Lectura comprensiva de la Biblia Segunda Parte

por Samuel Marcano

La tarea del intérprete es ardua y delicada, no nos engañemos. El hecho de que podemos contar con la ayuda del Espíritu Santo no nos exime de la responsabilidad de estudiar seriamente el texto bíblico. En ese sentido, es necesario establecer algunas pautas generales que nos permitan sustentar el trabajo de la interpretación bíblica. Las pautas que se ofrecen en este artículo tienen la idea de proveer dirección básica a la tarea del intérprete y no deben ser consideradas necesariamente como un método o sistema de interpretación; son simples sugerencias.

Consideraciones generales



Imagine a un forense que lleva horas analizando los tejidos de un cadáver para establecer la razón exacta de su fallecimiento y que de pronto ve al supuesto cadáver incorporarse y decirle: ¡Tranquilo, amigo!, te ahorraré trabajo diciéndote que mi muerte se produjo por haber sido mordido por una coral venenosa… y enseguida vuelve a su lugar. Tal escena sólo cabría en nuestra imaginación, pero nos ayuda a entender el hecho de que la interpretación bíblica es como la tarea de este forense: debemos examinar con mucho cuidado cada parte del texto bíblico para establecer con la mayor precisión posible lo que quiso decir el autor de ese texto. Al mismo tiempo, quien inspiró a ese autor no está muerto; vive y puede ayudarnos a entender sus pensamientos. Esa es la gran paradoja de la interpretación bíblica. Analizamos un escrito de Pablo, muerto hace ya casi dos mil años, y por otro lado contamos con la iluminación del Espíritu Santo, que inspiró a Pablo y nos puede ayudar a establecer lo que Pablo quiso decir. ¡Qué maravillosa paradoja!




La tarea del intérprete es ardua y delicada, no nos engañemos. El hecho de que podemos contar con la ayuda del Espíritu Santo no nos exime de la responsabilidad de estudiar seriamente el texto bíblico. En ese sentido, es necesario establecer algunas pautas generales que nos permitan sustentar el trabajo de la interpretación bíblica. Estas pautas tienen la idea de proveer dirección básica a la tarea del intérprete y no deben ser consideradas necesariamente como un método o sistema de interpretación; son simples sugerencias.




Consideremos primero algunas actitudes que debe tener toda persona que se acerca a la Biblia para interpretarla. Aunque la Biblia es literatura, no es cualquier literatura. Es cierto que debemos tomar en cuenta los distintos aportes que puedan darnos las ciencias del análisis literario, pero la singularidad de la Biblia como Palabra de Dios hace necesario que, en cierta manera, establezcamos pautas muy especiales para su estudio. Leemos a Cervantes o Shakespeare de una manera muy diferente a cómo leemos el Evangelio de Juan o la carta de Pablo a los Romanos. Por eso es necesario que toda persona que se acerca a la Biblia asuma que:



1. Dios se ha revelado a través de la Biblia.



La Biblia es básicamente el libro de Dios. Hay un precioso misterio en esto. Dios reveló su plan a los hombres y los inspiró para que ellos lo pusieran por escrito (2 Ti. 3:16; 2 P. 1:20, 21). Así que podemos afirmar con toda confianza que la Biblia es exactamente lo que Dios quiere que sepamos y que fue escrita en forma tal que podamos entenderla.



2. Debemos depender de Dios para interpretar la Biblia.



Si la Biblia es el libro de Dios, entonces es Él quien en última instancia puede indicarnos su significado. Fue el Espíritu Santo quien inspiró a los escritores (2 P. 1:21), y es ese mismo Espíritu quien puede traer a nuestro entendimiento especial comprensión de lo que quiso revelar. Nuestra petición debe ser como la del salmista: “Abre mis ojos para que vea las maravillas de tu Ley” (Sal. 119:18). Esta dependencia de Dios debe manifestarse básicamente en una vida de oración (no un tiempo breve antes de leer la Biblia) y una profunda meditación en la Palabra de Dios (Sal. 119:97).



