo en la vida de su comunidad, pueblo o nación.