por Jorge Mallone
Un ministerio que libera el potencial en otros exige una perspectiva diferente de nuestra vocación pastoral
Una amiga me llamó con un pedido sencillo: «Jorge, un pariente está hospitalizado y quería preguntarte si lo podías visitar».
Como pastor, creo que la visitación hospitalaria y consolar a personas en tiempos de enfermedad es importante. No obstante, en ese momento mis prioridades ministeriales se impusieron sobre la culpa. Echando mano de una cuota de valentía, sin perder la sensibilidad, le respondí: «Tú sabes que mi función es capacitarte para el ministerio, no cumplir tu trabajo del ministerio. Es tu responsabilidad visitar a tu pariente. Existen tres reglas con respecto a la visitación hospitalaria: 1) No te sientes en la cama. 2) No te quedes mucho tiempo. 3) Lee la Palabra y ora con la persona antes de irte. Cuando hayas llevado a cabo esta visita, llámame y con gusto te ayudaré a seguir creciendo en este ministerio».
Imagine cómo me sentí luego de esta conversación. Todo el día me pregunté si había procedido de la manera correcta. «¿Es esta mi excusa para la vagancia? ¿Para qué me pagan? ¿No son los pastores los que más frecuentan los hospitales durante los horarios de visitas?»
Luego de unas horas, sin embargo, comencé a pensar: «Mi compromiso a tiempo completo es con la formación de obreros. Es posible que mientras alcanzo esta meta lleguen a crearse algunas incomodidades momentáneas, pero, si amo a las personas, les enseño y confío en sus capacidades, algún día dejarán de ser creyentes “desempleados” y se convertirán en socios activos del ministerio».
Muchos pastores proclaman que creen en el sacerdocio universal de los creyentes, pero, en la práctica, confiesan el sola pastora (solamente el pastor sirve).
Al mirar la forma en que nos capacitan nuestros seminarios, esa práctica no ha de sorprendernos. La educación formal nos ha enviado con pocas herramientas. En homilética aprendimos a predicar. En educación cristiana aprendimos a enseñar. Pero nadie nos enseñó a capacitar.
En nuestra congregación hemos decidido poner el acento en la capacitación de los santos. Aún seguimos aprendiendo, pero hemos logrado interesantes avances. Le comparto algunos de los pasos que nos han ayudado a capacitar a las personas para que se involucren en el ministerio.
Cambio de perspectiva
Un ministerio que capacita exige que cambiemos nuestra perspectiva acerca del ministerio. Esta nueva manera de ver el servicio no debe experimentarla solamente el pastor, sino todos los que ya se han involucrado en algún servicio dentro de la congregación.
Redefina su rol
Comience a cambiar su óptica acerca de su trabajo pastoral: defínase a sí mismo como un pastor que capacita en lugar de uno que lleva adelante todo el ministerio. Considérese un pastor entre muchos pastores, y no como el pastor de una congregación. Necesitará expresar estas ideas desde el púlpito para que la gente comience a verlo con otros ojos. A la misma vez, afirme y anime la expresión de los dones que sus ovejas poseen. Aunque aún no estén capacitados, ayúdelos a verse como miembros útiles en el cuerpo de Cristo.
Diseñe estructuras apropiadas
De nada sirve exhortarlos a usar sus dones si no crea espacios en los que ellos puedan probarlos. Las estructuras de la iglesia, entonces, deben diseñarse para que todos los creyentes logren ministrar. Permítame un ejemplo.
Yo soy el maestro principal de la congregación. No obstante, creo que existen otros maestros y predicadores en nuestra congregación, y merecen una oportunidad para utilizar sus dones. Una de las maneras en que fomento este crecimiento es con el compromiso de predicar no más de 65% de los sermones. Los domingos restantes no los utilizo para viajar o predicar en otras congregaciones. Más bien escucho lo que tienen para compartir otras personas de la congregación a medida que aprenden a predicar. Esta práctica me exige escuchar con atención sus prédicas, formularles observaciones y pasar tiempo con ellos, para animarlos y corregirlos a fin de que sigan mejorando. También significa que invierto tiempo en conseguirles materiales y recursos para que cuenten con las herramientas necesarias a fin de que cumplan con fidelidad sus ministerios.