3. Debemos ser humildes para reconocer que nuestra interpretación no es necesariamente la correcta.



La interpretación es el esfuerzo del lector por comprender el sentido que el autor quiso dar a su obra. Toda interpretación corre el riesgo de no reproducir exactamente esta intención. Muchas veces es más fácil decidir sobre lo que no quiso decir un autor que sobre lo que realmente quiso decir. Cuando nos acercamos a la Biblia debemos tener siempre presente que nuestra interpretación es un acercamiento falible (puede estar equivocado) y, por lo tanto, no es definitivo ni final. Debemos aceptar otras interpretaciones posibles siempre y cuando tengan sentido, coherencia y consistencia.



El proceso de interpretación se sustenta en principios o pautas. Una de estas pautas tiene que ver con la perspectiva con la cual nos debemos acercar a la Biblia y señala que:


DEBEMOS MANTENER UNA PERSPECTIVA GLOBAL Y NO SÓLO PARTICULAR DEL TEXTO BÍBLICO. Una de las dificultades en el proceso interpretativo es el equilibrio que debe mantenerse entre el análisis del texto en profundidad y al mismo tiempo en proyección longitudinal (profundizar lo más que podamos en un texto particular sin perder de vista toda la Biblia en general). Imagine que usted recibe una novela y se le pide que haga un análisis de ella. Usted se dirige al capítulo final de la novela y después de leer dos o tres párrafos entonces elabora su análisis. Es ilógico e incomprensible. Sin embargo, eso hacemos frecuentemente con la Biblia. Queremos explicar lo que significa la expresión el agua y el Espíritu (Jn. 3:5) sin analizar todo el capítulo; comprender el capítulo 2 de la segunda epístola a Timoteo sin entender toda la carta; saber el significado del libro de Apocalipsis sin el aporte del resto de los libros del Nuevo Testamento, y queremos entender el libro de Hebreos sin conocer el aporte de todos los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento. En otras palabras, no se puede entender la parte sin entender el todo. La Biblia es un conjunto de libros en perfecta unidad orgánica. Es como un gran libro con sesenta y seis capítulos (cada libro es como un capítulo); un solo libro con un solo y gran tema: el plan de Dios para restaurar la creación caída.




La explicación anterior nos lleva a advertir el cuidado que debemos tener en considerar todo el texto en lugar de algunos versículos aislados. Con frecuencia fallamos al concentrar nuestra atención en unas cuantas palabras de un capítulo sin atender a que este versículo pertenece a un conjunto mayor. Los libros de la Biblia no fueron escritos en capítulos y versículos. Los escritores de la Biblia escribieron todo el texto íntegro sin divisiones intermedias. Posteriormente, algunos traductores y estudiosos organizaron el material bíblico en secciones más pequeñas y manejables. Así, por ejemplo, sabemos que para el año 586 a. C. ya se había organizado los cinco primeros libros de la Biblia (Pentateuco) en 154 agrupaciones para facilitar su lectura en un plan de tres años. Posteriormente se siguieron haciendo este tipo de divisiones hasta la que hoy en día conocemos en capítulos y versículos, que debemos principalmente a Esteban Langton, profesor de la Universidad de París (1227).




Este arreglo de la Biblia en capítulos y versículos ha sido tremendamente ventajoso. Nos permite, entre otras cosas, organizar planes de lectura secuenciales, ubicar con rapidez cualquier sección de la Biblia y memorizar porciones específicas de las Escrituras. Sin embargo, al mismo tiempo puede dar la falsa imagen que los libros de la Biblia son una colección de versículos o sentencias con sentidos completos en sí mismos, independientes de la relación con los demás. Esta imagen está muy generalizada en la mayoría de los creyentes y para algunos ha sido la razón principal de interpretaciones erróneas.




De manera que, por un lado, tenemos nuestras Biblias organizadas en secciones mayores y menores en un formato de columnas con el propósito de ayudar al creyente en su lectura y, por el otro, el conflicto de que esta misma división puede ser un factor de mala interpretación para algunos. ¿Qué podemos hacer frente a esta situación? Debemos tomar en cuenta tres aspectos para remediar este asunto: la globalidad del argumento, la globalidad del relato y la globalidad del mensaje.



