por Gabriele Rienas
La sabia administración de nuestros recursos requiere de que consideremos bien cada pedido que nos llega
PREGUNTA: Me siento agobiada por la abundancia de responsabilidades que debo cumplir, tanto en mi vida personal como en la iglesia. Muchas veces me siento exhausta y con poca alegría por el ministerio. No me agrada responder con no, sobre todo cuando soy capaz de hacer lo necesario; y creo que los hermanos esperan que aporte mi parte. En el último tiempo he cumplido mis tareas de mala gana. ¿Qué puedo hacer?
RESPUESTA: El problema que presenta esta pregunta es la tensión entre el manejo de su propia vida y el permitir que las necesidades sentidas y otras personas la manejen. Es cierto que la segunda opción consigue ofrecernos aprobación y admiración, sin embargo, nos prepara para el colapso y el desaliento.
Todos tenemos limitaciones. Nuestro tiempo, nuestra energía y la vitalidad son limitados. Cuando se sobrepasan estos límites, nuestra capacidad de funcionamiento se deteriora con rapidez. Imagínese una pequeña mesa en mi oficina en la que voy colocando todos los artículos que todavía no me siento preparada para guardar. Ese montón aumenta gradualmente conforme voy añadiendo pedazos de papel, libros, tazas de café vacías y toda clase de objetos. Si sigo agregando, sin tomar en cuenta lo que aguanta la mesa, con el tiempo se derrumbará. El colapso ocurre con rapidez y el desastre es un hecho.
Con frecuencia desatendemos nuestros límites personales, o peor aún, permitimos que otros determinen hasta dónde llegan. Cuando ocurre el colapso, por lo general nos sorprendemos y quedamos desconcertadas. Los efectos negativos alcanzan a sentirse tanto en el área espiritual, emocional, como física.
Responder con un no, en realidad, no tiene que ver tanto con negarse a las oportunidades como de dar prioridad a las responsabilidades. Cada vez que usted acepta una tarea que requiere su tiempo o atención, se limita en otro aspecto. Cuando acepta dejar todo a un lado para encontrarse con una persona en crisis, usted desiste de cualquier compromiso que haya adquirido antes de recibir la llamada telefónica. Usted puede estar negándose a almorzar con su familia o a pasar tiempo en quietud con el Señor. Dios requiere que tomemos decisiones sabias, considerando siempre el costo de cada compromiso.
Cada persona cuenta con una medida de vitalidad, energía, y resistencia. Parte importante de manejar su vida es comprender sus propios límites. Pregúntese: ¿Es factible para mí cumplir con esto? ¿Puedo responder que sí libremente porque creo que esto es la voluntad de Dios para mí? A la luz de otras responsabilidades que ya he adquirido, ¿cuán probable es que si la acepto afecte negativamente otras de las que ya soy responsable?
¿Pero qué de la necesidad? ¿Quién la cubrirá? ¿Qué de las personas en crisis? Si me niego, ¿qué pasará con ellas? ¿Qué si me rechazan por fallarles? Estas son preguntas convincentes. Si las consideramos desde un punto de vista estrecho, nuestra lógica podría ser: Esta persona tiene una necesidad. Me han pedido ayuda. Soy capaz de ofrecer ayuda (aunque me costará en otros aspectos). Por consiguiente, pareciera que la manera cristiana es responder positivamente a la necesidad.
El problema de esta lógica es que la convierte a usted en responsable del resultado. Yo sugeriría que este sentimiento bien pudiera ser orgullo expresado en una forma sutil. El pensamiento es: yo soy la solución para la necesidad de esta persona. Si yo no intervengo, la persona fracasará.
Ahora ensanchemos nuestra perspectiva y veamos las oportunidades del ministerio desde la perspectiva eterna: una persona padece una necesidad. Ella me ha pedido ayuda. ¿Qué me costará proporcionar esa ayuda? ¿Querrá Dios que acomode mi vida para incluir esta oportunidad en lo que él ya me ha llamado a hacer? Si es así, él me ayudará. Si no, él se hará responsable por la necesidad de la otra persona proporcionando otros medios. Esta manera de pensar la libra de la responsabilidad y requiere que Dios sea responsable del resultado.
La autora, ha sido esposa de pastor por más de veintiocho años y es consejera profesional; radica en Beaverton, Oregon. Es oradora en retiros y conferencias a nivel mundial.
Se tomó de Enrichment Journal, Verano de 2007. Se usa con permiso de la autora. Todos los derechos reservados por la autora.