por Christopher Shaw
El llamado principal en el ministerio es enteramente diferente a lo que pensamos.
«Si los encuentro ministrando, van a perder el trabajo» bromea un amigo, pastor de una congregación con varios ministros en su equipo pastoral.
La primera vez que oí la frase me quedé atónito, pues estaba hablando a sus líderes. No obstante, luego me explicó que es un tema sobre el que hace mucho hincapié a sus obreros: el ministerio tiene más que ver con la multiplicación que con el acaparar un espacio de servicio.
El pastor explica que a las personas que están en el ministerio «no se les paga por hacer el ministerio», una frase que muchas veces se escucha por allí. ¡A ellos se les paga por capacitar a otros para que hagan la obra del ministerio! La mayoría de las congregaciones están a la pesca de personas con talento que puedan sumar a su equipo. El interés de este pastor, sin embargo, no es sumar a nadie. Pero sí busca personas capaces de multiplicarse en otras; es decir, están interesadas en encontrar personas dispuestas a liberar el potencial en otras, no en desarrollar su propio potencial.
En esta congregación no se le da espacio a las estrellas ni a los llaneros solitarios. Es una congregación comprometida con el surgimiento de muchos obreros nuevos.
Ahora entiendo por qué amenaza con despedir a los que hacen el ministerio. Si el trabajo de un líder es reproducirse en nuevos obreros, entonces distraerse en el ministerio, en definitiva, no es efectivo. Tradicionalmente, sin embargo, los líderes ven el ministerio como la oportunidad de cultivar sus propios dones y servir a los demás. Esa visión no es de multiplicación, sino de suma, y es la razón por la que muchas congregaciones no crecen. En ellas el ministerio está afirmado en las manos de unos pocos.
Mi amigo explica que instalar esta perspectiva en la congregación no resultó fácil. El hábito de que los «profesionales» acaparen el trabajo del ministerio se ha arraigado profundamente en la perspectiva de muchos líderes. No obstante, con el paso del tiempo las personas dedicadas al ministerio comenzaron a entender que su principal función era ayudar a que surjan nuevos líderes. El resultado es que la congregación ha crecido de manera dramática en los últimos años.
Uno de los puntos en que los líderes experimentan la mayor resistencia a esta perspectiva es su propio sentido de valor. Muchas personas están en el ministerio porque las hace «sentir» valoradas e importantes. Para esta clase de líder pensar en invertir en el desarrollo de otros no resulta grato, pues sienten que perderán precisamente aquello que los hace sentirse necesarios. Cuando comienzan a ver cómo la Iglesia se beneficia de esta perspectiva, sin embargo, se entusiasman solos.
Se requiere una importante cuota de humildad para dejar que otros sean los reconocidos, que otros se lleven los laureles por los proyectos de la Iglesia. No obstante, la marca de un gran líder es su esfuerzo en liberar a otros para el ministerio. Este, precisamente, fue el proceder de Moisés, luego de escuchar a Jetro. Permitió el surgimiento de una multitud de nuevos colaboradores que lo ayudaron con la carga de pastorear al pueblo. Lejos de acabar él disminuido por semejante decisión, creció en estatura y efectividad ministerial.
Piense, por un instante, cuáles son los pasos que debe tomar, con su equipo, para pasar de hacedores del ministerio a capacitadores para el ministerio. A largo plazo, esta es una de las decisiones estratégicas de mayor peso que tomará. El día de mañana, conforme crezca su congregación, contará con un ejército de colaboradores que le acompañarán en la tarea de extender el Reino.
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