La globalidad del argumento



Cuando el texto que estamos estudiando es un argumento (una secuencia de afirmaciones desarrolladas en forma coherente) es necesario tomar en cuenta todo el argumento presentado por el autor. Si quisiéramos entender el significado del texto de 1 Tesalonicenses 5:19: No apaguéis al Espíritu, tendríamos que examinar cuidadosamente cuál es el argumento que Pablo está desarrollando en esta carta y qué dio lugar a esta declaración. Para ello es necesario leer con mucha atención toda la carta varias veces para familiarizarse con el tema y comprender mejor lo que él quiere decir (comprensión del argumento principal). En forma general, notará que esta carta fue enviada para animar a la naciente iglesia de Tesalónica a mantenerse firme en la fe cristiana tras el informe que trajo Timoteo a Pablo (1 Ts. 3:6-13). Posteriormente a esta lectura comprensiva es necesario que notemos las diferentes partes en las cuales Pablo organiza el argumento de toda la carta. En el caso específico de la carta que estudiamos, es notorio que Pablo en los primeros tres capítulos se dedica a reconocer la firmeza de la fe de los creyentes y los anima a mantenerse firmes. En los capítulos cuatro y cinco les da una serie de instrucciones que parecen obedecer a algunos problemas particulares que habían aparecido en la iglesia y que Timoteo oportunamente le informó: necesidad de mantener una vida santa en medio de la inmoralidad circundante (4:1-8); la práctica del amor fraternal (4:9-12); consuelo para los hermanos cuyos familiares creyentes habían muerto (4:13-18); aclaraciones con respecto a la segunda venida de Cristo (5:1-11); trato adecuado para los dirigentes de la iglesia (5:12, 13); trato de los ociosos, pusilánimes y débiles (5:14); necesidad de tratar a todos bien (5:15); ser constantes en el gozo, la oración y el agradecimiento (5:16-18); no limitar la acción del Espíritu Santo (5:19-21) y abstenerse de toda apariencia de maldad (5:22). La carta termina, como casi todas las del apóstol, con un saludo cordial (5:23-28). Finalmente, debemos relacionar el versículo que estamos estudiando con el argumento anterior y posterior (versículos que están antes y después). Nos damos cuenta de que esta orden de no apagar al Espíritu está asociada con otra similar: no menospreciéis las profecías (v. 20). ¿Habrá alguna relación entre los dos versículos? ¿Apagar el Espíritu tendrá que ver con menospreciar las profecías? En este punto necesitamos el auxilio de otros textos de las Escrituras que puedan relacionar los conceptos de las profecías, el Espíritu Santo y el menosprecio de los dones del Espíritu. Sabemos por algunos pasajes que la profecía es un don del Espíritu Santo (Ro. 12:6; 1 Co. 12:10). También sabemos que en la iglesia de Corinto el don de profecía era menospreciado por preferir el don de lenguas (1 Co. 14). La expresión apagar al Espíritu es una expresión figurada. Aquí recurrimos a las figuras de la literatura. El apóstol ilustra la acción del Espíritu como un fuego. Si alguien en la iglesia limitaba la manifestación del Espíritu era como apagar o extinguir esa llama. No sería extraño que esta naciente iglesia, al igual que la de Corinto, asumiera una actitud indiferente hacia las profecías. De manera que sí podemos ver una relación entre el versículo 19 y los versículos 20 y 21. La orden de no apagar el Espíritu tiene que ver con no menospreciar las profecías (limitar la práctica de la profecía en la iglesia). Al contrario, debía darse lugar a ella evaluando cuidadosamente el mensaje de los profetas para retener lo bueno (v. 21). Recordemos que en ese tiempo no se contaba con la Biblia como ahora y que Dios usaba hombres y mujeres para revelar su voluntad a la iglesia (vea Hch. 13:1; 21:10; 1 Co. 14).



Se han dicho muchas cosas de este versículo. Por ejemplo, que el Espíritu Santo puede ser apagado por nuestros pecados. También se ha relacionado este pasaje con la parábola de las cinco vírgenes fatuas y las cinco prudentes, concluyendo que el fuego en aquella parábola es el Espíritu Santo que no debe ser nunca apagado en la vida del creyente porque correrá el riesgo de quedarse cuando Cristo venga. En fin, todas estas interpretaciones no toman en cuenta el argumento global de la carta.