Conozca sus prioridades
Las prioridades en el ministerio pocas veces giran en torno a elegir entre lo malo y bueno. Más bien se refieren a escoger entre lo bueno y lo mejor. Hubiera sido muy bueno que visitara, por ejemplo, a esa persona en el hospital. Pero resultó mejor capacitar a otra persona para ese ministerio. Hubiera resultado mejor aún, si el tiempo lo permitiera, acompañar a esta persona en la visita en la que debía ministrar.
Es vital que mantengamos en claro nuestras prioridades para que consigamos ordenar nuestras decisiones ante las muchas oportunidades que enfrentamos. Cuando me llega un pedido, yo procuro responder a tres preguntas:
· ¿Alguien lograría cumplir mejor que yo esta tarea?
· ¿Existe la oportunidad de capacitar al solicitante en esta situación?
· ¿Encaja dentro de los objetivos y las metas que me he propuesto para el ministerio?
En algunas situaciones las necesidades pastorales me llevarán a ignorar estas preguntas, pero en la mayoría de los casos nuestras actividades ministeriales deben sujetarse a ellas.
Delegue con fe
Si las personas van a crecer mediante el uso de sus dones le urge entregarles oportunidades para ministrar. Por fe debemos creer que ellos son capaces de ministrar tan bien como nosotros. Cuanto más tiempo pasemos capacitando a otros, mayor será su confianza en sus capacidades de llevar a cabo el ministerio.
Conviértase en «dispensable»
Exigimos que los misioneros que trabajan en otros países sigan este objetivo, pero consideramos que nosotros estamos exentos de recorrer el mismo camino. El genuino crecimiento de la Iglesia no se refiere solamente a la multiplicación numérica, sino también a que más personas participen en el ministerio. Puede que pastorear siguiendo este concepto signifique que eventualmente deje la congregación para empezar una nueva obra.
Quedarse sin trabajo, sin embargo, implica una fuerte crisis de identidad. Más de un pastor se ha preguntado: «¿Cómo puedo yo crecer en el ministerio si continuamente me la paso obsequiando a otros oportunidades para ministrar? ¿Será que eventualmente me convertiré en innecesario?» Entiendo que estas son preguntas legítimas. En ocasiones yo también he luchado con ellas. Le aseguro, sin embargo, que un capacitador jamás se quedará sin oportunidades para seguir invirtiendo en otros. En lo que respecta a la crisis de identidad, esta será muy real. Pero se convertirá en tierra fértil para aprender el significado del servicio genuino. En últimas instancias, este camino no constituye una amenaza para la identidad, sino un medio para afianzarla.
Espere críticas
Un ministerio sólidamente comprometido con la capacitación de otros inevitablemente despertará algunos cuestionamientos. Es posible que usted no participe en cada evento social o reunión de comités. Una congregación que percibe al pastor en términos tradicionales no siempre se sentirá cómoda con la ausencia suya. Sea manso a la hora de responder a estas críticas, pero no abandone sus prioridades. Usted es un siervo de Cristo, llamado a servir en lo que él le ha pedido. No es esclavo de los deseos de las personas a las que intenta servir.
Conclusión
Quizás usted sienta que el camino por delante para incorporar este modelo resulte demasiado trabajoso. Si pasa tiempo con su gente, sin embargo, detectará que existe cierta fatiga en ellos, producto del rol que se les ha asignado. Este rol no exige otro compromiso más que sean fieles en asistir a las reuniones que usted ha programado. Dios, sin embargo, los llamó a mucho más que a esto. Su función en el pastorado no es otro servicio que colaborar con la emancipación del pueblo de Dios para que cada uno se inserte en un ministerio significativo.
El artículo se adaptó de “Developing an Eager Church”, Leadership 2004. Se usa con permiso. Todos los derechos reservados.