Más allá de la actividad

por Helmut Thielicke

La persona que ha comprendido el misterio de la semilla y, como el sembrador de la parábola, va y hace su parte, y luego encomienda los campos a Dios y en su nombre se acuesta a descansar, esa persona está haciendo no sólo lo que es más agradable a Dios sino lo que es más sabio…

Un día, cuando estemos ante el trono de Dios y miremos hacia atrás, quizás digamos con asombro y sorpresa: «Si me hubiera imaginado cuando estaba ante la tumba de mis seres queridos y parecía que el mundo se había acabado; si me hubiera imaginado cuando vi el espectro de la guerra atómica agazapándose sobre nosotros; si me hubiera imaginado cuando me enfrenté a una reclusión sin sentido o una enfermedad maligna; si me hubiera imaginado que Dios simplemente estaba llevando a cabo su plan a través de todas esas aflicciones, que en medio de mis angustias, problemas y desesperación la cosecha de Dios estaba completándose y que todo estaba avanzando hacia el glorioso día final. Si lo hubiera sabido habría tenido más calma y más fe. Sí, y habría estado más alegre y mucho más tranquilo.»


Si queremos un ejemplo de cómo funciona esto en la vida de una persona, sólo tenemos que mirar al Señor Jesús. Habrá tenido tremendas presiones internas que podrían haberlo llevado a actividad vertiginosa, agitada y explosiva. ¿Acaso no debía comenzar a actuar inmediatamente, a ganar a la gente, a realizar planes estratégicos para evangelizar al mundo, a trabajar, trabajar, trabajar con ardor y sin descanso, antes que llegara la noche cuando nadie puede trabajar? Así nos imaginaríamos la vida terrenal del Hijo de Dios, si pensáramos en él desde la perspectiva humana.


¡Pero cuán totalmente distinta fue la vida de Jesús! Aunque llevaba sobre sus hombros la pesada carga de todo el mundo; aunque Corinto, Éfeso y Atenas, y continentes enteros con toda su desesperada necesidad estaban muy cerca de su corazón; aunque el sufrimiento y el pecado eran realidades en el hogar, las calles, palacios y barrios pobres, y sólo el Hijo de Dios podía verlo, aunque esta miseria e inmensa desdicha clamaban pidiendo un médico, él hace tiempo para detenerse y hablarle a un individuo en forma personal.


Él se asocia con publicanos, viudas solitarias y prostitutas despreciadas; él vive entre los parias de la sociedad, pugnando por ganar el alma de las personas. No parece preocuparle que esta gente no es estratégicamente importante, que no tiene prominencia, que no son figuras clave sino desafortunados y perdidos hijos del Padre celestial. Él parece ignorar con una soberana indiferencia las así llamadas perspectivas históricas mundiales de su propia misión cuando de por medio hay un mendigo insignificante, ciego y maloliente, este «don nadie» que, sin embargo, es tan querido al corazón de Dios y debe ser salvado.


Porque Jesús sabe que él debe servir a su prójimo (literalmente, aquel que en este momento está más cerca), con confianza puede dejar en manos de su Padre aquellas cosas más remotas, las grandes perspectivas. Porque es obediente en su pequeño rincón de los alrededores tan rústicos de Nazaret y Belén, él se permite ser parte de un gran mosaico, de un diseño cuyo artífice es Dios. Por esa razón tiene tiempo para dedicarle a la gente; porque todo el tiempo está en manos de su Padre. Y por esta razón, también, él transmite paz y no intranquilidad. Porque la finalidad de Dios ya se extiende por el mundo como un arco iris, él no necesita crear el arco iris sino caminar bajo él.



La intimidad con el Padre, base de poder

De modo que, porque Jesús sabe todas las cosas, porque sabe cuál será el resultado del crecimiento y la cosecha, las palabras que salen de su boca no son discursos propagandísticos preparados y con táctica. La propaganda comercial de los hombres, aun cuando se haga pasar por un tipo de evangelismo y se convierta en un proyecto de la iglesia, siempre se basa en la idea detestable de que el éxito y el fracaso, los frutos y la cosecha dependen de nuestra actividad humana, de nuestra imaginación, energía e inteligencia. Por lo tanto, la iglesia también debe guardarse de convertirse en una empresa ocupada, y los pastores y líderes deben cuidarse de no convertirse en administradores religiosos carentes de poder y secos en lo que se refiere a sustancia espiritual.


