¡Ni lo pienses, Jesús es solo mío!

por José Belaunde M.

Juan le cuenta a su Maestro que le prohibieron a un hombre que echara demonios en nombre su nombre. ¿Por qué actuaría el discípulo amado de esta manera? ¿Qué quiso decir Jesús cuando respondió que no se lo prohibieran? ¿Estarán los cristianos de hoy en día procediendo de la misma forma?…

Texto bíblico: Lucas 9.49–50


49. «Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros». En este pasaje aparece nuevamente el carácter altanero de Juan, quien era sin embargo el discípulo amado. No obstante, Jesús tuvo que corregirlo más de una vez. Debido a su característico rasgo Jesús llamó a los dos hermanos Jacobo y Juan, «hijos del trueno», como una insinuación de que eran orgullosos, violentos e irritables. Un motivo de esta altanería podría ser el hecho de que su familia estuviera vinculada al Sumo Sacerdote. Ellos tenían amigos en las altas esferas y eso llenaría de orgullo a muchos (Jn 18.15–16). ¡Cuánto debió cambiar el carácter de Juan para llegar a ser el autor de un Evangelio y de las tres epístolas que mejor expresan el amor, así como del libro del Apocalipsis!

Pero ahora Juan se nos revela además intolerante. «Hemos visto a un hombre que echa demonios en tu nombre». ¡Cómo se atreve ese sujeto a usar tu nombre bendito si él no es de nuestra compañía! ¿Quién se lo ha autorizado? Se lo prohibimos porque no tiene ningún derecho a usar tu nombre si no camina con nosotros.

En primer lugar, vemos que Juan se atribuye el derecho de hablar en nombre de Jesús. Así como imagina que se le ha asignado uno de los primeros lugares en el reino, cree que tiene el poder para autorizar o negar a alguien el derecho de usar el nombre de Jesús. El nombre de su Maestro le pertenece. Andar en compañía de Jesús y ser consciente del gran destino que le aguardaba fortaleció su sentimiento de superioridad, no de humildad, a pesar de que Jesús era humilde. ¿Así aprendía él de su Maestro?

¡Cómo deformamos nosotros la enseñanza divina! No nos dejamos transformar por ella sino la modificamos y la interpretamos a nuestra imagen y semejanza, es decir, según nuestras limitaciones e intereses particulares. Esto ha ocurrido muchísimas veces durante la historia del cristianismo. Se predican, bajo el nombre de Evangelio, filosofías personales sazonadas de versículos. Muchos tienen una religión de orgullo, de dominación y altanería que, según ellos, está basada en las palabras de Jesús. Ese espíritu sobrevive en la iglesia y, en muchas ocasiones, es la razón por la cual el nombre de Dios sea blasfemado.

«Él no es de nuestra compañía, —dicen— de nuestro exclusivo grupo» (1). El espíritu de capilla está muy arraigado entre los cristianos que se imaginan que son ellos, su pequeño grupo, su compañía cerrada, los únicos que tienen la verdadera enseñanza e interpretación. ¡Cuántos ejemplos de esto se han dado y se dan en la historia de la iglesia! ¡Cuánto daño provocan con su espíritu intolerante y de elitismo! Cuanto más tienden los creyentes a ese espíritu sectario, más tienden al error y más se alejan del espíritu del Evangelio. Pensar que una de las doctrinas más difundidas en el mundo cristiano actual surgió en un grupo exclusivista. Un grupo que creyó haber descubierto una verdad desconocida y se apoderó de ella, y le negaron a los que no andaban con ellos el derecho de llamarse iglesia o los tildaban de apostatas. El error se viste con frecuencia de santidad fingida, exclusivista, que no se digna contaminarse con la apostasía ajena. Pero el que asume esa actitud altanera, sectaria, es el que más se asoma peligrosamente al precipicio de la apostasía (2).

50. «Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es». Jesús establece aquí un principio muy importante: El que no me ataca, el que no me persigue, —y no os persigue a vosotros— en un mundo dividido entre los que me aceptan y los que me rechazan, está a favor mío.

Observe que Jesús dice en primer lugar: «No se lo prohibáis». Como si dijera: «No es de vosotros decidir quién puede o no usar mi nombre, o apelar a mi nombre, para echar demonios o hacer milagros. Eso es potestad de mi Padre. En otras palabras, no os corresponde a vosotros juzgar quién me tiene a mí y quién no. Solo Dios conoce lo que hay en el hombre».

