Poder para salir a flote

por Leonardo R. Hussey

El profeta Eliseo realizó diversos milagros durante su ministerio. Sin embargo, uno de los más «sencillos» puede ayudarlo a entender hermosas verdades del Señor. Venga y junto con el autor descubra las increíbles enseñanzas que varios hombres aprendieron hace miles de años y, sin embargo, son válidas para el nuevo milenio.

2 Reyes 6.1–7

Este sencillo relato aparece como un incidente menor en la vida de Eliseo y quizá lo eclipsaron dos historias mucho más dramáticas como lo fueron la sanidad de Naamán y la ceguera del ejército sirio. El milagro de un hacha de hierro que flota en el agua, nos introduce en algunos aspectos adicionales de la vida comunal de los profetas y de la actitud de Eliseo hacia ellos. Además, estos aspectos adicionales son grandes lecciones para nosotros.

El grupo de profetas que propone un cambio de domicilio para su «seminario» es probablemente el que estaba radicado en Gilgal, pues allí se encontraba Eliseo según 2 Reyes 4.38. Además, Gilgal estaba relativamente cerca del río Jordán (unos 3 km. del lugar donde ellos proponían levantar un nuevo edificio). El argumento utilizado para el cambio era que el lugar que ocupaban en Gilgal les resultaba estrecho.

Sin duda, cualquiera fuese el lugar de residencia de Eliseo, sería natural que muchos de los «hijos de los profetas» se congregaran para recibir su instrucción, su consejo, y el beneficio de sus oraciones. Los milagros que realizaba Eliseo atraían la atención de muchos y la reciente cura milagrosa de la lepra de Naamán debe haber tenido gran resonancia nacional. Por un lado, por tratarse del general de un ejército enemigo y por otro porque, a pesar de haber muchos leprosos en Israel, ninguno de ellos había sido objeto de un milagro de sanidad tan notable (Lc 4.27).

La severidad del castigo sobre Giezi a quien se le pegó la lepra de Naamán, sin duda se divulgó en la comunidad y seguramente él fue excluido de la misma. Este hecho habrá provocado temor reverencial y renovados votos de dedicación al Señor por parte de otros miembros. Además, es muy probable que el impacto de estos hechos recientes haya resultado en un mayor interés por los asuntos de Dios. También pudo haber generado un despertar espiritual en algunos jóvenes que decidieron unirse a la comunidad de los profetas estudiantes donde residía Eliseo, su principal protagonista. Ante este crecimiento numérico se vieron impulsados a compartir su preocupación de que el espacio que disponían ya les resultaba insuficiente: «El lugar en que moramos contigo nos es estrecho» (6.1).



Cuando en nuestro servicio al Señor se nos presenta un problema de esta índole, aunque impone más trabajo y requiere de mayores recursos, es siempre un motivo de gozo y gratitud. Ya sea que se trate de un centro de capacitación teológica o sencillamente en un lugar donde los piadosos se reúnen para adorar a Dios y para su mutua edificación, si el espacio se torna insuficiente es señal de que el Señor está extendiendo su mano de bendición para alcanzar y cambiar a más personas para su gloria. Así lo fue para este grupo de discípulos de Eliseo.

Consideremos, pues, el plan propuesto y el inesperado incidente del hacha que fue puesta a flote . Examinaremos primero lo que la Escritura nos dice acerca de los hijos de los profetas y luego acerca del padre de los profetas.

Acerca de los hijos de los Profetas

El enfoque de los profetas estudiantes nos sugiere que eran pobres y de escasos recursos. Sin embargo, la pobreza no debía ser un impedimento para el avance del ministerio profético. No podían contratar constructores que se encargaran de la tarea y en su humildad no pensaron en un edificio de piedras labradas, sino que se conformaban con una sencilla cabaña de madera. En tales circunstancias se habían propuesto hacer el trabajo ellos mismos: «Hagamos un lugar en que habitemos», y para eso tuvieron que pedir herramientas prestadas (6.5b)

Quizá uno de los aspectos más atractivos del proyecto es que todos iban a trabajar: «Tomemos… cada uno una viga y hagamos…» (6.2). Existe un hermoso paralelo de este propósito en el capítulo 3 del libro de Nehemías. Este pasaje relata que hombres y mujeres, familias enteras, sacerdotes y levitas y toda suerte de artesanos trabajaron mancomunadamente en la reconstrucción del muro de Jerusalén. Nehemías les exhortó: «Venid, y edifiquemos…» y ellos respondieron: «Levantémonos y edifiquemos…» (Neh 2.17,18). Todo llamado a la obra es un llamado a construir y nada mejor para producir un espíritu de unidad y compañerismo que trabajar esforzadamente (con transpiración y cansancio, si fuere necesario) en un proyecto junto con otros hermanos.

En el Nuevo Testamento esta verdad cobra mayor alcance pues se aplica a la Iglesia de Cristo como si fuera un edificio en construcción. El apóstol Pablo nos dice que somos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor» (Ef 2.20,21). Para realizar esta construcción, «él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros… para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4.11,12). Según el apóstol Pedro este edificio está compuesto por «piedras vivas» (nosotros) que somos «edificados como casa espiritual» para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pe 2.5). Además, en este edificio, «cada uno» debe mirar cómo sobreedifica (1 Co 3.10).

