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“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.“ Romanos 11:29
Ser tenido en cuenta por Dios para realizar una obra específica, es lo mejor que le puede pasar al ser humano. Todos sus hijos, los que le han aceptado como Señor y salvador, tienen el llamado y la responsabilidad de anunciar las buenas nuevas de salvación con los que no le conocen. Otros tienen llamados específicos dentro del cuerpo de Cristo. Estos son aquellos que son apartados para un ministerio como: Apóstoles, Profetas, Evangelistas, Pastores y Maestros. Pero todos sin duda, tenemos el llamado de Dios a servir en su obra.
Es muy importante cumplir con ese llamado, ya que no sabemos cuántas vidas (almas), dependan de nuestra obediencia a Dios.
Miremos un ejemplo de esto en la historia de Jonás. Un hombre con el llamado de Dios que se negó a obedecer y sufrió las consecuencias de su desatención con Él creador.
1. Llamamiento de Dios (Jon 1:1-2)
Hay momentos en que Dios requiere algo de nosotros y debemos cumplirle. Esto trae beneficios personales y para los demás.
2. Desobediencia de Jonás (Jon 1:3)
Jonás a sabiendas de quién era el que lo estaba llamando, decidió desobedecer la orden de Dios.
Dice la escritura que Jonás pagó su pasaje rumbo a Tarsis para huir de la presencia de Jehová.
La palabra Tarsis es un término fenicio que significa REFINERÍA. En las refinerías, es donde se hace más fina o más pura una cosa como por ejemplo; el petróleo, el azúcar, etc. En pocas palabras, Jonás había pagado su pasaje para ser refinado por Dios. A Jonás le esperaría un trato especial en su formación como profeta. Él debía entender que nosotros somos llamados a hacer la voluntad de Dios y no la nuestra.
3. Consecuencias de la desobediencia
Cuando desobedecemos al igual que Jonás, nos sucede lo siguiente:
• Nos encontramos en tormentas (Jon 1:4)
• Nos encontramos en un mar de dudas, de desesperación (Jon 1:15)
• Estaremos listos para ser tragados por un gran pez. Nos encontraremos en un vientre de angustias y opresiones mentales (Jon 2:3-5).
4. La solución (oración de Jonás) (Jon 2:1-10)
• Debemos reconocer el poderío de Dios (Jon 2:1-2)
• Humillarnos ante Él (Vs 4) (2Cr 7:14)
• Obedecer sin condiciones a Dios (Vs 9)
Conclusión
Cuando nos resistimos al llamado de Dios, es una muestra de que necesitamos ser tratados por Dios. Es una muestra de un carácter que necesita ser moldeado por las manos del alfarero.
Jonás al recomponer el camino después de un arrepentimiento genuino, obedeció a Dios y el pez no tuvo más remedio que vomitarlo de su boca en tierra.
Es posible que te encuentres al igual que Jonás, en medio de la angustia y la desesperación, por no obedecer al llamado de Dios.
Sólo necesitas que tomes en cuenta el ejemplo de este profeta y estoy seguro que encontraras las respuestas a muchas preguntas que cuestionan tú situación. Obedece a tu llamado, cumple con lo que Dios te ha mandado a hacer, y tu aflicción tendrá que dejarte como lo hizo el pez con Jonás.
Sirviendo al Maestro
Luis Fernando Giraldo
Pastor Principal
COMUNIDAD CRISTIANA DE CALI
2. El lugar de la palabra en discipulado (v. 22).
Si la oración es importante como punto de partida en el libro de los Hechos, la presentación de la palabra como cumplimiento profético, de igual manera es trascendente. Cuando se eligió a Matías, el sucesor de Judas, Pedro explicó lo que los salmos decían acerca de aquel siniestro personaje que fue contado entre ellos. Su exégesis no pudo ser mejor. Cuando fue derramado el Espíritu Santo y la gente se preguntaba “¿Qué quiere decir esto?”, Pedro se levantó con los demás discípulos y haciendo una exposición del más grande sermón que se haya predicado por hombre alguno, usó magistralmente las Escrituras antiguas para aplicarlas al momento que vivían, y para exaltar la obra de la cruz como el único medio para la salvación de los hombres trayendo la conversión de tres mil personas a Cristo. La misma palabra fue expuesta con motivo de la sanidad del cojo de la Hermosa, con un resultado mayor: cinco mil personas entregándose al Señor. La palabra de Dios tiene que ser el centro de la evangelización y el discipulado. Nada debe sustituir su poder, eficacia e instrucción. Hay una demanda para que la palabra de Dios regrese a los púlpitos y transforme las vidas.
III. HAY UN COMPROMISO DE ROMPER LA BARRERA DEL PREJUCIO PARA ENTRAR EN CASA DEL MENOSPRECIADO (Hch. 10:1-6)
1. Hay que romper la barrera del prejuicio v. 1.
El nacimiento de nuevas obras entre los grupos no alcanzados sigue siendo el más grande desafío para la iglesia y el obrero de hoy. Hay barreras infranqueables que necesitan ser superadas. Hay grupos para quienes pareciera no haber esperanza. Considere la presente historia y verá como ella representa a cada generación en el asunto de alcanzarlos para Cristo. El prejuicio sigue siendo uno de los fuertes impedimentos para penetrar en esos lugares que parecieran haber nacidos para una condenación perpetua. En el caso que nos asiste, para un judío como Pedro, la evangelización de un gentil, pero sobre todo la de un centurión romano, era casi imposible. Un estricto judío creía que Dios no tenía ningún interés en los gentiles. Al igual que Pedro nos enfrentamos a esta realidad a la hora de descender y evangelizar en esos lugares y a esa gente que también nos parece imposible de alcanzar. Pero la sorpresa es que aquella gente que nos parece tan lejanos de la promesa y la bendición de Dios, pudieran estar buscando, al igual que Cornelio, del mismo salvador nuestro. Hay que ir a ellos.
