Luis no! Las ensenanzas de un juego maravilloso…

por Miguel Wayne

Rechazar a otros porque son diferentes es una de las actitudes más comunes y vergonzosas del ser humano. Cómo enseñar principios que ayuden a despojar dicha actitud es una tarea fundamental para la formación del carácter. Esta historia ficticia es un excelente recurso para la reflexión y exhortación sobre el tema.

Tarde o temprano tenía que suceder, porque uno no puede mantener en secreto un juguete tan, pero tan especial. Rómulo Benítez tenía uno, pero no pretendia de que Jairo y Elena, sus hijos, lo mantuvieran en secreto. Rómulo trabajaba para una compañía que hace computadoras, y quiso darles a sus hijos un regalo muy especial.


Cuando llamó a los chicos a la sala principal de la casa, estos vieron una computadora corriente, con su teclado y pantalla. Al lado había una caja alta de metal gris, cubierta de filas de luces coloridas, centellando y brillando. Más allá se encontraban otros tres aparatos, los que parecían proyectores de cine.


«Este es el Discovery 3», dijo el papá. «Me parece que les va a encantar lo que hace».


Era difícil de explicar con palabras, por lo que Rómulo les mostró a los niños cómo funcionaba esa rareza. Usando el teclado, escribió en la computadora L-U-C-A-S-2 y luego apretó un botón. El centro de la sala, donde los rayos de luz de los proyectores se encontraban, comenzó a brillar. Y con un raro destello, apareció una imagen.


Pero era más que una imagen. Era gente. Y animales. Y parecían reales. Era la historia bíblica sobre el nacimiento de Jesús, y parecía como si uno pudiera tocar al niño Jesús en la pequeña cuna de paja.


«Es como si estuviéramos realmente allí», dijo Jairo.


De alguna manera, cuando Elena, Jairo y sus amigos caminaron dentro del rayo de luz, «entraron» en tierras bíblicas. Ellos podían caminar por la costa del Mar de Galilea, y con su imaginación ya parecían oler pescado y treparse a un árbol con Zaqueo. Vieron a Jesús alimentando a toda la gente y caminando sobre el agua. Escuchaban a la gente gritando, riéndose y murmurando.


No pasaron muchos días en que ambos hermanos formaron el Club del Discovery, y en el primer día, el club tuvo entre sus miembros a seis niños de la cuadra. Cada aventura los llevaba a nuevos descubrimientos acerca de Dios.


Pero ahora había otro niño que quería unirse al club.


—¡Luis no! —dijo Cristóbal.


—¿Luis? —preguntó Sara.


—Sí, Luis. Él quisiera entrar en el club —dijo Jairo.


Los niños estaban reunidos en el salón de juegos del subsuelo de la casa de Elena el sábado por la mañana.


—Es que nos escuchó hablando del Club a Cristóbal y a mí, y me preguntó: «¿Qué es un club del Discovery?», por lo que le conté.


—Pero… Luis es tan raro—, dijo Sara.


—¿Recuerdas lo que hizo el verano pasado, Elena?


—¿Cómo podría olvidarlo?


—¿Qué sucedió? —preguntó Juan.


—Elizabeth, Elena y yo fuimos hasta el parque en bicicleta —dijo Sara. Y mientras jugábamos en la cancha, Luis pinchó las ruedas de nuestras bicicletas, y colocó esa cosa verde y resbaladiza en los asientos y manubrios.


—¡Qué buena idea! —dijo Juan. Todos los muchachos estaban riéndose.


—¡Fue horrible! —dijo Sara.


—Eso no es nada. Tendrían que haberlo visto en la escuela la semana pasada —agregó Cristóbal.


—Luis estaba tirándonos piedritas a Pablo, Andrés y a mí en la cafetería. Por lo que fui a decirle a la señorita Larreta, y ella le gritó a Luis que parara. Luego ella fue a decírselo a la directora. Entonces la directora vino hasta donde estábamos y nos dijo que debíamos ayudar a Luis a limpiar el lío que había hecho. Y no sólo eso, después tendríamos que limpiar todas las mesas y sillas de la cafetería. Y todo por culpa de Luis.