Jesús no es un propagandista. Hay un hecho que lo demuestra: para él, más importante que hablarle a los hombres, es hablarle a su Padre en oración, no importa lo numerosas que sean las multitudes a su alrededor. Cuando uno cree que es momento de que él aproveche la oportunidad, de que entre en acción mientras las masas siguen vehementes y febriles, listas para moldearlas de acuerdo a su propósito, Jesús «pasa en medio de ellos» y se retira al silencio de la comunión con el Padre.


¿Por qué razón él hablaba con autoridad, y los escribas y fariseos no? ¿Acaso porque tenía el don de la retórica, porque era un orador dinámico? No; hablaba con tal poder porque primero había hablado con el Padre. Él descansó y confió en el Dios de la eternidad, y por lo tanto irrumpió en el tiempo con poder infinito. Por eso él constituye una alteración y un disturbio para el tiempo humano. Él vivía en comunión con Dios; por eso sus palabras a los hombres se convierten en un evento de juicio y gracia del que nadie puede escapar.


El hablar poderoso de Jesús deriva del poder de su vida de oración; y la razón por la que ora con tanta diligencia y le da a su Padre las mejores horas del día, es que él sabe que descansa en el Dios de la eternidad. No es que no suceda nada sino que haciendo esto él le está dando lugar al Espíritu de Dios; y Dios obra y la semilla crece. ¡Ay de la nerviosa actividad de aquellos que tienen poca fe! ¡Ay de la ansiedad y las ocupaciones de aquellos que no oran!


Lutero dijo en cierta ocasión: «Mientras bebo mi pequeño vaso de cerveza, el evangelio sigue su curso». Esa expresión es la más refinada y alentadora que haya escuchado acerca de la cerveza. La conversión de un hombre no es algo que puede producirse. La nueva vida comienza permitiendo que Dios obre. De manera que Lutero con alegría y confianza puede bajar del púlpito; no necesita continuar clamando, hablando a gritos por el país. Calladamente puede beber su pequeño vaso de cerveza y confiar en Dios. «A su amado dará Dios el sueño».


Hoy la mayoría de las veces no pecamos por ser desobedientes y por hacer poco. Al contrario, debemos preguntarnos si somos capaces de permanecer inactivos en el nombre de Dios. Créame, podemos servir a Dios y adorarlo sin hacer nada al menos por una vez, y alejándonos de esta eterna ansia de actividad y productividad.



La adoración, base para la quietud

Tal vez alguno de ustedes diga: «Puede que sea verdad, pero ¿qué hago para lograr esta despreocupación con la cual dejar de ser controlado por una actividad febril, permitiendo que Dios sea quien obre?» Después de todo, éste es el problema. ¿Cómo podemos lograr esta tranquilidad?


Hay cosas que no pueden apreciarse simplemente entendiéndolas con la mente; hay que ponerlas en práctica. Por ejemplo, tal vez yo haya escuchado un concierto de piano de música de Mozart y tenga una clara comprensión de la estructura musical. Tal vez hasta haya sondeado sus profundidades espirituales intuitiva o intelectualmente; pero sin embargo, estoy muy lejos de poder ejecutar este concierto para piano porque no lo he practicado.


De la misma manera, es posible que yo haya entendido el misterio de la semilla que crece en forma misteriosa (Mr. 4:26-34), y que, sin embargo, no permita que la semilla de Dios crezca en mi vida. Sé perfectamente que ahora debiera beber mi pequeño vaso de cerveza, que debiera tener la suficiente confianza como para desconectar los engranajes y relajarme. Pero no puedo hacerlo. No puedo encontrar el interruptor con el que apagar y detener mi propia actividad y mi deseo compulsivo de hacerlo todo yo.