2. Hay un Dios que prepara el terreno v. 3, 4..
Dios quiere una iglesia expandida. La idea de una iglesia exclusiva para una sola clase, lengua o color, jamás puede venir de Dios. El evangelio ha sido dado para que todos los pueblos, lenguas y tribus conozcan a Jesucristo por quien viene la salvación y la vida eterna. Es obvio que el interés más grande para la obra misionera y el establecimiento de nuevas obras, lo tiene Dios. Él está trabajando en los corazones de aquellos que parecen impenetrables para hacerlos sensibles al llamado de Dios. La verdad de esta historia, y que pudiera pasar con muchos de nosotros a la hora de hacer la obra del ministerio, es que seamos como Pedro, resistiéndonos a los planes de Dios. Vea la forma cómo Dios preparó el terreno para comenzar un nuevo grupo en la casa de un gentil. Cuando tomamos la iniciativa de comenzar la obra en algún nuevo hogar, vecindario o comunidad, debemos dar por cierto que Dios tiene hombres en quienes ya ha estado trabajando. Note la forma cómo lo hizo con Cornelio: una visión y un ángel. Pero también ve la forma cómo lo hizo con Pedro: un ángel y el Espíritu Santo. Ahora tenemos la palabra con la que Dios trabaja en lo no alcanzados.
IV. HAY UN COMPROMISO DE CUIDAR LAS OVEJAS DEL SEÑOR HASTA QUE APAREZCA EL SEÑOR CON SUS RECOMPENSAS (1 Pe. 5:2, 3).
1. Cuidando al rebaño (1 Pe. 5:2, 3).
Desde el día de Pentecostés hasta el momento cuando Pedro escribió su primera carta, debieron pasar muchos años. Pero, ¿qué había sucedido algunos días antes del Pentecostés? Después que el Señor resucitó confrontó a Pedro tres veces con la misma pregunta: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y ante las respuestas de Pedro, donde la última fue muy triste, el Señor le dijo tres veces: “Apacienta mis ovejas”. Amados pastores, hay en esta orden del Maestro una responsabilidad y un afecto universal. Mi amor por el Señor se mide por el amor a sus ovejas. ¡Qué desafío más grande para todos los que ostentamos en este llamamiento santo! Hay tres grandes amores en la vida de todo pastor que demandan nuestra particular entrega. El primero es el amor a Cristo. Si no amamos a Cristo primero, no importa a quien amemos después. En segundo lugar está el amor a nuestras esposas, cuya medida es “así como Cristo amó a la iglesia y se entregó así mismo por ella…”. En tercer lugar, el amor por el rebaño donde el Espíritu Santo nos ha puesto como obispos. Y las demandas para cuidar a ese rebaño son verdaderos encargos para tener a una iglesia sana y aun pastor íntegro (v. 2, 3).
2. Las recompensas al final de la jornada (v. 4).
Este es un texto de mucho aliento para todo obrero del Señor. Quién puede negar que en la atención del rebaño pasemos por momentos difíciles. Cuántos pastores viven con aflicción por el estado de su iglesia. “Quien enferma, ¿y yo no enfermo?”, como decía Pablo. Otros se quejan en la quietud de sus reflexiones por no ser entendido o retribuido de acuerdo a la palabra. El pastor pasa por sus propias soledades y muchas veces la enfrenta solo con la compañía de su Señor. No son pocas las veces cuando sentimos la presión de renunciar, de dejar todo, de abandonar la tarea.
Sin embargo, cuando uno ve a un anciano como Pedro hablarnos del “Príncipe de los pastores” y su recompensa, sentimos un nuevo ánimo, un deseo renovado por seguir adelante hasta “acabar con gozo la carrera”. El llamado que el Señor nos hace para cuidar del rebaño es hasta que el aparezca. No es hora, pues, de claudicar. No es hora de dejar el rebaño. Es hora de levantarnos y liderar el rebaño “donde el Espíritu Santo nos ha puesto por obispos”. El “Príncipe de los pastores” no nos paga al final de la quincena, sino al final de la jornada. La “corona incorruptible de gloria” será el galardón. Y al final de todo, pondremos esas coronas a los pies de Jesucristo, a quien le pertenecen (Apc. 4:10)
CONCLUSIÓN:
Pedro fue un hombre de compromiso. Después que le falló a su Maestro, su resolución fue servirle hasta lo último de su vida. Verlo levantarse en medio de sus hermanos, para desde allí convertirse en el líder de los primeros capítulos de Hechos, es extraordinario (Hch. 1:15). La palabra “compromiso” parece haber entrado en desuso en este tiempo.
Es común leer o escuchar acerca de llevar un producto sin compromiso. En algunos lugares se lee la frase “visítenos sin compromiso”. Hay parejas que se unen “sin compromiso”. Hay iglesias que le dicen a su gente “visítenos sin compromiso”. Y quizás por esta razón muchos creyentes viven sin compromiso. Venimos a la iglesia cuando queremos. Leemos la Biblia cuando queremos. Oramos cuando queremos. Testificamos cuando queremos. Diezmamos cuando queremos. Pero el compromiso no es una alternativa para nosotros. Desde que conocimos al Maestro quedamos comprometidos con él (Lc. 9:23). El auténtico creyente es un hombre o mujer comprometida con Cristo. ¿Qué tan comprometido estoy con el Señor? ¿Qué tanto le obedezco desde que le conocí?
(571) 251-6590
Fuente: www.centraldesermones.com