—Sin embargo, creo que debemos pensar en dejarlo entrar en el grupo —dijo Jairo. —¿Quién le va a decir que no puede unírsenos? ¿Yo?, pues no. Yo no quiero ser el que tenga que decírselo.


—Llevémoslo a votación —sugirió Elena.


—Buena idea —dijo Cristóbal.


—Quien quiera dejar entrar a Luis en el club del Descubrimiento, que levante su mano.


Nadie levantó la mano.


—Bien. Los que no quieren que entre, levanten la mano.


Cristóbal, Sara, Elizabeth y Elena levantaron sus manos.


—Cuatro a cero. Pierde Luis —sentenció Cristóbal.


—Esperen un minuto —dijo Jairo. —¿Qué le voy a decir? Sé que es un poco raro, pero, ¿por qué no puede entrar?


—Porque no queremos que entre —dijo Cristóbal.


—Pero formamos este grupo para que pudiéramos descubrir a Dios. Todos precisan conocer a Dios. ¿No es eso lo que Jesús quiere? Esa fue nuestra última aventura del Discovery 3.


Todos los niños permanecieron en silencio.


—¿Qué haría Jesús —dijo Elena. Preguntémosle a mi padre.


Los niños corrieron arriba a contarle a Rómulo sobre Luis.


—¿Qué deberíamos hacer, papá? —preguntó Elena.


—Me parece que lo mejor sería que le pregunten al Discovery —dijo él. —Permítanme buscar mi Biblia.


Una vez que se encontraban en el subsuelo nuevamente, los niños observaron cómo Rómulo ingresaba L-U-C-A-S-15.1-10 en el Discovery 3.


—¿Listos? —preguntó.


—¡Estamos! —dijeron todos.


Formaron fila a corta distancia del rayo de luz, y al contar tres, pisaron dentro de la imagen.


Los niños estaban parados cerca de una gran multitud de gente.


—Jesús debe estar por ahí en algún lugar—, dijo Elizabeth.


Trataron de escuchar la voz de Jesús, pero todo lo que podían oír, era a la gente murmurándose los unos a los otros.


—Este hombre acoge a los pecadores.


—Y come con ellos.


—¿Cómo puede ser que sea enviado por Dios?


Los niños encontraron a Jesús en medio de la multitud, justo cuando comenzaba a contar una historia:


«¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? —, se escuchó decir a Jesús, para agregar: —Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: «Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido». Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.


«¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?


Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: «Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido».


«Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».


La imagen del Discovery 3 se desvaneció y los niños se encontraron nuevamente en el subsuelo de la casa de Elena.


—No lo entiendo, señor Benítez —dijo Cristóbal. —¿Qué es lo que tienen que ver las ovejas y las monedas con permitir que Luis entre en el club del Descubrimiento?


—¡Yo sé, yo sé —gritó Elena. —Todas las ovejas eran importantes para el pastor y cada moneda era importante para la mujer, así como todas las personas son importantes para Dios. ¿No es así?


—Ese es el tema central de la historia —dijo el señor Benítez.


—Eso es lo que yo me temía —dijo Sara. —Aun Luis es importante para Dios, y precisa conocer a Jesús, también.


—Luis es como aquella oveja perdida —,dijo Elizabeth.


—Algunas veces quisiera que Luis se perdiera por ahí —dijo Cristóbal.


—Cristóbal, ¿por qué no votamos de nuevo? —dijo Jairo. —Todos los que estén a favor de dejar que Luis entre en el club, levanten sus manos.


Jairo, Juan y Elizabeth levantaron sus manos. Elena miró a Sara. Sara miró a Cristóbal. Cuando Elena levantó su mano, los otros dos también lo hicieron. El Club se fue haciendo cada vez más grande.

© Moody Monthly, 1987. Usado con permiso.  Los Temas de la Vida Cristiana, volumen II, número 5, todos los derechos reservados.