«En la práctica –diría Jesús— yo veo precisamente lo contrario. Grupos de cristianos que niegan a otros que llevan mi nombre la calidad de cristianos, porque sus prácticas, sus costumbres, sus doctrinas, sus maneras de honrarme, difieren de las suyas. En primer lugar «ninguno que haga milagros en mi nombre (según la versión paralela algo más detallada de Marcos 9.39) puede hablar mal de mí», no se va a volver en mi contra. Y en segundo lugar, el que acepta mi señorío sobre su vida, el que invoca mi nombre, está de lado nuestro, no en el lado opuesto, aunque factores humanos los hayan hecho enemigos» (3).

Jesús pudo haber pensado en ese momento en el caso de Nicodemo, quien lo había visitado de noche porque estaba intrigado por la persona y los milagros de Jesús (Jn 3). Aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos, asumió la defensa del rabino de Galilea cuando los fariseos quisieron apresarlo, y por eso sus semejantes lo reprendieron (Jn 7.50–52). Más adelante, se observa cómo él ayudó a José de Arimatea en dar sepultura al cuerpo de Jesús (Jn 19.38–52). No cabe duda de que él creyó en Jesús, pues de no haber sido así no habría asumido tan alto riesgo. José de Arimatea era también discípulo de Jesús, aunque no andaba públicamente con él.

Jesús también pudo haber pensado en Gamaliel, uno de los fariseos más notables de su tiempo (maestro de Saulo de Tarso según confesión de este en Hch 22.3). Gamaliel pertenecía al grupo que más se opuso al Salvador; sin embargo, no estaba en contra suya, pues defendió a Pedro y Juan cuando el Sanedrín quiso mandarlos a matar (Hch 5.34–39). ¿Juan le habría prohibido a Nicodemo y a José de Arimatea expulsar demonios en nombre de Jesús? ¿Lo habríamos hecho nosotros? (4). Muchas veces los cristianos hacemos algo semejante con otros cristianos con los que no estamos de acuerdo sobre tal o cual punto de teología.

Los creyentes, aunque puedan discrepar en muchos puntos doctrinales y litúrgicos (5) deben, por respeto al nombre que llevan, aceptarse mutuamente y no reñir por motivo de sus diferencias. Y si discrepan deben hacerlo con un espíritu de respeto mutuo. ¡Qué espectáculo más triste dan al mundo los cristianos que se pelean entre sí! Blasfeman del nombre de Cristo (6). El diablo es el único que recibe gloria cuando los cristianos se atacan y se critican mutuamente . En verdad, los que así se tratan colaboran con su obra.

El mundo está fuertemente dividido entre los que se oponen a Jesús y los que lo reclaman como su Señor. Si los seguidores de Jesús se pelean entre sí, los que se le oponen están de fiesta. De no ser porque Jesús dijo que «las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt 16.18), a la Iglesia se le podría aplicar la frase: «toda casa dividida contra sí misma cae» (Lc 11.17).

Por otro lado, están los que le hacen la guerra y los que se adhieren a él. Pero hay en medio algunos que, sin reclamarse de él no se le oponen, o que respetan a Jesús como figura histórica o admiran su enseñanza, o que tienen una actitud favorablemente inclinada hacia el cristianismo. De esos tales podemos decir que «no están lejos del reino de Dios» como le dijo Jesús al escriba (Mr 12.40). No los rechacemos porque no participan de nuestra fe. No les cerremos el camino de la verdad. No les ahuyentemos con nuestra soberbia altanera. Más bien oremos por ellos y démosle el testimonio de nuestra caridad para que acepten a Cristo y se arrepientan de sus pecados.




Notas del autor:

  • Es obvio —dice el comentarista Adam Clarke— que si ese hombre no fuera de Dios, los espíritus no se le sujetarían cuando usaba el nombre de Jesús. Recuérdese el caso de los hijos de Esceva que pretendieron usar el nombre de Jesús para expulsar demonios y salieron muy mal parados (Hch 19.13–16). Clarke cita también el episodio de Nm 11.26–29, donde Josué manifestó un espíritu de intolerancia semejante al enterarse de que Eldad y Medad profetizaban en el campamento. Notemos la respuesta de Moisés: «¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo del Señor fuese profeta, y que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos».
  • Una pregunta que queda sin respuesta es ¿quién era ese hombre? ¿Por qué no estaba con los apóstoles? ¿Sería un discípulo de Juan el Bautista que había oído a este dar testimonio acerca de Jesús? No se sabe, pero lo interesante de este pequeño episodio no es la identidad desconocida del hombre, sino la enseñanza que Jesús imparte.
  • Como pudiera ser la nacionalidad, la raza, o rivalidades de grupos.
  • Según una tradición antigua, reflejada en documentos apócrifos, Gamaliel se habría convertido a Cristo posteriormente. Sin embargo, dada la posición eminente que ocupa Gamaliel en la tradición rabínica, es poco probable que lo hiciera. Lo habrían echado de la sinagoga. Queda el hecho, no obstante, de que abogó por dos apóstoles. Si se recuerda lo que Jesús dijo en Mt 10.41–42, ¿perdería él su recompensa?
  • Puntos doctrinales o liturgia, es decir, orden y formas del culto, del servicio. Todas las iglesias tienen alguna liturgia, algún rito, aunque no sean conscientes de ello.
  • Es innegable que la quiebra de la unidad de la iglesia occidental que se produjo en el siglo XVI, y el escándalo de las guerras de religión que asolaron Europa durante un siglo, dieron un gran impulso a la impiedad racionalista. Uno de sus argumentos era justamente el siguiente: si los que reclaman el nombre de Cristo, disputan tan violentamente entre sí, y alegan cada uno poseer la verdad, es porque ningún bando la tiene, y hay que buscarla en otra parte. Además, uno de los argumentos más conocidos que usa el Islam para denunciar la falsedad del cristianismo es la división que reina en su seno (Los musulmanes también están divididos, pero mucho menos que los cristianos).


  • Consideraciones adicionales:

    Una conexión:


    Existe una conexión entre este episodio y el anterior a este (Ver ¿Quién es el mayor? Lc 9.46–48), que muestra hasta que punto Juan en ese momento no captó la enseñanza que el Señor acababa de darles. Jesús les habló de la importancia de ser humildes para ser grandes. Pero Juan muestra que se siente tan importante al ser discípulo de un maestro tan grande, que cree tener la autoridad de prohibir a uno que no pertenece a su grupo privilegiado usar el nombre de Jesús. El caso del discípulo amado debería hacernos reflexionar y ver hasta qué punto está nuestra comprensión nublada por el orgullo o por los prejuicios. Cuando es así, no podemos captar el espíritu de la enseñanza de nuestro Maestro, y convertirnos en jueces de quienes son quizá mejores y más fieles discípulos que nosotros.

    Una contradicción:


    Parece haber una contradicción entre este dicho de Jesús: «El que no está contra nosotros, está a favor nuestro» y el que figura más adelante: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama». (Lc 11.23; Mt 12.30). Por un lado, este último dicho hace ver que no puede haber medias tintas frente a Jesús, en el conflicto entre Cristo y Satanás. Uno tiene que decidirse: «O estás conmigo o estás contra mí. No puedes ser amigo de ambos, o permanecer neutral. Si no crees en mí, me rechazas».

    En cambio el primer dicho mantiene una posición ambigua: Basta que no estés abiertamente contra mí, aunque no estés de mi lado, para que estés a favor mío. Pero si así fuera ¿en qué quedamos?

    Sin embargo, podemos ver que no hay realmente oposición, sino que ambos dichos se complementan. Observe que en uno se habla de «nosotros», es decir, tiene una aplicación más amplia que el otro pasaje donde se habla del estar con Cristo personalmente. La perspectiva es pues distinta. Los que expulsan demonios en nombre de Jesús, o los que predican el Evangelio, no pueden estar en contra suyo aunque se hayan separado de nuestro grupo. Por el contrario, están a favor de Jesús y de su obra; no desparraman sino recogen con él. En última instancia, por sus frutos conoceréis con quién están. (Mt 7.16)

    Los dos dichos son ciertos, pero en planos diferentes. Uno se refiere a la posición personal frente a Jesús, el otro se refiere a la obra. Uno, a su persona; el otro, a la iglesia.

    Sirva de ilustración este ejemplo tomado de la historia. En los concilios de Éfeso y Calcedonia (431 y 451 D.C. respectivamente) se condenó la doctrina de Nestorio que proponía una noción equivocada acerca de las naturalezas y la persona de Cristo. Sin embargo, sus seguidores, los nestorianos, que fueron excluidos de la comunión con las demás iglesias, a pesar de ser tildados de herejes, predicaron el Evangelio por el Oriente y lo llevaron hasta la China. Su obra sobrevivió varios siglos hasta que fue borrada, pero no totalmente, por la invasión de los mongoles convertidos al Islam. Las iglesias caldeas de Irak y de Malabar en la India, provienen de los nestorianos.