Usted podrá pensar que esto requiere un gran esfuerzo y tiene razón. Acostumbrados como estamos al facilismo y la comodidad de la era tecnológica, esperamos obtener todas las respuestas de manera instantánea: apretar un botón y saber enseguida la solución. Invertir horas o días en una lectura reposada y comprensiva de todo un libro de la Biblia; consultar una concordancia para revisar el uso de una palabra en varios libros; pasar una o dos semanas dedicando una o dos horas al día para comparar lecturas de la Biblia que tengan relación entre sí; todo esto parece una descripción del trabajo de los monjes en la edad media. ¿Puede alguien creer que se debe invertir todo este tiempo para saber simplemente la explicación de un versículo? He aquí la razón de tanta interpretación superficial y errónea en nuestros días.



La globalidad del relato



Cuando el texto que estamos estudiando es una narración (secuencia de eventos), entonces debemos tomar muy en cuenta el bloque completo del relato y no las escenas particulares. Por ejemplo, podemos considerar la visión que tuvo Pedro en Jope, relatada en Hechos 10:9-16. Allí Pedro recibe la orden de matar y comer todo tipo de animales. Algunos han defendido su tendencia a comer cualquier tipo de alimentos basados en este pasaje. Otros han visto aquí el valor de la oración como vehículo de revelación. Para otros, aquí hay un argumento contra los vegetarianos. En todo caso, se pasa por alto el hecho de que este episodio está enmarcado en un relato mayor que ocupa todo el capítulo 10 y 11:1-18, a saber, la expansión del evangelio a los gentiles. Debemos ver, entonces, la escena del lienzo como una forma a través de la cual Dios estaba preparando el corazón de Pedro para que pudiera encontrarse con Cornelio. Aunque algunos señalan esta porción como la conversión de Cornelio, en verdad quien se convirtió fue Pedro. Sus prejuicios y tradiciones contra los gentiles fueron derrumbados y entendió que no debía hacer acepción de personas (Hch. 10:28). Cuando tenga que estudiar un pasaje narrativo, lea con mucha atención todo el relato para ver si forma parte o no de una secuencia mayor. Cuidado con perder de vista este importante factor.



La globalidad del mensaje



¿Cuál mensaje? El mensaje de la Biblia. Nunca debemos olvidar que el mensaje central de la Escritura es que Dios se ha movido por misericordia para restaurar a su creación caída. La historia de la Biblia es la historia del amor de Dios por su creación, especialmente el hombre. De manera que cualquier versículo, capítulo o libro de la Biblia está impregnado de este mensaje en una manera u otra. Este mensaje central son las líneas que sirven de límite a cualquier interpretación que se haga a un texto de la Biblia. Algunos han querido ver en la visión de las cuatro ruedas de Ezequiel 1:15, 16 una alusión a platillos voladores. Otros han considerado que el arca del pacto era una fuente de energía extraterrestre. No olvidemos nunca los límites de la interpretación bíblica: el amor de Dios por su creación reflejado en su plan redentor. Estos límites permanecen como los rieles del tren: le dan dirección y lo limitan. Tomar otro camino es descarrilarse hacia falsas interpretaciones que terminarán por destruir nuestra fe y estrellar nuestras convicciones.



Preguntas para la discusión grupal


1. ¿Por qué piensa que algunos creyentes son tan dogmáticos a la hora de defender su interpretación del texto bíblico? ¿Cómo evalúa esta actitud? ¿Cuál sería a su entender la actitud correcta?


2. ¿Qué lugar ocupa la oración en su vida como intérprete de la Palabra de Dios?


3. ¿De qué manera podemos orientar a la congregación a ver la Biblia más allá de capítulos, versículos y columnas, a fin de que enfoque el argumento o relato completo?




Samuel Marcano es pastor de la Iglesia Dios es Amor en Maturín, Venezuela, y director del programa de desarrollo ministerial MECA (Ministerio de Educación Cristiana de ASIGEO).



Apuntes Pastorales


Volumen XVII, número 2 / enero – marzo 2000