“Y el rey juró diciendo: Vive Jehová, que ha redimido mi alma de toda angustia, que como yo te he jurado por Jehová Dios de Israel, diciendo: Tu hijo Salomón reinará después de mi, y él se sentará en mi trono en lugar mío, que así lo haré hoy” (1 R. 1:29–30).
Introducción
La insistencia de Betsabé y la influencia del profeta Natán, lograron favorecer a Salomón como el próximo rey. A Betsabé el ungido le confirmó su promesa con Salomón (1:28–30), y luego instruyó a Sadoc, Natán y Benaía, para que llevaran a Salomón a Gihón (1:32–33), y que allí lo ungieran rey sobre Israel y que lo proclamaran como tal (1:34). Con una procesión real, llegaría a Jerusalén, seguido por Sadoc, Natán y Benaía, donde se sentaría como rey (1:35).
Jonatan hijo del sacerdote Abiatar, le dio la noticia a Adonías, de que Salomón había sido la preferencia de David como el rey sucesor (1:42–43). Además le informó de los pormenores ocurridos (1:44–48).
Adonías, se quedó solo, porque sus convidados tuvieron miedo y se fueron (1:49). Él viéndose perdido, buscó por misericordia asiendo de los cuernos del altar (1:50). Cuando fue traído ante Salomón, este lo perdonó (1:51–53).
- El efecto
“…Tu hijo Salomón reinará después de mí, y él se sentará en mi trono en lugar mío; que así lo haré hoy” (1:30).
Adonías tenía el respaldo de Joab, la espada y de Abiatar, el altar (1:7); pero no gozaba del apoyo de Sadoc, del profeta Natán, ni de Benaía, personajes claves e influyentes en el reino del ungido.
Los ungidos siempre tendrán personas que serán de gran influencia sobre ellos. Pero estas personas deben cuidarse de no utilizar para mal, sino para bien ese poder de influencia.
Una combinación de personalidades, incluyendo a Betsabé, lograron que el ungido se decidiera por su hijo Salomón. Escuchemos al ungido hablarle a Betsabé: “Vive Jehová, que ha redimido mi alma de toda angustia, que como yo te he jurado por Jehová Dios de Israel…” (1:29–30).
El ungido confesó su estado de ánimo con anterioridad a su elección. Pero al tomar su decisión final sentía que tenía su alma en paz. Una de las señales que un creyente o ungido puede tener de que está haciendo la voluntad de Dios, es que cuando toma alguna decisión, su alma se siente en paz.
Además, el ungido honra su palabra. Lo que promete lo cumple. No es un mago de la retórica. Parece ser que él le había ya prometido a Betsabé que Salomón sería rey y que con el transcurso del tiempo se había olvidado. Pero a Betsabé no, y este tiene que honrar lo prometido.
Los ungidos tienen que cuidarse en lo que prometen y a quién lo prometen. Sus palabras tienen peso intelectual y emocional. Muchos no las tomaran a la ligera, sino que le darán crédito.
Notemos ese marcado énfasis: “que así lo haré hoy”. Los ungidos son personas de palabra y de tiempo. Decisiones que tienen que hacer “hoy”, no las dejan para mañana.
El ungido ordenó al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaía, para que montaran a Salomón en su mula real y que lo ungieran como rey en Gihón (1:32–34). Estos cumplieron con la orden del rey (1:39) y con el pueblo celebraron el ascenso de Salomón al trono, estableciéndose así la dinastía davídica.
- El resultado
“Mas Adonías, temiendo de la presencia de Salomón, se levantó y se fue, y se asió de los cuernos del altar” (1:50).
La algarabía y la celebración del pueblo que festejaba el enfrenamiento del rey Salomón, llegó a oídos de Adonías, su hermano, con sus convidados (1:41).
Este preguntó: “¿Por qué se alborota la ciudad con estruendo?” (1:41) Jonatán el hijo del sacerdote Abiatar, hombre valiente y de buena noticia (1:42), le informó: “Ciertamente nuestro señor el rey David ha hecho rey a Salomón…” (1:43).
Jonatan le brindó un relato periodístico y detallado: (1) Habló de la alegría y el alboroto del pueblo al Salomón ser ungido (1:45). (2) De Salomón que se sentó en el trono del reino (1:46). (3) Declaró que Salomón fue bendecido por los siervos del ungido con estas palabras: “Dios haga bueno el nombre de Salomón más que tu nombre, y haga mayor su trono que el tuyo” (1:47). (4) El rey en su cama adoró y declaró: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que ha dado hoy quien se siente en mi trono, viéndolo mis ojos” (1:48).
El ungido supo cuando su tiempo le había llegado e hizo una transición fácil y aceptada. Dios ya había cumplido en él y con él su propósito (Sal. 138:8). Muchos ungidos arruinan el último capítulo de sus vidas porque no saben cuando ya su tiempo terminó o se resisten a admitirlo.
Leemos: “Y el rey adoró en la cama” (1:47). David era anciano y estaba enfermo de cama, pero allí tuvo su altar de oración. El ungido nunca dejó de ser un adorador.
¡Gloria sea a Dios! Veamos la bendición del ungido: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que ha dado hoy quien se siente en mi trono, viéndolo mis ojos” (1:48).
En vida el ungido formó parte de la selección de su sucesor. Y lo bendijo porque lo vio. Muchos ungidos mueren sin ver con sus ojos al sucesor. No saben quién tomará su lugar. ¡Pero Dios ya tiene a alguien preparado!
Los convidados de Adonías al enterarse de todo lo sucedido, lo dejaron solo en su banquete (1:49). Ninguno quería ya calentarse con un hombre que estaba “hirviendo”. Fueron sus amigos hasta una distancia. Lo apoyaron hasta darse cuenta de que él estaba perdido. Según llegaron se fueron. Adonías al verse solo, se acordó que había un lugar donde la misericordia lo alcanzaría. Y era asiendo de los cuernos del altar y lo hizo (1:50).
A Salomón se le informó que Adonías tenía miedo y que asido de los cuernos del altar decía: “Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo” (1:51). Él sabía cual era la sentencia que se merecía. Pero también conocía lo que era la misericordia.
Salomón habló con sabiduría prematura: “Si él fuere, hombre de bien, ni uno de sus cabellos caerá en tierra, mas si se hallare mal en él, morirá” (1:52). Cuando lo trajeron al rey Salomón, el nuevo ungido, este lo perdonó: “Vete a tu casa” (1:53). Salomón fue justo al tratarlo con misericordia. No le dio lo que Adonías merecía y eso se llama misericordia.
Hoy día hay crisis de líderes misericordiosos. Una política “santa” se ha infiltrado en las instituciones cristianas y en el liderazgo ministerial. Pero por encima de esa política “religiosa”, debe prevalecer el acto misericordioso.
Conclusión
(1) El ungido cuando toma alguna decisión siente paz en su alma. (2) El ungido sabrá reconocer cuando su tiempo ya se terminó y dará paso a otro sucesor, bendiciéndolo en vida.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (310). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.