Es por ello que quisiera recomendar una pequeña receta, aun cuando las recetas siempre son un poco sospechosas, ya que dan la impresión de que hay ciertos trucos, ciertas formas de entrenamiento con lo cual uno puede aprender el arte de la fe. ¡Como si la fe fuera un «arte»! La fe es simplemente estar en calma y tener un corazón abierto cuando Dios está hablando, estar en calma cuando Dios está obrando. Lo que diré, entonces, sólo es aplicable a esta callada receptividad. O para decirlo de otra manera, lo sugiero sólo para que dejemos de ser el centro de atención y dejemos de imponernos cuando Dios quiere encender su luz e iluminarnos.


Cuando estamos sentados en un tren, en un ómnibus, o en el asiento trasero de nuestro automóvil, cuando el teléfono se ha silenciado un momento y las secretarias y las agendas de actividades han desaparecido por un rato, debemos tratar, al menos una vez, de no tomar el periódico ni la próxima carpeta sobre nuestro escritorio ni ninguna perilla, sea de la radio o del equipo de música. Es entonces que debemos tratar de respirar hondamente y decir: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Esto ofrecerá cierta distancia de las cosas, y dará paz.


Luego, entonces, podemos continuar y meditar en estas palabras. Gloria «al Padre». Esto significa: Gloria sea a quien me ha conducido hasta este momento en mi día de trabajo, quien me ha encomendado a mis compañeros de trabajo, y quien, de últimas, es quien toma las decisiones finales en lo que respecta a cada decisión que debo tomar ahora.


Gloria «al Hijo». El Hijo es Jesucristo, quien murió por mí. ¿Me atrevo acaso yo, por quien él sufrió tanto y para quien abrió las puertas del cielo, me atrevo a continuar malgastando mi vida con insignificancias y frivolidades? ¿Acaso lo único que en verdad es necesario no debiera estar constantemente en mi mente, y no debiera eso poner en evidencia la importancia relativa de estas muchas cosas que hago? ¿Para quién murió Cristo? ¿Para qué murió? ¿Para mi caja registradora, para el ojo avizor del jefe a quien debo complacer, para mi televisión o para otras trivialidades por el estilo? ¿Acaso no murió por quien está a mi lado luchando con cargas en su vida, o por mis hijos a quienes veo tan poco? Y en cuanto a los hijos, ¿murió Cristo por su comida y vestido o por sus almas, almas que prácticamente no conozco en razón de las «muchas cosas» que se interponen entre mí y el alma de mis hijos?


Gloria «al Espíritu Santo». Tengo sentimientos, corazón e imaginación. Soy cuerpo, alma y espíritu. ¿Pero tengo acaso momentos de quietud y dejo que Dios me llene de su Espíritu y me guíe para que mis prioridades sean correctas?


Así «como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos». Aquí estamos protegidos por los brazos eternos, rodeados por el arco iris de una fidelidad en que podemos confiar, cimentada en un fundamento que las arenas movedizas de la rutina diaria nunca pueden ofrecer.


Si realizamos este pequeño ejercicio repetidamente, pronto descubriremos que no son meras palabras místicas e incoherentes, y mucho menos un viaje interior con el cual escapar de las actividades diarias. No, sino que volveremos a nuestras tareas sintiéndonos renovados y renovadamente realistas, porque sabremos cómo distinguir lo que es grande de lo pequeño, lo verdadero de lo falso. Los fanáticos que creen que el hombre puede hacerlo todo, en realidad en el fondo son necios. No son personas realistas, a pesar de tener la mirada fría y calculadora de quienes se remiten a los hechos.


Pero la persona que ha comprendido el misterio de la semilla que crece secretamente y, como el sembrador de la parábola, va y hace su parte en la labor, y luego encomienda los campos a Dios y en el nombre de Dios se acuesta a descansar, esa persona está haciendo no sólo lo que es más agradable a Dios sino lo que es más sabio. La piedad y la sabiduría están mucho más íntimamente relacionadas de lo que imagina nuestra filosofía y la pretendida sabiduría de los que administran el tiempo en términos terrenales. AP

Artículo traducido por Leticia Calcada. Apuntes Pastorales Volumen XIV – número 2 , todos los derechos reservados.