Otra nota destacada es que los discípulos le rogaron a Eliseo que él los acompañara y esta fue una demostración de respeto y aprecio, pues no querían construir sin su consentimiento. Es bueno no confiar demasiado en nuestro propio juicio o criterio, sino buscar también el consejo y la sabiduría de otras personas de mayor experiencia. Pero no sólo deseaban su consejo, sino también querían disfrutar de su compañía y quizá aun esperaban que él supervisara el buen orden de todo el proyecto. Los buenos discípulos siempre buscarán estar bajo buena disciplina.

Uno de ellos, quizá no muy experimentado en la profesión de leñador, pegó muy fuerte con el hacha y se le escapó de las manos, y esta cayó al agua. Llama la atención su honestidad pues no se excusó diciendo: «La cabeza estaba floja y se salió», o: «Bueno, cualquiera puede tener un contratiempo como este», sino que gritó: «¡Ah Señor mío, era prestada!». Es bueno tomar tanto o más cuidado con lo prestado que con lo nuestro pues esto denota un agudo sentido de responsabilidad. El Señor nos enseñó que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y una lógica forma de expresar nuestro amor es cuidando los bienes de ellos.

Acerca del padre de los profetas

Cuando Eliseo fue invitado a acompañar a los discípulos en este programa, aceptó con brevedad y presteza. Al ruego de ellos respondió: «Yo iré», y el texto agrega: «Se fue pues con ellos» (6.3,4). Lo hizo sin demora, y esto refleja un rasgo condescendiente en su carácter. No consideró un agravio a su investidura ir a los bosques y compartir con gente más joven la vida rudimentaria a la intemperie. Tampoco pensó que ser partícipe de un proyecto de trabajo manual le restaría prestigio. De hecho, él mismo empuñó un hacha y cortó un palo (6.6). La grandeza de un hombre espiritual se hace patente cuando, en forma natural, puede identificarse con personas más humildes o de rango inferior. ¡Seguramente se sentía mucho más a gusto con ellos que en la corte del rey Joram! Es también interesante recordar que sus años de labrador en Abel-mehola le habrían proporcionado valiosa experiencia de trabajo manual que en esta instancia resultaría útil para supervisar en forma práctica la nueva faena emprendedora..

Lo más llamativo del pasaje es la caída del hacha (probablemente la cabeza de la herramienta) en el río Jordán y la forma tan sencilla en que Eliseo la puso a flote en contra de las leyes físicas de la naturaleza. El peso específico del hierro es 7,84 veces mayor que el peso del agua y, por lo tanto, la fuerza de la gravedad hace que se hunda en el fondo del río. Pero el Dios de Eliseo, que creó la naturaleza, no está atado a las leyes de la misma, y puede otorgar a su siervo el poder para revertir los valores y aligerar el peso del hierro. El hombre, creado por Dios, mediante métodos científico-técnicos, logra producir agua pesada para uso en reactores nucleares. Cuánto más con su ayuda puede producir un hierro liviano que flote en el agua, para resolver el dilema de un siervo suyo.

Nada escapa a la omnisciencia y omnipotencia del Señor, y su siervo, con tan solo un poco de fe en un gran Dios, puso a flote de una manera casi infantil el hacha. Para ello Eliseo no empleó el mango del hacha sumergida ni se embarcó en una ceremonia aparatosa, sino que cortó «un palo» y lo sumergió en el lugar donde había caído el hacha, como señal de una orden divina para que saliera a flote. No se nos explica cómo se realizó el fenómeno sino sencillamente que «hizo flotar el hierro». Entre líneas debemos leer que Eliseo estaba ejercitando fe al hacerlo. En el capítulo 11 de Hebreos, el autor presenta un cuadro con la galería de los héroes de la fe y en el v. 34 dice que los profetas, por fe, realizaron notables proezas. Este incidente, sin duda alguna, debe estar incluido entre esos grandes actos de fe.

Cuando el hierro ya flotaba y estaba visible, Eliseo le dijo al discípulo que lo sacara del agua (6.7). El discípulo «extendió la mano y lo tomó». Esta sencilla conclusión del relato nos recuerda que en todo milagro hay una función divina y otra humana. Hay ciertas cosas que, para nosotros, son imposibles de realizar y de las cuales Dios se encarga. Sin embargo, una vez que el hierro estaba visible sobre el agua, no era responsabilidad ni de Dios, ni de Eliseo, el extraerlo del agua. Esto era algo que el discípulo podía y debía hacer. Si observamos con detenimiento los diversos milagros que realizó Jesús vamos a encontrar siempre estas dos funciones. Por una parte, la acción divina o providencial y por la otra, las responsabilidades de la persona que debe hacer su parte. Por ejemplo, Jesús multiplicó los panes pero los discípulos debían repartirlos; le devolvió la vida a Lázaro, pero sus allegados debían desatar sus mortajas y devolverle libertad de movimientos. En síntesis, Dios no hará por nosotros lo que nosotros mismos podemos hacer.

Al traer este relato a nuestros tiempos, podemos afirmar con toda convicción que la gracia de Dios puede levantar un corazón duro y frío como el hierro, hundido en el fango del mundo actual. Puede elevar sus afectos para interesarse en las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios y así hallar su profunda satisfacción y una gloriosa esperanza. ¡Millones y millones de nosotros, seres humanos, hemos estado sumergidos en delitos y pecados, pero nuestro Señor, el gran Salvavidas, nos ha puesto de nuevo a flote y nos ha sentado «en los lugares celestiales con Cristo Jesús»! (Ef 2.6).

Tomado y adaptado del libro El profeta Eliseo, Leonardo Hussey, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002. ¿Interesado en este libro? ¿Desea más información? Haga click AQUÍ y descubra cómo puede obtenerlo.